INTRODUCCIÓN
La unidad administrativa del municipio de Valdeprado del Río, con su actual ámbito territorial y jurisdiccional, es una institución que cuenta sólo con poco más de 135 años de existencia. Nació en 1868 como resultado de la fusión de dos ayuntamientos anteriores e independientes el uno del otro: el de Los Carabeos y el de Valdeprado. Ambos habían sustituido, a su vez, en el primer tercio del siglo XIX, a sendas instituciones administrativas vigentes a lo largo del Antiguo Régimen: la Hermandad de Los Carabeos y la Hermandad de Valdeprado. Tras la unión de ambos antiguos ayuntamientos constitucionales en el actual de Valdeprado del Río, su capitalidad radicó en el lugar de Valdeprado hasta 1873, año en que, por medidas de seguridad y mayor equidistancia de los pueblos, la casa consistorial se trasladó al barrio de Arroyal, en Los Carabeos, donde perdura en la actualidad.
Ubicado en la zona meridional de la provincia de Cantabria, dentro del partido judicial de Reinosa, cuenta con un territorio de 89,7 kilómetros cuadrados, que abarca, en la actualidad, los siguientes núcleos de población: Aldea de Ebro, Arcera, Aroco, Arroyal (capital), barrio de Santiago (deshabitado), Barruelo, Bustidoño, Candenosa (deshabitado), Hormiguera, Laguillos, Malataja, Mediadoro, Montesclaros, Reocín de los Molinos, San Andrés, San Vítores, Sotillo y Valdeprado del Río. El término municipal es recorrido, de norte a sur, por el río Ebro, al que vierten varios arroyos de escaso caudal y acusado régimen estacional, y el río Polla, que entrega sus aguas al Ebro al llegar a Bárcena de Ebro, ya en Valderredible. Limita con los siguientes municipios: al norte, con la Hermandad de Campoo de Enmedio y Las Rozas de Valdearroyo; al sur, con Valderredible, que junto con el burgalés de Alfoz de Santa Gadea, le rodean por el este; al oeste, con Valdeolea y Aguilar de Campoo (Palencia).
PRIMEROS VESTIGIOS HISTÓRICOS
La historia de este territorio, independientemente de las estructuras administrativas a que fue sometido a lo largo del tiempo abarca milenios. Sin embargo, el origen y evolución de sus primeros asentamientos humanos es hoy una cuestión sin respuesta. A diferencia de otras zonas próximas (Camesa-Rebolledo Monte Bernorio, Celada Marlantes), en las que excavaciones más o menos sistemáticas han sacado a luz numerosos vestigios de castros y manifestaciones culturales de sus pobladores en épocas anteriores a la presencia romana, coetáneas a ésta o de época medieval, ningún paraje de nuestro municipio, si exceptuamos Montesclaros, ha sido objeto de prospecciones arqueo lógicas similares. Hasta el momento actual apenas contamos con huellas anteriores a la romanización. Quizá la más significativa sea la "estela-laberinto" de Arcera, recuperada de las ruinas de la ermita de San Pantaleón en 1985 y conservada en el Museo de Arqueología y Prehistoria de Santander. Decorada con un símbolo laberíntico, de claro significado mágico-religioso, los expertos la sitúan dentro de las manifestaciones culturales propias de la Edad de Bronce (1.500-800 a. C). Muchos siglos más tarde, en el transcurso del VIII al X de nuestra Era, su decoración primitiva fue "cristianizada" sobregrabando una "cruz" en los trazos centrales del laberinto original.
Durante más de mil años, hasta el final de la Edad Hierro, coincidente ya con la romanización, la población de toda la zona meridional de la cordillera Cantábrica debió ser muy escasa y dispersa en asentamientos altos y dotados de recintos amurallados, los conocidos castros, tal como se comprueba en las excavaciones de Celada Marlantes. Se trataría de tribus integradas por cazadores y pastores, habituados a migraciones estacionales y que, más tarde, a lo largo de los siglos Mil al II antes de Cristo sufrieron la "aculturización" de otros pueblos de procedencia indoeuropea, previamente establecidos en la Meseta (los celtas) y el influjo cultural ibérico, de origen mediterráneo. Esta mezcla de razas dará origen al sustrato étnico de las tribus a las que, más tarde, los historiadores romanos llamarán "cántabros". Si, como propone la reciente interpretación historio-gráfica, el auténtico pueblo cántabro era el representado por las tribus asentadas a caballo de la cordillera Cantábrica y estribaciones meridionales de ésta, cara ya a la Meseta, los pobladores del actual ámbito espacial de Valdeprado del Río ocupaban, en víspera de la conquista romana, la comarca medular de la Cantabria histórica.
