La estatua en bronce del foro de la ciudad de Iuliobriga

Carmelo Fernández Ibáñez

A la memoria de J. Raúl Vega de la Torre, afanado Investigador del pasado romano en Cantabria; pero ante todo, compañero y amigo.
Carmelo Fernández Ibáñez1
 

Introducción

    Aún quedan por dilucidar muchos aspectos desco­nocidos en la ciudad romana que se extiende bajo y alrededor de la población de Retortillo, que tradicionalmente hemos identificado con la Iuliobriga de las fuentes literarias de la época; aunque recien­temente esta suposición haya sido puesta en tela de juicio (Fernández Vega, Peñil Mínguez y Bustamante Cuesta, 2005). Serían varias las fuentes a partir de las cuales emanarían tales supuestas pro­blemáticas, una de las cuales, por ejemplo, es la re­visión y reestudio de los materiales procedentes de las más antiguas intervenciones arqueológicas lle­vas a cabo en este yacimiento arqueológico.
 
    Algunas de estas facetas son verdaderamente importantes, y como ejemplo es la que precisamente traemos a estas páginas. Ya que, sin duda, aúna va­rios aspectos poco conocidos en relación al devenir histórico de la ciudad y sus habitantes, en clara concomitancia a lo ocurrido en otras áreas de Hispania producto de situaciones político-sociales e históricas acaecidas a finales del siglo I d.C.
    La presencia de una estatua de bronce no resulta un hecho cotidiano, ya que a través de este y otros hallazgos conocemos de la amortización posterior del metal, una vez aquellos monumentos con el tiempo perdieron su significado. Y por lo tanto tal manera de proceder, totalmente comprensible y rei­terativa en el pasado, nos ha privado de un cono­cimiento aún mayor e imprescindible como en buena parte irrecuperable. Por lo que a través de restos de menores dimensiones como es nuestro caso hemos de llevar una investigación quasi detectivesca, en la cual a partir de los datos consegui­dos mediante la aplicación de una rigurosa metodo­logía, poder conseguir la valiosa información que debidamente analizada y contrastada nos propor­cione ese conocimiento del pasado. Sin otro tipo de pretensiones ésta es la labor del arqueólogo, y en consecuencia del historiador.
 

Los metales de Iuliobriga y el inicio de la investigación  

    Desde el año 1981 hasta 1985, fechas entre las que nos vinculamos tanto con las investigaciones en la ciudad romana de Iuliobriga como con la conserva­ción del material arqueológico recuperado, nuestra responsabilidad comprendía todo lo concerniente al estudio de los objetos de metal. Con posterioridad hemos seguido teniendo contacto no solamente con los nuevos hallazgos, sino, como es natural, veni­mos dedicando parte de nuestra investigación a los objetos de metal que fueron exhumados con ante­rioridad a las campañas de excavación que desde 1980 llevó a efecto la Universidad de Cantabria. El fin último (aún no se encuentra concluido el estudio completo) es tener una visión global de lo que sig­nificó la industria metalúrgica en este enclave poblacional tan destacado, y que se ve inexorable­mente enriquecido con las aportaciones de los objetos recuperados en los yacimientos tanto civiles como militares del entorno, ya sean poblados indí­genas o comunidades romanas posteriores en el tiempo (Fernández Ibáñez, 1999; 2002). Es a raíz de las observaciones que vamos realizando durante el desarrollo de esta etapa lo que ha motivado este tra­bajo.
 
    Desde el punto de vista metálico Iuliobriga era un enclave de carácter civil, entre cuyos restos ma­teriales predomina el hierro sobre el cobre y sus aleaciones, y sobre todo frente a los de plomo. En hie­rro se confeccionaban todo tipo de herramientas con que llevar a cabo las más diversas actividades tradicionales (agricultura, carpintería, cantería, construcción, metal, etc...), así como demás utensi­lios tales como cencerros para el ganado, llaves (Fernández Ibáñez, 2003b), ganchos, cuchillería varia, calderos, herrajes de puertas y mobiliario, etc... Los de cobre y sus aleaciones como son el bronce o el latón son objetos más delicados, más específicos en sus funciones como son la vestimenta y el ornamento personal: pendientes, hebillas de cinturón y otros correajes, fíbulas (imperdibles or­namentados) de todo tipo y tamaño (en omega, ausissa, cola de pavo, Baguendon...), aparte de una amplia variedad de mangos de llaves, tiradores, agujas para redes, balanzas, apliques ornamentales para muebles, canalizaciones, cerraduras de arque­tas y un amplio etcétera. El plomo se empleaba para labores también variadas, muchas de ellas con ne­cesidades relacionadas con el peso (de balanzas, de redes), aunque gran parte de los objetos recuperados son fragmentos informes, recortes de trabajos que no han dejado otro rastro más claro y por lo tanto difícil de especificar.
 
