Ana Belén Lasheras - Mª Eugenia Escudero - Isabel Cofiño
Lugares tan distantes geográficamente, como Couillet (Charleroi, Bélgica) y Campoo, acabaron acercándose por los avatares de una historia cuyos protagonistas fueron los hermanos Ernest y Alfred Solvay. En la localidad belga se estableció, en 1863, la primera fábrica de sosa Solvay, mientras que en la comarca campurriana se puso en práctica una iniciativa filantrópica a través de la fundación, en 1929, de una casa de reposo en Soto para los empleados de la fábrica de Solvay en Barreda.
Fue Ernest, el hermano mayor, quien descubrió el proceso de fabricación de carbonato sódico al amoniaco o sosa al amoniaco a mediados del Ochocientos. Hasta entonces, y desde antiguo, se había utilizado la sosa natural, extraída de plantas o de unos yacimientos de carbonato sódico estadounidenses, y la sosa artificial, obtenida a partir de la sal común por un procedimiento inventado por el químico francés Nicolás Leblanc en 1798. El proceso creado por Ernest mejoró considerablemente la invención de Leblanc, abaratando e incrementando la producción de sosa.
La fundación de esta institución asistencial, con algunas matizaciones y salvando la distancia cronológica, pudo tener un principio similar al que tuvieron los hospitales medievales ubicados en las rutas de peregrinación para acogida de caminantes. Reinosa ocupaba un punto intermedio en una vía de comunicación con gran afluencia de transeúntes ya a partir del siglo XVI, quienes sin duda, plantarían un serio problema social para una población de escasa densidad demográfica. Esta situación se verá agravada al representar además el centro geográfico de una comarca con un equilibrio económico ligado a las labores del campo y, por tanto, sujeta a diversos avatares (climáticos, sequías, pestes...) que al menor contratiempo colocaban a sus habitantes al borde de la ruina y les obligaba recurrir a la caridad.
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