Arqueología e historia antigua en la Hermandad de Campoo de Suso

Alicia Ruiz Gutiérrez

El término municipal de Hermandad de Campoo de Suso se encuentra en el centro del territorio que habitaron los antiguos cántabros, cuyos lími­tes geográficos eran considerablemente más amplios que los de la actual Comunidad Autónoma de Cantabria. Como ya es­pecificó el padre Enrique Flórez en el siglo XVIII (1), el solar de los Cantabri al que se refieren los autores de la Antigüedad se localizaba en el sector central de la Cordillera Cantábrica y coincidía, más o menos, con la región natural que desde la Edad Media se conoce con el nombre de "La Montaña".
En concreto, los cántabros llegaban por el norte hasta el li­toral cantábrico. En la parte occidental poblaban la cuenca del Salía (Sella) y la cabecera del río Astura (Esla), de manera que el oriente de la actual Asturias y el nordeste de la provincia de León formaban parte de Cantabria en la Edad Antigua. En la zo­na meridional los cántabros se extendían por el norte de la pro­vincia de Palencia. La frontera discurría aproximadamente en­tre las localidades de Mave y Alar del Rey; a continuación, se prolongaba hasta Amaya, en el norte de la provincia de Burgos y, a partir de ahí, se dirigía hacia el nordeste, pasando por las comarcas de Sedano y Villarcayo.
El límite en la costa oriental coincidía con la divisoria de aguas entre los ríos Asón y Agüera, o bien con la cuenca de es­te último río; de ahí que el extremo oriental de la actual Canta­bria, donde se ubicaba la ciudad romana de Flaviobriga (Cas­tro Urdiales), no perteneciera a los antiguos cántabros, sino a sus vecinos los autrigones, según el geógrafo alejandrino Clau­dio Ptolomeo (Geogr., 2.6.7). Los otros pueblos limítrofes de los cántabros fueron los turmogos y los vacceos por el sur y los astures por el oeste.
 
 
PRIMERAS REFERENCIAS EN LAS FUENTES CLÁSICAS: LOS CÁNTABROS Y EL NACIMIENTO DEL RÍO EBRO
Figura 3. Parte superior de la muralla (Argüeso-Fontibre)La primera cita literaria que ha llegado a nosotros sobre los cántabros nos ubica precisamente en la zona de Campoo de Suso, donde nace el río Ebro, pues fue este accidente geográfico el que la ocasionó. Catón el Viejo (234-149 a.C.) se refirió a él en su obra histórica titulada Orígenes, de la que se han conservado algunos fragmentos. Los tres primeros libros de esta obra fueron escritos hacia el año 168 a.C. y los cuatro últimos al final de la vida del autor, entre el 150 y el 149 a.C. A esta última etapa pertenece la cita que nos inte­resa. Dentro del relato de las campañas militares que dirigió en la Hispania Citerior durante su consulado del año 195 a.C., Ca­tón señala:
"...el río Ebro; nace entre los cántabros, grande y hermoso, abundante en peces" (2).
No sabemos si Catón conocía el lugar preciso del nacimien­to del río Ebro o si, como parece m
ás probable, sólo disponía de una información genérica sobre su ubicación en el territorio de los cántabros. A este respecto hay que tener en cuenta que si bien el cónsul romano tuvo un contacto directo con las zonas de interior de la Península Ibérica faltaban dos tercios de siglo para el inicio de la conquista romana de Cantabria, en el año 29 a.C., de manera que la exploración o conocimiento indirecto del te­rritorio cántabro por parte de los romanos debía de ser aún muy precario. De hecho, es preciso esperar hasta los primeros años del siglo I d. C. para encontrar otra referencia en las fuentes lite­rarias antiguas al nacimiento del Ebro en Cantabria. Ésta nos la proporciona el geógrafo griego Estrabón (c.64 a.C.-c.21 d.C.) quien, a diferencia de Catón, no visitó la geografía hispana, por lo que principalmente hubo de basar sus descripciones en noti­cias de autores que le precedieron. En el tercer libro de su obra geográfica, dedicado a Iberia, señala:
"El Ebro, que tiene su origen entre los cántabros, fluye hacia el mediodía por una llanura grande, paralelo a los montes Piri­neos" (3).
El mismo Estrabón, en otro pasaje de su obra, menciona a los cántabros coniacos y plentusios que vivían junto al naci­miento del Ebro:
"Pero ahora, como he dicho, se ha puesto fin a todas sus gue­rras, porque a aquellos que aún seguían con el bandolerismo, es decir los cántabros y sus vecinos, ha domado César Augusto y en lugar de hacer daño a los aliados de Roma, ahora ellos pres­tan servicio militar a los romanos, los coniacos y los plentusios que habitan junto a la fuente del Ebro" (4).
 
