Los herreros herradores formaban parte del grupo de los denominados herreros negros, pues los hierros que forjaban tenían un acabado menos esmerada Su principal actividad era la de herrar las pezuñas de manos y pies del ganado caballar, mular y asnal destinados para la monta, tracción, carga y tiro, y las uñas del ganado vacuno destinado al transporte o a trabajos en el campa Para ella los herreros fabricaban una gran variedad de herraduras y callos con diferentes formas y medidas, con sus correspondientes clavos para su fijación.
Al ganado caballar, mular y asnal se le herraba simplemente amarrando el animal a un poste, ya que estos animales se mantienen a tres patas y no era difícil conseguir que las doblasen a nivel de la articulación de la rodilla. Para herrar al ganado vacuno, al cual le es difícil guardar el equilibrio a tres patas, se utilizaba un potro que se encontraba próximo a la fragua del herrero. Se trataba de un artilugio construido sobre un armazón de madera con todo lo necesario para inmovilizar al animal, permitiendo realizar el trabajo con seguridad al evitar cualquier movimiento brusco del mismo y sin miedo a coces o cornadas. Algunos herradores tenían mecanizado el potro, de modo que con un giro de volante accionaban sus movimiento.
Se introducía al animal dentro del potro y se le dejaba suspendido por unas cinchas que se le colocaban por debajo del vientre para inmovilizarlo. En la parte frontal se le sujetaba la cabeza a la camella o yugueta y se le pasaba una cadena que le inmovilizaba por el pecho. Se le sujetaba entonces la pata en la cual se iba a colocar el callo y se le asentaba sobre la moldura cóncava del poíno correspondiente, fijándola con un cordel para inmovilizarla y quedar lista para poder trabajar sobre las uñas. El herrador colocaba un lienzo fuerte que cubría la parte trasera del animal para protegerse del movimiento de la cola y de las heces y orines que podía despedir, quedando solamente a la vista las extremidades.
Cuando el herrador se desplazaba a un lugar que carecía de potro, se inmovilizaba la vaca unciéndola a un carro. Se metía una palanca por las ruedas para trabar el carro y se ataba la correspondiente pata trasera del animal con un cordel para colocar el callo. Para herrar las patas delanteras se las amarraba pasando un cordel por encima del espinazo del animal mientras otra persona sujetaba fuertemente por el lado contrario a la pata.
En el herrado del ganado vacuno destinado a los trabajos del campo, normalmente se colocaban seis callos, uno en cada uña de las delanteras y dos en las uñas extremas de atrás. En el caso de bueyes o vacas de tracción o carreteo se les tapaban todas las uñas, y si no realizaban trabajos fuertes se tapaban las dos uñas delanteras por la parte de afuera con un ramplón de refuerzo. Al ganado caballar destinado a la monta, carga o tracción se le colocaba la herradura en las cuatro pezuñas.
En el herrado se utilizaban las siguientes herramientas y procedimientos: se partía de cortadillos de perfiles de hierro, redondos o cuadrados, calentados en la fragua. Se les forjaba entonces sobre la mesa del yunque, especialmente concebido para este efecto, el cual disponía de un apéndice cónico en unos de sus lados y de una hendidura en el lado opuesto, en donde se adobaban los callos. Se golpeaba el hierro a forjar con la porra y el martillo hasta conseguir la forma deseada.
Con una piqueta sé marcaba el asiento donde iban a ser colocados los clavos del callo o de la herradura, y con un puntero se realizaba la perforación para introducirlos. Con los cortafríos se eliminaba el material sobrante. A la hora de colocarlos en el animal, se adobaban los callos para adaptarlos a la morfología de la uña. Con la tenaza se desmontaban las herraduras y sacaban los clavos del casco. Con el pujavante se eliminaba y limpiaba el exceso de sustancia córnea de la planta para facilitar el mejor asiento de la nueva herradura en la uña. Los clavos eran fijados a golpe de martillito en la masa córnea, teniendo picardía para dar bien el tendido al clavo y saber la dirección que este iba a tomar. El herrero se guiaba por el oído, escuchando el sonido que producía el golpe en su penetración: si era constante, iba hacia lo sano; si cambiaba a más suave, iba hacia lo vivo, pues si el clavo quedaba cerca de esta zona, se decía que daba calor y el animal a los dos o tres días cojeaba.
Si lo que se habla colocado era un callo, el herrador debía doblar la oreja lateral del mismo con una tenaza especial. Después remataba el trabajo cortando con la tenaza los clavos y dejando un sobrante que era doblado para mejor fijación. Con la cuchilla se cortaba la masa córnea que quedaba fuera de la zona tapada y con la escofina se igualaba todo, dejándolo fina.
Al herrar se tenía además en cuenta el aplomo del animal. Al acercarse al mismo, se observa la forma de moverse, que sus manos estuvieran equilibradas al pisar, o si había que corregir defectos, de modo que si había defectos grandes se le colocaban los callos o herraduras de enmienda. En invierno, a las caballerías de tracción se les cambiaban dos o tres clavos delanteros, sustituyéndolos por otros de mayor cabeza para evitar que estos animales resbalasen con el hielo.
En la operación del herrado caballar, mular y asnal había que extremar el trato suave y cariñoso: si se venían a la mano se les hablaba dulcemente, pasándoles la mano por la frente, o se les daba palmaditas en el pecho, procediendo al trabajo con perfecta normalidad. Si el animal demostraba ser agresivo, con tendencia a manjar y manotear, se le ataba en corto y con la cabeza bien alta. A veces convenía cubrirle los ojos y, dándole tres o cuatro vueltas en círculo, se conseguía que amansase. Si no amansaba, se recurría al torcedor o acial. Las herraduras se recovaban dependiendo del trabajo del animal. Lo normal era cada tres meses, dado el desarrollo que en ese tiempo adquiere la substancia cornea en la uña o casco, la cual incomoda al animal al caminar. El herrador curaba en el potro pequeñas afecciones a los bueyes y vacas. Por ejemplo, las aguaduras, escoceduras, el rodillón o el zapatazo. También les sacaba las piedras que se metían entre las uñas, arreglaba defectos en ellas, etc. A los caballos les cortaba con una gubia el haba de la boca, enjuagándola con sal y vinagre. Los honorarios, en los años 1950 rondaban las 1,75 pesetas por callo y 2,25 pesetas por herradura colocada.
Las tertulias y el ir y venir de las gentes con sus animales a herrar quedaron en el olvido.
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