Principal Cuaderno Nº 21 Índices

La caza en Campoo

Ramón Rodríguez Cantón


Los escritores que se han ocupado del tema de la caza, sobre todo si a la vez que investigadores son aficionados a este deporte, suelen ser indulgentes al tratar el tema de los cazadores furtivos, que, como dice Hoyos Sainz, "son los cazadores primitivos y naturales, el enemigo admirado y envidiado por el cazador de alcurnia". De ellos se ocupó el Conde Yebes en su obra Veinte años de caza mayor y el poeta Villalón les dedicó un poema. Al cazador furtivo no se le debe considerar como sucesor del simple alimañero, que ha existido en todas las regiones con caza y aún les sigue habiendo, aunque no sea una dedicación exclusiva, sino continuadores de una actividad en cierto modo deportiva, a la que muchos campesinos se han entregado influidos por el ambiente y, también, reclamados por exigencias de las ordenanzas municipales.
El medio natural de nuestra comarca campurriana ha sido favorable para el desarrollo y práctica de la caza en su forma primitiva; este ambiente se vive intensamente en las zonas rústicas, sin embargo, las modernas partidas de caza se organizan
en los grandes núcleos de población.
Hubo un tiempo, todavía en el siglo pasado y principios del presente, que existía en Campoo gran variedad de especies cinegéticas, tanto de caza mayor como menor, así podemos comprobarlo en crónicas de la época que nos hablan de ciervos, rebecos, jabalíes, corzos y, asimismo, de osos y lobos, de conejos y liebres, codornices y urogallos, aparte de la proliferación de alimañas que traía preocupados a los ganaderos.
En su artículo Un romance con fondo de fábula, Fernando Gomarín alude a dos campurrianos: uno de adopción, pero muy fiel y entusiasta y el otro de pura cepa. El primero, Justo Martínez, cedió a Gomarín dos composiciones poéticas que había "recogido de boca del pueblo", una de ellas es la descripción de una acometida de la peor de las alimañas, el lobo:


"Cada ladridu que daba
al ganau aterecía
y en el corral se aselaban
los jatucos y novillas... "


La otra es como un canto a la garduña, dice el propio animal:


"Yo vivía en una cueva
con otras hermanas mías.
De día me estaba oculta
y por la noche salía ... "


