Pequeña historia de una figura perdida de la religiosidad popular
Dentro de los numerosos roles sociales tradicionalmente encomendados a las mujeres en el ámbito rural es digno de destacar a las que eran nombradas mayordomas de la Iglesia Parroquial, ya que esta es una referencia físico-simbólica de la integración de la comunidad local.
El párroco hacía la selección entre las mozas solteras de la comunidad buscando su buena apariencia, recato en la vestidura y buena conducta cristiana, pues serían las encargadas de las labores de mantenimiento y decoro del templo.
Destaca entre esas labores como muy principal la de vestir, ornamentar y mantener cuidadas las tallas de imágenes sacras que estaban vestidas en los altares. Muy especialmente la de la Virgen, ya que ésta para los fieles tiene ese especial carisma de lo intocable, lo divino, lo puramente celestial que las manos humanas no se atreven a tocar. Estas tallas son a su vez representaciones de diosas-madres o madres tierra, reminiscencia de antiguos cultos a la fertilidad.
Ritual de sucesión
El número de mayordomas nombradas era normalmente de dos, dándose el relevo a las mismas de forma escalonada para que las entrantes pudieran aprender de las mayordomas mayores. Su tiempo de permanencia en el cargo era de un año si había mozas para ejercer, aunque este tiempo se podía prolongar si no había nuevas entrantes y las que estaban permanecían solteras, ya que la condición predominante para detentar este cargo era la soltería.
Las mayordomas se encargaban de la limpieza y buen decoro de los altares así como de los candelabros, los bancos, el coro, los confesionarios, el baptisterio, el suelo y la puerta principal con su cancela, donde los lugareños se descalzaban las albarcas para entrar al templo cuando el mal tiempo no les permitía llevar otro calzada Estas mozas lavaban y planchaban también los manteles de los altares y decoraban estos últimos con flores, de una manera especial en el mes de mayo. Era del mismo modo competencia de las mayordomas la reposición de las velas que alumbran en los altares durante el culto religioso y el abastecimiento del aceite de la luz del Santísimo Sacramento.
Las mayordomas se encargaban de pedir el trigo para la compra de aceite y velas para el alumbrado de los altares si esta petición no la habían realizado los mozos durante las marzas. Estas recorrían el lugar una vez finalizada la cosecha del cereal, portando una talega que hacía de depósito del trigo recibido por los vecinos, los cuales daban la cantidad que cabía (la 'cabida') en un plato, o algo más, dependiendo de la cosecha conseguida. Este trigo era subastado en la iglesia y a su oferta podía optar cualquier vecino, siendo el mejor postor quien lo retiraría tras el pago.
Era obligatoria la asistencia de estas mozas a actos religiosos, sobre todo en las procesiones con presencia de la Virgen. Ellas eran quienes decoraban las andas que portarían después los mozos del lugar y ocupaban en la procesión el puesto de honor de escoltar a la virgen una a cada lado de ella con una vela encendida.
Otro momento especial para la labor de las mayordomas era la preparación del monumento del Santo Sepulcro. Durante la Semana Santa se transformaba a la iglesia y esta perdía su esplendor para convertirla en oscuridad. Para ello, se cubrían con crespones negros los santos de los altares y se montaba el monumento junto a un altar de las capillas laterales. Éste era decorado con murales pintados con la representación de ángeles sosteniendo un cáliz y de motivos vegetales. En la noche del jueves santo se portaba al Santísimo desde el altar y bajo palio hasta el monumento, donde reposaba hasta el sábado de Gloria de Resurrección. En el suelo se colocaba una sábana y un almohadón que era adornado en todo su contorno con los candelabros de las misas de difuntos, en los cuales se colocaban cirios como único alumbrado. A ambos lados de la cabecera se disponían dos reclinatorios donde se velaba el Santo Sepulcro durante todo el día. Las mayordomas nombraban una guardia especial para su relevo compuesta por todo el vecindario que iría rotándose durante su permanencia en el lugar.
Bodas
La celebración de los casamientos se realizaba a la entrada de la iglesia. y para los nuevos contrayentes las mayordomas adornaban dos reclinatorios con paños blancos en el lugar preferente junto al altar. Al llegar al Sanctus se procedía a 'velar a los novios': una mayordoma colocaba una cinta a los contrayentes, comenzando por prenderla en un hombro del novio. La pasaba después por el cuello de éste al otro hombro y después al de la novia. Continuaba el recorrido por encima de la cabeza de la novia, y de ella bajaba hasta el otro hombro. A este acto también se le denominaba 'ponerles el yugo'.
En el momento de la bendición final la otra mayordoma les quitaba la cinta y se la entregaba a los mozos para que pidiera los derechos al padrino. Dos mozos cruzaban la cinta de lado a lado de la puerta de la iglesia que impedía el paso de la comitiva. Aquellos quitaban dicha cinta sólo cuando llegaba el padrino y pagaba los derechos en dinero. Las mozas expectantes canta han entre tanto: Prendar mozos al padrino/ no le dejéis caminar/ echarle cadena de oro/ que este bien puede pagar.
La pérdida de la religiosidad popular, la falta de convivencia de los párrocos en los pueblos, el abandono de la vida rural y el despoblamiento de sus núcleos habitados, han dado con la pérdida de valores tradicionales dentro del ámbito religioso en las últimas décadas. Hoy no hay mayordomas en las parroquias. Algunas personas se encargan de que las iglesias permanezcan limpias en su pueblo; otros templos permanecen en un estado menos decoroso y solo la celebración de la fiesta del patrono anima a los lugareños a limpiarlos.
Museo Etnográfico El Pajar
Proaño
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