Este artículo tiene un premeditado carácter de ensayo y una confesable finalidad: la difusión de una teoría apoyada sobre los avances logrados gracias a los sondeos realizados entre 2003 y 2005 por nuestro equipo en el yacimiento de Camesa-Rebolledo. Se nos ha invitado reiteradamente en medios locales a dar a conocer resultados pero nos hemos resistido hasta ahora porque estamos trabajando sobre una hipótesis a verificar.
La insistencia y los compromisos adquiridos motivan este artículo que profundiza en lo sugerido con motivo de la exposición que ya se ofrece en el arqueositio de El Conventón en Camesa-Rebolledo: hay ahora más argumentos para defender que luliobriga estaba en Camesa, que para mantener la atribución de Retortillo.
La defensa de esta tesis requiere una revisión de todo el devenir historiográfico en torno al yacimiento de Camesa que realizaremos a continuación, pero exige también no compartimentar lo que se encuentra unido: siempre hemos pensado que el edificio de El Conventón había de interpretarse en relación con el yacimiento detectado en La Cueva, de rango aparentemente mayor, y a su vez, todo este conjunto no debía disociarse de la realidad que seguramente lo precedió en el tiempo. Nos referimos al posible castro de Santa Marina y al yacimiento de Monte Ornedo. El microespacio, en este caso las ruinas de El Conventón, si se interpreta de modo aislado, sólo puede ofrecer una lectura parcial. La lógica macroespacial guarda la clave de comprensión global y por tanto, sólo al desvelar ésta podremos saber qué fue El Conventón. ¿Una villa periurbana, parte de un barrio urbano, termas militares, termas públicas o una
mansio, una suerte de mesón junto a la calzada? Evidentemente, todo está abierto. Ahora sabemos que hay más edificios junto al ya conocido, pero para que la interpretación sea más convincente, se requiere que las excavaciones avancen y, sobre todo, que se valore en un conjunto arqueológico: el que hemos denominado
Camesa, asentamiento cántabro-romano.
El término asentamiento alude a la estrategia de organización espacial que se siguió en un territorio concreto, el que se extiende desde la cima del Monte Ornedo hasta su falda, en los momentos que antecedieron y sucedieron a una coyuntura crítica de nuestra historia: la de las Guerras Cántabras y la conquista por Roma del solar cántabro. El asentamiento en realidad se configura como un mosaico con varios enclaves arqueológicos cuya cronología y naturaleza habrá de fijarse. De este modo, emergerán las relaciones entre ellos y la lógica de un patrón de asentamiento iniciado hace más de 2.100 años.
El proyecto de investigación arqueológica no ha hecho más que comenzar, y seguramente el lector comprenderá que el estudio del asentamiento en su complejidad requerirá trabajos prolongados en el tiempo para dar sus frutos definitivos. En todo caso, hemos realizado progresos sustanciales. Algunos los avanzaremos a continuación.
EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Ninguno de los tiempos arqueológicos empleados ha sido vano. Al contrario, somos herederos de una cadena de trabajos que han ido arrojando iulcs, y uimuién sombras, sobre los enigmas temporales del asentamiento.
En 1889 Ángel de los Ríos y Ríos publicaba un artículo en el que daba a conocer la presencia de tres vallados en las cimas de Monte Ornedo. Vinculaba dichas estructuras con campamentos de verano de la Legión IIII Macedónica, y proponía que el de Castrillo del Haya, ubicado en el entorno de la desaparecida ermita de Santa Marina, fuera campamento de invierno por su mayor desarrollo. Indicaba también que en la ermita dedicada a la santa que daba nombre al lugar, demolida en 1822, se recuperaron varios términos augustales de los que establecían los límites entre el territorio de Julióbriga y los prados de la Legión IIII, cuerpo de ejército romano que quedó asentado en la región durante casi medio siglo al acabar las Guerras Cántabras. Sin duda este hallazgo motivó que vinculara las fortificaciones con dicha legión, pues la identificación de Julióbriga parecía incontrovertible. La había fijado a fines del siglo XVIII el padre Flórez en la colina de Retortillo, único lugar con ruinas romanas conocido en la época y próximo al nacimiento del Ebro como establecía el escritor latino Plinio (Historia Natural 3, 21). Ni Ángel de los Ríos, ni casi nadie desde entonces, ha cuestionado por escrito una identificación que se ha perpetuado y consolidado con sucesivas y renovadas excavaciones arqueológicas, que se autojustificaban a su vez por el hecho de excavar Julióbriga. Sin embargo no hay otro argumento sólido a priori para defender tal atribución, que no sea el reunir el requisito fijado por Plinio y que hemos de sopesarlo en relación con un escritor que redacta su obra en Roma: ¿a qué distancia hemos de entender que estaba Julióbriga si se localiza "no lejos" (baud procul) del nacimiento del Ebro? Por lo demás, Retortillo no reúne el resto de condiciones que la información latina exige para la identificación de Julióbriga.
¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?
En 1942, superada la Guerra Civil y la más inmediata posguerra, el investigador alemán A. Schulten publica sus trabajos realizados en 1933 en compañía del general Lammerer sobre las fortificaciones de Santa Marina. A la luz de sus resultados no queda lugar a dudas: el cerro albergó un castro, no un campamento legionario. Schulten identificaba cuatro vallados en el camino de ascenso por el este antes de llegar al recinto fortificado interior, con forma cuadrada de 140 m de lado aproximadamente y una superficie de 1,56 Has. Realizó una serie de cortes en las fortificaciones para estudiar su técnica constructiva y la estrategia defensiva seguida en las puertas de acceso.
Identificó un fondo de cabaña y halló los herrajes de la puerta de entrada al castro, molinos, hierros de arados, cerámica pintada supuestamente ibérica y negra "de barro mal cocido", seguramente de época prerromana. Habiendo identificado cenizas de destrucción, los hallazgos le inclinaron a concluir que se trataba de un castro arrasado en época de Augusto.
Santa Marina o Castrillo del Haya quedaba por tanto clasificado como castro prerromano, pero en una nueva fase de trabajos surgirían dudas muy serias acerca de una atribución tan rotunda.
EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA
La labor amplia realizada por Schulten no se había visto quizá demasiado apoyada por restos muebles, y la publicación de resultados, siendo breve y no incorporando apenas dibujos o registro gráfico de materiales, tampoco resultaba tan rotunda a ojos de los historiadores posteriores. Por otro lado, las fortificaciones no parecen inequívocas en las primeras aproximaciones al yacimiento. En todo caso, los nuevos artículos que retomaron el yacimiento, contribuyeron a minimizar las expectativas abiertas por Schulten.
En 1956, A. García y Bellido publica sus prospecciones en Castrillo del Haya. Reducía las fortificaciones de Santa Marina a un recinto en la cima, pero identificaba otro en la cima de Monte Ornedo y restos de dos posibles cabañas al oeste, fuera de la cerca.
Fue en 1964 cuando se realizaron excavaciones más extensas, bajo responsabilidad de Miguel Ángel García Guinea y Joaquín González Echegaray. Se centraron en un recinto fortificado, el mismo que detectaba García y Bellido, pero que se inscribe dentro del otro más extenso que Schulten reconociera como murallas del castro. Concretamente está adosado a las murallas oeste y sur de Schulten. Por la publicación posterior de los resultados, realizada por R. Bohigas en 1978, cabe colegir que éstos fueron en buena medida decepcionantes: en las diez catas practicadas, casi todo el material recuperado era medieval, datable entre los siglos VII-VIII y XII. Las expectativas de material prerromano se alejaban al ver que las cerámicas pintadas supuestamente ibéricas de Schulten no eran sino medievales, y que solo tres piezas escapaban a la cronología medieval: un fragmento de cerámica sigillata romana, un denario republicano y un cuchillo de hoja afalcatada. Con todo, el yacimiento quedaba bastante clasificado: pudo ser castro pero de perfil bajo, desdibujado, pues su ocupación más intensa parecía medieval.
RIMAS Y LEYENDAS
El eje de atención iba a desplazarse un año más tarde de la publicación de Ramón Bohigas hacia la falda sur de Monte Ornedo. En 1979 se tenían los primeros indicios de restos romanos en El Conventón. Abel Gómez y su sobrino José María Robles iban a desencadenar las labores arqueológicas que dirigiría Miguel Ángel García Guinea. Abel halló el fragmento de teja a partir del cual, el latinista José María Robles postuló la lectura LEG sobre una cartela incompleta. La tradición de misterio y de restos antiguos que tenía el lugar arropaba el hallazgo y auspiciaba la excavación.
