"Cualquiera que sea el juicio que de Fernández de los Ríos se forme,
no habrá quien le niegue dos cualidades principales,
la entereza de carácter y la moralidad política...
Ha sabido tener adversarios sin crearse enemigos"
Jacinto Octavio Picón (1)
INTRODUCCIÓN
La vida social española del S. XIX se caracterizó por una prolongada contienda entre conservadurismo y liberalismo, clericalismo y secularización, tradicionalismo y europeización, persistencia (o regresión) y cambio, en suma. En esta confrontación, desde mediada la centuria en adelante tuvieron una intervención destacada los krausistas.
El krausismo (una original filosofía racionalista importada de Alemania) y los krausistas propugnaron una emancipación de los poderes político, económico y social, respecto de la tutela y el control de la Iglesia. Según uno de sus principales portavoces, el profesor Adolfo Posada, "el krausismo aquí en España será en todo momento una lucha por la libertad del espíritu" (2). El campo de acción al que atribuyeron una mayor importancia el movimiento ha pasado a la historia de España fundamentalmente por la Institución Libre de Enseñanza (I.L.E.), creación suya fue el de la educación, que constituía, a su juicio, el principal, sino el único camino para conseguir una sociedad de hombres libres.
Ángel Fernández de los Ríos fue un destacado exponente de la importante y cosmopolita tradición liberal de la Montaña. Hombre de cultura universal, desde sus periódicos emprendió una tarea formativa de los lectores informando de la actualidad mundial, de política nacional e internacional, de novedades científicas, o abordando una genuina educación ciudadana. Fue, desde la prensa, un educador e instructor del pueblo. Europeísta convencido, se esforzó porque España no permaneciera al margen de las nuevas corrientes del pensamiento occidental. Consciente del poder transformador de la educación en el orden individual y colectivo, social y económico, no perdió ocasión de intentar modificar conductas erróneas en sus compatriotas para acercar su país al progreso. Educación y progreso eran para él conceptos inseparables. Desde la prensa, como divulgador de obras clásicas de la literatura española y extranjera o con sus documentadas Crónicas Parisienses (publicadas en La Ilustración Española y Americana) ejerció una labor magistral aprovechando la cátedra permanente que le ofrecía la palabra escrita. Esta vocación educadora tuvo su manifestación culminante en la fundación de una institución educativa: la escuela Fernández de los Ríos en Pesquera.
La obra de Fernández de los Ríos se proyecte en varias direcciones además de periodista, realizó incursiones como traductor, urbanista y literato. Fue testigo lúcido destacado de hechos históricos vividos por su generación, así como notorio de muchos acontecimientos políticos y sociales fundamentales ocurridos en ese apasionante siglo.
APUNTES BIOGRÁFICOS
Nació D. Ángel en Madrid el 27 de julio de 1821. Sus padres, Manuel Fernández de los Ríos y Gregoria Peña Velasco, eran naturales de Pesquera y Santiurde, aunque avecindados desde tiempo antes en Madrid. La familia permaneció muy vinculada a la tierra de origen, que visitaron con bastante frecuencia, pues conservaban numerosos parientes y amigos. La infancia de Fernández de los Ríos transcurrió en la capital de España, pero pronto tomó contacto con la tierra de sus mayores; él mismo relató cómo su primer viaje, siendo aún muy pequeño, lo hizo con sus padres a Pesquera. Entonces puso unas monedas en los cimientos de la casa familiar que estaba reconstruyendo su tío Ángel, adquirida con posterioridad por Fernández de los Ríos.
La familia paterna era de talante liberal, y tanto Ángel como su hermano Manuel participaron en iniciativas encaminadas a conseguir liberalizar la monarquía de Fernando VII, circunstancia que les acarrearía algún daño físico y bastantes sobresaltos. Su tío Ángel, letrado y magistrado del Tribunal Supremo, era amigo y contertulio de Mendizábal, de Madoz y de otros ilustres liberales, quienes en sus largos paseos por El Prado adoctrinaban a nuestro personaje en la defensa de la libertad, ejerciendo en él una notable influencia ideológica y moral que afectó incluso a lo profesional. Recibió educación religiosa con los frailes del convento dominico de Santo Tomás y se declaró creyente en un Dios universal y cósmico, mostrándose crítico con los privilegios y prebendas que disfrutaba la Iglesia católica, en especial con los jesuitas.