En estos momentos el territorio de los pueblos actualmente integrados en Valdeprado del Río dependía de Julióbriga (Retortillo), única ciudad digna de tal nombre, según Plinio, existente en el territorio de los cántabros. Durante la última fase de la guerra de conquista por Roma (29 a 19 a. C.), destacó la misión de la "Legio IV Macedónica", asentada en Herrera de Pisuerga, pero con destacamentos militares que controlaron toda la comarca meridional de los montes cantábricos. Será precisamente, a lo largo de la línea divisoria entre los prados y sierras de pastos reservados a la caballería y ganados de esta legión romana y el "áger" o territorio de Julióbriga, donde surjan, siglos más tarde, varios de los núcleos de población del actual municipio de Valdeprado. En efecto, aparte de otros hitos terminales aparecidos en Valdeolea, se han localizado sendos "términos augustales" en las localidades de Hormiguera y San Vítores. El primero se conserva incrustado en el muro sur de la iglesia parroquial de Hormiguera, mientras que el segundo se encuentra depositado en el Museo de Arqueología y Prehistoria de Santander.
El propio nombre de nuestro ayuntamiento (Valdeprado) alude, sin duda, a su localización dentro de los terrenos de pradería reservados al destacamento militar romano.
Estos "hitos augustales" y los restos de la vía romana secundaria ("ruta del Ebro") que enlazaba Julióbriga con el valle del Ebro [Julióbriga-Peña Cutral-Fombellida-Cruz de las Quemadas-El Escobal-Rozas-San Andrés-Rugarcera-La Cuesta-La Cotorra-Arcera-Bárcena de Ebro] son los únicos vestigios materiales, al menos localizados hasta la fecha, de nuestra romanización.
LA REPOBLACIÓN Y EL ORIGEN DE LOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN. EL RÉGIMEN PARROQUIAL
Tras las invasiones bárbaras del siglo V (suevos, alanos y visigodos) la Cantabria histórica rompe de nuevo sus lazos con el imperio romano y su territorio, añora con capital en Amaya (Burgos), goza de independencia durante más de cien años, hasta que en el 574 el rey Leovigildo toma esta ciudad e integra a Cantabria, como ducado, dentro del reino unificado peninsular visigodo.
La derrota del rey Rodrigo en Guadalete, el año 711, dio lugar a la invasión árabe de Hispania. Al año siguiente las tropas de Tarik arrasan Amaya. Esta invasión originó un flujo de población hispanogoda que, huyendo de las huestes musulmanas, buscó refugio en las tierras montañosas de la cordillera Cantábrica. Muy pronto, además, esta primera corriente de inmigración se vio impulsada por el rey astur Alfonso I (739-757) quien, como medida estratégico-militar, dejó yermos los territorios situados al Norte del Duero y trasvasó sus pobladores a las estribaciones cantábricas. Posiblemente este trasvase poblacional no se produjo de golpe, en una única oleada, sino de modo lento y constante a lo largo del siglo VIII y del siguiente.
La consecuencia inmediata fue una superpoblación de nuestra región y, sin duda, dada la superior cultura de la mayoría de estos nuevos pobladores, una auténtica aculturización de los habitantes autóctonos de estas comarcas, que recibieron ahora la verdadera romanización (lengua, creencias, instituciones sociales, técnicas agrícolas y modo de vida).
Pero, en contrapartida y como un fenómeno de reacción natural, muy pronto, ya a finales del siglo VIII, con el inicio de la Reconquista, empieza a manifestarse un reflujo demográfico inverso desde las zonas superpobladas de la cornisa cantábrica hacia las tierras liberadas, más llanas y cerealistas de la Meseta. Es durante estos tiempos oscuros, a lo largo de los siglos MU al X, cuando se desarrolla la repoblación "foramontana". Al finalizar la primera mitad del siglo IX las comarcas ocupadas por los valles de Valdeolea. Valdeprado, Los Carabeos y Valderredible, así como las zonas septentrionales palentinas y burgalesas debieron estar ya plenamente repobladas (Brañosera recibe "fuero" el 824 y la repoblación de Amaya data del 860).