En el último tercio del siglo I d.C., Plinio el Viejo (23-79 d.C.) se refirió también en dos ocasiones al nacimiento del Ebro en Cantabria. Las citas se encuentran en su Historia Natural, com­puesta de 37 libros. En el tercer libro de esta obra, que trata so­bre geografía, Plinio indica con más detalle que los autores que le precedieron el lugar dentro de Cantabria donde nace el gran río hispano, no lejos, explica, del centro urbano de Iulobriga:
"La corriente del Ebro, rico por su comercio fluvial, nace en territorio de los cántabros, no lejos del oppidum de Iuliobrica, fluyendo durante 450.000 pasos, siendo navegable en un tra­yecto de 260.000, a partir del oppidum de Vareia, por el cual los griegos denominaron Iberia a Hispania entera" (5).
Más adelante, en el siguiente libro de la Historia Natural, de­dicado también a la geografía, Plinio especifica la distancia en­tre Portus Victoriae Iuliobrigensium (Santander) y las "fuentes del Ebro", en latín fontes Hiberi, expresión de la que deriva el topónimo actual de Fontibre:
"Sigue la región de los cántabros con nueve ciudades, luego el río Sauga y Portus Victoriae Iuliobrigensium. Desde aquí y a una distancia de 40.000 pasos se hallan las fuentes del Ebro, Por­tus Blendium; a continuación, los orgenomescos, pertenecien­tes a los cántabros, con Portus Vereasuecae, perteneciente a los mismos" (6).
A mediados del siglo II, el geógrafo Claudio Ptolomeo (c.85-c.l65 d.C.) señaló la posición cartográfica del nacimiento del Ebro (7) y, desde entonces, no encontramos más noticias sobre este lugar durante la época imperial romana.
Finalmente, al final de la Antigüedad Tardía, en el siglo VII, la estrecha relación que los autores antiguos establecieron entre Cantabria y el río Ebro quedó una vez más reflejada en las Eti­mologías de San Isidoro de Sevilla (560-636), donde el término Cantabri se explica como un derivado de la unión de los voca­blos urbs (ciudad) e Iber (Ebro) (8).
 
 
POBLAMIENTO PRERROMANO
Aunque no conocemos con certeza el nombre de los cántabros que en la Antigüedad se extendieron por lo que hoy es el término municipal de Hermandad de Campoo de Suso, es preciso considerar la información ya ci­tada de Estrabón sobre la existencia de unos plentusios que ha­bitaban junto al nacimiento del río Ebro. La investigación mo­derna ha venido considerando que éstos podrían ser los mismos que los blendios, cuyo puerto marítimo, como se ha indicado más arriba, aparece citado en la obra de Plinio el Viejo. Asimis­mo, los blendios están documentados en la placa I del llamado "Itinerario de Barro" hallado en Astorga, donde se recogen las mansiones que se hallaban al paso de la vía romana que unía Legio VII (León) con Portus Blendium en la costa cantábrica (pro­bablemente Suances) (9).
Según Estrabón los cántabros plentusios, como también los coniscos, tras la conquista en tiempos del emperador Augusto habían abandonado el bandolerismo y se dedicaban a servir en el ejército romano (Geogr., 3-3.8). En unas líneas anteriores el mismo Estrabón había destacado el salvajismo de los cántabros y de sus vecinos, achacándolo a su vida guerrera y a su aisla­miento geográfico, lo que refleja el etnocentrismo y pensamien­to determinista del geógrafo griego, para quien el paisaje mon­tañoso, el clima frío y las difíciles comunicaciones abocaban a los pueblos a la barbarie.
 
Figura 1. Croquis del castro de Argüeso-FontibreEstrabón, quien escribió su obra poco después de la con­quista romana de Cantabria, ofrece una descripción peyorativa de los cántabros, a quienes engloba dentro del grupo de pue­blos "montañeses" que habitaban en torno a la Cordillera Can­tábrica y que, según él, tenían un modo de vida semejante. Es­tos eran "los galaicos, astures y cántabros hasta los vascones y el Pirineo" (Geogr., 3-3.7). La sociedad cántabra en la obra de Estrabón se nos presenta como una sociedad rural, guerrera y je­rarquizada, basada en el concepto del honor y en linajes o rela­ciones de parentesco, una sociedad que conservaba, incluso, rasgos propios de una antigua organización matriarcal:
"Otros rasgos tampoco son señal de civilización, pero no son tan bestiales, por ejemplo, la costumbre de que entre los cánta­bros los hombres den la dote a las mujeres y que las hijas reci­ban la herencia y que ellas casen a sus hermanos, lo que parece ser una especie de matriarcado" (10).
 
Esta visión de Estrabón debe ser contrastada con la informa­ción que proporciona la investigación arqueológica. En general, la arqueología de la Cantabria prerromana nos muestra un poblamiento basado en castros. Estos castras, a pesar de las dife­rencias de tamaño entre unos y otros, tienden a presentar cier­tos rasgos comunes. Los emplazamientos coinciden con lugares elevados fácilmente defendibles, ubicándose las defensas artifi­ciales en los flancos más vulnerables, normalmente aquellos donde se encontraban los accesos a las zonas de hábitat. Con frecuencia, se hallan próximos a algún curso de agua o fuente y a recursos económicos, tales como yacimientos mineros y tierras aptas para un uso agropecuario (11). En ocasiones, los castros se alzan en las proximidades de alguna vía de comunicación na­tural. Asimismo, es frecuente que los emplazamientos dispon­gan de planicies en la cima o terrazas, con objeto de facilitar la construcción de las cabañas.
 