Sirvió al ejército en la Brigada de Artillería de la Milicia Nacional, arma distinguida de la que se sentiría tremendamente orgulloso. Siendo joven perteneció a la Masonería participó en las reuniones de la logia Doce hombres de corazón, junto con Calvo Asensio y otros, que se reunían en la calle Jacometrezo. Pronto empezó a participar en actividades políticas, siéndole encomendadas misiones importantes. Vivió desde su juventud el ambiente romántico y liberal que se respiraba en el Madrid de aquellos años, y tomó parte en varios movimientos y conspiraciones políticas que se fraguaron con el objetivo de implantar un sistema político con amplias libertades ciudadanas.
Acabada su carrera de jurisprudencia, casó con María Teresa Rueda Bassoco en septiembre de 1845. Su esposa, oriunda del valle de Toranzo, procedía por línea paterna de los Rueda Bustamante, linaje muy arraigado en este valle que tenía la casa familiar en San Vicente de Toranzo. Por línea materna procedía de Valmaseda (País Vasco). Nos consta que Teresa Bassoco.de Bustamante, tía de la esposa, mandó edificar la primera casa de baños de Ontaneda en 1833, regentando este negocio con un éxito y eficacia tal que concedió al establecimiento gran prestigio entre las fuentes termales (3). En Diciembre de 1856 perdió a su esposa María Teresa y con anterioridad a su única hija Amalia. Sumido en una profunda crisis personal, se retiró a San Vicente de Toranzo, donde pasó casi dos años reponiéndose psicológica y afectivamente y dedicado a la reflexión y al periodismo. Desde Roma contrajo matrimonio por poder el 5 de mayo de 1860, con Guadalupe, una hermana menor de su anterior esposa, matrimonio éste que sería ratificado en San Vicente de Toranzo el día 18 del mismo mes (4). Su segunda esposa, mucho más joven que él -se llevaban casi 24 años- le acompañó en los honores y las dificultades de su intensa y agitada vida.
Pertenecía Fernández de los Ríos a una clase media acomodada. Su familia, dedicada a los negocios y a la tenencia de propiedades, vivía en un ambiente social semejante al que describe de la propia el escritor del madrileñismo Ramón Mesonero Romanos (5).
Este ambiente acomodado e ilustrado común a ambos difería, sin embargo, en ideas políticas. Los Fernández de los Ríos eran liberales por tradición y su trayectoria vital distaba bastante del estilo burgués y acomodado que ofrecía la de Mesonero. Ello no impidió sin embargo, una relación entrañable entre ambos. Su casa, que era frecuentada por amigos y clientes de sus negocios, acogía y servía de punto de encuentro a políticos, profesionales y diversos paisanos de Santander, que tenían en él un buen agente introductor en los ambientes madrileños.
Profesionalmente se declaraba abogado, periodista y propietario, aunque la actividad profesional de Fernández de los Ríos se centró en el periodismo, que ejerció no sólo como corresponsal sino como empresario y director de varios periódicos. En los años cincuenta, puso en marcha alguno de sus proyectos periodísticos más prestigiosos: Las Novedades del que fue fundador y editor y La Ilustración. Accedió tras la revolución de 1854a la dignidad de diputado en Cortes, pero no cambió por ello la situación económica en los años posteriores: la participación en actividades y campañas políticas le exigían con frecuencia importantes aportaciones económicas. Su periodismo comprometido también le acarreó reveses económicos notables, debidos a que en múltiples ocasiones se le censuraron ediciones completas. Los obligados exilios políticos fueron asimismo un quebranto para su economía. Quizá su etapa como embajador en Portugal marcó el momento de mayor estabilidad económica, truncada al tener que exiliarse definitivamente en 1876. Dejó entonces sus negocios particulares encomendados a la atención de su primo José Ruiz de Quevedo, que tenía casa de comercio en Madrid. En sus últimos años se vio obligado, según propia confesión, a simultanear su actividad como escritor y periodista para poder sobrevivir, colaborando en múltiples periódicos y revistas de la época.
FERNÁNDEZ DE LOS RÍOS: UN LIBERAL PROGRESISTA
Su vida social fue intensa. Refinado y concierto dandismo, se movía con soltura tanto en los ambientes intelectuales y socialmente distinguidos, como en los populares. Sus relaciones familiares, profesionales, políticas y de amistad, junto a su actividad periodística y política, su afán viajero, sus relaciones diplomáticas y sus repetidos exilios, le proporcionaron múltiples conocimientos en todas las esferas sociales. Su intervención en la vida política, cultural y literaria del Madrid decimonónico fue notable, siendo asiduo participante de La Tertulia Progresista que se reunía en La Fontana de Oro, y de otras más. Varias sociedades culturales, el Ateneo entre ellas, contaron con su activa colaboración, haciendo de él un personaje público conocido y respetado en los ambientes intelectuales del país. Fue la dirección de periódicos, sin embargo, lo que le proporcionó mayor influencia social y política, siendo durante algunos años el mayor contribuyente entre los empresarios dedicados al periodismo.