Cabe suponer que la mayoría de las entidades de población del actual municipio de Valdeprado del Río tuvieron su origen en esta "repoblación foramontana" de los siglos IX y X. Aunque no contamos con fuentes documentales anteriores al siglo XII que corroboren esta hipótesis, el hecho de que gran parte de los núcleos de población se articulan en tomo a iglesias del período románico permite pensar que la configuración de los hábitats estaba prácticamente finalizada en el siglo XIII
(1).
En resumen, la mayoría de las entidades de población del municipio son de origen medieval: Aldea de Ebro, Arcera, Aroco, Arroyal, Barruelo, Candenosa, Hormiguera, Mediadora, Montesclaros, Reocín de los Molinos, San Andrés, San Vítores y Valdeprado. Otras, aunque de raíz medieval, desaparecieron hace siglos: Berzosa y Santolalla (Los Carabeos), Sotillejo (Sotillo) y Sotronca (Candenosa). Finalmente, el origen de unas pocas, para las que no existen fuentes documentales medievales, ha de adscribirse a épocas más recientes, a partir ya de los siglos XV y XVI: Bustidoño, Laguillos y Malataja, en el concejo de Los Riconchos; Sotillo, en el concejo de Sotillo-San Vítores.
Desde el punto de vista eclesiástico, aquella corriente de flujo y reflujo demográfico de los siglos VIII al X dio lugar, además, a la evangelización y articulación parroquial de las comunidades recientemente cristianizadas. Todas las parroquias de nuestros pueblos, quizá dependientes en un principio de la diócesis de Oca, destruida entre 713 y 717, quedaron adscritas al obispado de Burgos el año 1074. Así permanecieron hasta el Concordato de 1954, fecha en que pasaron a depender de la diócesis de Santander.
El conjunto de estos templos parroquiales constituye, sin duda, el exponente más representativo del patrimonio artístico y cultural del municipio: iglesias románicas de Santa María la Mayor en Barruelo de Los Carabeos; de San Juan Bautista en Aldea de Ebro; de San Miguel y de Santa Cruz en Arcera; la de Santa Juliana en Hormiguera; la fábrica espléndida y renacentista con reminiscencias góticas de Santa María en Valdeprado o la capilla mayor y su retablo barroco en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario en Arroyal.
A lo largo de las Edades Media y Moderna, todas las actividades sociales y económicas de los feligreses resultaron sacralizadas por un espíritu religioso, mezcla de vivencia supersticiosa y temor a las disposiciones eclesiales y predicaciones de los clérigos. Fruto de esta sacralización generalizada fue la proliferación de instituciones piadosas y de edificios de culto, distintos a los templos parroquiales propiamente dichos. Entre la profusión de ermitas e iglesias (alrededor de 24), destacó, ya desde los orígenes, el santuario de Montesclaros. De entre las ermitas cabe destacar, por su valor artístico, la de Ondevilla (Aldea de Ebro) y la de San Pantaleón (Arcera), ésta ya desaparecida. De las obras pías, merecen citarse dos en Los Carabeos: la cofradía de San Sebastián y San Fabián, fundada en 1521 en la iglesia parroquial de San Andrés y con vigencia hasta 1970, así como el "Arca de Misericordia" (14 cargas -56 fanegas- de trigo), fundada en el siglo XVII por María de Hoyos en su casa de Cantinoria y dedicada a facilitar trigo prestado, sin interés, a los vecinos y habitantes de Los Carabeos. Montesclaros siempre ha significado algo muy especial no sólo para los pueblos del municipio de Valdeprado del Río sino también para la Merindad de Campoo entera. Su origen, sin duda relacionado con el eremitismo rupestre de Valderredible, está aún por dilucidar.
LA IMPRONTA DEL FEUDALISMO
Durante la Edad Media el fenómeno del feudalismo se manifestó, en el ámbito territorial de nuestro municipio actual, a través de dos modalidades: dominios abaciales de varios monasterios y señoríos laicos. Entre los primeros destaca, sobre todos, el ejercido por el monasterio de San Pedro de Cervatos a través de numerosos solares detentados en los concejos de Los Carabeos, Los Riconchos y Arcera. Junto a este dominio cervatense, se constatan los de los monasterios de San Félix de Amaya en Reocín de los Molinos y de Santa María la Real de Aguilar de Campoo en Sotronca (Candenosa), Reocín y San Vítores.
