Arquitectura de los indianos en Reinosa

Miguel Ángel Aramburu-Zabala Higuera

Campoo es una comarca que no tuvo una emigración masiva a Indias en época colonial o a América en época contemporánea; y en consecuencia los india­nos no levantaron muchas construcciones (1). Sin embargo, los ejemplos de arquitectura indiana en Reinosa constituyen una oportunidad privilegiada de adentrarse en la esencia misma de este fenómeno histórico y artístico. En particular, desde el prin­cipio se muestra en esta arquitectura una preocupación social muy acusada por los más desfavorecidos. En general los india­nos favorecieron la construcción de escuelas, hospitales, traídas de agua, puentes, pósitos, fábricas, etc., y no sólo construyeron iglesias o sus propias casas.
Esta preocupación social manifestaba en el siglo XVI la in­fluencia de los franciscanos, desde su origen vinculados a la idea de la pobreza; y en los siglos siguientes la actuación de los in­dianos reflejará la doctrina social de la Iglesia en sus diversas va­riantes, muy especialmente a través de los jesuitas y el neocato­licismo de los siglos XIX y XX. La idea de la "caridad" será susti­tuida después en gran parte por la "cuestión social" abordada científicamente y la beneficencia pública. Desde las primeras es­cuelas fundadas por los indianos en los pórticos de las iglesias o los pequeños hospitales, hasta las Universidades y grandes hos­pitales modernos, hay una línea de continuidad en la actuación social indiana, de lo que hay magníficos ejemplos distribuidos por toda Cantabria. Esta actuación social de los indianos se vol­có tanto en su tierra de origen como en América.
 
La actuación benéfica de los indianos, que a la larga les pro­curará una imagen positiva, convivió siempre con la crítica que recibieron como personajes enriquecidos súbitamente, ignoran­tes, soberbios, mentirosos, etc., y cuya riqueza sería producto de turbios negocios y del saqueo de los indios. En realidad, quie­nes partían para Indias ya recibían el estigma social de perder la conciencia moral, de buscar enriquecerse en lugar de la salva­ción de su alma (crítica religiosa) o la paz de su espíritu (crítica intelectual promovida por la ideología neoestoica), de preten­der alterar su estatus social (crítica social), en una época que fa­vorece la inmovilidad y pone en cuestión toda novedad. Los tó­picos respecto a los mercaderes serán en este sentido muy simi­lares a los de los indianos (2). Y si quienes partían hacia Améri­ca ya llevaban en sí el estigma religioso, intelectual y social, quienes retornaban con sus riquezas eran, para sus críticos, la prueba palpable del desorden religioso, moral y social. Y en gran parte por ello, los indianos tratarán de cambiar este estig­ma, que siempre considerarán injusto, mediante una intensa ac­tuación social que en definitiva condujo a una modernización del norte peninsular a través del fomento de la educación, de la salud, de la mejora de las vías de comunicación y en general de las obras públicas, de la atención a la infancia y las mujeres des­favorecidas.
 