Su arraigado sentido familiar le llevó a mantener relación cercana con numerosos parientes: su tío Ángel (llamado como él), del que se sentía hijo espiritual y político, ocupó un primer lugar en sus afectos. También estuvo muy cercano a su primo Bustamante, compañero de redacción y de destierro por su activismo político, y a sus primos los Ruiz de Quevedo -José y Manuel especialmente- amigos, consejeros y compañeros de lucha por la libertad, con los que mantuvo una relación estrecha y fraternal compartiendo situaciones comprometidas en los momentos de persecución (6). Manuel Ruiz de Quevedo fue una persona relevante en la vida cultural madrileña. Siguiendo la tradición familiar se hizo abogado. Cercano seguidor de Julián Sanz del Río al igual que nuestro biografiado (7), ocupó diversos cargos entre los que destacan: la presidencia del Círculo Filosófico, la de la Escuela de Institutrices, la Subsecretaría de Gracia y justicia; asimismo fue socio fundador, junto con sus hermanos, de la I.L.E. En su casa se elaboraron los estatutos de dicha institución y formó parte de la junta directiva, encargándose de la Comisión de Propaganda. Muy vinculado a los círculos ginerianos (8), compartieron ambos primos numerosos amigos pertenecientes a los ambientes intelectuales en los que se gestó el institucionismo. Fernández de los Ríos no figura entre los accionistas fundadores de la Institución- estaba exiliado cuando se oficializó la Institución el 10 de Marzo de 1876- pero no fue ajeno a su creación, y la fundación de Pesquera está basada en los mismos principios pedagógicos que inspiraron la I.L.E. El espíritu krausista estuvo presente en el pensamiento educativo y pedagógico de Fernández de los Ríos y de otros liberales progresistas que precedieron al institucionismo.
La I.L.E. se gestó seguramente en Cabuérniga, en la casa familiar de los González de Linares, en donde Augusto y Giner compartieron algunos veraneos, y cuyo patriarca, Gervasio, era gran amigo de Fernández de los Ríos. Esta relación de amistad se hizo extensiva a Augusto, y en los meses en que éste permaneció en París en 1880 fue asiduo visitante de la casa de Fernández de los Ríos y vivió con gran proximidad los últimos momentos de su vida. Otras personas relevantes de la Montaña gozaron de la amistad de Ríos. La vida madrileña no le distanció de la tierra de sus mayores, en la que conservaba numerosos parientes y amigos: la familia del marqués de Albaida, José María de Orense; su familiar Federico Vial, comerciante y posterior alcalde de la ciudad; José María Aguirre, el propietario Alvear, y tantos otros que participaron de su pensamiento y amistad. Era montañés sobretodo, por el arraigo y los afectos que le unían a esta tierra.
Su dedicación política fue vocacional. Periodismo y política estuvieron íntimamente entrelazados en la actuación de Fernández de los Ríos. Entre 1845 y 1860 la actividad de nuestro personaje fue incesante. En 1848 participó en misiones políticas de alta responsabilidad, siendo enviado como correo por la junta de Madrid a entrevistarse con Mendizábal en París, para informarle de la situación real por la que atravesaba el movimiento progresista en España. En estos años cuajaron asimismo algunos de los proyectos profesionales que más prestigio le dieron como periodista: dirigió El Siglo Pintoresco, La Ilustración y El Semanario Pintoresco Español, que simultaneó con Las Novedades. Este periódico, que se convirtió en uno de los más prestigiosos de la monarquía isabelina, a partir de 1851 se decantó a favor del progresismo y en contra del ministerio conservador de Bravo Murillo.
Participó en el alzamiento del 26 de Marzo de 1852 junto a su padre, consiguiendo salvar al marqués de Albaida, al que ayudaron a huir a Francia. Participó también en la sublevación de 17 de mayo: fue apresado junto con su padre y conducido hasta Calatayud, logrando escapar y regresar a Madrid. Dirigiendo ya Las Novedades, tomó parte en la campaña de prensa que preparó la revolución de julio de 1854; como consecuencia de esta actividad política, la redacción de su periódico recibía a diario la visita policial para comprobar que en ella no se publicaba algo ofensivo contra el partido en el poder.