    Quizás se trataba de eso, acti­vidades no específicas, reparaciones fundamental­mente. Sin descartar la proveniencia de algunos objetos (sobre todo de base cobre) allende las fronteras de la ciudad e incluso de la región más inmediata, el entorno minero de la zona de Campoo y de la misma Cantabria, así como las evidencias que las excavaciones han dejado al descubierto, podemos asegurar que el metal se fundía y trabajaba en pe­queños talleres y forjas de la propia ciudad. Por des­contado para el consumo propio, lo que no logra­mos por el momento dilucidar es si estas manufacturas contribuían de alguna manera a la economía de la población.
 

Los fragmentos escultóricos

Fig. 1. Fragmentos de escultura togada en bronce    Durante la revisión de los objetos metálicos de las antiguas excavaciones en Iuliobriga depositados en el Museo Regional de Prehistoria y Arqueología de Cantabria en Santander, dimos con un embalaje donde se almacenan un total de cuarenta y siete fragmentos de metal de unas muy peculiares carac­terísticas en cuando a forma, peso, etc... que clara­mente los diferencian del resto2. Más en concreto está compuesto este conjunto por veinticinco gran­des fragmentos de diferentes dimensiones y groso­res, informes y pesados. Cuatro fragmentos más de finas láminas sin forma, dos barritas, diez fragmen­tos de láminas de diferentes grosores y seis frag­mentos deformados al haber permanecido junto a una intensa fuente de calor. De ellos veintisiete po­seen una cara lisa (la que suponemos exterior) y ru­gosa la opuesta, con restos de cajeados para igualar defectos post-fundición; también restos de cortes a cincel o cizalla, restos de pulido en las caras de los fragmentos de superficies lisas, líneas levemente grabadas, restos de estaño utilizado como solda­dura, etc... Los fragmentos más elocuentes muestran pliegues curvilíneos y otras formas similares a pe­sados tejidos (Figuras 1 a 4).
 
    Una parte de los fragmentos hallados muestran huellas de corte buscando formas paralelepipédicas de reducido tamaño, que junto a los otros con cla­ros rastros de deformación por calor, nos evidencian muy a las claras que se trata de los vestigios de una refundición. Vestigios que también hemos podido documentar en otros objetos de uso personal, laminitas, etc... que se almacenan junto a estos restos escultóricos, y que probablemente aparecieron bien juntos o en un área reducida durante las excava­ciones de 1940.
 
Indudablemente nos hallamos ante las exiguas pero más que elocuentes muestras de una estatua vestida con toga que en el momento de su fundi­ción fue colada en una composición a base de ale­ación de cobre. Fragmentos que estaban listos para ser fundidos y transformados directamente en lin­gotes u otros objetos hasta hacer desaparecer -como de hecho así fue- una inmensa masa reaprovechable de cientos de kilos de bronce.
 

Las excavaciones de J. Carballo y la campaña de 1940

Fig. 2. Fragmentos de escultura togada en bronce    Jesús Carballo, fundador y primer director del Museo de Prehistoria y Arqueología de Santander, llevó a cabo cinco campañas de excavación en el área de Retortillo entre los años 1940-45, si bien por motivos de salud no pudo estar presente en esta última, que fue dirigida por A. Hernández Morales, quien también se encargó de redactar una resumida memoria de todos aquellos trabajos, publicándose un año después (Hernández Morales, 1946). Nada se dice en ella de los fragmentos de bronce motivo de nuestro interés.
 
    En los primeros años Carballo procuró publicar un resumen de cada intervención anual. Durante la primera campaña de 1940 (llevada a cabo entre el 3 de Julio y el 3 de Agosto, así como entre el 18 al 25 de Septiembre) (Pérez Sánchez, 1998) excava la zona junto a la ermita románica, y un años después sale publicado en Madrid un breve artículo donde da cuenta de los trabajos de campo y hallazgos efectuados en el año anterior, siendo este el único lugar donde hace -si bien escueta- referencia a los restos escultóricos de bronce allí descubiertos: "Falta, en cambio, en este grandioso cuadro arqueo­lógico alguna estatua; desgraciadamente solo un dedo de bronce y unos pequeños retazos de túnica del mismo metal hemos encontrado..." (Carballo, 1941: 21).
 