Los señoríos laicos se ejercen, a su vez, bajo dos modos diferentes: "behetrías colectivas", presentes en los concejos de Los Carabeos, Los Riconchos y Arcera-Aroco, y "señoríos solariegos" del alférez del rey Alfonso VIII, Rodrigo González, en Los Carabeos (siglo XII), de los Rodríguez Villalobos en los concejos de Reocín de los Molinos, Valdeprado, Sotillo-San Vítores y Hormiguera-Candenosa, así como el de los Bravo de Hoyos en Sotronca y Candenosa.
Este vasallaje perdurará hasta comenzado ya el siglo XVI, una vez que todos estos concejos, constituidos en sendas Hermandades (de Los Carabeos y de Valdeprado), pasan a estar sometidos, de manera íntegra y exclusiva, a la jurisdicción real de la Corona de Castilla.
LA ADMINISTRACIÓN LOCAL Y SUS ÓRGANOS DE GOBIERNO
Paralela a la articulación parroquial y tan antigua como ésta, la organización administrativa de los núcleos de población de Valdeprado del Río, que se inicia ya en la alta Edad Media, presentó niveles diversos, según se tratase de núcleos elementales (barrios y concejos) o complejos (hermandades).
El barrio, o aldea, constituye la célula básica del espacio rural organizado. Viene definido por un núcleo habitado, un espacio acotado (tierras y prados particulares más ejidos y monte comunal), un órgano de gobierno (junta de colación o de barrio, constituida por los vecinos reunidos "a son de campana") y un ordenamiento jurídico que regula la vida económica de la comunidad (ordenanzas de barrio).
Sin embargo, aunque los barrios constituyeran las unidades básicas de población y de ocupación del suelo, la unidad administrativa local por antonomasia fue el concejo. La norma es que los concejos respondan a la unión de dos o más barrios (Los Carabeos, Los Riconchos, Arcera-Aroco, Sotillo-San Vítores, Hormiguera-Candenosa), pero no faltan ejemplos de concejos constituidos por un solo núcleo de población (Valdeprado, Reocín de los Molinos). Su funcionamiento se documenta ya en el siglo XII (Los Carabeos en 1168). Al igual que los barrios, el concejo cuenta con uno o varios núcleos habitados, un territorio, un órgano de gobierno (el concejo abierto: asamblea de vecinos "juntados a toque de campana, según lo tenemos de uso y costumbre"), unos oficiales de gobierno (regidores) y un cuerpo legislativo, basado en el derecho consuetudinario y supeditado a las leyes generales del reino (ordenanzas concejiles).
Desde la baja Edad Media, varios concejos se agruparon en unidades administrativas locales de rango superior que, en Castilla, en general, y en la Merindad de Campoo, en particular, recibieron el nombre de "hermandades de concejos". Según esto, los concejos de Los Carabeos, Los Riconchos y Arcera-Aroco conformaron la "Hermandad de Los Carabeos", mientras que los concejos de Reocín de los Molinos, Valdeprado, Sotillo-San Vítores y Hormiguera-Candenosa se agruparon, a comienzos ya del siglo XVI, en la "Hermandad de Valdeprado". Al frente de cada una de estas hermandades figuraba un "procurador síndico general"
(2), que las representaba en el Ayuntamiento General de la Merindad de Campoo. En el siglo XIX (teóricamente en 1812, con la Constitución de Cádiz, pero en la práctica a partir de 1833) estas hermandades se transformaron en "ayuntamientos constitucionales": de los Carabeos y de Valdeprado, que más tarde (1868), como ya hemos apuntado al principio, se fusionaron en el único municipio actual de Valdeprado del Río.
Estas unidades administrativas locales (barrios, concejos y hermandades) se incardinaban dentro de la administración general de la Corona a través del "corregimiento de Reinosa y Merindad de Campoo" (el corregidor ejercía la jurisdicción civil, judicial, fiscal y militar), del partido de Reinosa y de las intendencias o provincias (de Toro hasta 1806, de Palencia hasta 1835-37 y de Santander a partir de estas últimas fechas).