Este tipo de asentamientos que catalogamos de una manera general como castros son relativamente fáciles de detectar debi­do a la conservación parcial de sus sistemas defensivos; sin em­bargo, con frecuencia el conocimiento que tenemos de los mis­mos es escaso, debido a la falta de excavaciones arqueológicas o a la mala conservación de los yacimientos. El principal pro­blema radica en la cronología, pues con frecuencia las dataciones de los castros cántabros se basan en materiales arqueológi­cos recogidos en superficie, por lo que suelen ser demasiado amplias y provisionales, e incluso en el peor de los casos existe una carencia total de elementos que faciliten una mínima orien­tación cronológica. Por otra parte, nuestro conocimiento sobre la organización del hábitat dentro de los poblados suele ser in­suficiente.
El territorio por el que se extiende la Hermandad de Cam­poo de Suso no escapa a estas limitaciones que plantea la in­vestigación arqueológica del período prerromano en Cantabria, si bien cabe destacar el elevado número castros que han sido identificados dentro de este término municipal, que tiene una extensión de 222,7 km2. Se trata de nueve posibles yacimientos, la mayoría de ellos descubiertos a raíz de prospecciones arque­ológicas recientes, como las realizadas por M.A. Fraile López (12). Éstos se localizan en Abiada, Argüeso-Fontibre, El Castrejón (Naveda) (13), Espinilla, La Guariza (Fontibre), Población de Suso, Los Agudos (14), Salces y Triquineja (Argüeso). De todos ellos el mejor conocido hasta la fecha es el de Argüeso-Fontibre, del que nos ocuparemos en las siguientes líneas.
 
 
EL CASTRO DE ARGÜESO-FONTIBRE
Se encuentra en la cumbre de un altozano situado en­tre las localidades de Argüeso y Fontibre (15). La ma­yor parte del recinto castreño se halla en terrenos ve­cinales de Argüeso, si bien una pequeña porción pertenece a Fontibre. Esta circunstancia ha creado cierta confusión en la ma­nera de denominar el castro. Tras ser identificado, el sitio fue da­do a conocer como "Castro de Fontibre", si bien algunos auto­res lo han citado como "Castro de Argüeso" y así consta en la Ho­ja a escala 1:25.000 del Instituto Geográfico Nacional. El proble­ma es que con posterioridad a su hallazgo han sido identifica­dos otros dos castros en las inmediaciones: uno en Fontibre (La Guarida) y otro en Argüeso (La Triquineja), por lo que para evi­tar posibles confusiones es preferible utilizar la referencia de "castro de Argüeso-Fontibre". Además, el castro ha sido desig­nado con distintos topónimos menores: "El Castro", "Pico del Castro", "Alto del Hornero", "Peña Campana", "Pico La Campa­na" y "Pico de la Hoz". De todas estas denominaciones, la más usada por las gentes del lugar es la de "El Castro".
Nos encontramos ante un emplazamiento típico castreño, desde cuya cima se domina una gran vista de las poblaciones ve­cinas y de las vías de comunicación del .entorno, en especial del Puerto de Palombera, así como del valle del Híjar y del Pico tres Mares. Además, el lugar se encuentra próximo a amplias exten­siones de terreno llano o de suaves pendientes, aptas para la agricultura y el pastoreo, las cuales debieron de facilitar en la Edad Antigua la subsistencia de los pobladores del castro.
 
El cerro presenta forma alargada, con una orientación del Noroeste al Sudeste (figura 1). Su altitud máxima es de 1059 m sobre el nivel del mar. El recinto castreño mide 350 m en su eje mayor y 50 a 75 m en el menor, siendo el desnivel entre la cima y la planicie, donde se encuentra Argüeso, de unos 107 m. Dos caminos que parten de este pueblo rodean el castro. El que dis­curre por el lado este conduce a Fontibre, mientras que el del la­do oeste finaliza en el pequeño collado que separa "El Castro" de la "Peña Campana".
 
Historia de la investigación
El castro es conocido desde 1970 aproximadamen­te, pero las primeras referencias escritas sobre el mismo no vieron la luz hasta veinte años después (16). En 1990 y 1991, M.A. García Guinea y E. Van den Eynde dirigieron excavaciones arqueológicas en el yacimiento, con la estrecha colaboración de R. Rincón. El yacimiento fue explora­do en su conjunto y se practicaron sondeos en diferentes pun­tos del mismo. En el extremo sudeste del recinto, en la peque­ña planicie donde se conservan restos de la muralla y un terra­plén, aún pueden apreciarse las huellas de estas intervenciones arqueológicas.
 