    El lugar en concreto donde desenterró el dedo (Figuras 2, 3 y 5) parece estar situado en el pequeño espacio comprendido entre la esquina interior de grandes sillares de caliza y el plinto de columna contiguo -hacia el Noroeste-, que también hace de esquina (punto 8-7 de la excavación), diagonal que forma la unión de las crujías Norte y Oeste del an­tiguo edificio ya 1'30 m de profundidad (Figura 6). Podríamos suponer perfectamente que el resto de los fragmentos pudieron muy posiblemente haberse encontrado no muy lejos de este concreto lugar.
 

Análisis de su composición

    A partir de una pequeña muestra informe del metal del cual estuvo compuesta la estatua y habiendo te­nido en cuenta el alto número de fragmentos exis­tentes, J. Setién y J. A. Polanco, profesores del C.T.S. de Ingenieros de Caminos (Universidad de Canta­bria), llevaron a cabo los correspondientes análisis (Fernández Ibáñez, Setién Marquínez y Polanco Madrazo, 2005: 138-144). Después de hallada la densidad, microdureza, etc... a partir de Microscopía Electrónica de Barrido (SEM) pudo ser observada y fotografiada la estructura metalográfica de la mues­tra metálica (Figura 7), y por medio de microsonda analítica (EDAX) pudieron efectuarse cuatro micro- análisis de su composición. Estos arrojaron los si­guientes resultados:
 

 
    A la vista de estos resultados es evidente que nos encontramos ante un metal compuesto por tres elementos (Cobre -Cu-, Estaño -Sn- y Plomo -Pb-) (Figura 8), lo que se conoce como una aleación (mezcla) ternaria. Más en concreto se trataría de un bronce plomado, con Arsénico (As) y Antimonio (Sb) como impurezas que se encontraban incluidas en los minerales utilizados para la fusión. Las pro­porciones de Cu y Sn resultan porcentualmente adecuadas bajo un punto de vista de nuestra mo­derna metalurgia, lo que dio como resultado en época romana un bronce de buena calidad al con­seguir unas propiedades adecuadas en cuanto a sus necesidades mecánicas. La adición de plomo (mine­ral escasamente miscible) se encontraba motivada por sus características de mejorar la fusión, li­cuando el caldo hirviente (a una temperatura en torno a los 1000° C) de tal manera que permitía re­llenar por completo absolutamente todos los resquicios del molde. Lo que no se consigue en las ale­aciones solo a base de cobre y estaño, y por lo tanto obteniendo los objetos moldeados con gran detalle.
 

El contexto del hallazgo

Fig. 3. Fragmentos principales de la toga de la escultura    Al tratarse de un hallazgo que se produjo durante una excavación realizada hace ya muchos años y de la cual poseemos escasos datos, sobre todo con respecto al entorno más inmediato en el que se en­contraban nuestros fragmentos, la información que necesitamos hemos de obtenerla de forma, llamé­mosla, indirecta. Por una parte, los materiales ar­queológicos que fueron recuperados durante la campaña de 1941 en el área de la iglesia románica; primeramente los objetos metálicos más significati­vos (en cuanto a su identificación formal y crono­logía) que se encuentran almacenados junto a los fragmentos de estatua en el Museo de Santander.
 