En los orígenes de esta atención social se halla la influencia de los franciscanos, ligados a algunos de los patrocinadores de las principales fundaciones sociales de los indianos de la segun­da mitad del siglo XVI. En Reinosa, la fundación del convento de la Purísima Concepción (Fot. 1), cuyos orígenes se remontan a 1514 y que recibió la autorización papal en 1518, impregnó de un intenso ambiente franciscano a toda la Villa. Este ambiente franciscano queda reflejado en el comentario que Laurent Vital, cronista del viaje de Carlos V, hace del hospedaje del Empera­dor en Reinosa en 1517 en casa de los fundadores del convento, quienes "aun cuando eran casados, vestían el hábito francisca­no)/habían construido, cerca de su casa, un monasterio de la Orden; aunque la iglesia estaba concluida, las celdas no lo estaban, por lo que los frailes transeúntes se hospedaban en casa del fundador". Los fundadores del convento eran Juan, Alvaro y Diego de Rebolledo, Fernando de Estrada, Francisco de Hevia y Francisco de Solórzano, con sus respectivas esposas, todos ellos de Reinosa y Nestares. El cronista franciscano Francisco Gonzaga escribía en 1587 (3) que el convento se asentaba a mil pasos del Ebro, en un paraje boscoso muy ameno y adecuado para el estudio, donde los franciscanos se instalarían a partir de 1518 al entregarles iglesia, dependencias conventuales y huerto. Impor­ta señalar cómo los propios fundadores, y no sólo los frailes, ves­tían el hábito franciscano, de lo que podemos deducir que a principios del siglo XVI Reinosa vivía un intenso ambiente fran­ciscano que respirarían también quienes emigraron a América (Fot. 2).
Pero además, a su llegada a Indias, los emigrados -comer­ciantes y funcionarios especialmente- encuentran allí una extra­ordinaria implantación franciscana. En 1516 se funda en la ciu­dad de Santo Domingo el primer convento de esta orden en América, cuya construcción se debe precisamente a un maestro de cantería montañés, Rodrigo de Liendo, que lo comenzó en 1543. Aquí llegaban los misioneros franciscanos y desde ese con­vento se distribuyeron por Nueva España, el Caribe y Perú. En 1559 los franciscanos tenían ya en Nueva España 80 casas y 380 religiosos, con un enorme prestigio. En la segunda mitad del si­glo XVI la Orden franciscana era la orden religiosa que recibía mayor cantidad económica de los legados de los españoles en Perú, por delante de agustinos, dominicos, mercedarios y otros.
Representante de la relación entre franciscanos y fundación de obras sociales de los indianos es el obispo Francisco Marroquín Hurtado, fraile franciscano y primer obispo de Tierra Fir­me, con sede en la Antigua de Guatemala, que fue consagrado por el Primer Obispo de Nueva España, el también franciscano fray Juan de Zumárraga. Francisco Marroquín, nacido en el Va­lle de Toranzo, llegó en 1529 a México y desde allí partió con Pedro de Alvarado a la conquista de Guatemala en 1530. Tras ser nombrado obispo de Guatemala (1537), fundó allí Colegios pa­ra niños huérfanos, así como el Hospital de la Misericordia para pobres (aprobado en 1556) para el que en su primera pastoral asignó una renta equivalente al tercio de los diezmos, y además mandó construir la Catedral (en la actual ciudad de "Antigua"), donde está enterrado. Ni fundó mayorazgo ni capilla alguna, ni dejó nada en su tierra natal. Todo su trabajo y for­tuna los dedicó a su tierra de adopción, Guate­mala, construyendo a su costa el Hospital de San­tiago en Antigua para enfermos y transeúntes po­bres españoles, del cual se nombró administrador, y que se unió al hospital de San Alejo para indios. Su labor social se extendió a la enseñanza construyendo, también por su cuenta, el Hospicio de Doncellas Pobres para niñas mestizas y huérfanas (1553) y, posteriormente, otra casa destinada a mestizos, de todo lo cual surgirá la Real y Pontifi­cia Universidad de San Carlos. Su gobierno se destacó tanto por la general labor humanitaria, como por la que llevó a cabo como protector de los indios. Marroquín significó el paso de la violenta conquista encarnada por Pedro de Alvarado a una institucionalización de los territorios, bajo protección eclesial, que conllevaba una do­minación más humanitaria de los indígenas. Esto posibilitó el tránsito del "conquistador" al "colonizador". De modo casi paralelo, el franciscano fray Juan de Quevedo y Villegas, nacido en Bejorís de Toranzo, fue nombrado en 1513 obispo de Santa Ma­ría la Antigua del Darién, adonde llegó en 1514. Regresó a la Pe­nínsula en 1519, y entonces defendió a los indios ante Carlos V, junto con el Padre Las Casas.
 