Figura 2. Muralla en el lado sudeste del castro (Argüeso-Fontibre)En 1997, dirigimos una breve investigación sobre este castro de Argüeso-Fontibre en el marco de un proyecto financiado por la Consejería de Cultura y Deporte del Gobierno de Cantabria. La investigación consistió en varios trabajos de prospección y dos sondeos arqueológicos. El objetivo de estos sondeos fue comprobar la cronología del yacimiento y, a ser posible, detec­tar estructuras de hábitat, ya que aunque las excavaciones pre­cedentes habían facilitado el hallazgo de muchos restos de ce­rámica, no habían aportado datos importantes sobre la forma y distribución de las cabañas dentro del poblado. Los resultados de esta investigación fueron publicados en los años 1999 (17) y 2000 (18).
Un primer sondeo se practicó en una superficie resguarda­da y de suave pendiente, cerca de la vertiente sudeste del recin­to, donde habíamos encontrado restos de cerámica en una pri­mera prospección del yacimiento. Se abrió un cuadro de 2 x 2 m, que luego fue ampliado con otro contiguo de iguales dimen­siones. Durante el proceso de excavación fueron exhumados 514 fragmentos de cerámica, muchos huesos de fauna y 110 frag­mentos de barro endurecido, con huellas de varas, procedentes de las paredes de las cabañas del castro, así como una pequeña placa de bronce con dos clavos y una lámina enrollada, también del mismo metal y pequeñas dimensiones. Se documentaron ocho unidades estratigráficas, desde la capa superficial hasta el substrato de roca caliza. Aunque no quedaron a la luz estructu­ras de hábitat, su presencia es probable en las proximidades del lugar del sondeo, pues la gran cantidad de materiales arqueoló­gicos exhumados difícilmente puede relacionarse con un verte­dero, teniendo en cuenta la posición que ocupaba el área de la intervención dentro del recinto castreño.
 
El segundo sondeo, de 2 x 2 m, se realizó en el área central del recinto, concretamente en un pequeño rellano próximo a la cresta calcárea que corona el castro. La selección del sitio estu­vo determinada por el objetivo de localizar restos de cabañas, pero los resultados fueron negativos, pues la roca comenzó a aflorar a escasos centímetros de la superficie. En concreto, se pu­do profundizar hasta unos 40 cm. Se recuperaron 17 fragmentos de cerámica, aparentemente desplazados de su depósito originario como resultado de los procesos de erosión del yacimiento arqueológico.
 
Sistema defensivo
La fortificación del castro de Argüeso-Fontibre consistió en una combinación de mura­llas, terraplenes y fosos que se adaptaron a la topografía del lugar. Las defensas se concentraron en los lados sudeste y noroeste, por ser éstos los de me­nor pendiente y, por lo tanto, de más fácil acceso. En el resto del perímetro del castro los cantiles de roca y las fuertes pendientes hicieron innecesaria la realiza­ción de obras defensivas.
 
En concreto, las defensas más evidentes se locali­zan en el extremo sudeste desde el que se divisa Fontibre. En es­te lugar existe un rellano ocupado en la actualidad por dos pra­dos delimitados por muros de piedra. El lindero meridional del prado más occidental reaprovecha un tramo de muralla del cas­tro (figura 2). Es muy probable que los otros muros que delimi­tan los dos prados, hasta hace poco tiempo tierras de cultivo, ha­yan sido construidos en época moderna con piedras extraídas de la muralla antigua.
Esta muralla tiene una anchura de 4,30 m y una longitud de, al menos, 45 m (figura 3). Está formada por dos paramentos de grandes bloques de piedra caliza, trabados en seco, y un núcleo compuesto de cascajo. El alzado del paramento que da hacia el exterior del recinto castreño se encuentra en la actualidad total­mente oculto por la acumulación de sedimentos; por el contrario, el paramento de la parte interna aflora con una altura máxima de 1,50 m, conservando entre cuatro y cinco hiladas de piedra.
 
Figura 4. Terraplén defensivo en el lado noroeste del castro (Argüeso-Fontibre)Al sur de la muralla, a unos 25 m de distancia, se observa cla­ramente la existencia de un terraplén que pudo haber servido de refuerzo de aquella. Este tipo de terraplenes se usó de forma habitual para defender los castros de la Edad del Hierro. Se tra­ta de acumulaciones de tierra y piedras en cuya cima pudieron disponer de empalizadas, de forma semejante a los aggeres de los campamentos romanos.
En el extremo opuesto del castro, esto es, en la zona noro­este, se pueden contemplar otros tres terraplenes defensivos en el ascenso al recinto desde Argüeso. El primero que nos encon­tramos es dudoso, mientras que los dos siguientes son mucho más evidentes. Estos últimos se encuentran dispuestos de forma concéntrica y están separados por un posible foso, en la actuali­dad colmatado. El terraplén de la zona superior, que podría ocul­tar un cinturón de muralla, es el más pronunciado y puede re­conocerse en una longitud de, por lo menos, 55 m (figura 4).
 