Precisamente esa vigilancia, parece que inclinó a los organizadores de la conspiración a elegir la casa de Fernández de los Ríos para mantener escondido a O'Donnell durante algunos meses. Los preparativos del pronunciamiento alertaron al gobierno que dispuso varias medidas represivas, entre ellas la persecución de altos cargos políticos y de periodistas a los que se creía en él implicados, y el cierre del Ateneo. En la conspiración del verano de 1854, el protagonista fue sin duda O'Donnell, pero un actor destacado fue Ángel Fernández de los Ríos. Un entrañable amigo, Cánovas del Castillo, vino a visitarle el 28 de enero de 1854 para pedirle que acogiera al general O'Donnell en su casa como el lugar más apropiado y seguro. Fernández de los Ríos compartió con O'Donnell clandestinidad y persecución policial durante casi cinco meses. Triunfante la revolución, formó parte de la junta de Salvación y Armamento. En Septiembre de 1854 elaboró el manifiesto de constitución de la Unión Liberal, junto con Olózaga por el Partido Progresista, y González Bravo y Gonzalo Morán por los moderados. Formó parte de las Cortes Constituyentes de noviembre de este mismo año como diputado, condición que mantuvo hasta 1856. No aprovechó la nueva situación política para acceder a cargos importantes aunque pudo hacerlo, renunciando al puesto de ministro que se le ofreció. Después de 1856 siguió ejerciendo su actividad profesional al servicio de la causa progresista, aunque con cierto desencanto al comprobar que muchos de los participantes en la conspiración de 1854 pretendían más el poder que un cambio de situación. El rumbo moderado que adoptó O'Donnell después de la Vicalvarada le alejó de éste, y pasó a formar parte de la oposición junto con Calvo Asensio, Montemar y Sagasta, formando el Centro Progresista. Las difíciles circunstancias familiares que atravesó en estos años dejaron profundas secuelas en su espíritu, y se retiró a San Vicente de Toranzo a recomponer su vida personal, escribiendo desde allí artículos para La Iberia que se publicarían en 1864 agrupados en un libro titulado O todo o nada. Sus colaboraciones en La Iberia, y más tarde en La Soberanía Nacional, son buen ejemplo de la interrelación entre su actividad política y periodística.
En los años anteriores a la revolución de 1868 la prensa ejerció un papel destacado en la creación de una opinión pública contraria a la monarquía, y los artículos de Fernández de los Ríos fueron contundentes con ella y con una corte que, a sus ojos, eran un obstáculo para la modernización política del país. Su opción política se fue decantando hacia el republicanismo. El 14 de marzo de 1865 se adhirió como director de La Soberanía Nacional a la "Manifestación de la Prensa contra el proyecto de la ley de imprenta". La oposición a la monarquía borbónica era creciente y el fracaso de un nuevo intento revolucionario el pronunciamiento de los sargentos en el Cuartel de San Gil en el que participó junto a varios redactores de sus periódicos, le obligó a exiliarse a París, huyendo de una pena de muerte dictada por un tribunal militar. En los años de exilio escribió su obra El Futuro Madrid en la que adelantaba las reformas urbanísticas que Madrid necesitaba y que el triunfo de la revolución podía hacer posibles. Triunfante ésta, regresó a Madrid y durante el Sexenio democrático estuvo comprometido en la acción municipal con el Ayuntamiento de la capital. Fue senador electivo por la provincia de Santander en 1871, en 1872 y en 1873, actividad que simultaneó con el cargo de enviado especial y ministro plenipotenciario de España en Portugal. De su relevancia y actitud da cuenta que en 1872 pudo ser gobernador de Madrid, Ruiz Zorrilla quiso nombrarle ministro, se le ofreció por parte de Castelar la presidencia del Ayuntamiento de Madrid y Salmerón le quiso tener en su gabinete, forjándose entre ellos en estos años una profunda amistad.
El cargo de mayor responsabilidad política lo alcanzó con el nombramiento como embajador de Portugal, actividad que desarrolló entre los años 1869 1873. Fernández de los Ríos, apasionado defensor del "iberismo" idea muy difundida en los medios liberales progresistas y que contemplaba una política peninsular de actuación conjunta de España y Portugal en aspectos culturales, comerciales e incluso de política exterior desplegó todas sus capacidades para lograr el acercamiento y la colaboración entre estos dos países fronterizos y hermanos que vivían de espaldas el uno al otro. A esta tarea se entregó en cuerpo y alma (su gestión en la corte portuguesa es narrada en su libro Mi misión en Portugal). Nombrado ministro plenipotenciario en el país vecino en julio de 1869, cumplió su misión diplomática con suma eficacia y obtuvo resultados muy satisfactorios. Su excelente gestión mereció el reconocimiento de los gobiernos español y portugués, que le concedieron diversas medallas y distinciones (9): la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Gran Cruz de la Concepción, la Gran Cruz de Cristo, la Gran Cruz María Victoria, la Gran Cruz de la Rosa y la Gran Cruz de Carlos III. Proclamada la Primera República, y pese a su adhesión a las ideas republicanas, puso su cargo a disposición del gobierno que le ordenó seguir representando a la nación española en Portugal. En calidad de tal, hubo de despedir al rey Amadeo I de Saboya tras su abdicación de la corona española. Finalizada la misión diplomática regresó a Madrid y se entregó a sus actividades literarias, periodísticas y políticas.