Como en todo espacio rural el territorio del municipio se articuló, desde el principio, en función de los tres factores clásicos de la ocupación del suelo: el hábitat, el terrazgo y el monte. Hábitats irregulares y semidispersos, con un total próximo a las 600 viviendas, de media y alta montaña (Reocín de los Molinos, 790 m/Candenosa, 1.160 m); terrazgos de secano, ocupados por tierras de pan llevar y prados de guadaña, cadañeros; montes comunales (masas arbóreas, sierras de pastos y baldíos) de aprovechamiento colectivo, que suponían nada menos que el 74 % de la superficie total del territorio.
UNA ECONOMÍA DE BASE AGROPECUARIA
Supeditada al rendimiento del suelo, la economía de las comunidades vecinales del municipio respondió, hasta mediados del siglo XX, al modelo de base agropecuaria. Cultivo de cereales (trigo, centeno, cebada), leguminosas (habas, arvejas, titos, lentejas y garbanzos), patatas (desde mediados del siglo XIX) y piensos (yeros y ricas). Tan sólo unos cuantos linares en las escasas fincas de regadío, próximas a los arroyos. Como complemento de esta actividad agrícola algunos huertos, en las inmediaciones de los poblados, destinados al cultivo de hortalizas.
La existencia de prados particulares y las grandes extensiones de monte propició, además, la dedicación ganadera en una diversidad de especies: vacuno, ovino, caprino, asnal y de cerda, sin apenas representación del caballar y mular. Pese a los largos y crudos inviernos, en los que la estabulación de las reses era obligada, las hierbas de los montes concejiles podían incluso alimentar, "desde San Juan (24 de junio) hasta San Miguel" (29 de septiembre) a ganados lanares forasteros de La Mesta. Para defenderse del lobo, el principal enemigo de los ganados, los concejos de la Hermandad de Los Carabeos mantenían, de manera comunitaria, un "callejo de lobos".
El monte, además, proporcionaba maderas para la construcción y reparo de casas y aperos; piezas para la "fábrica de navíos de la real armada" (astillero de Guarnizo); leñas para los hogares propios, para su venta en Reinosa y para la elaboración de carbón destinado a las ferrerías de Bustasur ("La Pendía") y Horna.
Abundaban los colmenares. A mediados del siglo XVIII sumaban 841 colmenas, 416 de las cuales (49%) radicaban en el concejo de Los Riconchos; 104 en Valdeprado; 77 en Los Carabeos y otras tantas en Reocín de los Molinos.
LA INDUSTRIA DE TRANSFORMACIÓN CEREALISTA. LOS MOLINOS HARINEROS
Aparte de la artesanía de la madera (carpinteros) y del lino (tejedores y sastres), la actividad industrial se centró en las fraguas, ya fueran propias de los concejos (todos poseyeron una), en las que, hasta finales del siglo XIX, trabajaban herreros asalariados, o de propiedad particular; en caleros y tejares (Los Carabeos), también de explotación comunitaria vecinal; pero sobre todo, en numerosos molinos harineros, de propiedad concejil o privada, y una fábrica de harina, instalados en los cauces del Ebro y del Polla, su afluente. El Catastro de Ensenada (1752) documenta 20 molinos maquileros en el término correspondiente al actual municipio, 12 de ellos en el concejo de Reocín de los Molinos y otros 5 en el de Los Riconchos. En 1844 Juan José de Irún, comerciante de Reinosa, construyó una fábrica de harinas en el cauce del río Polla, en el paraje conocido como "El Lanchón" y término concejil de Arcera, que aún muele en la actualidad.
LA AUSENCIA DE INFRAESTRUCTURA COMERCIAL
La escasa actividad comercial se centró, hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX, en las tabernas propias de los concejos y las ventas establecidas en el camino real de Reinosa a Aguilar. Desde el siglo XVII se documentan dos tabernas concejiles en Los Carabeos (una de ellas en Montesclaros) y una en Reocín de los Molinos, pero también existieron sendas tabernas concejiles en Los Riconchos y en Sotillo-San Vítores. Desde mediados del siglo XV se documenta una casa-venta en Pozazal, radicada en término de Los Carabeos, propia de los canónigos de San Pedro de Cervatos y que fue destruida por los franceses en 1808
(3). Reconstruida por particulares funcionó hasta mediados del siglo XIX.