Restos de cabañas
En el castro de Argüeso-Fontibre no han sido halla­dos muros in situ, ni pavimentos o cimentaciones de cabañas, de manera que desconocemos sus di­mensiones y la forma de las plantas. Por el contrario, la técnica de construcción de las viviendas nos es conocida a través del ha­llazgo de numerosos fragmentos de barro endurecido despren­didos de los paramentos, los cuales conservan improntas del en­tramado de varas que constituía la osamenta de las paredes.
Estos restos ilustran un sistema de construcción muy bien documentado en castros de la Edad del Hierro del norte de la Península Ibérica, así como de otros lugares de Europa. En esen­cia, los muros de las cabañas eran construidos con estacas y va­ras de madera, siendo a continuación revestidos con gruesas ca­pas de barro. Esta técnica constructiva, estudiada por A. Ocejo Herrero (19), puede observarse en el poblado cántabro que ha sido recreado a un kilómetro de la localidad de Argüeso.
 
Los referentes arqueológicos más próximos de que dispone­mos para plantear cómo pudo ser la forma de las cabañas en el poblado de Argüeso-Fontibre se encuentran en los castros de Monte Bernorio (Aguilar de Campoo) y Los Baraones (Valdegama), ambos ubicados en el norte de la provincia de Palencia. En el yacimiento de Monte Bernorio, datado en la Segunda Edad del Hierro, aproximadamente en los siglos III-I a.C., se detectó una cabaña circular sellada por la muralla que delimitaba el recinto interno del castro (20).
En el castro de Los Baraones, con una larga ocupación que podría remontarse al siglo VIII a.C., si bien la mayoría de los res­tos son de la Primera Edad del Hierro (siglos V-IV a.C.), se han detectado varias cabañas de planta curva. Una de las mejor documentadas y que cronológicamente podría ser coetánea a la ocupación del castro de Argüeso-Fontibre, tenía siete metros de diámetro y conservaba restos del hogar y del hueco calzado con piedras en el que estuvo hincado el poste central que sustenta­ba la techumbre cónica. Asimismo, en el interior de la vivienda, que sufrió varias reformas a lo largo de su etapa de uso, se des­cubrió un banco corrido (21). El uso de estos poyetes o bancos adosados a las paredes en el interior de las viviendas fue citado por el geógrafo Estrabón, quien refiriéndose a los pueblos mon­tañeses del norte de Hispania, entre quienes incluía a los cánta­bros, señaló:
"Comen sentados en poyetes construidos alrededor de las paredes y guardándose sitios de acuerdo con la honra y la posi­ción social. La comida se sirve en círculo y mientras beben bai­lan al son de la flauta y la trompeta en corro, y también saltando y poniéndose en cuclillas" (22).
 
Materiales arqueológicos
Figura 5. Restos de cerámica (nº 1, 3-5) y bronce (nº 2). Castro de Argüeso-FontibreLas excavaciones arqueológicas en el castro de Argüe­so-Fontibre han proporcionado abundantes fragmen­tos de cerámica, los cuales afloran a escasa profundi­dad del suelo. Se trata de vasijas realizadas a mano, de pastas po­rosas, cuya tonalidad oscila del gris-negro al rojo-anaranjado, en función de la atmósfera de cocción, reductora u oxidante (figu­ra 5). La decantación de las arcillas varía mucho en los distintos tipos de vasija: los grandes recipientes presentan pastas grose­ras, en tanto que éstas son más finas en los pequeños cuencos o vasos. Con frecuencia son visibles desgrasantes de caliza y cuar­zo, siendo más raras las partículas de mica. Más o menos la mi­tad de las 563 piezas analizadas procedentes de la intervención arqueológica del año 1997 presentaba la superficie alisada y só­lo en tres fragmentos eran evidentes las huellas de un espatulado o bruñido.
 
Entre las formas reconocibles se encuentran grandes vasijas de almacenamiento, ollas y pequeños cuencos o vasos de paredes delgadas. Las primeras se caracteri­zan por presentar panzas globulares y bordes vertica­les o ligeramente cerrados, con labios engrosados. Las ollas y los cuencos suelen presentar perfiles en "S", con bordes exvasados. Las bases son planas o, con menor frecuencia, están provistas de un pie anular. La decora­ción de las vasijas, cuando existe, es muy tosca. Con­siste en digitaciones o marcas impresas de dedos, que aparecen en los bordes y en la cara superior o interna de los labios. En ocasiones, se trata de ungulaciones (marcas de uñas) o pequeños trazos incisos realizados con algún tipo de instrumento afilado (figuras 6-7).
Como ya se ha indicado, además de los fragmentos de cerá­mica, en el castro se han detectado numerosos huesos de fauna doméstica y dos pequeños restos de bronce. Asimismo han sido hallados molinos de mano.
 
