Los herreros blancos

Museo Etnográfico El Pajar


La cultura del hierro, forjada a martillazos sobre la bigornia

Se llamaba herreros blancos  a aquellos hombres que forjaron la cultura del hierro a golpe de martillo sobre la bigornia, trabajando de sol a sol, dándole al hierro la forma deseada o fusionándolo y templándolo para mayor resistencia, y eficacia tanto en el roce con" en la realización de su corte. En las ordenanzas concejiles y en el Catastro llamado del Marqués de la Ensenada se cita al herrero como 'hijodalgo de oficio'
Ser herrero requería fuerza y destreza para el trabajo en la fragua. Se necesitaba tener una habilidad que debía unir un procedimiento preciso y una ejecución ágil basada en la experiencia que de generación en generación, de forma tradicional, ha venido practicándose con habilidad y observación. Son cualidades que determinan la calidad de su trabajo, ingeniado con los medios que el herrero tiene a su alcance para poder ejecutar el arte de hacer cantar el martillo sobre el yunque o bigornia a ritmo de una o dos personas para transformar el metal caliente hasta conseguir la forma deseada con producciones unitarias bajo encargo.

Vicente, en su fragua de VillarLa materia prima que utilizaba era el hierro blando o dulce y el acerado con mayor dureza. El más utilizado en la fragua por su maleabilidad y fácil fusión era el hierro blando o dulce. Se suministraba en barras de diferentes perfiles: redondo, cuadrado o en llanta. El barrero distingue la calidad del metal y su dureza por el sonido que se produce al golpearlo sobre la mesa de la bigornia. El hierro acerado se templaba para conseguir una mayor dureza que la que habla obtenido en la forja. Para ello procedía a calentar de nuevo la zona a templar, hasta que esta adquiriese un color rojo guinda o cereza. Luego se sacaba del fuego y rápidamente se introducía en la pila del agua, comenzando por la punta, hasta que se observaba un color azulado (pluma de perdiz), siendo en este momento cuando se sumergía totalmente en el agua. Con el hierro dulce se conseguía una mayor dureza calentando la pieza hasta que adquiría un color azulado para un temple suave, un color cobrizo para un temple intermedio, o un color blanquecino para un temple fuerte, introduciéndolo nada más sacarlo de la tobera en la pila de agua hasta que enfriase totalmente. Después, el herrero comprobaba la dureza del temple golpeando en la zona más fina, viendo si dobla o salta, o realizando un ligero limado.

Para la unión de dos piezas de hierro él herrero utilizaba el método denominado 'soldadura a la calda' o 'por presión', sin aporte de otro metal: consiste en caldear el hierro hasta casi el punto de fusión, consiguiendo el color rojo blanco, que es cuando se produce el desprendimiento de chispas azuladas. Para ello se espalmaba la zona de unión de ambas partes, procediendo a su calentamiento en la tobera; cuando ya 'caldeaba', pasando del colar rojo dorado al blanco, se le añadía arena fina para que el calentamiento fuera homogéneo tanto en su interior como en el exterior. Una vez caldeado, se colocaban sobre la mesa de la bigornia las partes espalmadas, una encima de la otra, para proceder a unirlo o soldarlo, empezando con un golpeado suave y -según se iba perdiendo calor- se aceleraba el ritmo hasta que la unión se consolidaba en una sola pieza.

Esta soldadura a la calda se utilizaba mayormente para calzar herramientas y rejas de arado que estaban a punto de agotarse, a las cuales se añadía un trozo de nuevo material que aumentaba su espesor y longitud, permitiendo prolongar la vida de las mismas varias veces.
La técnica de soldadura ayudándose de un metal complementario es más actual. Se realiza con una pasta industrial que se aplica a las partes que se desean soldar. Esta operación se hace a menor temperatura, pero con el mismo golpeo.

La clientela

Los herreros trabajaban para todo tipo de clientes. Los más habituales eran los labradores y la fragua era lugar de tertulia cuando coincidían varios clientes a recoger o encargar un trabajo. Estos trabajadores estaban en posesión de la Matricula Industrial, de modo que cuando se desplazaban hacer trabajos a la fragua de otro lugar que carecía de herrero, y sus habitantes necesitaban de su servicio, cobraban el arancel estipulada Todos los años presentaban la tarifa de precios al Ayuntamiento.

También trabajaban por igualada, teniendo en cuenta el pueblo y la calidad de su terreno. Para aquellos labradores que no podían pagar en dinero, se llegaba a un acuerdo en cuanto a la forma de cobrar el trabajo a realizar Como referencia, se ha recogido por tradición oral lo que se cobraba por calzar una reja entera: una fanega de cereal, teniendo que ayudarle quien le hacia el encargo a tirar de la porra durante la faena. Después, para compensar su esfuerzo, le tenían que servir una tortilla con pan y vino.

Los herreros más habilidosos realizaban, con esmero y gusto, obras de orfebrería como anillos, pulseras, cadenas, alfileres, broches, o hebillas. Lo hacían con metales más puros como el acero inoxidable, el latón o la plata de las monedas -en curso o antiguas- que les traía la persona que le había hecho el encargo. El herrero a veces firmaba sus obras con marcas o señales realizadas con un cuño o grabadas a mano en los utensilios y creaciones artísticas para su identificación en todo momento.

Lo más destacado de la vestimenta del herrero eran los mandiles de cuero que recubrían la parte delantera de su cuerpo protegiéndolo de las chispas del fogón y de las esquirlas calientes que saltan durante la operación de forjada. La cabeza quedaba cubierta con la boina para evitar la suciedad en el peto, y sus pies estaban calzados con albarcas y buenos escarpines.

El oficio del herrero cayó en total decadencia y abandono. La revolución industrial trajo nuevas técnicas de producción en serie. Además, la mecanización del campo sustituyó las yuntas de animales por tractores, los carros por remolques y los arados por grupos de vertederas.
Todos estos factores fueron reduciendo la demanda de los trabajos que tenían la huella y la sabiduría artesana de un oficio que ha tenido uno de los mayores predicamentos de la historia hasta mediados del siglo XX. Los últimos escasos herreros que fueron quedando optaron por montar un taller metalúrgico-agrícola o incorporarse a trabajar en las fábricas para poder mantener a su familia.