Eran los primeros años ochenta, conmemoración del Bimilenario de las Guerras Cántabras y de relanzamiento de las excavaciones en Retortillo, siempre denominada Julióbriga. Ambos yacimientos se excavan en los primeros años ochenta de modo intenso y simultáneo. Bastantes años después José María Robles escribirá que hubo un cierto afán de contrarrestar el eco propagandístico de Retortillo-Julióbriga.
Se exhuma la parte anterior del edificio de El Conventón y la iglesia prerrománica, así como una importante extensión de la necrópolis medieval. Posteriormente, en los años 1986,1989 y 1991 se hicieron excavaciones en otro sector situado a unos centenares de metros en dirección a Camesa, donde aparecía' otro gran edificio alargado -lugar de La Cueva-,
A partir de ese momento, las excavaciones se paralizaron. El Conventón se cubrió con una estructura temporal que hubo de soportar casi dos décadas de incuria institucional.
Mientras tanto, se escribía sobre Camesa: la publicación de las primeras memorias en el año 1985 rendía cuentas de los primeros trabajos sin que se pudiera aventurar entonces una posible funcionalidad del edificio, más allá de la descripción de hallazgos y unas primeras hipótesis que no excluían la presencia de salas de uso termal entre otras posibilidades para la rotonda.
En el año 1996, en el Primer Encuentro de Historia de Cantabria, abordamos una revisión de la arquitectura romana en Cantabria y allí presentamos nuestra primera interpretación del conjunto como un enclave periférico respecto de un lugar de rango mayor que parecía detectarse en La Cueva, el sector de excavaciones próximo a Camesa. Ya entonces identificábamos la instalación termal y sus partes, el patio anterior que organiza el edificio de fachada torreada y un posible patio trasero. La aportación a las jornadas se publicó en las actas de las mismas tres años más tarde.
En ese lapso de tiempo, José María Robles publica en 1997 en Cuadernos de Campoo una interpretación de la zona termal y de patio central, a grandes rasgos convergente con la nuestra. Además se alinea junto con otra publicación de 1996 de Emilio Illarregui, en el sentido de ver en el edificio una instalación termal de naturaleza militar. De hecho, Robles identificaba en el gran edificio de La Cueva cuyo plano publica, un posible barracón militar.
Curiosamente, el mismo autor acaba postulando que el yacimiento podía corresponder a Octaviolca y que ese fue el móvil que en origen animó el inicio de los trabajos arqueológicos. Octaviolca fue el nombre de un asentamiento cántabro-romano. Según el Itinerario de Barro, una placa de arcilla inscrita con una ruta de calzada que marca las mansiones o etapas y las distancias en millas que median entre cada ellas, Octaviolca se situaba a diez millas -unos quince kilómetros- al sur de Julióbriga. Resta por indicar que algún historiador cuestiona la autenticidad del Itinerario de Barro, pero incluso por nuestra parte incidimos en un primer momento en esta atribución como la más acertada.
LA MONTAÑA MÁGICA
El acuerdo entre historiadores no llega en lo concerniente a la razón y naturaleza del asentamiento: ¿fue civil o militar? ¿fue una terma, una pacífica villa junto a
Octaviolca, una residencia de un mando militar o quizá un mesón de carretera junto a una calzada? Sólo hay convergencia de opiniones en reconocer la presencia de un lugar de baños sobre una colina que luego se pobló de tumbas medievales en torno a una ermita prerrománica.
Hoy el arqueositio de Camesa presenta una apuesta de interpretación a los visitantes que es fruto de análisis detallados y rigurosos y de la lógica estandarizada que mostraban ese tipo de instalaciones. Los estrechos pasos entre estancias permiten identificar no puertas sino pasos de calor entre las sucesivas cámaras de calor de un sistema de hypocaustum o calefacción sobre doble suelo. El horno estuvo en el acceso a la gran rotonda bajo un alveolo en el que una pequeña bañera contenía el agua caliente que se recalentaba constantemente sobre el mismo horno o praefurnium. El fuego se alimentaba desde la estancia contigua, un habitáculo subterráneo pequeño al que se hacía llegar el combustible -paja o madera- por alguna trampilla desde el patio trasero situado detrás a una cota muy superior -unos dos metros.