Cronología e interpretación histórica
El castro de Argüeso-Fontibre debe encuadrarse en la Primera Edad del Hierro, dadas sus característi­cas generales y la ausencia de cerámicas realiza­das a torno de tipo celtibérico. Estas cerámicas, de pastas duras y formas estandarizadas, destinadas a un comercio, comenzaron a producirse en el área celtíbera hacia el siglo III a.C. y se difun­dieron progresivamente por otras zonas hispanas cada vez más alejadas de los centros productores originarios. En el territorio de la antigua Cantabria penetraron a través principalmente del valle del Ebro, suponemos que desde fines del siglo II o los ini­cios de I a.C., y perduraron en época romana hasta las décadas centrales del siglo I d.C., coincidiendo su final con el inicio de la producción masiva de terra sigillata hispánica, como ha podido apreciarse en el castro de Monte Cildá (Aguilar de Campoo, Pa­tencia) (23).
 
Figura 6. Cerámicas del castro Argüeso-FontibreLas cerámicas celtibéricas, con su característica decoración pintada, monocroma, de temas geométricos, se documenta en castros prerromanos de la comarca de Campoo, como el de Las Rabas (Celada Marlantes) (24) y La Triquineja (Argüeso). La lle­gada de estas nuevas vasijas realizadas a torno, mucho más re­sistentes que las de fabricación manual, fue una aportación del proceso de celtiberización propio de la etapa final de la Segun­da Edad del Hierro en Cantabria. En la zona más meridional, esta influencia cultural del mundo celtibérico ha podido apreciarse en los citados castros palentinos de Monte Bernorio y Monte Cildá, así como recientemente en el de La Ulaña (Humada, Burgos) (25). Junto a la cerámica, otras aportaciones de la celtiberización fueron mejoras en el utillaje agrícola y, posiblemente, un aumento de la actividad agrícola en detrimento de la ganadera.
 
En el castro de Argüeso-Fontibre, donde no hay pruebas de celtiberización, es probable que el hábitat se prolongara hasta fechas avanzadas de la Primera Edad del Hierro, aunque es imposible determinar una cronología precisa con los elementos disponibles y sin disponer de pruebas de datación absoluta. Con todo, pensamos que el abandono del castro pudo estar motivado por los cambios económicos y sociales que caracterizaron a la Segunda Edad del Hierro y que afectaron al poblamiento castreño de la zona cántabra (26).
Nos encontramos ante un poblado estable, a juzgar por la envergadura de las defensas y los abundantes restos de barro en­durecido procedentes de las ruinas de las cabañas. Además, la abundancia de cerámicas de uso doméstico apoya la misma in­terpretación. La fuerte erosión que ha sufrido el yacimiento ar­queológico dificulta la localización de las viviendas, las cuales seguramente se distribuyeron de forma dispersa dentro del re­cinto castreño, aprovechando los lugares más resguardados y aptos para el hábitat.
El medio de vida principal de los pobladores del castro de­bió de ser la ganadería, como revelan los huesos de animales do­mésticos localizados. Esta actividad económica debió de com­plementarse con una práctica de la agricultura, hacia la que apuntan vagamente las grandes vasijas de almacenamiento y los molinos de mano hallados en el castro. Esta agricultura debió de estar basada en técnicas de cultivo rudimentarias.
 
 
CONQUISTA Y DOMINACIÓN ROMANA
En el área de la Hermandad de Campoo de Suso y, en general, en todo el territorio de la Cantabria an­tigua el período prerromano terminó en la época de Augusto con las célebres Guerras Cántabras (29-19 a.C.), cu­yo desarrollo conocemos de forma somera y fragmentaria a tra­vés de los relatos que han llegado a nosotros de historiadores antiguos, básicamente Dión Casio Cc.155-c.229), Floro (siglo I-II) y Orosio (c.385-c.420), además de las recientes aportaciones de la arqueología militar.
Una de las columnas de penetración del ejército romano des­de la Meseta norte en dirección a la costa cantábrica debió de atravesar la zona de Campoo, a la que habría accedido por los valles de los ríos Pisuerga y Camesa, para continuar después su avance hacia el norte por la cuenca del Besaya. La conquista ro­mana pudo provocar cambios más o menos inmediatos en el poblamiento castreño de la cabecera del Ebro. Aunque algunos po­blados no se hubieran visto afectados por el ataque romano, sa­bemos por Dión Casio (Hist., 54.2.5) que tras la finalización de las Guerras Cántabras, en el año 18 a.C., el general Agrippa or­denó el desalojo de los poblados de altura y el asentamiento de los indígenas en el llano. Nuestras dudas sobre el encuadramiento cronológico preciso de muchos castros prerromanos de Cantabria nos impide observar en qué medida el abandono de los poblados de altura fue brusco o gradual, esto es, si se pro­dujo como efecto del mandato político de Roma o más bien fue el resultado natural de las transformaciones producidas a raíz de la implantación romana.
Una vez sometidos los cántabros, muchos aspectos de la so­ciedad, la economía y la cultura cambiaron, además de las for­mas de poblamiento. El territorio conquistado fue integrado en la provincia romana de Hispania Citerior, con capital en Tarraco (Tarragona), y dentro de ésta en el conventus Cluniensis, que tenía como centro Clunia (Coruña del Conde, Burgos).
Los distintos pueblos cántabros fueron fijados desde la épo­ca de Augusto en civitates, que pasaron a ser las nuevas unida­des básicas de la administración local, con amplios territorios y unas condiciones jurídicas precisas. Aunque desconocemos en qué civitas quedaron integrados los plentusios o blendios que habitaban en la zona del nacimiento del Ebro, es posible que to­dos o una parte de ellos hubieran sido incorporados a la juris­dicción de Iulobriga, la más memorable de las ciudades cánta­bras según Plinio el Viejo (NH, 3.27). El territorio de esta ciudad debió de extenderse por todo el valle del Besaya hasta la costa, donde los juliobriguenses disponían de un puerto marítimo: Por­tus Victoriae Iuliobrigensium. Por el sur conocemos la frontera del territorio de Iuliobriga gracias a los términos augustales ha­llados en los municipios cántabros de Valdeolea y Valdeprado del Río (27). Estos hitos marcaban la frontera entre el ager o es­pacio rural de Iuliobriga y los prados asignados a la Legión IV Macedónica, cuyo campamento permanente estuvo emplazado en Herrera de Pisuerga aproximadamente del año 15 a.C. al 39 d.C.
 