    Forman un pequeño conjunto de ocho piezas fragmentarias: tres fíbulas (tipos Baguendon, de re­sorte cubierto y Aucissa), dos hebillas de cinturón de tipo arriñonado, un brazo de statera o balanza de tipo libra (cuya característica es poseer los brazos de igual longitud), un aplique con celdas para decora­ción esmaltada y un fragmento de posible pinjante o decoración para el arnés del caballo. Su análisis permite concluir que pueden fecharse mayoritaria- mente a lo largo del siglo I d.C., que junto a otros más sin morfología identificable (fragmentos de placas, chapas, láminas, etc.) se trata de los restos de un lote de viejos objetos para refundir, en parte ya amortizado. Los restos de recipientes de vidrio hablan de los siglos II - IV d.C. y la térra sigillata es posible fecharla entre el último tercio del siglo I d.C., hasta (ya muy escasa) la segunda mitad del siglo III d.C. (Aja Sánchez, 1999; Pérez Rodríguez-Aragón, F. y Ramírez Sádaba, 2003).
    Pero junto con estos datos se adiciona otro de muy singular importancia como es el exacto lugar de Fig. 4. Fragmentos estatua, algunos de ellos con rebajehallazgo en el entorno de la iglesia románica de Sta. María, cuyas estructuras excavadas en diferen­tes campañas desde los años cuarenta del pasado siglo XX y hasta nuestros días, evidencian clara­mente que en aquel lugar se encontraba erigido el Foro de la ciudad (Fernández Vega, 1993: 153-173). El Foro en cualquier ciudad romana era uno de los lugares de más importancia para sus ciudadanos, e indudablemente el centro neurálgico de cualquier gran núcleo poblacional de entonces y punto de en­cuentro de la dignidad municipal. En esencia son un grupo de específicos edificios articulados de modo coherente en torno a una plaza pública. En tales edificios se llevaba a cabo diariamente la vida política (La Curia, que albergaba al Senado local), jurídico-comercial (La Basílica, auténtico corazón de la vida ciudadana era la sede de los tribunales, donde los magistrados atienden a los ciudadanos, la bolsa de contratación y negocios), religiosa (el Templo: donde es adorada la tríada capitolina, otros dioses del panteón o bien a los emperadores), admi­nistrativa (el tabularium o archivo local), y buena parte de la vida social de la comunidad, ya que ser­vía de lugar de charla y esparcimiento a través de la plaza central, los soportales con las tabernae o tiendas y las calles anejas. Era también el centro monumental, ya que en el Foro, como hemos dicho, se levantaban los edificios más emblemáticos de­bido al carácter de los mismos y la importancia de los asuntos que en ellos se desarrollaban, y también las estatuas a los que la ciudad debía su prosperi­dad. Serían tales los emperadores, miembros desta­cados de la comunidad debido a sus acciones benefactoras ya fuesen de carácter político o económico.

     De lo que actualmente conocemos del Foro de Iuliobriga es posible extrapolar que ocupaba un área aproximada de 960 m2, lo que supone una construcción realmente pequeña para lo que suelen ser estos amplios espacios públicos, por ejemplo, en el Sur peninsular, el Norte de la Meseta o el valle del Ebro. En su construcción se han utilizando como materia prima arenisca, travertino, caliza y ce­mento. Es posible identificar parte de la plaza, dos zonas porticadas y la base de un pequeño templo cuadrado que preside el conjunto. Las más recientes excavaciones han puesto al descubierto un edificio rectangular bajo la iglesia románica (quizás la Curia) y tabernae hacia el Norte.
 
    La ubicación del Foro se encuentra en una zona alta de la gran colina sobre la que se asienta buena parte de la ciudad, bien visible desde cualquier en­torno inmediato, aunque no lo suficientemente es­paciosa como sería menester para lo que solía este conjunto de monumentales edificaciones, debido a lo irregular del terreno. Por lo cual la solución téc­nica adoptada por lo arquitectos romanos fue la adaptación a la topografía del propio enclave, de tal manera que una parte hubo de edificarse de forma escalonada. El resultado técnico adaptado a los imperativos económicos que seguramente im­pedían también a la ciudad otras pretensiones, fue una pequeña área cerrada en torno a una plaza cen­tral, lo que por otra parte caracteriza a los foros his­panos de finales del siglo I d.C., en clara contrapo­sición con los de época Republicana (Dupré i Reventós, 1997: 157). Las más recientes intervenciones arqueológicas en este lugar parecen demos­trar que fue erigido en un lugar cuyas característi­cas se desconocen, pero que lo devoró un incendio hacia el año 60 d.C. (Iglesias et alii 2002). Es en torno al año 80 d.C. (Cepeda Ocampo, 2007: 150), o sea entre los reinados de los emperadores de la di­nastía Flavia Vespasiano (69-79 d.C.) y su hijo Tito (79-81 d.C.), cuando dichas investigaciones parecen haber demostrado la construcción del Foro cuyos hoy leves cimientos apenas nos dejan entrever sus principales características. Quizás a mediados del siglo siguiente es cuando parece que comenzaba a no tener las funciones primigenias para las que fue construido, siendo un siglo después cuando ya había sido abandonado. Precisamente, cuando tam­bién parece haberse desvanecido la vida en la anti­gua Iuliobriga, o por lo menos, en ese área del ya­cimiento.
 