El nivel de suelo real de la instalación termal nos lo proporciona ese alveolo donde estaba la bañera del caldarium: coincide con la misma cota del resto de pavimentos de mortero -opus signinum- que vemos en todo el ala este del edificio. A partir de estas verificaciones hemos podido proponer la restitución de los suelos de hipocausto sobre esbeltas columnillas formadas por ladrillos cuadrados o cilíndricos, pues ambos tipos de material se ha encontrado en las excavaciones.
Las dos estancias siguientes en dirección sur tenían también calefacción. Una permitía la comunicación con el patio y con el resto del edificio. Hubo de ser un apodyterium o vestuario provisto de calefacción y quizá sirvió también como sala de masajes. La estancia absidada permite identificar en la exedra semicircular el lugar tradicional de una bañera curvilínea como la del alveolo del caldarium, o como las que pueden verse muy bien conservadas en las termas del cementerio de Parayas en Maliaño. Dada ya la lejanía relativa respecto del horno sólo puede tratarse de la bañera del tepidarium, que contenía agua templada.
La estancia con gran bañera rectangular directamente sobre el suelo no podía ser más que el frigidarium. Una interpretación alternativa que planteaba el dibujante A. Serna no puede sostenerse precisamente por eso: situar el caldarium en esta estancia, que siempre se llamó "la piscina", es imposible por el rendimiento calorífico que hubiera exigido al horno una bañera de agua caliente de tanta cabida y porque cualquier caldarium requiere tener debajo suspensura, es decir, doble suelo calefactado.
El desagüe de la piscina no va directamente a la calle por el lado sur, sino que se desvía hacia la última de las estancias del lado oeste atravesándola: ¿para qué se usó habitualmente el agua de vaciado de las piscinas en las termas romanas? Para limpiar las letrinas, los sanitarios que sin duda se hubieron de situar allí, sobre el canal de desagüe. Ese canal parece haber quedado fuera de uso en la primera mitad del siglo II, y quizá se desmantelara también toda la instalación termal.
Nuestros progresos recientes nos han permitido verificar que, en efecto, hubo dos momentos al menos de ocupación del edificio, y que en el segundo se dotó a las salas termales de un pavimento de mortero con tejas machacadas -opussigninum-. Los visitantes pueden comprobar estos dos suelos de ocupación en la estratigrafía que se ha dejado acondicionada y en la que se reconoce la gruesa capa de arcillas del tapial con que se levantaban los muros sobre cimientos de piedra .
También hemos comprobado que la fachada orientada al sur se cerraba por el oeste a través de la torre donde se estaba la letrina. Mostraba no dos columnas como en principio se sabía y como mostramos en la primera reconstrucción por realidad virtual que se hizo, sino cuatro a lo largo de toda la fachada.
En las labores que se hicieron en este año 2005 aparecieron dos basamentos más para plintos de sillería. El tercero hubo de anularse en una remodelación posterior en la que se creó una estancia a modo de vestíbulo protector de inclemencias en el centro de la fachada. Ahí se localizaba el acceso al edificio comunicando con un zaguán que conducía de frente a corredores y a un salón de recepción y hacia el este, a un departamento con estructura de antecámara y cámara.
El corredor que se desplegaba en sentido este-oeste por detrás de las estancias y que contactaba con la sala del horno -propnigeum-, estuvo decorado con pinturas murales. Del estudio de los fragmentos de las mismas que quedan en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria se ha podido llegar a proponer una recreación bastante ajustada para contribuir a favorecer la interpretación de los visitantes, tanto de lo pictórico como de los alzados del edificio. La segunda planta corría desde la torre sobre la fachada columnada, ocupando todo este sector.