Figura 7. Cerámicas del castro de Argüeso-Fontibre (nº 1-5) y fragmentos de bronce (nº 6-7)Por la parte central de lo que hoy es el término municipal de Hermandad de Campoo de Suso en época romana discurría una calzada que partía de Mercadillo (Valdeolea) y conducía a la cos­ta cantábrica. Esta calzada que pasaba por el Collado de Somahoz, Puerto de Palombera y valle del río Saja, puede interpretar­se como un ramal de la vía principal que unía Pisoraca (Herre­ra de Pisuerga) con Portus Blendium (Suances), de la que se co­nocen varios miliarios (28). La construcción de calzadas facilitó los contactos entre las zonas de interior de Cantabria y la costa, lo que debió de propiciar el comercio y los intercambios de to­do tipo. La generalización de la moneda, la llegada de nuevos cultos, el desarrollo del urbanismo, la latinización y la adopción de la escritura, de la que nos ha quedado un reflejo en la epi­grafía, son otras de las múltiples consecuencias de la aculturación romana por parte de los indígenas.
Finalmente, las huellas del final de la Edad Antigua en el te­rritorio de Hermandad de Campoo de Suso se perciben en la cueva de Los Hornucos, en Suano, explorada por el padre J. Carballo en los años treinta del siglo XX. Esta gran cavidad ha pro­porcionado, además de restos prehistóricos, monedas del em­perador Constantino y fragmentos de cerámica de época tardorromana (térra sigillata hispánica tardía), así como objetos del período visigodo, entre los que destacan una placa completa y otra fragmentada de sendos broches de cinturón (29). Estos res­tos arqueológicos, que pueden datarse en los siglos V-VII, nos sitúan al final de la Antigüedad Tardía y, por lo tanto, en el trán­sito a la Edad Media.
 