El personaje y el porqué de su presencia

Fig. 5. Dedo de la escultura    Pero no nos debemos contentar con quedarnos solo en este punto. Sin duda las preguntas fundamenta­les que debemos plantearnos son el porqué y el quién de tan colosal monumento. Sobre todo, cuando nos hallamos en un área geográfica como es el Norte de la Península Ibérica donde son raros los hallazgos de estas características, no solo en metal sino también en piedra. Buscaríamos un hecho his­tórico reseñable para la ciudad de Iuliobriga entre finales del siglo I d.C. y el siglo II d.C., periodo muy aproximado de amortización del área foral. Y cree­mos haberlo encontrado, coincidiendo precisamente con el momento de su edificación. Cayo Plinio (23 - 79 d.C.) -Plinio el Viejo- en su magna obra His­toria Natural (Naturalis Historia), auténtica enciclo­pedia en torno al saber de la época y fuente de co­nocimiento hasta el siglo XVIII, se puede leer una frase que desde hace décadas trae de cabeza a los investigadores: "Universae Hispaniae Vespasianus imperator Augustus iactatum procellis rei publicae latium tribuit" (III, 30, 30). 0 lo que es lo mismo, que el emperador Vespasiano (seguramente me­diante un senadoconsulto) concedió el Derecho La­tino (ius Latii) a toda Hispania (Universae Hispa­niae). La fecha de esta concesión es otro de los puntos a debate según los autores, y mientras unos la establecen el año 70 d.C., justamente al año si­guiente de llegar Vespasiano a conseguir la púrpura imperial, para otros es el 74 d.C. ya que en este año se realizó un censo poblacional; para otros el 75 d.C., etc. Con la muerte del emperador Nerón (54-68 d.C.) no solamente finalizaba la dinastía Julio-Claudia, sino que el Imperio se encontraba una situación económica lamentable y en la más completa deriva política, lo que dio como resultado la primera guerra civil de la época imperial durante los años 68- 69 d.C., sucediéndose en el trono Galba (Goberna­dor de la Tarraconense), el noble Otón, Vitelio (Go­bernador de la Germania Inferior) y Vespasiano (Comandante del ejército de Siria), quien saldría vencedor e iniciaría la dinastía Flavia (69-96 d.C.). A su muerte continuarían la política por él estable­cida sus hijos Tito (79-81 d.C.) y Domiciano (81-96 d.C.). Ante esta situación Vespasiano adopto una serie de medidas tendentes a estabilizar el Imperio desde el punto de vista político y económico, y de esta manera retomar las riendas del Imperio y rea­firmar la figura del emperador muy deteriorada tras los últimos acontecimientos. Lo que a la postre re­sultó tan eficaz que entre su reinado y el de Marco Aurelio (169-180 d.C.) Roma conoció el periodo más álgido de su historia, al que se ha llegado a de­nominar como de "apogeo del Imperio", y que jamás volvió a repetirse.
 
Fig. 6. Dentro del circulo, lugar de la aparición del dedo de la escultura metálica en el área de la iglesia de Sta. María (sg. Hernández Morales)    No se sabe por qué Hispania resultaba de vital importancia en su política, pero de hecho así lo fue como para conceder a todos sus ciudadanos pere­grinos3 (la mayor parte de la población y por su­puesto toda la indígena), el Derecho Romano. Qui­zás, porque resultaba una tierra cercana a la península latina donde abundaban los recursos na­turales, y que le había sido hostil durante la con­tienda civil pasada. La concesión resultó de suma importancia para esta tierra ya que todos los ciuda­danos libres pero no romanos (peregrinij con el único derecho adquirido como era su propia liber­tad, mediante un procedimiento jurídico se conver­tían en ciudadanos Latinos (ciues Latini) y de este modo adquirir derechos (adscritos al derecho La­tino) siendo uno de los principales el poder presen­tarse a la carrera política y en caso de ser elegido adquirir para él y toda su descendencia la Ciudadanía Romana, con todas las ventajas que ello supo­nía4. Automáticamente cada núcleo poblacional pa­saba a contar con el estatuto jurídico de Municipio (Municipium) lo que les garantizaba independencia (mayor incluso de las colonias), y su autogobierno mediante elecciones libres de sus dirigentes. Hasta entonces la mayor parte de las ciudades hispanas tenían un carácter estipendiario o de simples tributadoras de impuestos a Roma; este era el caso de Iuliobriga. A la ley por la cual se establecen estas li­bertades se la conoce comúnmente como "Ley Flavia Municipal".
 