Nos dice Fernando que esta composición, que cuenta con un total de sesenta versos, fue narrada por Martina, la de la Varga de Soto de Campoo.
La alusión al otro campurriano, Don José Calderón Escalada, consiste en una cita que extrae de su obra Campoo, Panorama histórico y etnográfico de un valle que se refiere a los estragos que, entre los animales domésticos, llevan a cabo las aves de rapiña, la garduña, el zorro y el lobo.
Los escopeteros que, dentro de sus posibilidades, tenían como objetivo exterminar a las alimañas y otros bichos nocivos para la ganadería eran recompensados, según las ordenanzas de la Hermandad. Así, en el artículo 25 se dice:
"Otrosí, ordenamos que cualquier persona que matare algún lobo de dicha Hermandad sea obligada a
le pagar tres ducados", Don José, exigente en cuestiones gramaticales, se pregunta: "¿La persona o la
Hermandad? y al que tomare cama de lobos pequeños se le paguen dos mil maravedís". En el artículo 35, se dan normas para el acoso organizado a los lobos, con la colaboración de todos los concejos y familias: por cuanto que la tierra es áspera y fragosa y se crían muchos lobos".
Hoyos Sainz, en su Manual de folklore, al tratar de la vida rural en España y referirse a la caza como una de sus manifestaciones, menciona al oso, comentando la ya mencionada obra del Conde de Yebes y recaba "cuna y abolengo de osos, el nudo cántabro ibérico, en los puertos de Sejos y de Híjar hasta Brañosera, en las estribaciones de éstas y aún hasta Vallosera, al final de la provincia santanderina, en el histórico monte de Hijedo". Añade que es un error considerar que fue en Peña Sagra donde tuvo lugar la cacería descrita por Pereda en Peñas Arriba, con las hazañas de Chisco y Pito Salces, pues lo exacto sería señalar el monte de Saja, como más adecuado, señalando que es también donde aparece Alfonso XIII, junto con Carlos Pombo, cobrando una pieza de esta especie.
Efectivamente, el 24 de agosto de 1915, acompañado por su caballerizo mayor, el Marqués de Viana y el Conde de Lombillo, llegó el Rey Don Alfonso XIII al puerto de Saja, donde le esperaban varios espoliques y los organizadores de la expedición Carlos Pombo y Gregorio Obeso. Como consecuencia de las explosiones de las bombas de mano, que lanzaban los ojeadores, salió húyendo una osa que mató el Marqués de Viana, al pasar por el puesto que ocupaba.
Almorzaron cerca de la casilla de Bustandrán y reanudaron la faena sin resultado alguno. Hasta que, en un tercer ojeo, el Rey, desde su puesto del "canto del agua", disparó sobre un oso al que acertó, haciéndole rodar "hecho un ovillo".
Satisfecho con el resultado y, tras la merienda al aire libre, regresó el Rey al Palacio de la Magdalena, donde se encontraba pasando el verano.
Quizá esta cacería esté relacionada con otra que bien pudo ser su precedente y que se desarrolló también en los montes de Saja y aledaños, participando en ella varios miembros de la nobleza que acompañaban a la Infanta Doña Luisa y en la que fueron principales ejecutantes el ya citado Pombo junto con Obeso el de Mazandrero y Lemaur. Se levantaron dos osos y tres lobos, siendo muerto un ejemplar magnífico de 14 a 16 arrobas, gracias a la escopeta bien manejada de Gregorio Obeso Palacio, que tuvo la atención de regalársela a Su Alteza. El oso fue trasladado al Palacio de la Magdalena, donde se encontraba Alfonso XIII, que había sentido curiosidad por conocer el trofeo. La prensa campurriana de últimos de siglo da cuenta de numerosas aventuras cinegéticas, como la que llevaron a cabo cuatro jóvenes en el monte Morvejo, donde dieron muerte a una osa y dos cortas. Se decía que hirieron, además, a un jabalí que de un colmillazo les inutilizó un perro y que vieron y tiraron a otras piezas. El promotor de estas partidas fue, el entonces mozo, Andrés García, que, con el tiempo, fue secretario de Espinilla y al que le fue impuesta la Medalla de Oro de la Constancia por la Sociedad Española de Caza y Pesca.
Resultan interesantes los relatos de la prensa local en los que se narran verdaderas hazañas de cazadores campurrianos que acreditaban su magnífica preparación y que se traduce en su reconocida estrategia que, a veces, les obliga a esperar varias horas en acecho, destacando su gran resistencia física y el dominio de las toscas armas que portaban. Tal era el caso de Domingo Sanmillán, de Villar, que, acompañado de dos grandes aficionados, Rábago y Lemaur, esperó durante cuatro horas para disparar a un grupo de rebecos, cobrándose dos; cinco horas más tarde y, caminando con los corzos a cuestas, disparó sobre una osa a la que hirió de gravedad, pero tuvo que recogerla al día siguiente, pues el animal herido se había ocultado en la espesura del monte Macintos.
Una referencia curiosa, acerca de la caza del oso, la publicó, en el diario La Nación, Juan Díez Vicario, hermano del famoso general reinosano. Se titulaba el artículo Los osos en Cantabria y narra lo que le sucedió a Andrés "gran cazador y hermoso tipo montañés de 28 años, alto, recio y esbelto, con una fina y rizosa barba negra", según su descripción. Había salido confiadamente a la caza de la bicha cuando le salió al paso una osa, rodeada de varios oseznos a la que hubo de dar muerte precipitadamente, pues la tenía al lado cuando aún le dio tiempo para cambiar los cartuchos de la escopeta.
Relata también otra aventura de un viejo campurriano que se dirigía al monte Hijedo, acompañado de su hijo, portando un saco cargado, nada menos, que con cuatro oseznos con los que había topado momentos antes, cuando se vio atrapado por una osa. Hubo de abrazarse a ella, en tanto el hijo introdujo un cuchillo en el pecho del animal, cayendo desfallecido el anciano.
Otro destacado cazador de Campoo, en el pasado siglo, fue Vicente Valenciaga, quien, en cierta ocasión, salió al monte solo, estuvo dos días siguiendo los pasos de una osa, por lo que hubo de dormir dos noches al sereno: logró verla en la Canal del Infierno (Puerto de Sejos, entre Campoo y Polaciones) y "la mató de un certero balazo en la frente". La colgó en el balcón de su casa de Reinosa, en el mismo sitio donde el año anterior había colgado un "osazo".
Según Aurelio Setién, los mozos Lorenzo y Bernabé Morante, que pasaban de Polaciones a Campoo, se encontraron en el sitio de Los Cantones con un magnífico ejemplar de oso, echaron mano a los jachos pero nada pudieron hacer pues desapareció por uno de los desfiladeros con salida al Pozo del Amo. Lo mismo que les ocurrió a Benigno Cayón, de Soto, casi treinta años más tarde, quien junto a los contratistas Peña, Gutiérrez y Diego, además de una apisonadora y un grupo de obreros de la carretera, acosaron a un oso que no tuvo más remedio que arrojarse por el puente del Pozo del Amo y desaparecer río abajo.
Esto no le hubiera ocurrido a Froilán el de Abiada, hombre templado, que sabía hacer las cosas con su "aquel" y en cada momento lo suyo. Así ocurrió una mañana que se encontraba preparando unas cambas con el jachu, en el "vao de Gulatrapa", cuando fue advertido por un grupo de acosadores de que andaba muy cerca el oso, a lo que nuestro hombre contestó:


Cuando a cambas a cambas
y cuando al osu al osu.