Desde el corredor con pinturas se accedía por escaleras al patio posterior, una suerte de corral de servicio mal conocido debido a que, al excavar, se ha preservado la iglesia prerrománica. Por el lado este, se abrían al patio tres estancias rudimentarias, de suelo de tierra y desnivelado. Parecen haber sido almacenes o estancias de servicio secundarias que sólo han proporcionado un tipo de restos muy significativo: piedras circulares de molino. Todo apunta pues a algo tan prosaico como la necesidad de molturación para hacer el pan de cada día. No creemos que haya que seguir sosteniendo que estemos ante un edificio dedicado en exclusiva a baños, como se ha pretendido en ocasiones. Nuestra única duda persiste en torno a si estamos ante las dependencias de una villa o de una mansio al borde de una calzada, como puede invitar a pensar el recuerdo del hallazgo de fragmentos de un miliario en el relleno medieval del suelo de la torre. Dos datos podrían avalarlo: una instalación de fragua próxima, que se halló en el invierno de 2005, al preparar saneamientos para la caseta de aseos, y nuevos edificios al lado nordeste en proceso de excavación.
NEGRA ESPALDA DEL TIEMPO
Los datos nuevos van emergiendo con la continuidad de las labores que no se han circunscrito a El Conventón, y se van descartando posibilidades mientras se abren nuevas incógnitas. Ahora podemos saber por ejemplo que la lectura LEG de aquel ladrillo prístino con que se iniciaron las excavaciones era totalmente errónea: otros con la cartela completa lo desmienten y nada los vincula con lo legionario. Tampoco se ha verificado que los trigales de La Cueva encubrieran murallas en los abruptos taludes de los bordes, totalmente naturales, de origen litológico a juzgar por los sondeos.
Seguramente un motivo para pensar siempre en presencia militar, fuera el hallazgo en la zona de los términos augustales que delimitaban el
agrum Iuliobrigensium respecto de los prata de la
Legio IV, pero siempre se ha partido de la incontrovertible identificación entre Julióbriga y Retortillo, sin que nadie parezca haber reparado en que para zanjar límites entre esa ciudad y la legión afincada en Herrera de Pisuerga sólo se colocaron los mojones en una zona muy precisa, y que las localidades de los hallazgos parecen describir un arco ultrasemicircular en el territorio llano de Valdeolea, en un auténtico
agrum bordeado de terrenos incultos. En estas percepciones hemos fundado nuestra hipótesis de partida: Julióbriga pudo estar ubicada dentro del territorio que deslindan los términos augustales unas 2.360 Has.
Como indicábamos al principio, en todo momento teníamos claro que la definición de la naturaleza y entidad de unos vestigios ha de hacerse partiendo del contexto, del asentamiento en sentido laxo, incluyendo los enclaves vinculados por proximidad inmediata. Y en la espalda de Camesa se yerguen los yacimientos de Monte Ornedo y Santa Marina. Es proverbial en la zona, que la cima de Ornedo, machacada por cortafuegos y pinares pero que ha podido escapar de la amenaza de los parques eólicos, proporciona abundante material prerromano. Todo parece indicar que contó con un castro. Nosotros tenemos una datación de material cerámico romano hallado en nivel tras el seguimiento de la máquina que refrescó el cortafuegos a fines de 2004. En la otra cota, separada de Ornedo por una pequeña vaguada, se alza Santa Marina, donde pudimos verificar la presencia de las fortificaciones que ya viera Schulten: auténticos fosos y terraplenes defensivos en la parte alta y descendiendo por la ladera este, el flanco más vulnerable. Dos sondeos nos han permitido verificar en la zona intramuros del recinto de la cima que hubo ocupación prerromana de segunda mitad del siglo II, a partir de análisis de carbono 14 y termoluminiscencia. Y también se ha encontrado algún resto de tipo militar romano, en concreto una clavija de las empleadas para anclaje de tiendas de campaña. Además se han datado restos cerámicos medievales.
Con todo, si los dos sondeos de 2004 fueron muy fructíferos, los nuevos, realizados en 2005 no parecen demostrar otra cosa que una ocupación muy temporal del lugar y de las fortificaciones. Seguramente el núcleo de población se ubicó en Ornedo.
HISTORIA DE DOS CIUDADES
Llegamos al momento de empezar a extractar conclusiones, pero antes hemos de sopesar los datos: ¿qué sabemos realmente para poder identificar Julióbriga? Por Plinio, conocemos que el Ebro nace "no lejos" del oppidum llamado Julióbriga. Sabemos también que oppidum alude a un núcleo fortificado y que el sufijo céltico -briga encaja en el mismo campo semántico de emplazamiento provisto de defensas, fortaleza que, en principio, debiera existir ya antes de que los romanos lo oficializaran con su topónimo Iulio-, alusivo a la familia que ocupaba el trono imperial.