Fig. 7. Aspecto que presenta la estructura del metal a 400 aumentos (sg. Setién y Polanco).    Pero a quien verdaderamente beneficiaba esta situación en un principio era a las élites indígenas económicamente más pudientes, pues de esta ma­nera se les abría la posibilidad de acceder a la po­lítica a través del gobierno civil. Al poseer una determinada edad y fortuna podían presentarse a las elecciones a cargos públicos, tanto a Decurión (quienes constituían el Senado u Ordo), o a cual­quier de las categorías de la Magistratura (Duunviros, Ediles, Cuestores, Cuatorviros), como también a Jueces o bien a Sacerdotes (flamines). Mediante el sistema electoral (al que podía concurrir toda la po­blación de carácter libre -ingenuii-) si lograban ser elegidos automáticamente conseguían la ciudadanía romana [cives romani)5 "per honorem", a partir de la cual, se les abría un inmenso mundo de posibili­dades en cuanto a su promoción personal. Y con ésta el incremento de su patrimonio y demás rela­ciones personales, lo que podría suponer ir ascen­diendo en la escala de la magistratura civil, hasta la conventual, provincial, del propio Imperio en Roma o bien la carrera militar desde puestos de mando. Por lo tanto para la época eran las más altas aspi­raciones de todo habitante libre del Imperio; inac­cesibles para muchos, pero abiertas a todos.
 
    No cabe duda que buena parte de las fortunas personales de todos estos personajes públicos debe­rían diezmarse en este intento, ya que el acceso a cualquier cargo suponía en primer lugar un gene­roso desembolso (numera) para las arcas de la ciu­dad amén de otros donativos (evergetismo), que si bien no conllevaban obligatoriedad, resultaban im­prescindibles para ensalzar su figura a nivel popu­lar; sino otras cantidades por compromisos electo­rales, adhesiones, etc. En definitiva, lo que en el fondo era una inversión que seguramente debería reportar a la postre una alta rentabilidad. Otro de los aspectos importantes es la reorganización terri­torial de cada ciudad, sus límites respecto al resto de comunidades vecinas y con las que en muchos as­pectos entrarían en duras competencias, la red de comunicaciones (calzadas), recursos naturales, la centuriación del territorio, etc. (Andreu Pintado, 2004b: 202; 2004c: 45).
 
Fig. 8. Espectro de las energías presentes en la masa metálica (sg. Setién y Polanco).    Lo que Vespasiano buscaba fundamentalmente era la dinamización de las urbes así como la recuperación de la economía (Andreu Pintado, 2003; 2004a). Ganaba la lealtad y la adhesión de las co­munidades más diversas y sus ciudadanos, a través del aún mayor agradecimiento y adhesión de sus dirigentes refortaleciendo la figura dadivosa, om­nipotente, benevolente, etc. del princeps. Ponía di­nero en movimiento, y no precisamente de las arcas imperiales, engrandeciendo las ciudades y sus eco­nomías mediante ingresos por impuestos directos e indirectos a la ciudadanía estable y flotante, entre otros recursos. También lograba el control político de las colectividades provinciales al verse éstas re­gidas por su normativa legal, el de la población (populus) mediante élites devotas, y la máxima asimi­lación e integración ideológica de su cultura haciendo sentir a cada ciudadano ser uno más en la construcción y el sostenimiento del Imperio.
    Fruto de esta situación beneficiosa para ciertas familias y ejemplo de lo que venimos hablando, y más concretamente para con la ciudad de Iuliobriga, son dos textos grabados en piedra hallados en Tarragona habiendo sido fechados entre finales del siglo I d.C. y el siglo II d.C., citan a Quinto Porcio Vetistino y a Caio Annio Flavo, ambos iuliobrigenses de nacimiento (Alföldy, 1973: 85, n°57; 1975: 166, n° 302 y 181, n°330). El primero fue mi­litar en un primer momento (Prefecto de la Cohorte Latoricorum) y más tarde flamen (sacerdote), mien­tras que al segundo le fue levantada una lápida re­cordando su dedicación en defensa de los intereses públicos. Para llegar a tales categorías en la milicia, religión y administración pública, aparte de un buen cursus hororum deberían ser ciudadanos ro­manos, cuya categoría la deberían de haber adquirido de sus antepasados también ciudadanos de Iu­liobriga. Muy posiblemente familias acomodadas con recursos y poder. Si a esto, unido a lo ya expli­cado con anterioridad, además unimos el que Ves­pasiano incluyó en la tribu Quirina a todos hispanos latinizados, tendremos como resultado que Iulio­briga por lo tanto consiguió junto al resto de co­munidades hispanas el estatuto jurídico de Munici­pio, cuya denominación probablemente sería Municipium Flavium Iuliobrigensium.
 