Asistió dolorido a la caída de la República, pero sin desaliento, en unión de Salmerón, Azcárate, Labra, Ruiz de Quevedo y Gabriel Rodríguez, inició un estudio sobre las reformas que el país necesitaba, intentando que fueran aceptadas por los hombres de las diferentes ideologías. Medió en los conflictos surgidos en el bloque republicano y defensor de la unión de todas las corrientes, buscó áreas de entendimiento y concordia entre las distintas familias, como hiciera anteriormente entre Espartero y Olózaga (10), pero sin resultados positivos. Aunque intentó conciliar las discusiones surgidas entre Sagasta y Ruiz Zorrilla, tuvo que aceptar las divisiones entre ellos no sin pesar, pues intuía que iban a debilitar al republicanismo más que el propio sistema restauracionista. El apoyo a la línea de Ruiz Zorrilla -motivo de que Pérez Galdós le calificara de "su trompetero"- (11) se interrumpió por discrepancias en el programa que debía orientar La República Democrática, periódico de todos los republicanos. Su acercamiento a Nicolás Salmerón con quien compartió amistad y destierro marcó en el futuro la línea ideológica y política seguida por nuestro personaje, que permaneció fiel a los ideales republicanos hasta el final de su vida.
PERIODISTA Y ESCRITOR
Pudo conjugar una vida profesional y empresarial activa con una dedicación política muy intensa. Creó empresas periodísticas y divulgó la cultura a todas las capas sociales acometiendo la instrucción colectiva, sin renunciar al rigor intelectual y a la libertad de crítica y expresión. Fue periodista de amplio espectro: escribió sobre moda, política, arte o urbanismo con conocimiento y rigurosidad, y en circunstancias críticas, hubo de redactar íntegramente Las Novedades o La Soberanía Nacional. Manifestó un activismo político más intenso y fecundo con la pluma que desde su escaño de diputado. Ejerció gran influencia política con sus publicaciones en periódicos y revistas, siendo crítico con los grupos conservadores, pero también con los progresistas que se habían acomodado a las exigencias del poder. Era un personaje atractivo, polémico, incorruptible, idealista a veces rayando en lo utópico y de una integridad moral a toda prueba. Su actuación política, parlamentaria, institucional o conspiradora (incluso con participación en la lucha armada) fue intensa, pero siempre volvía a lo suyo, el periodismo. Nunca dejó de ser periodista y lo mismo hilvanaba una crónica, que un artículo de opinión o de información política. Conocía la influencia de la prensa en la opinión pública y ejerció su función con conocimiento de causa y objetivos precisos. Periodismo y política fueron unidos en Fernández de los Ríos y no pueden entenderse ambos sin analizarlos conjuntamente. Periodista de opinión, comprometido con unas ideas políticas que irán evolucionando a lo largo de su vida, se manifestó siempre anclado en una directriz común: la defensa de la libertad y del progreso.
