Haciendo uso de una expresión actual, podríamos decir que los Carnavales han sido siempre muy controvertidos. Es evidente su origen pagano, pues entre otros precedentes, todos similares, se le asigna el de las
Saturnales romanas. Su introducción en las costumbres de los pueblos europeos es bien patente y las religiones, digamos el cristianismo, trataron de hacer desaparecer, o al menos desfigurar, el carácter lascivo de sus prácticas, lo que dio lugar a la curiosa y aparente incoherencia de hacer coincidir, en alguna forma, sus calendarios. La etimología de la palabra
carnaval nos lleva a la expresión "quitar la carne", que es como si se tratara de una despedida a los goces de la carne por la llegada de la Cuaresma, siguiendo un criterio católico; pero es evidente que el Carnaval significa, de algún modo, admitiendo las acepciones que se le han atribuido tradicionalmente: "fiesta de la locura y jarana", "fiestas de libre albedrío" y, también, "del desahogo sensual".
Su carácter transitorio, pero repetido anualmente, da la impresión de que es una fórmula utilizada para descargarse temporalmente de presiones o para, así como jugando, hacer alardes de libertinaje. En lo que respecta a los pueblos católicos, el hecho de la inclusión de estas costumbres paganas en sus modos de vida, aparte de la presión popular que haya existido, podría calificarse de prudente, por su fácil adaptación , mediante el procedimiento de asignar fechas periódicas para sus celebraciones, haciendo uso del calendario lunar, en cierto modo base del gregoriano, que sitúa el comienzo del carnaval al uso en la comunidad católica coincidiendo con el domingo de "septuagésima", así como su final se sitúa el miércoles de "ceniza son, pues, tres días: el llamado "domingo gordo", el lunes y el martes de carnaval, que componen el
Antruido o Antruejo y son, utilizando otra expresión, los integrados en las
Carnestolendas. En España se considera como final de los Carnavales el domingo de
Piñata, siguiente al mencionado de septuagésima, es decir, el de sexagésima, ya entrada la Cuaresma, que da comienzo el Miércoles de Ceniza.
En algunos puntos de España se considera la tradición de celebrar con este carácter, digamos carnavalesco, la entrada del año y de la primavera, vestigios que se atribuyen tanto a las Saturnales, como a las Bacanales (de Baco), también de Roma o las de Dionisios (en Grecia). Todos ellos tienen una característica común, que es la mascarada, lo que supone una reminiscencia religiosa, muy al uso siempre, que es el culto a los muertos. Esto lleva al extremo de que se considere tiempo de carnaval desde la Epifanía hasta el Miércoles de Ceniza, según puede comprobarse en algunos textos. González Echegaray en su "Manual de Etnografía" dice:
Dentro del calendario lunar, y en estricta relación con el ciclo litúrgico cristiano, hay que destacar las fiestas de Antruido o carnavales populares, que, prácticamente se han perdido ya en el medio rural. Trata de la
Bijanera o Viejanera,"según deformación lingüística moderna, de carácter popular", y confirma que sigue celebrándose en el valle de Iguña, en los primeros días del año. Según su descripción, se trata de una mascarada donde aparecen los
zamarracos o campaneros, personajes cubiertos de pieles que llevan colgados del cuerpo campanos del ganado y los hacen sonar "con ritmo trepidante". En Campoo, los
zamarracos, son llamados
zamarrones y protagonizaban una fiesta, de origen pastoril, que se venia celebrando en Antruido, concretamente el martes de carnaval. Según Calderón Escalada: "(...) los chavales de cada pueblo piden al vaquero los mejores y más grandes campanos que tenga; se los ponen en bandolera y, haciendo el mayor estrépito de que son capaces recorren los pueblos más cercanos para caer, sobre las dos de la tarde en las inmediaciones del puente de Riaño. Allí, cesa el estrépito de los campanos y empiezan los
aluches, juego de habilidad y fuerza que tiene mucho parecido con la lucha greco-romana, y tiene también sus buenos cultivadores en las montañas de León". El Diccionario de la Real Academia describe los aluches como "Pelea entre dos, en que agarrándose uno a otro con ambas manos de sus sendos cinturones de cuero, procura cada cual dar con el contrario en tierra, conforme a determinadas reglas; es diversión popular". El propio Diccionario atribuye esta diversión a León y Cantabria; dentro de nuestra región se celebran también en Carmona. Hasta hace pocos años, seguía utilizándose el prado de
La Pará, dentro de la zona de Riaño, para la celebración de este pasatiempo, amenizándose después con una romería, único residuo que se conservó unos cuantos años, ya sin protagonismo de zamarrones ni práctica de aluches, lo que hace decir a José Calderón: "Hoy el antruido ha quedado reducido a una de tantas romerías, en las que la juventud sólo piensa en divertirse bailando". Dice García Lomas que la etimología de
zamarraco tiene todos los visos de ser prerrománica y el mismo origen atribuye a la palabra
zorromoco con un ligero matiz que le distingue cuando dice que fue adoptado al hacerle formar parte de la farándula carnavalesca. En lenguaje popular es el individuo que "abre el corro" o "hace el campo" para que puedan bailar los danzantes, como podía observarse en manifestaciones populares de este tipo, aunque su significado inicial fuera el de máscara o fantasma.