A poca distancia del puerto de Pozazal, en dirección a Aguilar de Campoo, funcionaron otras tres ventas, ubicadas a la orilla de la carretera nacional: la del Portalón de San Pablo (mediados del siglo XIX y primeras décadas del XX), la "venta vieja de las Barandas" (siglo XVIII) y la "venta nueva de las Barandas" que, a mediados del siglo XIX, sustituyó a la anterior.
Tras la apertura, en el siglo XVIII, del camino real de Santander-Reinosa-Alar de Rey ("camino de las harinas") cobró gran auge el ejercicio de la carretería entre los vecinos de los concejos de las Hermandades de Los Carabeos y de Valdeprado. Todos los años los dueños de parejas de bueyes (en 1752 se documentan 158 yuntas) ejecutaban tres viajes a Tierra de Campos, a donde llevaban hierro, aperos de labranza, toneles y barriles, mientras que traían de retorno granos y vinos. La época dorada de la carretería termina con la puesta en marcha, en el siglo XIX, de los ferrocarriles: el de Isabel II (actual RENFE), de Alar-Santander (1866) y el de La Robla (1894, actual FEVE), de vía estrecha, entre La Robla (León) y Valmaseda (Vizcaya), con estación en Los Carabeos y apeadero en Montesclaros.
En 1882 se aprobó la celebración de varias ferias de ganado en el municipio. En principio se autorizaron cinco, cuatro en Arroyal (Los Carabeos) y una en Valdeprado, pero no arraigaron sino dos en Arroyal (2 de febrero [Las Candelas] y 1 de marzo [El Ángel], a las que se unió, ya en el siglo XX, una tercera (30 de marzo [San Juan Clímaco]).
EL DERRUMBE DEMOGRÁFICO
Desde una perspectiva social, el análisis histórico de la evolución demográfica de los pueblos integrantes del actual municipio es, sin duda, decepcionante. Si durante siglos, del XVI al XVIII, la población conoció un ritmo de crecimiento lento pero progresivo, común al resto del país (1.200 hab. en 1587; 1.500 hab. en 1753), que se acrecienta notablemente en el siglo XLX (2.066 hab. en 1857; 2.604 hab. en 1887; 2.685 hab. en 1900), en las tres primeras décadas del siglo XX se constata ya una ruptura de esta tendencia. En 1910 los habitantes son ya 2.619, que bajan a 2.507 en 1930 y se sitúan en 2.362 diez años más tarde. Pero es a partir de la década de los años cincuenta del siglo pasado cuando se produce, debido a la emigración masiva a otras zonas industriales (País Vasco, sobre todo) un auténtico derrumbe demográfico: en el censo de 1991 el municipio de Valdeprado del Río tan sólo cuenta ya con 369 habitantes. Entre 1930 y esta última fecha se había perdido más del 85 por ciento de la población.
EL DÉFICIT FINANCIERO PERMANENTE
El desequilibrio entre los ingresos de las unidades administrativas, tanto en el Antiguo Régimen (barrios, concejos, hermandades) como en la época contemporánea (ayuntamientos), y los gastos del común fue una constante permanente. Para contrarrestar las cargas fiscales, ya fueran reales o eclesiásticas, sólo contaban con el producto de los escasos bienes de propios, rentas del arriendo de pastos e importes de la venta de maderas, leñas y carbones de los montes comunales. La insolvencia de estos ingresos determinó un crónico endeudamiento financiero externo, materializado en la figura de los "censos al quitar" (préstamos hipotecarios), imprescindible para soportar los sucesivos repartimientos personales. Esta carencia de medios económicos impedía la financiación de determinados servicios públicos, como la educación y la sanidad.
LAS ESCUELAS DE PRIMERAS LETRAS
A decir verdad, la única escuela de primeras letras documentada en los siglos XVII y XVIII radicó en el concejo de Los Carabeos. Sin embargo cabe suponer que escuelas similares funcionaron en algún otro pueblo del actual ayuntamiento de Valdeprado del Río, aunque no sabemos en cuántos. Estas escuelas corrían a cargo de maestros carentes de título y temporeros que, pagados por los concejos y por los padres de los escolares, impartían clases durante varios meses al año, generalmente durante la temporada de invierno, en locales inadecuados y carentes del material didáctico más elemental. El absentismo escolar era general y los escasos niños que asistían a clase terminaban el ciclo educativo sabiendo, apenas, leer, contar y dibujar su firma.