Su labor profesional comenzó como redactor en El Espectador, periódico liberal, en agosto de 1841, apenas cumplidos veinte años. En el ejercicio de ésta se pueden observar distintas fases: en un primer momento practicó un periodismo informativo e ilustrativo que coincide con sus primeras colaboraciones en El Espectador, El Semanario Pintoresco y La Ilustración, donde ejerció una labor divulgativa y cultural importante al poner a disposición de los lectores (a precios módicos), obras clásicas de la literatura española y traducciones de obras extranjeras. Pasados los años cincuenta, ejerció un periodismo de opinión y combate comprometido con el partido progresista y luchando activamente contra los elementos,"los obstáculos tradicionales", que impedían la modernización política del país. Actuación que le acarreó innumerables sanciones y conflictos por la combatividad de sus artículos, y que le enfrentó abiertamente con los sectores más conservadores de la sociedad. Este momento se corresponde con su dirección y colaboración periodística en Las Novedades, La Iberia y especialmente en La Soberanía Nacional. Los años de La Iberia representan el punto álgido de su combatividad como periodista. Un nuevo periódico ilustrado, el diario Los Sucesos, fue fundado por Ríos en octubre de 1866, en tanto colaboraba en publicaciones progresistas y republicanas desde el exterior y participaba en la Reunión de Ostende en el deseo de anticipar la revolución. Triunfante ésta en 1868, se decantó claramente a su favor con el famoso artículo titulado "No más Borbones" (12). En los últimos años regresó a un periodismo informativo, culto y más reposado, aunque sin abdicar de sus ideas y convicciones políticas y sociales. Sus colaboraciones periodísticas en La Ilustración Española y Americana, en El Solfeo (periódico republicano del que era corresponsal en París), y la puesta en marcha de La República Democrática ocuparon sus últimos años. Oficioso embajador cultural de nuestra nación en París, siguió con puntualidad los sucesos de la vida española. Cualquier acontecimiento o artículo le servirían de pretexto para extraer conclusiones aplicables a las conductas habituales de sus compatriotas, que procuró modificar en pro del progreso. "Fue uno de los hombres de la Generación del 68, que preocupado por los conocimientos intelectuales y morales de España, luchó más por la regeneración de su patria", dice Bonet (13). Su incansable actividad como escritor y periodista le muestran como una de las personalidades más dinámicas y con visión de futuro que ha tenido el periodismo español, entendiendo el progreso aplicable a todos los aspectos de la vida humana. Su intensa actividad profesional se evidencia en las publicaciones que dirigió o colaboró:
Escribió en El Espectador (1844-5). Fue propietario del Semanario Pintoresco Español (1847), siendo su director varios años. Fundó y dirigió La Ilustración, primer periódico de actualidades que tuvo España (1849-1857). Fundó y dirigió Las Novedades (1850-1858), diario político del partido progresista que llegó a tener 14.000 suscriptores. Fue el primer periódico español que se imprimió con maquinaria moderna movida a vapor. Fundó la Biblioteca Universal (obras antiguas y modernas españolas y universales). Fue redactor de La Iberia (1860-1863). Fundó y dirigió La Soberanía Nacional (1864-66). Fundó y dirigió Los Sucesos (1866). Hasta 1879, colaboró en El Museo Universal, La América, La Revista Hispanoamericana, El Imparcial, El Universal, La Independencia Española, La Tertulia, La República Democrática, El Progreso, Los Anales de la Construcción y de la Industria, La Gaceta Rural, La Crónica Ilustrada, La República de Madrid, La Crónica de Nueva York, El Debate de Barcelona, El Fígaro, El Gaulois y La République de París, La Independencia Belga de Bruselas, El Kolnische Zeitung de Alemania, siendo corresponsal en París de La Ilustración Española y Americana desde 1875 hasta su muerte.
Su producción literaria corrió paralela a su labor periodística. Divulgó autores extranjeros como Eugenio Sué, Lamartine, Alejandro Karr y Laurent, entre otros, actuando como traductor y editor. Desde 1868, en que se publicó El Futuro Madrid, hasta 1880, fecha de su muerte, escribió las obras más interesantes de su quehacer literario. Los libros publicados en estos últimos años fueron: Guía de Madrid, en 1875; Mi misión en Portugal, en 1876; y La Exposición Universal de 1878, publicada en ese mismo año. Anteriormente había publicado otros trabajos: El Itinerario Pintoresco de París a Madrid (1845), El álbum biográfico (1849), La Tierra (1841), Muñoz Torrero (1864), O Todo o Nada (1864), El Estudio político y biográfico sobre Olózaga (1863),y Luchas políticas en la España del siglo XIX (1864, 1° edición; 1879, 2° edición), que es un estudio de obligada consulta para entender los acontecimientos de la primera mitad del pasado siglo.