El Foro y su templo como enclaves privilegiados
 

Fig. 9. Busto de Vespasiano (Ostia, Roma). Museo Nacional de las Termas.    Según los datos analizados y los argumentos esgri­midos, creemos poder creíblemente argumentar que el personaje representado en la estatua que se erigía en la ciudad de Iuliobriga se trataba de un empera­dor de la dinastía flavia más que, tal vez, un noble local. A través de un setausconsultum el ordo iuliobrigense habría reunido una cantidad económica suficiente como para encargar tan monumental obra. Peculio, que habría salido tanto de arcas pú­blicas como de alguno o la totalidad de los funcio­narios municipales de más alto rango y poder. Muy posiblemente en un alarde evergético (tal vez prometido en campaña electoral previa), y que era con­suetudinario a los cargos que regentaban. Demos­trando públicamente -quizás una vez más- lo dadi­voso de sus personalidades. Esto nos lleva a pensar que el hecho de acometer la erección de una em­presa comunitaria tan costosa en todos los sentidos, sería más lógico que estuviese encaminada al agra­decimiento social y público a quien ha beneficiado sobremanera a los ciudadanos y a un territorio tan extenso como era Hispania; sobre todo a sus élites. Sin rastro por el momento de otro tipo de escultura en el yacimiento arqueológico, siquiera de mármol, después de tantas campañas a lo largo también de tantos años de investigaciones, nos aboca al firme convencimiento de tales observaciones, y no al contrario, que se tratase de otra representación hu­mana como pudiera quizás ser otro personaje pú­blico y benefactor. Aunque de hecho este tipo de estatuas se erigieron (recordemos a C. Annio Flavo el iuliobrigense de Tarraco -Tarragona-), si bien es cierto que en urbes de mucho más alto nivel econó­mico del Este y Sur peninsulares.
 
Fig. 10. Busto de Domiciano. Museo del Palacio de los Conservadores (Roma).    Lo que es imposible saber, a no ser que otros datos aún enterrados lo desmientan en un futuro, es, según los argumentos esgrimidos, cuál de los tres emperadores que formaron la dinastía Flavia era el que pudo haber sido el personaje represen­tado: Vespasiano el fundador de la dinastía y pro­motor del Derecho Latino a los ciudadanos de His­pania, o cualquiera de sus dos continuadores en la dirección del Imperio y en su política integradora, sus hijos Tito o Domiciano (Figuras 9 a 11). Aunque tal vez lo que la razón nos dictase como es el que fuese el gran Vespasiano dado lo sin igual de su de­cisión y las extraordinarias repercusiones económico-sociales que supuso, no es un argumento lo suficientemente sólido como para acertar en nuestra adscripción. A sus sucesores lógicamente también les fueron erigidas efigies, pese al olvido oficial (damnatio memoríae) al que fue sometido Domiciano dado lo irregular conducta.
 
    El lugar del encargo lo desconocemos. Quizás se tratasen de fundidores itinerantes, aunque en la Pe­nínsula Ibérica hasta el momento no ha sido ha­llado el más mínimo resto de una oficina de estas características. Quizás, la estatua fue modelada y fundida en talleres metalúrgicos de la Galia en cuyo territorio sí que han sido excavados más de uno de estos lugares. Tal y como postulamos hace años el comercio entre ambas regiones establecía intercam­bios de los productos allí manufacturados (figurillas de metal fundidas), por materias primas (metal entre otros) del actual Norte de España (Fernández Ibáñez, 2003a; 2006). La vía marítima era lógicamente el medio de transporte utilizado para las mercancías pesadas o frágiles entre estas vecinas regiones del imperio, e imprescindible para el traslado de esta­tuas a largas distancias ya fuesen de piedra o metal (Aranegui Gaseó, 1994).
 