La orden de los franciscanos se halla en el origen de los Mon­tes de Piedad y Arcas de Limosnas fundados desde la Edad Me­dia, antecedentes inmediatos de la institución de los "pósitos" que, en el siglo XVI, ayudan a mitigar los efectos de las crisis agrí­colas a través del préstamo de grano a los más desfavorecidos. El "Pósito" es una institución que adquiere y conserva el grano que es entregado en épocas de pérdida de cosecha a los cam­pesinos para que puedan sembrar y obtener nueva cosecha. Ha­bía pósitos de fundación pública o privada benéfica y frecuentemente daba lu­gar a la construcción de un edificio propio como alma­cén de grano y alojamiento de los gestores de la institu­ción, edificándose a veces con monumentalidad. El valor social de la institución del Pósito es enorme en una sociedad eminentemente agraria. El propio Cardenal Cisneros (Fot. 3), francisca­no, "reconocido por todos los tratadistas como uno de los más grandes pro­pulsores de los pósitos" (4), llegó a fundar más de doscientos. El carácter benéfico de los pósitos americanos (o al menos los novohispanos), que disponían de capital propio que permitía abaratar la compra de grano, se traslada a las fundaciones de los indianos en la metrópoli. Esta vinculación con los franciscanos no parece casual entre quie­nes demostraron una elevada conciencia social de preocupación por la suerte de los pobres, fun­dando pósitos que aliviaran su miseria, como es el caso del fundador del pósito de Escalante, Juan del Castillo Río, quien desde Potosí fundaba en 1597 otro pósito en su pueblo natal (Fot. 4), una memoria pía para casar huérfanas pobres, un convento de la ra­ma franciscana femenina de las clarisas así como una capellanía en el convento franciscano de Montehano. Franciscanismo y preocupación social que desde el ámbito geográfico peruano es­tá llegando a Cantabria en el siglo XVI.
Uno de estos pósitos fue el fundado por don Juán López de Cieza en Reinosa (5). Sus padres, Juan López de Cieza y Salazar (6) y María Rodríguez de Rebolledo (Fots. 5 y 6) habían sido ve­cinos de Melgar (Burgos) pero se trasladaron a Reinosa, donde fueron enterrados y donde nacerían sus hijos Juan, María y Die­go, este último fraile franciscano. María Rodríguez de Rebolle­do, debía pertenecer a una ilustre familia reinosana, tal vez hija o pariente muy cercana de don Juan de Rebolledo y su mujer doña María de Melgar, vecinos de Nestares y fundadores del convento franciscano de la Purísima Concepción en Reinosa. Juan de Rebolledo casó en segundas nupcias con María de Solórzano, quien acabó la construcción del convento, donde el fundador tuvo "una capilla grande, la primera del lado del Evangelio, y en ella un re­tablo muy antiguo, de la advocación de San Miguel, todo en pintura, con su re­mate, y en dicho retablo hay dos escudos de armas", según describía Escagedo Salmón. Además, una de sus capillas fue reedificada por don Martín de Rebolle­do, capitán de caballos en Buenos Aires, y en esta misma iglesia Juan López de Cieza asentó la capilla de su fundación benéfica.
 
Juan López de Cieza era sobrino de Francisco de Rebolledo, casado con Juana Gómez, ambos residentes en Reinosa (7). El propio "hermano" (tal vez hijo de un primer matrimonio de su madre, y por tanto hermanastro, a no ser que se refiera a su tío Diego) de Juan López de Cieza, llamado fray Diego Rebolledo, fue fraile franciscano.
Juan López de Cieza emigró a América. Al instalarse en Perú será uno de los poco más de 8.000 europeos allí radicados enton­ces. Juan López de Cieza pertenece a la primera generación de co­merciantes españoles en Perú. Para financiar la conquista, en la década de 1530, Pizarra tomó dineros de la Caja Real y de la Caja de Bienes de Difuntos (organismo que gestionaba los bienes de los fallecidos, asegurando que llegaran a sus herederos). Parte de este dinero se entregó a mercaderes para que adquirieran los per­trechos que se necesitaban para la conquista, de modo que estos fondos sirvieron "para la acumulación del capital mercantil de los primeros comerciantes que comenzaron a hacer negocios con las ganancias obtenidas de la conquista de las poblaciones indí­genas andinas" (8).
López de Cieza estableció en el "Reino de Tierra Firme o Es­paña" una compañía comercial junto con otros dos socios, An­tonio de Petruche y otro de nombre Esteban. Esta "compañía co­mercial" sin embargo funcionaba sin formalizar escritura públi­ca, por lo que no puede ser calificada como "empresa" en el sen­tido moderno de la palabra. En esta compañía, él aportó 3-400 pesos, Petruche 7.000 y suponemos que el tercer socio apenas 100, porque el total del capital ascendía a 10.500 pesos, que él habría "de llevar al Reyno de tierra firme y emplearlos en las mer­caderías y cosas que me pareciere y echo el dicho empleo lo trayga a esta ciudad (Lima) e beneficie y benda al contado o al fia­do". Sabemos que de sus bienes envió en la flota a España 1.400 pesos en oro de Chile, "a emplear con Julio Coreo", posiblemen­te un genovés de la familia "Corso", dedicada al comercio en Li­ma. Un vecino de La Paz, Diego de Uceda, le debía 1.430 pesos en 1565, y en esa misma fecha, cuando testa, conservaba consi­go 1.400 pesos en plata ensayada. La compañía comercial en la que estaba integrado López de Cieza parece comerciar, segura­mente a través del Pacífico, entre el altiplano boliviano (La Paz), Lima y la zona continental ribereña del Mar de las Antillas, "Tie­rra Firme", en las actuales repúblicas de Panamá y Venezuela.
No quería Juan López de Cieza que, una vez fallecido, el tras­lado de sus bienes a la Península fuera efectuado por el orga­nismo oficial encargado de ello, la "Caja de Bienes de Difuntos", y lo encomendaba todo a sus albaceas testamentarios y si no lo hicieran que la justicia lo enviara a costa de los propios bienes. Por esta razón, los bienes de López de Cieza no se hallan conta­bilizados en los estudios específicos sobre la repatriación de ca­pitales del virreinato del Perú en el siglo XVI a partir de la docu­mentación de la Caja de Bienes de Difuntos (9), donde por ejem­plo figuran los bienes de Isabel del Castillo, vecina de Reinosa y fallecida en Guayaquil en 1581. La desconfianza ante este orga­nismo estaba muy extendida, ante la sospecha de que había una gestión corrupta.
 