En 1844 funcionaban escuelas de este tipo en Arroyal (Los Carabeos); en Arcera, compartida con Aroco; en Los Riconchos (un año la escuela funcionaba en Aldea de Ebro y al siguiente en Malataja); en Reocín de los Molinos y en Valdeprado, a la que también acudían niños de San Vítores y Sotillo. Por estas fechas Hormiguera y Candenosa carecían de escuela. Tras la entrada en vigor de la Ley Moyano (1857), se establecieron tres escuelas de primeras letras en el Ayuntamiento de Los Carabeos (Arroyal, Aldea de Ebro y Arcera) y una en el Ayuntamiento de Valdeprado, radicada en Valdeprado, a la que se añadió más tarde otra en Sotillo-San Vítores. Años más tarde (1873) unificados ambos ayuntamientos en el único actual de Valdeprado del Río, la dotación presupuestaria municipal abarcaba el mantenimiento de cuatro escuelas, radicadas en Arroyal (Arroyal, Barruelo, San Andrés); Aldea de Ebro (pueblos de Los Riconchos); Reocín de los Molinos (Reocín, Arcera y Aroco) y Sotillo-San Vítores (Valdeprado, San Vítores, Sotillo, Hormiguera y Candenosa). Los maestros seguían siendo temporeros y daban clase desde octubre de un año hasta abril del siguiente.
Ya en el siglo XX, fruto de los esfuerzos de los sucesivos gobiernos, la mayoría de los pueblos del municipio contaron con "escuelas nacionales de primera enseñanza", unitarias o mixtas, regidas por maestros titulados, que funcionaron hasta la década de los años setenta. A partir de entonces, el brutal descenso demográfico de los pueblos ha obligado al cierre de estas escuelas, de modo que la escolarización de los niños del municipio se concentra en la actualidad, repartida, en los Colegios Nacionales de Mataporquera y de Matamorosa.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVII se documenta el funcionamiento, en Arroyal de Los Carabeos, de un "estudio de gramática y latinidad", creado y dirigido por el licenciado Juan Rodríguez de los Ríos, párroco del mismo barrio.
LA ASISTENCIA SANITARIA, MÉDICOS Y BOTICARIOS
Durante siglos, hasta mediados del XIX, la asistencia sanitaria de los pueblos fue desempeñada por médicos y boticarios asalariados, mediante contratos o igualas, por los órganos administrativos de los pueblos (Merindad, Hermandades y Ayuntamientos). Médicos y boticarios que residían en Reinosa y solían atender a los enfermos de la Merindad de Campoo entera, según consta por las contratas que se conservan desde el siglo XVI. Por su parte, los concejos, en su práctica totalidad, solían asalariar cirujanos para sus vecinos respectivos.
Dentro del término municipal funcionaron dos boticas. Una ubicada en el Portalón de San Pablo (la antigua venta) y que se mantuvo hasta finales del siglo XIX. Otra, sucesora de la anterior, en Reocín de Los Molinos, que prestó servicio hasta 1920.
A partir de 1873 el municipio de Valdeprado del Río contó ya con médicos y practicantes titulares propios, siempre con residencia en Los Carabeos, en cuyo barrio de Cantinoria se construyó, en 1956, el actual "Consultorio Médico", ampliado en la actualidad a otros dos "consultorios" subalternos, uno en Valdeprado y otro en Malataja.
Establecimiento terapéutico complementario del servicio médico-sanitario propiamente dicho fue la Casa de Baños de Aldea de Ebro, con sus manantiales de aguas medicinales, frías y sulfurosas, de notable actividad a lo largo del último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX, Por lo que a la sanidad animal se refiere, la existencia de veterinarios titulares en el municipio arranca del año 1898.
VALDEPRADO DEL RÍO EN LA HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA
El colectivo humano asentado, a través de los tiempos, en el territorio que actualmente constituye el municipio de Valdeprado del Río, a la vez que protagonista de su propio devenir histórico local se vio obligatoriamente inmerso en los acontecimientos que han conformado el discurso general de España. No faltan referencias documentales, si bien escasas, sobre el "padecer" y, a veces, también sobre el "hacer" de las comunidades y personas, naturales u oriundas de nuestros pueblos en determinados acontecimientos de nuestra historia general: repoblación de Ciudad Rodrigo (en torno al año 1100); revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521); guerra de Sucesión Española (1700-1714); Guerra de la Independencia
(4) (1808-1815); Guerras carlistas
(5) (1833-1876) y proceso de independencia de las colonias americanas (General Arenales).
