Casi una veintena de zapateros ejercían su oficio en la Merindad Campoo en el primer tercio del siglo pasado
En el Anuario de Santander perteneciente al primer tercio del siglo XX figuran en la Merindad de Campoo casi una veintena de artesanos zapateros: en Reinosa, García (Viuda de Nemesio) y Gutiérrez (Viuda de Salceda Marcelino). En Matamorosa, Jesús Fernández; en Las Rozas de Valdearroyo, Francisco González; en Mataporquera, Leandro González; en Polientes, Demetrio Salgado; en Bárcena de Ebro, Julián Alonso; en Rocamundo, Pacifico Corada; en Ruerrero, Maximino Garrido y en San Martin de Elines, Tomás Herrero. También figuran como alpargateros en Pesquera, Francisco González; en Rocamundo, Joaquín Pérez; en San Martín de Elines, Hermógenes Alonso, Pedro Peña y Minervino Saiz, y en Villamoñico, Chicote y Hierro hijos.
Todos ellos eran capaces de curtir pieles y con un mínimo de herramientas ejercer un oficio al que se dedicaron muchas personas tanto en las grandes ciudades y en las villas como en el medio rural. El taller del zapatero disponía de una recepción para la clientela, con un mostrador expositor y estanterías que contenían los artículos a la venta. Se accedía al taller por una pequeña puerta, su centro lo ocupaba una mesa baja y en ella se encontraban las herramientas y los compartimentos en los cuales el zapatero tenía todo lo necesario para realizar su trabajo.
Los utensilios de trabajo básicos en este oficio eran: diversas cuchillas de corte; piedras manuales de afilar; botes con ovillo de cáñamo con cuyas hebras se realizaba el cabo, una vez retorcidas sobre la pernera, impregnadas con pez y la cera, y rematadas en su punta con una cerda de jabalí a modo de guía del cabo.
También disponían de lezna para realizar agujeros en el cuero; tenazas de montar para sujetar, tensar y clavar el forro y realizar el corte sobre la horma; agujas planas y curvas; hormas de diferentes modelos y medidas; regleta o cartabón calibrador; abridor de hendidos para escavar la suela y poder fijar la costura; o bisagras, pata de cabra, estacas y alisadores de madera para alisar y marcar los cantos, uniones de cosidos, hendidos, etc. Del mismo modo eran necesarios: plancha para lujar con cera, para el abrillantamiento de los cantos y la planta de la suela: ruletas para decoración; martillo de asentar y martillo galgo para los lugares de difícil acceso y para clavar los tacones; la bigornia para el asentado de la suela; trozos de cristal para rebajar los cueros; escofinas para perfilar los tacones; sacabocados para hacer la entrada de los ojeteros; tirapiés (correas de cuero que sujetan el zapato al muslo del zapatero) y un brasero o infiernillo para calentar los hierros de lujar.
Las prendas principales de trabajo eran el mandil de cuero que cubría la zona del pecho y las piernas, y las manoplas o maniquetas para proteger las manos y aminorar el efecto de las callosidades.
Un largo proceso
La fabricación de unos buenos zapatos requería de un largo proceso. A veces el gremio lo formaba un clan familiar y otras se contrataba oficiales y aprendices, quienes en algunos casos eran lisiados de las piernas.
La primera tarea a realizar era calibrar los dos pies a lo largo y ancho y en el empeine. Para ello, se utiliza el cartabón o la regleta y vina cinta. Con estas medidas se delineaba para formar los patrones en cartulina, correspondientes al modelo y talla. Creado el patrón, se cortaba con la cuchilla la piel que formaba el corte, correspondiendo a la parte superior del zapato. Luego se guarnecía, buscando la horma más semejante, y si era necesario se modificaba está suplementándola para ajustarla a la nueva medida.
El montaje del zapato se realizaba dentro de la horma a la cual se clavaba la palmilla y entonces se procedía al centrado y montado del corte y forro, teniendo ya incorporados el tope de la parte delantera y el contrafuerte, y prosiguiendo con la colocación de la vira para proceder al empalmillado. Luego el zapatero sujetaba el zapato a la pierna con el tirapíe, realizaba el primer cosido y recortaba el material sobrante para proceder al nivelado de la cavidad que había quedado entre la palmilla y la colocación de la suela. A continuación realizaba el segundo cosido, el de la vira con la suela, utilizando las agujas enhebradoras. El cosido siempre había de hacerse de dentro hacia afuera. Entonces se sacaba el zapato de la horma y se le colocaba el tacón. Se realizaban después los orificios para la colocación de los cordones y finalmente quedaban los remates pasando el hierro de lujar, previamente calentado, el cual servía para planchar algunas zonas del zapato y para dar cera a los cantos. Una vez embetunado y abrillantado, el zapato quedaba listo para entregárselo al cliente.
El zapatero conocía la forma de pisar de su cliente, corrigiendo el defecto en la confección de su zapato. El desgaste excesivo de ciertas partes de la suela era prevenido con la colocación de refuerzos fabricados con chapas finas de hierro en las punteras, en los laterales o en los tacones.
En el taller del zapatero se fabricaban sandalias, botines, botas, leguis, zapatos infantiles, juveniles, y de caballeros y de señoras, en sus modalidades de planos y de tacón. También realizaban zapatos con la suela de madera, lo cual ocasionaba grandes daños a la repoblación forestal y de ello dan cuenta las Ordenanzas de la Hermanad de Campoo de Suso del 1589. En su artículo 64 dice: “Sobre que no se descortecen los robles. Otro sí ordenaron que, por cuanto hay gran desorden en la conservación de los montes, respecto de que parecen muchos robles destruidos de oficiales de zapateros, si pareciere que desde hoy en adelante se descortezare roble en dichas concias, pague de pena seiscientos maravedís y en los montes bravos la misma pena”.
Reciclado de materiales
Como en los demás oficios, los zapateros se adaptaron al reciclaje de nuevos materiales disponibles, como el caucho de los neumáticos de las ruedas de los coches, utilizándolos para la confección de las chátaras o corizas, más resistentes que las de cuera También realizaban con las cámaras de los neumáticos las botas de goma, gracias a la entrada en el mercado de los pegamentos industriales.
Los zapateros denominados remendones trabajaban en locales algunas veces insalubres, y su misión alargar la vida de los zapatos con medias suelas, reparar tacones rotos y desgastados, colocar tapas, etc.
Ir bien calzado era antiguamente un signo de distinción social. Para no estropear los zapatos en los caminos que conducían a Reinosa, la gente calzaba albarcas o alpargatas hasta la entrada de la ciudad, donde se cambiaban de calzado y dejaban el restante en el carro, en capazos o escondido en algún matorral.
Con la irrupción de las industrias de producción masiva de calzado y el uso generalizado de las zapatillas deportivas y otros calzados de uso exclusivo de temporada han ido desapareciendo los artesanos zapateros. Mientras, los zapateros remendones tuvieron que incorporarse a las nuevas técnicas mecánicas para poder sobrevivir.
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