El capital de López de Cieza puede estimarse en 7.630 pe­sos, si contamos la cantidad invertida en la empresa (3.400), el capital que le debían (1.430), el que envía a España (1.400) y el que conservaba consigo (1.400). Esta cantidad de 7.630 pesos es superior a la media de los bienes señalados en la Caja de Di­funtos peruana de la segunda mitad del siglo XVI, que es de 6.252,6 pesos. Nos encontramos ante un comerciante de nivel intermedio (el nivel bajo se calcula hasta los 6.000; el interme­dio hasta 15.000; y el alto más allá de los 15-000), y ya hemos visto que no era el que mayor capital aportaba a su compañía comercial. Pero ese nivel intermedio le sitúa por encima del 76,4 % de españoles en Perú, que pertenecen al nivel de capi­tal más bajo. En esta época, los comerciantes procuraban tener capital líquido antes que bienes inmuebles, y éste parece ser el caso de López de Cieza.
En su testamento, otorgado en la Ciudad de los Reyes (Lima) el 18 de agosto de 1565, Juan López de Cieza, soltero y sin hijos, establecía una fundación "porque mi voluntad es que se susten­ten los pobres". Su finalidad declarada era pues paliar el hambre que periódicamente azotaba a Reinosa y su comarca por la des­trucción de las cosechas o la escasez de éstas. Y para ello funda un "pósito", en una casa de "albóndiga", es decir un almacén de grano que se reparte en las épocas de escasez. Dejaba para ello 6.000 ducados (posiblemente equivalente a dos terceras partes de su capital) para que se invirtieran en rentas, viñas, censos u otras posesiones y con su producto se estableciera la alhóndiga (el almacén de grano), administrada por el Corregidor y un Re­gidor de Reinosa y por el Patrono designado por el fundador.
Con parte de la renta obtenida de los 6.000 ducados envia­dos por López de Cieza se comprarían 600 cargas de pan, que equivalían a 2.400 fanegas de trigo, y de ello se darían cada año perpetuamente 1.000 fanegas de trigo a labradores pobres, obli­gándose a devolverlo a la alhóndiga sin intereses. De la canti­dad restante se daría en limosna en diferentes fechas del año (Pascua de Resurrección: Pascua del Espíritu Santo; Nuestra Se­ñora de Septiembre; y el 8 de diciembre, día de Nuestra Señora de la Concepción), consistente en cuatro fanegas de pan cocido a los pobres, no siendo la limosna inferior a dos libras de pan. En las citadas fiestas y en el día de San Francisco, se daría de li­mosna a los frailes de San Francisco de Reinosa una fanega de pan cocido, una cántara de vino y un carnero. Se preveía que en caso de en caso de que hubiera "ambre e falta de pan" se entre­gara una fanega de pan diariamente el tiempo que durara el hambre "e se de por amor de Dios a pobres nezesitados" y si esto no bastara se dieran dos fanegas a los pobres, y lo que quedara se vendiera en grano a un real menos por fanega de como va­liera en Reinosa, y esto sólo "con los pobres e no con la otra gen­te", o en caso de venderlo como pan cocido sería a dos marave­dís menos de como costara en Reinosa en cada "cuartal'.
El testamento de Juan López de Cieza es muy claro en el or­den de las necesidades de los vecinos de Reinosa que pretende solucionar. Atendida en primer lugar la cuestión de la agricultu­ra, como medio de vida, y de la alimentación en períodos de es­casez, de hambre, la siguiente preocupación es la salud, la aten­ción sanitaria. Se preveía que si la fundación fuera en aumento y llegara a tener más de 4.000 fanegas de pan, ya no se acumu­laría más trigo, sino que de la renta "sepague medico e boticario y medicinas para los pobres de la dicha Villa y su tierra". Es decir, se procura médico, farmacéutico y medicinas, lo que resulta una atención sanitaria completa, un concepto global de la me­dicina que resulta extraordinariamente moderno.
 
