No fue profeta en su tierra

Jesús Allende

Cuesta creer que nuestra ciudad y nuestra comarca no cuenten con una obra de Julián Santamaría, uno de los diseñadores gráficos más importantes de España

Muchos lectores de este suplemento desconocerán la obra de Julián Santamaría. Puede que en los últimos días hayan conocido algo de su carrera, al saberse de su fallecimiento, a los noventa años de edad, a causa del Covid-19. Es cierto que en el año 2009 se expuso parte de su obra en la Sala de Exposiciones de La Casona y que en el 2014 se le realizó un discreto homenaje en el Ayuntamiento de Reinosa, pero cuesta creer que nuestra ciudad y nuestra comarca no cuenten con una obra de referencia del que ha sido uno de los diseñadores gráficos más importantes de nuestro país.

Y no será por falta de empeño por parte de Santamaría, que tenía absolutamente idolatrada a su Reinosa natal. Se podría decir, incluso, que tenía una obsesión casi enfermiza con nuestra comarca y llevaba con indisimulado pesar esta carencia. Así pues, Santamaría no fue profeta en su tierra y Reinosa no se supo aprovechar de la lucidez de una persona que, a buen seguro, habría sido capaz de dotar a la ciudad de una identidad visual de calidad, moderna y visionaria, en un momento en el que la crisis derivada de la reconversión industrial hubiera necesitado nuevos referentes en los que creer con firmeza y afrontar con otra predisposición la decadencia que se anunciaba.

A pesar de este amor por lo local, Santamaría desarrolló a partir de la década de los 60 del siglo XX una extensísima obra influida por las principales comentes estéticas internacionales del diseño.

Adoraba la obra de los cartelistas japoneses y polacos de aquellos años, pero se mostró especialmente sensible al diseño limpio del Estilo Internacional que se desarrollaba en Suiza. No en vano, se hacía conocer en los círculos madrileños de aquellos años como «El suizo de Argüelles», distrito en el que había establecido su estudio y de ahí también su amor incondicional por la tipografía Helvética, utilizada casi en exclusividad en sus diseños a lo largo de toda su carrera.

Lo más significativo de su producción se desarrolla en los años 60, 70 y 80 del siglo XX, aunque siguió manteniendo una gran actividad en las dos décadas posteriores, mostrándose todavía activo en los primeros años de nuestro siglo. Su historia es similar en ciertos aspectos a la de otros pioneros del diseño gráfico en España glosados por Emilio Gil en 2007, en la obra que lleva el mismo título y de la que Santamaría es una de las 15 figuras reseñadas, junto a nombres como Daniel Gil, Giralt Miracle, Morillas o Pla-Narbona. Todos estos diseñadores son los responsables de la creación de una parte muy significativa de nuestra cultura visual creada a partir de la segunda mitad del siglo XX, antes del cambio revolucionario que supuso en el diseño el modo de afrontar los procesos de trabajo con la introducción de los ordenadores personales y el software de edición gráfica.

A Santamaría le gustaba trabajar con colores planos, de línea clara y precisa que perfilaba con una enorme maestría, manipulando cuchillas de afeitar de manera extremadamente precisa. Desplegaba un oficio al día de hoy perdido, que en el mundo del diseño actual ha asumido de manera rotunda la ilustración vectorial de la mano de aplicaciones digitales como el Illustrator de Adobe.

Santamaría lograba, de esa manera, unos diseños muy limpios, de formas depuradas y sintéticas, que le llevaba a geometrizar con suma elegancia lo representado. A la hora de utilizar el color solía decantarse por el uso de las tintas planas, que en no pocas ocasiones eran metálicas, en composiciones muy llamativas pero sin caer en estridencias, que irradiaban una equilibrada poética visual.

Aunque su obra fue muy variada se le conoció especialmente por el diseño de carteles, género en el que fue un consumado maestro y que le llevó, en los años 70 a ser considerado por la AGI (Alliance Graphique Internationale) como uno de los 50 cartelistas más importantes del mundo, llegando a exponer por este motivo en el MEAC o el Lincoln Center de Nueva York.

En los años de mayor actividad de su estudio también realizaría infinidad de trabajos de identidad corporativa, de imagen de marca, diseño editorial, aplicaciones gráficas, o ilustración, para empresas o instituciones como Cortefiel, Campsa, Patrimonio Nacional, Telefónica, Ministerio de Turismo, el Mundial de Fútbol del 82 o la Ruta Quetzal, por poner solo algunos ejemplos.

Pero donde su obra se mostraba especialmente refinada y lograba cotas de sensibilidad y lirismo difícilmente igualables era en los christmas con los que todos los años felicitaba a sus cientos de amigos y conocidos. Eran pequeños grabados de 21x21 centímetros realizados con precisión de orfebre. Joyas gráficas de profunda sensibilidad y dulzura que ejecutaba con total libertad, sin la presión del cliente, de la firma o de la marca comercial.

Precisamente uno de sus mejores amigos, Francisco Umbral, escribiría en varias ocasiones sobre Santamaría, de cuyo estilo diría: «¿Qué es lo que pinta Julián Santamaría? Ya está dicho; una Castilla descastellanizada, un paisaje despaisajizado, unas alusiones a la naturaleza que son como la referencia última que de la naturaleza llevamos en el fondo del ojo, en el fondo del ser. Ni impresionismo ni expresionismo. Ni realismo ni abstracción. Una realidad depurada, salvada cuando ya está a punto de ser sólo idea, abstracción. De este modo veo yo la conducta artística de Julián Santamaría como exactamente contraria a la de los neofigurativos al uso».

JESUS ALLENDE
Diseñador gráfico e historiador del arte