¿Eso es todo? Quedan los términos augustales, todos hallados en un arco que acota el sur de Valdeolea con cierta prolongación hacia Valdeprado.
Verifiquemos entonces si se cumplen las condiciones en Retortillo: es cierto que el yacimiento tiene rango urbano y un edificio público en el que cabe reconocer un posible foro. Sin embargo, no hay restos prerromanos claros y todo parece indicar que la cronología más temprana de la ciudad pudo retardarse al comienzo de la era. Por otro lado, en ningún momento después de decenios de trabajos arqueológicos, se ha podido hallar nada que permita identificar una muralla. ¿Cabe admitir además, como se viene haciendo de manera implícita, que a una sencilla ciudad se le otorgue como territorio todo el espacio que media desde la zona de Mata porquera hasta los puertos del Cantábrico en la zona de Santander, siendo Santander el comúnmente admitido Portus Victoriae Iuliobrigensium, sin que casi nadie recuerde que esta ciudad ni siquiera cumple el requisito de estar a las cuarenta millas de distancia con las fuentes del Ebro que establecía Plinio? ¿No parece más razonable pensar que, siendo la Legión IV la que quedó al control del territorio como nos recuerdan los historiadores latinos, fuera ella la que se reservaba la mayor parte y que el agrum Iuliobrigensium fuera lo que se denomina en arqueología un territorio de captación, un hinterland, es decir, un entorno próximo de tierras de cultivo para el abastecimiento de un núcleo urbano?
PAISAJE DESPUES DE LA BATALLA
Seguramente falta mucho por aguardar hasta tener certezas en uno u otro sentido. Nosotros estamos trabajando en una hipótesis, la de que el asentamiento cántabro-romano de Camesa-Rebolledo acogiera el solar de la antigua Julióbriga. Al menos reúne los requisitos: poblamiento prerromano, estructuras defensivas y fortificaciones en un lugar no lejano de las fuentes del Ebro y en el que las fuerzas de ocupación se preocuparon de hacer un deslinde sistemático, empleando para ello más de una veintena de mojones cuyo texto era reiteradamente insistente. ¿Acaso no es chocante que, dada la penuria de documentos epigráficos latinos en que se sume esta comunidad autónoma, vayan a concentrarse en un área tan concreta? ¿Acaso no es significativo que un mojón semejante haya aparecido para acotar el territorio de
Segisamo (Sasamón, Burgos) con respecto a los
prata de la misma legión, no a 15 ó 20 Km de distancia sino en un pueblo vecino, a menos de 3 km?
Hemos querido enfocar este artículo de un modo deliberativo, rebajando premeditadamente la tensión argumentativa a través de títulos literarios. No es sino un avance de resultados que deberán ser publicados en el formato científico convencional y con todas las reservas requeridas a la hora de las conclusiones. Entretanto, la exposición que se ofrece en el Arqueositio de Camesa-Rebolledo desde julio de 2005 y este artículo, aspiran a abrir un debate que se creía cerrado definitivamente. Mientras, asistimos impertérritos al escenario de los fastos de un centenario de capitalidad que pretende oficializar mediante una exposición y publicaciones ad hoc, otra atribución aún menos fundada. Viendo cómo se construyen los mitos y supuestas verdades y cómo toman rumbo sin escollos, no ha de sorprender que luego naveguen largo tiempo sin problemas. Mucho más difícil resulta bogar contracorriente.
No podemos por menos que asumir la posibilidad de estar en un error al cerrar estas líneas y entregarlas a la imprenta, pero no es menos cierto que la responsabilidad de hacer nuestra labor con arreglo a un código deontológico nos impele a escribir todo esto y a aceptar que, en consecuencia, hemos podido errar cuando nosotros mismos hemos participado en las excavaciones y publicaciones de Retortillo-Julióbriga.
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Ángel FERNÁNDEZ VEGA - Director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria. Responsable de la Domus Romana y del Arqueositio de Camesa-Rebolledo
Javier PEÑIL MÍNGUEZ - Arqueólogo
Serafín BUSTAMANTE CUESTA - Director de la Escuela Taller de Reinosa
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