La siguiente preocupación de Juan López de Cieza es la de los sectores desvalidos de la infancia y la mujer mediante el sis­tema de dotes. En el testamento se especificaba que si todavía sobrara más dinero después de los fines antes citados, se em­plearía para casar doncellas huérfanas y doncellas pobres.
Juan López de Cieza dispuso ser enterrado en la iglesia de San Francisco de Lima (10) (Fot. 7), dejando también dinero pa­ra misas por sus padres y por él mismo en las iglesias de San Francisco, y de San Esteban y San Sebastián de Reinosa, así co­mo limosnas para los hospitales de los Naturales, 50 pesos en plata, y de los Españoles (11), 20 pesos, en Lima, "los quales se de al Padre Molina, para que los gaste con los pobres". Es signi­ficativo que a su muerte quería que su cuerpo fuera acompaña­do por la "Cofradía de la Caridad y Misericordia" de Lima. Esta Cofradía se había fundado en el Hospital de San Cosme y San Damián, conocido precisamente como Hospital de la Caridad, y creado en 1559. El hospital era mantenido por los hacendados limeños, y un cronista que escribe a caballo entre los siglos XVI y XVII, fray Martín de Murua, señala que la Cofradía era "muy insigne. En este hospital se curan mujeres pobres; y la cofradía, el día de Nuestra Señora de Agosto, casa doncellas huérfanas y
necesitadas, y hay años que son veinte y se les dan dotes sufi­cientes" (12).
El mismo cronista Martín de Murua señalaba las distintas ins­tituciones benéficas de Lima y cómo "para todas estas obras pí­as y de caridad ayuda la ciudad y sus moradores con larguísi­ma mano, y cada día van creciendo las limosnas". En palabras de Carlos Alberto González Sánchez (13), en los indianos de Perú del siglo XVI "es obsesiva la pretensión de hacerse presente en los lugares de origen. Mostrara los demás el éxito del periplo; me­diante la Iglesia se perpetúa la memoria ajena, imitando a la vez modos de vida privilegiada con censos de los que se obtengan u na renta suficiente para ponerse en paz con Dios y con los hom­bres, a los que se desea mejor porvenir gracias a generosos gestos piadosos. Todo ello venía precedido de un entierro digno en In­dias, acompañado de caridades de todo tipo, cuyo perfil econó­mico en nada fomenta la modestia".
Fue la primera patrona de la fundación María de Salazar, hermana de Juan López de Cieza, que estaba casada con Rodrí­guez García de Villalón, vecino de la ciudad de La Paz. La fun­dación poseyó una capilla en el convento de San Francisco de Reinosa así como la casa de alhóndiga y vivienda del Patrón, con la obligación de "rreparar y haderezar la dicha casa de lo que hubiere menester", dejando establecido 2.000 maravedís anua­les para su reparación. El edificio, situado en la calle de San Se­bastián, muy cerca de la parroquia, tenía las armas de Salazar y Rebolledo. Ya en 1804 trató de venderse, pero se impidió, y en 1838 el patronato lo ostentaba don Fernando de la Torre, veci­no de Novales. Por entonces se quiso aumentar los beneficiarios de la fundación más allá de los 22 pueblos inmediatos a la Villa de Reinosa, extendiéndolos a todos los pueblos del Partido.
 