Digamos que al propio tío Froilán, pensaron los vecinos jugarle una mala pasada, corriendo entre varios y con gran esfuerzo, una peñona en mitad del camino que cruzaba la prá por donde habría de pasar con el carro. No le hizo falta ayuda alguna para lanzar la piedra hasta el río, de donde, hasta ahora, nadie osó moverla.
Hoy el oso es una especie protegida, pero en el tiempo de estos sucesos, en que su presencia por nuestra comarca se consideraba normal, fueron muy hostigados por cazadores de dentro y de fuera, en muchas ocasiones con éxito y nadie se inculpaba, ni mucho menos se arrepentía, de haber dado muerte a una o varias de estas atractivas piezas.
Sin embargo, a pesar de que el lobo era un animal más peligroso en granjas, cuadras o entre los rebaños, no se hacía tanto reclamo, ni se aireaban tanto sus defunciones. En todos los casos, los ejecutores cobraban recompensas y según tradición, se consideraban bien pagados. Pero vayamos con "una de lobos":
Nada menos que en Agosto, año 1928, los vecinos de Reinosa, Quiterio Gómez y Manuel Gutiérrez, tenían encerrados en el Barrio de Mallorca, sesenta y tres ovejas. Una mañana fueron encontradas sesenta muertas y tres moribundas. Teniendo en cuenta las características de las heridas, la matanza fue atribuida a los lobos, pues las paredes del recinto eran de escasa altura. Nadie podía creer que, dada la estación del año en que ocurrió el suceso, pudiera llegar hasta Reinosa lobo alguno y cometer semejante fechoría, pero se confirmó por el testimonio de algunos vecinos que vieron, al menos, a dos de los atacantes merodeando por el barrio.
Y ahora, otra historia más, también de lobos, que nos contó un profesional de la caza, quien, a su vez, la había oído referir en el transcurso de una cena entre compañeros de aventuras, organizada por los componentes de una montería, en la que se había cobrado un jabalí, trofeo que constituyó el plato fuerte del banquete, celebrado en la vieja taberna de Casares el de Entrambasaguas.
Fueron siempre los lobos, achaque continuo del valle campurriano de Arriba y, así como ahora funcionan las juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos, en tiempos no muy lejanos, los ayuntamientos tenían que valérselas de sus propios recursos para estimular a los vecinos, concediendo primas en metálico a quienes, con las mismas formalidades en vigor, pudiesen acreditar haber dado muerte a un lobo o cualquier otro animal catalogado como indeseable.
Con la esperanza de conseguir el premio ofrecido, que alcanzaba la entonces respetable cantidad de veinte duros, salieron un buen día de algunos de los pueblos de la Hermandad de Campoo de Suso, no importa cual, ni sé si figuró su nombre alguna vez en los múltiples relatos que de esta historia se han hecho, salieron, pues, en busca del lobo, tres mocetones de lo más garrido y jacarandoso que se haya visto en nuestros valles.
En busca del lobo, digo así, en singular, porque no es lo corriente salir a matar lobos como quien sale a cazar mariposas, sino que, por ser la fiera la que se adelante en la ofensiva las más de las veces, urge salir a su encuentro a la primera fechoría, antes de que se envalentone con la impunidad y menudeen los ataques. El lobo de este cuento debió hacer alguna muy sonada cuando Bastión, Sebión y Lorenzo, la más potente coalición que formarse pudiera en todos los pueblos del contorno, se juramentaron con la seriedad que merece el caso, para acabar con el delincuente.
Y así, con gesto gallardo, que no me cansaré de ponderar, los tres mozos empuñaron aquel día las armas: unos escopetones tremendos, de la primera "carlistada", amén de sendos cuchillos, y se lanzaron monte arriba seguros del éxito.
No bien se habían alejado un cuarto de legua de las últimas casas del lugar, cuando se les presentaron las primeras huellas de un rastro reciente y, antes de que pudieran desplegarse iniciando una operación de estrategia, hizo su aparición el lobo en lo más alto de la loma del Poniente, destacando su hermosa silueta en las primeras luces de la mañana.

¡El lobu, el lobu ...! gritó Bastión con un alarido de triunfo.

Tres llamaradas infernales, tres detonaciones casi al unísono, que pusieron espanto en diez leguas a la redonda, una inmensa polvareda, un arbusto que se desgaja en mil pedazos por los aires y, entre la nube de polvo y humo, el lobo que sale loma abajo y desaparece.
Jadeantes llegaron los burlados cazadores hasta la loma, mientras el animal, renqueando visiblemente, se ocultaba entre la maleza vecina. Un pequeño reguero de sangre era señal inequívoca de que no estuvieron errados en la puntería.