 
NOTAS

(1) E. Flórez (1768): La Cantabria. Disertación sobre el sitio y ex­tensión que tuvo en tiempos de los romanos la región de los Cán­tabros, con noticia de las regiones confinantes y de varias po­blaciones antiguas Madrid, p. 50 (reed. con introducción de R. Teja y J. M. Iglesias Gil, Santander, 1986). La publicación de esta obra puso fin a la "teoría vascocantabrista" que desde el siglo XVI había pretendido la identificación de la antigua Cantabria
con el actual País Vasco.
(2) "fluvium Hiberum: is oritur ex Cantabris, magnus atque pulcher, pisculentus" (Catón, Orígenes, 7.1).
(3) Estrabón, Geogr., 3.4.6.
(4) Estrabón, Geogr., 3.3.8.
(5) "Hiberus amnis navigabili commercio dives, ortus in Cantabris, haud procul oppido Iuliobrica, per CCCCLM pass. fluens: navium per CCLXM a Varia oppido capax, quem propter universam Hispaniam Graeci appellavere Iberiam" (Plinio el Viejo, NH, 3.21).
(6) "Civitatum novem regio Cantabrorum, flumen Sauga, por­tus Victoriae Iuliobrigensium. Ab eo fontes Hiberi quadraginta millia passum. Portus Blendius, Orgenomesci e Cantabris. Por­tus eorum Vereasueca"(Plinio el Viejo, NH, 4.111).
(7) Ptolomeo,    Geogr., 2.6.16.
(8) "Cantabri gens Hispaniae a vocabulo urbis et Iberi amnis, cui insidunt, appellati"(Isidoro, Etym., 9.2.113).
(9) F. Diego Santos (1985): Epigrafía Romana de Asturias, Ovie­do (Ia ed. Oviedo, 1949), pp. 246-249.
(10) Estrabón, Geogr., 3.4.18.
(11) J.F. Torres Martínez (2003): "Recursos naturales y economía de los cántabros de la Edad del Hierro", Complutum, 14, pp. 169-196.
(12) M.A. Fraile López (1990): Historia social y económica de Cantabria hasta el siglo X, pp. 118-126.
(13) Este castro ya fue citado por J. Carballo en 1952: "Los castros y túmulos celtas de Cantabria", Actas del II Congreso Arque­ológico Nacional (Madrid, 1951), Madrid, pp. 303-308.
(14) Fue dado a conocer por E. Peralta en 1997: "Arqueología de las Guerras Cántabras. Un campo de batalla en las sierras de Iguña y Toranzo", Revista de Arqueología, 198, Madrid, pp. 14- 23.
(15) Coordenadas 4o 11' 39" de longitud oeste y 430 01' 36" de latitud norte (Mapa Topográfico Nacional de España, Hoja 82- IV, Espinilla, 1:25.000, IGN, Madrid, 1996).
(16) R. Bohigas Roldán (1990): "La Edad del Hierro en Canta­bria. Estado de la cuestión", Actas del Coloquio Internacional so­bre la Edad del Hierro en la Meseta Norte (Salamanca, 1986- 1987), Zephyrus, 34-40, pp. 119-121 (en p. 125). M.A. Marcos García (1990): "Estructuras defensivas en los castros cántabros de la cabecera del Ebro", Ibidem, pp. 479-483 (en pp. 481-482).
(17) A. Ruiz Gutiérrez (1999): "El castro de Argüeso-Fontibre (Hermandad de Campoo de Suso, Cantabria)", en Regio Cantabrorum (J.M. Iglesias Gil, J.A. Muñiz Castro, eds.), Santander, pp. 53-61.
(18) A. Ruiz Gutiérrez (2000): "El poblamiento prerromano en Cantabria: estudio arqueológico del castro de Argüeso-Fontibre (Hermandad de Campoo de Suso)", e n Actuaciones Arqueológi­cas en Cantabria. 1984-1999 (R. Ontañón Peredo, coord.), San­tander, 2000, pp. 341-342.
(19) A. Ocejo Herrero (1997): "En busca de los antiguos cánta­bros", Cuadernos de Campoo, n° 9.
(20) J. San Valero Aparisi (1944): "Excavaciones arqueológicas en Monte Bernorio (Palencia). Primera campaña 1943", en In­formes y memorias, 5, Madrid. J. San Valero Aparisi (1966): Mon­te Bernorio, Aguilar de Campoo (Palencia). Campaña de estu­dios en 1959, EAE 44, Madrid. M. Barril Vicente (1995): "Co­mentarios sobre el fondo de cabaña de Monte Bernorio", Actas del III Congreso de Historia de Palencia, I, Palencia, pp. 153-173.
(21) M. Barril Vicente (1995): "El castro de Los Baraones (Valdegama, Palencia): un poblado en el alto valle del Pisuerga", Actas del III Simposio sobre los Celtíberos. Poblamiento celtibérico, Za­ragoza, pp. 399-408 (en especial, pp. 404-405).
(22) Estrabón, Geogr., 3.3.7.
(23) A. Ruiz Gutiérrez (1993): Estudio histórico-arqueológico de Monte Cildá (Aguilar de Campoo, Palencia), Tesis doctoral en microforma, Universidad de Cantabria, Santander, 1993, pp. 91-124.
(24) M.A. García Guinea, R. Rincón (1970): El asentamiento cán­tabro de Celada Marlantes (Santander), Santander. M.A. García Guinea (1999): "Significado de la excavación arqueológica en el castro de Las Rabas (Celada Marlantes)", en Regio Cantabrorum (J.M. Iglesias Gil, J.A. Muñiz Castro, eds.), Santander, pp. 99-106.
(25) M. Cisneros Cunchillos, P. López Noriega, eds. (2005): El castro de la Ulaña (Humada, Burgos): la documentación ar­queológica (1997-2001), Santander.
(26) Una valoración general de la Primera Edad del Hierro en Cantabria puede encontrarse en E. Peralta Labrador (2003): Los Cántabros antes de Roma, Madrid (2a ed.), pp. 47-51.
(27) J.M. Iglesias Gil, A. Ruiz Gutiérrez (1998): Epigrafía roma­na de Cantabria. PETRAE Hispaniarum, n° 2, Burdeos-Santan­der, pp. 87-105.
(28) J.M. Iglesias Gil, J.A. Muñiz Castro (1992): Las comunica­ciones en la Cantabria romana, Santander, pp. 141-144
(29) J. Carballo (1935): "La caverna de Suano", Altamira, 3, pp. 233-252. Véase también el estudio de los materiales cerámicos tardoantiguos de esta cueva en R. Bohigas Roldán, A. Ruiz Gu­tiérrez (1989): "Las cerámicas visigodas de poblado en Cantabria y Palencia", Boletín de Arqueología Medieval, 3, pp. 31-51 (en pp. 32-36).