Fig. 11. Escultura togada de Tito. Museos Vaticanos (Roma).    El lugar del hallazgo de los restos en las actuales ruinas -el Foro- es muy significativo. Verdadera­mente para cualquier ciudad romana supone el en­clave idóneo donde como vimos se desarrolla la parte monumental, los edificios y la decoración es­cultórica. Allí precisamente creímos en un primer momento que debió de erigirse nuestra estatua, sobre un podio en medio de la plaza para su admi­ración pública. No obstante hoy no estamos tan se­guros, y nuestra propuesta es otra que creemos más sólida y veraz. Ésta se basa en la reorganización e impulso que Vespasiano dio al culto imperial, la creencia en la ascendencia divina de los emperado­res y que tan buenos resultados dio a Augusto.
 
    Como en tantas otras cuestiones había replicado Vespasiano al Padre del Imperio, ésta fue una más. Pretendía con ello un sólido contrafuerte y remate final a lo que supondría la figura del Emperador en toda esta nueva era de reformas como hacedor, ga­rante, protector y autoridad en todos los aspectos. Sobre cuya seguridad y poder no hubiese sombra de duda e hiciese olvidar tiempos pasados y ente­rrando viejos odios (Andreu Pintado, 2003: 30 y ss.; Étienne, 1974: 477-459). Vespasiano demostró una vez más su habilidad en la forma de granjearse en su beneficio tanto a las oligarquías influyentes como al resto de las comunidades peregrinas.
 
     Por lo tanto, y al haber sido hallados los frag­mentos estatuarios cerca del pequeño edificio cua­drado identificado como templo, que presidía desde aquel extremo el conjunto monumental, sería plau­sible hipotetizar que el culto al emperador sería uno (si no el principal) que hubiese sido venerado en aquel sagrado lugar de Iuliobriga. Junto a otros dio­ses del panteón romano como bien pudo ser Júpiter, a cuya memoria estaba dedicada el ara hallada no lejos tampoco de aquel lugar (Sondeo 14)) (Iglesias Gil, 1986) (Figura 12). La llamada "Tríada Capitolina" compuesta por Júpiter-Juno-Minerva suponía el principal grupo y a quienes estaban consagrados buen número de templos, figurando además entre las principales veneraciones. Figurar en un lugar de tales características junto al padre de los dioses y lo que ello suponía, es una posibilidad que debería ser bien ponderada en futuros estudios.
 
Fig. 12. Iuliobriga. Lugar del hallazgo dentro de los restos del Foro (sg. Iglesias et alii), de la estatua de bronce (dedo y fragmentos de toga) y el ara dedicada a Júpiter (sg. Iglesias). Se puede apreciar la cercanía de los objetos al templo, lugar donde se propone que se alojaban ambos.

Bibliografía
 
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NOTAS
 
1 Museo Arqueológico de Palencia e Instituto "Sautuola"de Prehistoria y Arqueología(Santander). 
2 Hemos de hacer una salve­dad a la vez de una adver­tencia, y es que estos frag­mentos en un momento indeterminado fueron defec­tuosamente clasificados, apareciendo hoy con la sigla "1-52" (Iuliobriga - 1952), que hace directa y equivoca referencia a una de las cam­pañas de excavación que entre 1952 a 1956 se lleva­ron a cabo bajo la dirección de A. García y Bellido (1953; 1956). El tema es tan de vital importancia que pudo dar al traste con buena parte de la investigación, ya que el Prf. Bellido no excavó en la zona de la iglesia ro­mánica. Y más aún, con las apreciaciones históricas que de todo esto pudieron ex­traerse. 
3Extranjero. Ciudadano libre de las provincias desposeído de todo tipo de derecho a no ser el de su propia libertad. 
4 Derechos Públicos:
tus suffragii, derecho a votar las leyes y en la elección de magistrados en los comicios.
tus honorum, derecho a ser elegidos para desempeñar funciones públicas y religio­sas.
tus provoeationis, derecho de apelación al pueblo con­tra la sentencia capital de los magistrados injustos.
   Derechos Privados:
tus eomereii, capacidad jurí­dica de adquirir, conservar y transmitir la propiedad.
tus connubii, capacidad de contraer matrimonio de de­recho civil (iustae nuptiae).
Dominium, o
propiedad ab­soluta y exclusiva sobre sus tierras y bienes.
 
5 Caracalla (211 - 217 d.C.) a través del denominado Edicto de Caracalla o Constitutio Antoniniana concedió la ciu­dadanía romana a todos los habitantes libres del imperio en el año 212 d.C. Las únicas personas que jamás consi­guieron la ciudadanía fueron los esclavos y los bárbaros.