¡A por él, que ya es nuestro!, ordenó Bastión, que parecía capitanear la partida.

Hicieron una operación envolvente. El lobo copado y malherido, buscaba refugio seguro entre los escobales, pero los esforzados mocetones no le daban tregua. Vomitaban fuego las escopetas con creciente insistencia cuanta menos fortuna y no ardió el monte entero dé milagro. Caía y se levantaba la fiera esquivando los ataques y de cada disparo recibía, cuando menos, una carga de tierra que lo cegaba o se alojaba en su cuerpo sangrante, un nuevo trozo de metralla, que nunca llegaba a ser el definitivo, hasta que el animal horrorizado, sin fuerzas para salir a campo abierto, se derrumbó, mansurrón y suplicante, después de tres horas largas de asedio.
Sebión, que lo vio tan alcance de la mano, canso de errar con la escopeta, lanzó un morrillo y lo saltó tres dientes, Bastián, que llegaba embalado, aun tuvo tiempo para asestarle un tremendo culatazo en los sesos, y, Lorenzo, sin apresuramientos, consumó la obra con una cuchillada en la garganta, a consecuencia de la cual el infeliz lobo entregó su alma al diablo.
Pasemos por alto el júbilo y las efusiones a que se entregaron los tres mozos, una vez consumada la hazaña y situémonos algunos minutos más tarde, cuando, pasada la embriaguez del triunfo, pensaron en el aspecto positivo de la misma: los veinte duros que concedía el Ayuntamiento por la pieza cobrada. Pero ... ¿quién lo había matado?, ¿a quién correspondía, por tanto, el premio? Cada uno recababa para sí todo el mérito de la empresa y, por consiguiente, la íntegra, sin particiones.
Se armó tal tremolina que estuvieron a punto de cargarse de nuevo las escopetas; hasta que Lorenzo propuso la idea salvadora:
Lo primero es llevar el bichu al Ayuntamiento, después, contamos el casu al secretariu y que sea lo que él diga...
Pero, ¿qué podía hacer el secretario, metido a Salomón en pleito tan dudoso? Escuchóles con calma, intentó un arreglo, los habló en todos los tonos; pero la cosa tomaba mal cariz y cada vez que intervenía veía más lejana la posibilidad de un acuerdo; sin embargo, hombre de recursos y con bien ganada fama de socarrón, pensó, ya que no en hacer la justicia que se le pedía, en divertirse un poco a costa de los mozos, y en cuanto consiguió dejarse oír, vino a decirles algo parecido a lo siguiente:

-Mi sentencia, inapelable, que para eso habéis recurrido a mí, sería hacer del premio tres partes iguales, pero como veo que no estáis conformes, he encontrado una fórmula para fallar el caso: Cada uno de vosotros me dirá, en verso, lo mejor que se le ocurra acerca del lobo que acabáis de matar de tan mala muerte y, quien demuestre más talento, se lleva los veinte duros.

Lo extraordinario de la proposición, la elocuencia demostrada por el secretario y el cansancio, más que otra cosa, inclinó el ánimo de los mozos para someterse a la regocijante prueba y, cuando dieron los tres su formal asentimiento, ordenó el munícipe:

- Empieza tú, Bastián. Bastián se rascó una oreja, hizo que se limpiaba la nariz con el dorso de la mano y, después de larga meditación, recitó con voz campanuda:


Esti lobu que hemos matao
ha dormido más noches al sereno
que no en poblao.

Tan satisfecho quedó, que, mirando a sus compañeros, con aire de triunfo, añadió despectivo:

-Ahora, que sigan éstos...

El secretario designó a Sebión. No se arredró éste por la bravata de Bastián, sino que, rápido, como en un rapto de inspiración, rojas las carrilleras, por la embriaguez del momento, siguió, con pie forzado:

Esti lobu que hemos matao
ha comido más carne cruda
que no de asao.


Faltaba Lorenzo. Le miró el Secretario, animándole a continuar; pero Lorenzo era un hombre de nervios templados, lió, cachazudo, un cigarrillo, se frotó las manos, tosió tres veces, se subió los pantalones, carraspeó cuanto quiso y preguntó, al cabo de un rato:

-¿Vale ya la mía?
-Pues, ¿A qué esperamos?
-Allá va...

Y siguió, grave, solemne, haciendo una pausa tras el verso que le sirviera también de pie:


Esti lobu que hemos matao
peor día que hoy,
nunca lo ha pasao


Era una verdad como un templo y más actual que las otras. Y cuentan que el secretario, dando por concluidos juicio y certamen, entregó a Lorenzo los veinte duros.




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2003, Jose L Lopez