La sorprendente faceta de urbanista y de cultivador del madrileñismo de Ríos nos la descubren dos obras relevantes: El Futuro Madrid y La Guía de Madrid. Lo que aportó Fernández de los Ríos en el aspecto urbanístico y arquitectónico ha sido estudiado por A. Bonet Correa en la introducción a la reedición de la obra El Futuro Madrid (14). Es una obra fundamental sobre la ordenación del territorio en el Madrid del XIX, en la que se plantean los problemas existentes y las posibles soluciones que el autor creía poder aportar. El libro, editado por el ayuntamiento popular de Madrid en 1868, fue dedicado por el autor a la capital de España y está escrito desde el exilio parisino. Tras el triunfo de la Gloriosa, fue llamado por Nicolás María Rivero, alcalde de Madrid, a desempeñar el cargo de concejal en la presidencia de obras del Ayuntamiento de dicha ciudad. Desde su cargo intentó llevar a la práctica alguno de los proyectos que había diseñado en su libro El Futuro Madrid. Su paso por la Concejalía de Obras, aunque breve, fue fructífero: impulsó la transformación y ensanche de la ciudad; elaboró un plano topográfico de Madrid y cercanías; abrió nuevas vías a la circulación; hizo construir la Plaza de la Independencia; editó el Boletín Municipal; organizó el asilo de pobres del Pardo; y, por su gestión, el parque del Retiro pasó de la Corona al pueblo madrileño. Una calle dedicada a su nombre en la capital de España, recuerda hoy su paso por el Ayuntamiento de Madrid. La segunda obra que confirma el profundo conocimiento urbanístico que Fernández de los Ríos tenía de dicha capital es: Guía de Madrid. Está fechada en Oporto (Portugal) el 29 de junio de 1876 y es una excelente obra en su género, que exigió del autor el esfuerzo inaudito de reconstruir mentalmente la ciudad. Ofrece al lector una visión pormenorizada de las características geológicas, demográficas, climatológicas, artísticas, educativas y monumentales de Madrid, y refleja los rasgos que le caracterizaban entonces. La obra es una aportación fundamental en su género, aún no superada, y su consulta se hace imprescindible en la reconstrucción del Madrid decimonónico (15).
SUS ÚLTIMOS AÑOS
En 1876 fue deportado a Portugal por el gobierno canovista. Apresado el 13 de febrero en su domicilio del barrio de Salamanca y trasladado a la frontera portuguesa, fue expulsado del propio país sin ofrecerle explicación alguna que aclarase su situación. Fue un duro revés que nuestro personaje encajó con dignidad. Cánovas, amigo y compañero de conspiración en los años juveniles, no dudó en sacrificar los antiguos afectos que cuestionaban a los Borbones y alejó del país a aquellas personas que, desde su punto de vista, podían hacer peligrar el proyecto monárquico restauracionista. La estancia en Portugal no fue prolongada; recibió una nueva orden de expulsión del país vecino en octubre del mismo año. El 20 de noviembre de 1876 llegó desterrado a Burdeos. Curiosamente el mismo día, diez años antes, había llegado exiliado a Bayona. Sus continuos exilios no lograron apartarle del amor y del palpitar diario de su país, aunque sufriera decepción y cansancio. Sus últimos años transcurrieron en París con una salud bastante quebrada, lleno de nostalgia de su querido Madrid, y dedicado a una intensa labor de periodista y escritor. Murió de fiebres tifoideas el 10 de junio de1880 en la capital parisina, exiliado y silenciado aunque no olvidado. Su cadáver partió de la estación de Orleans despedido por múltiples amigos y colaboradores en el exilio -entre los que se encontraba Nicolás Salmerón- en un ambiente de gran tristeza que inmortalizó magistralmente el gran dibujante Pellicer. Como último homenaje, Octavio Picón nos dejó un inteligente retrato de su personalidad:
“Fue varón de clara inteligencia y ánimo resuelto, de buen corazón y generosos sentimientos, de carácter enérgico y voluntad entera; tan inflexible en mantener la propia convicción como pronto acceder a la razón ajena; severo sin ser inflexible, y compasivo sin ser blando; tenaz hasta la intransigencia en defender lo justo, y apasionado hasta la violencia en combatir lo que por perjudicial tenía; impresionable por temperamento, frugal de hábitos, sencillo de costumbres, suspicaz hasta desconfiado, laborioso y activo hasta en el descanso, que ocioso nunca estuvo, inaccesible a la lisonja, difícil de atraer con el engaño, modesto por naturaleza, servicial por la satisfacción que el ajeno bien le producía, prudente en el consejo, decidido en la acción, firme en las resoluciones, intransigente en puntos de honra, violento cuando su razón chocaba con la obstinación ajena; reflexivo al decidir, pronto al obrar, impaciente en la espera; tan dispuesto a perdonar el mal como incapaz de olvidarlo; tan duro al decir verdades como susceptible de escucharlas; llano hasta el desenfado, afable y cariñoso; hombre, en fin, de tales condiciones, que sin falsear su natural sabía ser a un tiempo mismo infantil con el niño, indulgente con el joven, y sesudo con el viejo"(16).