Con motivo de la exposición "Fiesta de Invierno y tiempos de Carnaval", celebrada en Santander, la entidad organizadora publicó en 1989 un libreto, con este mismo título, que recoge diversos aspectos de la Vijanera, "fiesta ritual que se celebraba el día de Año Nuevo en algunos valles de Cantabria", según se hace constar en la presentación. Recoge la opinión de García Lomas sobre su etimología "viejo anero" derivada de Año Viejo, y también "Bí-janero", es decir, "dos janos o dos caras", que quiere ser algo así como tránsito del Año Viejo al Año Nuevo. Se comenta en el libro la composición de amplio ritual, que se venía celebrando en Iguña, Toranzo y Anievas, con precedentes en Campoo. Se trata de un abigarrado cortejo en el que aparecían los zorromocos junto a personajes reconocibles en todos los valles de Cantabria: la dama y el galán, la pepa, la bruja, la lumia, los trapajeros, los señoritos así como el hombre y el oso. De inclusión tardía, y como continuación a lo que venía siendo la costumbre tradicional, aparecen también el indiano, el jándalo, los pasiegos y los gitanos. Durante el desfile, que se celebraba en varios pueblos de nuestra Merindad, los
zamarrones producían un ruido ensordecedor con los campanos, pues portaban seis, ocho o diez cada uno; pero de lo que se trataba finalmente era de recaudar monedas o alimentos, pues todo concluía en una comida entre los componentes del cortejo. Este era el programa de los mozos que, en Los Carabeos, recorrian los tres barrios, después de concentrarse en el de Arroyal. Hasta veinte zamarrones componían el desfile que describe Agustín Rodríguez en su libro de "Los Carabeos". Se tocaban con una montera, llevaban también calzones blancos adornados con puntillas, además de una esclavina y portaban vergajos de cuero trenzado, pértigas y colleras con campanos. Las comparsas estaban formadas por mozos, aunque, en ocasiones, las mozas figuraban también en el cortejo.
En la comarca de La Lora, las mascaradas a las que accedían mozos vestidos de mujer y mozas con atuendos masculinos, los zamarrones representaban farsas y pedían por las casas para hacer finalmente una merienda. La farsa en Lastrilla solía ser un juicio a San Damián, del que se decía que era molinero. Este tipo de farsas "no era bien recibido en algunos medios". En diversos lugares de los valles campurrianos se simulaban juicios contra el personaje de turno, bien fuera la
bruja, la
pepa o la
lumia, cuyo muñeco colgaban de un árbol para ser quemado, según decisión inapelable del tribunal popular. También en los pueblos de la zona alta de Valderredible, salían los mozos a recorrer las callejas por Carnaval, cantando y bebiendo, aunque últimamente no llevaban disfraces ni caretas. Así ocurría en otros lugares de la Merindad, cuando dejaron de salir los zamarrones, con aquella vestimenta tradicional en la que se prodigaban las monteras y las pieles de cabra. Durante los últimos años, anteriores a su extinción, el cortejo era igual en apariencia e intenciones al de los marceros, costumbre, la de las marzas que algunos autores consideran como secuela de este movimiento popular, tanto por la ausencia de disfraces como por la finalidad, puesto que todo concluía con una buena cena en la que colaboraban todos los vecinos del pueblo. En principio, respondía a las peticiones expresas de aquellas primeras cuadrillas:
Somos zamarrones y pedimos
los perdones.