Juan (Antonio) Álvarez González de Arenales ("General Arenales", como ha pasado a la Historia), nació en San Andrés de Los Carabeos el año 1763. Era hijo de Francisco Álvarez Marcos del Río, vecino de San Andrés, y de María González de Arenales, natural del barrio de Arroyal. Tras pasar unos años de su infancia en Santiago de Compostela, bajo el amparo del canónigo de Oviedo e Inquisidor de Santiago, Don Remigio Navamuel, ingresó, a los catorce años, como cadete en el Regimiento Fijo de Burgos. Muerto ya su padre, con 21 años y el grado de alférez, pasa en 1784 al Regimiento Fijo de Buenos Aires, en el Virreinato de la Plata.
Tras prestar diversos servicios a la Corona española, en 1809 se pasa al bando de los insurgentes, para luchar a las órdenes de los grandes "libertadores": Bolívar, San Martín (siempre llamó "compañero" a Arenales), Sucre y Belgrano. Participó en las campañas del Alto Perú (actual Bolivia), sierra del Perú, Uruguay y Argentina, alcanzando el grado de General. Murió en Moraya (Bolivia) en 1831.
Sus grandes y meritorios servicios, militares y políticos, acarrearon al General Arenales amargos sinsabores, heridas en su cuerpo y decepción en su concepto idealista del futuro de las recién nacidas repúblicas sudamericanas. Pero también honores: Brigadier General del Ejército Argentino; Mariscal de Campo y Miembro de la Orden de la Legión del Mérito de Chile; Gran Mariscal del Perú y Consejero de la Orden del Sol. Aunque sus restos mortales reposan en tierra boliviana, es, sin duda, en territorio argentino donde su memoria ha quedado más perpetuada. En Salta, la ciudad preferida del General Arenales, un espléndido monumento ecuestre recuerda su memoria: la ciudad de Buenos Aires le ha dedicado dos calles, la de "La Florida", en recuerdo de la batalla de su nombre y la de "Arenales". Incluso uno de los distritos de la provincia bonaerense lleva también el nombre de "General Arenales"
(6).
NOTAS
(1) [Ecclesia Sanctae Eulaliae (Santolalla) de Los Carabeos se documenta en 1119, en que la reina Urraca la dona, con el monasterio de San Román de Moroso, en Bostronizo, al monasterio de Santo Domingo de Silos; Los Carabeos en 1168, en donación del "palatium" por el alférez Rodrigo González; Barruelo con su iglesia de Santa María, del siglo XII-XIII; iglesia de San Miguel (Arroyal), en 1404, en pesquisa de Pero Alfonso de Escalante; Arcera, con sus iglesias románicas y ermita de San Pantaleón; Aldea de Ebro, con su iglesia parroquial y ermita de Ondevilla, siglos XII-XIII; Sanctae Mariae de Prato (Valdeprado) en 1163, según Bula de Alejandro III que enumera las iglesias correspondientes a la sede episcopal de Burgos; monasterium Sancti Martini de Subtronca (Sotronca, en Candenosa) donado por Alfonso VIII en 1206 a Santa María la real de Aguijar; en 1231 Fernando III confirma esta donación junto con un molino en Reocín de los Molinos y la iglesia parroquial de San Vítores;
Soçillejo en "Becerro de las Behetrías", 1352; ermita de Santa María e iglesia parroquial, ambas de origen románico, de Hormiguera],
(2) Antecedente de los alcaldes actuales. Su nombre aún pervive en la denominación de la fiesta anual "de los Procuradores", que se celebra en septiembre en el santuario de Montesclaros.
(3) Esta casa-venta de Pozazal, y la ermita contigua de San Bartolomé, pertenecían a Gómez García de Hoyos, señor, de la villa de San Martín (Valdeolea), quien, en su testamento de 1476, las donó a los canónigos de la colegiata de San Pedro de Cervatos.
(4) Saqueos del santuario de Montesclaros y de la iglesia parroquial del barrio de San Andrés, en el concejo de Los Carabeos, cometidos por los soldados franceses en noviembre de 1808.
(5) Escaramuza entre isabelinos y carlistas en Aldea de Ebro (1910-1834).
(6) Jesús Canales Ruiz: El general Arenales. Santander, Centro de Estudios Montañeses, 1999.
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