Su testamento, junto con las memorias testamentarias, fueron el último mensaje escrito. En él manifestaba su deseo de ser enterrado de forma austera y sencilla, en sepultura propia, en el cementerio de La Sacramental de Madrid. Sus bienes personales, el archivo de documentos, los regalos recibidos a lo largo de su vida política, los recuerdos de sus amigos liberales ya desaparecidos y otras pertenencias, deberían ser donados al Congreso de los Diputados, a algunos familiares y a diversos amigos, "compañeros de viaje" de su intensa y dilatada vida política. De los bienes inmuebles que tenía en propiedad en Madrid y de los que poseía en Pesquera y Santiurde nombró heredera universal a su esposa Guadalupe, expresando el deseo de que estos últimos fueran destinados a instituir una fundación escolar benéfica en Pesquera, que hasta el presente ha perpetuado su nombre en Cantabria.
A modo de conclusión quiero decir que Ángel Fernández de los Ríos fue un liberal progresista de la época romántica, que murió cuando su mundo también fenecía a manos del conservadurismo que, en el último tercio del siglo XIX, ganó la mentalidad de la burguesía española y de los políticos liberales.
NOTAS
(1) Jacinto Octavio Picón, "Ángel Fernández de los Ríos" en La Ilustración Española y Americana. n° XXIV. 30 de junio 1880. pp. 423 427. El artículo original fue censurado.
(2) Alfonso Posada, Breve Historia del Krausismo Español, Oviedo, 1981. Universidad. p.26.
(3) Madoz da cuenta de la existencia de la casa de baños en Ontaneda bajo la dirección de Dña. Teresa Bassoco, viuda de Bustamante. Pascual Madoz, Diccionario Geográfico Estadístico e Histórico. Madrid 1845 50. Estudio, p.197. Carmen González Echegaray en Toranzo. Institución Cultural de Cantabria. Santander 1974, cita este apellido al mencionar la casa de baños de Ontaneda. El establecimiento tuvo gran auge y en él se hospedaron personas tan vinculadas con la historia cultural de la región como Augusto González de Linares, Francisco Giner de los Ríos, y otras personas afines a la I.L.E.. Es probable que Fernández de los Ríos también lo frecuentara. Pilar Faus Sevilla, Semblanza de una amistad. Epistolario de Augusto G. Linares a Francisco Giner de los Ríos. Santander 1986.
(4) Archivo Diocesano de Santander. Libros de matrimonios San de Vicente de Toranzo, 1852-1902, folio 19. Signatura 4.600.
(5) Ramón Mesonero Romanos, "Más sobre Fernández de los Ríos", en La Ilustración Española y Americana. n° XXV, pp.36. Julio 1880.
(6) En casa de los Ruiz de Quevedo estuvieron escondidos varios días O'Donnell y Fernández de los Ríos, huyendo de la persecución policial en los meses previos a la Vicalvarada, según cuenta éste en su libro Luchas Políticas. En los momentos de exilio y en los años posteriores a su muerte, sus primos se hicieron cargo de la gestión de sus asuntos económicos.
(7) Ambos fueron discípulos extra universitarios de Sanz del Río, muy próximos a él según cuenta Adolfo Posada en Breve Historia del Krausismo Español.Oviedo, 1981. p.31. Ruiz de Quevedo fue testamentario de Sanz del Río y alabó su trayectoria en el acto fúnebre celebrado en su honor. Pilar Faus Sevilla. Ob. cit. p. 52.
(8) Antonio Jiménez Landi Martínez, La Institución Libre de Enseñanza. Madrid, 1975. p.561.
(9) Antes de ir a Lisboa como embajador poseía la Cruz de San Fernando, la de la Mobilización(sic), la de 1854,"todas ganadas con las armas en las manos en defensa de la libertad". A. Fernández de los Ríos, Mi misión en Portugal, ob. cit. p. 667.
(10) Raymond Carr, España 1808 1.939, Barcelona1969. Editorial Ariel. p.251; A. Fernández de los Ríos, Luchas políticas II. Ob. cit, pp. 425 9.
(11) B. Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Amadeo I.Madrid, 1910. p. 71.(Pérez Galdós se identificó con la línea ideológica seguida por ambos).
(12) El artículo se publicó en Los Sucesos del 30 de Septiembre.
(13) Bonet Correa A.,: Ángel Fernández de los Ríos y la génesis del urbanismo contemporáneo. Introducción a la obra de F. de los Ríos "El futuro Madrid". p.XV.
(14) Ángel Fernández de los Ríos, El Futuro Madrid. Imprenta de la Biblioteca Universal Económica. Madrid, 1868. La obra reeditada en edición facsímil en 1975, con una excelente introducción biográfica de Antonio Bonet Correa, ha sido nuevamente publicada en 1989.
(15) Bonet Correa.A.: Ob. cit. p.LXVI.
(16) J. Octavio Picón, "Ángel Fernández de los Ríos". Artículo citado. pp. 423-427.
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