Como cuando se les decía:
Zamarro, zamarrón
con pelos de lichón,
de collera y campanón
y zurriago lagartón
O también, en chusca confusión de motivos y personajes:
Antruido, botijudo,
como calabaza, crudo,
Antruido soletón,
burdiera, escobón,
arremanga la pernera,
que te daremos candela
De letras como ésta queda recuerdo en Campoo de Arriba, donde se ha conservado por más tiempo la costumbre de los zamarrones, con sus caretas, sus cantos y el estrépito de los campanos, además de los ya mencionados aluches. Muy distintas características tenía el Carnaval de Reinosa. Las noticias de que disponemos por la prensa local de hace más de cien años da la impresión de ser un programa tradicional y muy arraigado, como era el desfile de las murgas con mascaradas, disfraces y exhibiciones en la Plaza Vieja. En 1886, en EL EBRO se destaca una comparsa de muchachos que recorrió las calles de la población en un "landó entre sus ocupantes, destacaba un charlatán que lanzaba una perorata recomendando específicos. Pero, además del carnaval callejero, por aquellos años se celebraban bailes de máscaras en varios salones con acceso a gentes de toda clase y condición, pero sabiendo cada grupo cuál era el suyo. El comentario del cronista que describe el ambiente del baile en la sala del Teatro dice que "parecía un cuento de las mil y una noches". Una estudiantina amenizaba las calles de la villa, interpretando pasodobles y animando al público para que se sumara al jolgorio:
Desde el día de mañana
fecha siete del corriente,
debe reinar la jarana
sobre todos los vivientes.
Se suceden malos inviernos, que tienen nociva influencia en las fiestas, así, en 1887, el tiempo impidió que salieran las máscaras durante los primeros días, pero el martes estaba la plaza ''mas concurrida que nunca''. En el Café Madrid, por la noche, hubo "una gran sopa de ajo". En 1888, ni sopa, ni animación en la plaza; la histórica nevada impidió toda manifestación callejera, incluso las celebraciones bajo techado. Sánchez Díaz, en su articulo "El Payaso" hace comentarios de los bailes de carnaval que tenían lugar en el Casino y de los que llamaban "de artesanos", así como de los de la Plaza Vieja, que considera "prosaicos pero lo que le tenía obsesionado era una máscara, la máscara del payaso que desapareció entre los árboles del cementerio, tras haberle seguido:"nunca supimos quién había sido aquel payaso; se trataba de un enmascarado a quien no había reconocido nadie".
Siempre a mí el carnaval, fiesta encantada,
en misterio y amor me conmovía
¡Yo hasta en algunas máscaras creía
que estaba allí la muerte disfrazada!...
¡Ya en este carnaval ella no era
y por nadie en la Plaza se la espera!
¿Quién es aquella máscara elegante,
leve, fugaz y muda, que seguimos
siempre diciendo adiós, su blanco guante?
-¿Quién es? - ¿Quién es?- Ninguno lo supimos.
Evoca también las concentraciones en la plaza, donde se rompían a palos piñatas de barro "llenas de dulces, de regalos o de agua". En el semanario CAMPOO de 1895, se comentaba que no existían indicios de la desaparición del Carnaval, "no hay quien deje de sacar partido en estos días de excesiva libertad individual" y ponía como ejemplo el de un individuo "que se encuentra en el colmo de la felicidad recorriendo la población con un cinturón compuesto por una docena de campanas, cuyo peso no bajará de dos arrobas". Y es que , en general, con buen tiempo se disfrutaba al aire libre con las murgas, charangas, las máscaras y los disfraces; los más socorridos eran los tradicionales de todos los carnavales: payasos, arlequines y domínós, que después llenaban las salas de baile. La novedad del Casino, en este año de 1895 fue que estrenaban el Domingo de Piñata una piña con lámparas eléctricas que se encendían al tiempo que la piña se abría. En el salón del Teatro hubo un concurso de disfraces y el premio consistió en un tarro de cristal "lleno de caramelos de los Alpes". Las máscaras daban lugar a desahogos literarios como éste de Agustín Alba, asiduo colaborador de CAMPOO, que dedica a un caballero de antifaz de ademanes impertinentes:
¿Y qué importa que el rostro nos ocultes?
¿No comprendes, insigne majadero,
que no hay quien desconozca por el canto
al ruiseñor, y en el gruñir al cerdo?
O este otro desahogo de un bailarín decepcionado:
Que haya sorpresas entre vez y cuando
y que se crea hermosa y asequible
la máscara con que uno va gozando
y resulte, después, ¡que va bailando
con una vieja horrible!
El ambiente del carnaval reinosano se va adaptando a los modos que llegan de otras poblaciones y a las novedades que van surgiendo en la villa. Así, la Sociedad de Recreo "La Unión" fundada en 1903 y otras entidades artísticas y recreativas como la Banda Municipal de Música y la Sociedad Artística Reinosana procuran proporcionar al carnaval reinosano mayores atractivos con espectáculos y concursos. El jolgorio callejero ofrece riesgos mayores a medida que la población va creciendo, de esta forma se explica que en 1919 se hagan públicas, por la autoridad competente, ciertas recomendaciones, invocando al vecindario para "que dé pruebas de su constancia en el progreso y la cultura", pidiendo que "quienes se disfracen no molesten a nadie, ni se burlen de la religión ni de las autoridades; que los bailes se terminen a las dos de la madrugada; que aquellos que usen caretas sean conocidos por los dueños o empleados de los locales". Aún recuerdo aquellos carnavales que conocí en mi niñez con las actuaciones callejeras de la murga de "El Trueno", con instrumentos preparados al efecto, entre los que predominaban los de percusión y no se me ha olvidado la letrilla que cantaban como presentación:
Este coro de extranjeros
venimos de Nueva York
recorriendo el mundo entero
al mando del director
A esta murga se unían otras comparsas y máscaras, como reminiscencia de los antiguos carnavales, como el número tan celebrado por la chiquillería , del domador y el oso, interpretado por dos célebres reinosanos a quienes conocía toda la ciudad y que hacían exhibiciones de espontánea gracia, aunque les faltara agilidad en los movimientos, pues estaban sobrados de edad, aunque no de buen humor. Otro número carnavalesco, que se celebraba en Reinosa, de tradición en muchos lugares, el miércoles de ceniza, era el "Entierro de la sardina", parece ser que como anuncio o protesta por los ayunos de la Cuaresma. También hemos llegado a conocer, algunos reinosanos de hoy el ambiente de los bailes de Carnaval que tenían lugar en el Teatro Principal, haciendo uso del sistema de gatos mecánicos que nivelaban el suelo, trasformando el patio de butacas en pista de baile. Se ponía especial interés en la decoración del escenario que corría siempre a cargo de algún artista de la localidad. Cuando yo lo conocí, la autoría corrió a cargo del Sr. Viana Santiago y el telón de fondo representaba un dragón con una larga lengua que se mantenía en sentido horizontal, debido a un dispositivo que lanzaba aire constantemente. En este escenario se presentaban las más varias atracciones, como el desfile de participantes en el concurso de disfraces y actuaciones esporádicas de arte y humor, además de ser el lugar destinado a la orquesta y bandas de música. Cuenta Altuna en su libro "Del Reinosa y Campoo de Ayer" que en el año 1936 se celebró un gran baile de carnaval organizado por "La Unión", que figuró en el programa como "Gran Baile Azul", haciendo un llamamiento a las señoritas para que asistieran ataviadas con trajes de este color, para que hiciera juego con la decoración del escenario.
Los Carnavales de hoy apenas si conservan recuerdos del pasado más antiguo, especialmente en sus versiones originales y, menos aún, en poblados reducidos, salvo alguna esporádica muestra, fruto de la añoranza de algunos vecinos que lo vivieron. En Reinosa, se ha vuelto a los bailes con los tradicionales concursos, alguna máscara y otras particularidades con que se trata de recordarlos, así como los desfiles infantiles con los más variados disfraces, siguiendo la línea tradicional, largamente interrumpida y que trata de volver por sus fueros.
BIBLIOGRAFÍA
EL EBRO - CAMPOO - Semanarios reinosanos.
ALCALDE CRESPO, Gonzalo, "Valderredible" - 'La Braña" - 'La Lora".
RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Agustín, 'Los Carabeos".
CALDERÓN ESCALADA, José, "Campoo".
ALTUNA, Francisco, 'Del Reinosa y Campoo de Ayer".
GONZÁLEZ ECHEGARAY, Joaquín-, 'Manual de Etnografía Cántabra".
GARCÍA LOMAS, Adriano, 'Mitología y Supersticiones de Cantabria".
SÁNCHEZ DÍAZ, Ramón, 'Antología literaria". 1959.
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