Hasta hace muy poco se conservaban los escudos de armas que habían presidido el edificio del pósito y casa de administra­ción, situados en el mismo lugar de la Calle San Sebastián, que después ocupó el asilo del Niño Jesús de las Hermanas de la Ca­ridad, todo lo cual ha desaparecido muy recientemente. El fun­dador dispuso en su testamento que en la alhóndiga se pusieran "las Armas de Juan López de Zieza e Salazar mi padre, e de Ma­ría Rodríguez de Revolledo mi madre", único testimonio del que nos ha llegado imagen gráfica hasta el presente de esta funda­ción, escudos publicados por María del Carmen González Echegaray (14). Estos escudos, en su aparente insignificancia, eran sin embargo el testimonio de un concepto de beneficencia so­cial que será constante en los indianos y su arquitectura a lo lar­go de su historia.
El dinero indiano también sirvió para construir la iglesia pa­rroquial de San Sebastián de Reinosa en el siglo XVI (Fot. 8). El legado procede ahora de Nueva España (México). Juan Ruiz de Villegas era originario de la casa de Villegas que se halla en la calle del Puente de Reinosa, donde se conserva el escudo de ar­mas. De allí pasó a residir a México. Con este dinero, en 1588 el cantero Pedro de la Peña, vecino de Hoz de Añero, se compro­metía a construir las naves y la torre de la iglesia parroquial, pues la cabecera ya estaba construida (15). La iglesia fue ampliada posteriormente: En 1644 Andrés de la Maza Rada y Pedro García de los Corrales construyeron la sa­cristía; en 1647 Pedro de los Corrales Navarro trazará la capilla del Santísimo Cristo; la obra de la torre fue construida por Juan Antonio de Palacio en 1715; la capilla mayor en 1741 por Andrés de Rubalcaba y Antonio de la Torriente; y en general, sufrió una reforma importante entre 1754 y 1774, incluyendo la portada. Con todas estas reformas es difícil saber cómo era la estructura original del siglo XVI. Las pilastras de la nave central conser­van un núcleo del siglo XVI, pero parecen haber sido reforzadas posteriormente en sentido clasicista. Sí podemos asegurar que las bóvedas de cru­cería de la nave central, de excelente diseño, da­tan del siglo XVI, así como las ventanas exterio­res y un escudo con las armas de Ruiz de Villegas de los Ríos también en el exterior (Fot. 9). La estructura de las bóvedas (Fots. 10 y 11) es heredera de los mo­delos empleados por Rodrigo Gil de Hontañón, y exactamente del mismo tipo fue empleada por el ma­estro cantero trasmerano Juan Vélez de la Huerta en la iglesia de Santa María de Mendiola (Álava) hacia 1578. En la época en que se edifica la iglesia de Reinosa era Veedor General de las obras de arquitectura del obis­pado de Burgos Juan de la Puente (Riva de Ruesga, c. 1530-1592), permaneciendo en este puesto desde 1568 hasta su fallecimiento, de modo que no podemos descartar su actuación (como diseñador) en esta igle­sia, siendo además su estilo muy similar al de Vélez de la Huerta. La ejecución de la obra de las naves se debe, como hemos señalado, a Pedro de la Peña (16), un maestro cantero de Hoz de Añero, documentado trabajando entre 1580 y 1595, sien­do su primera obra conocida precisamente ésta de la parroquial de Reinosa. La mayoría de sus trabajos conocidos se refieren a obras de puentes, como el de Santiago de Caites, y su ámbito de actuación se desarrolla entre Palencia y Cantabria, en compañía de canteros como los Zorlado, Haza y Cuesta.
 
 
 
Entre los más importantes indianos de Reinosa en el siglo XVI, destacan los de la familia Navamuel (Fot. 12). El linaje de Navamuel procede del pueblo de su nombre en Valderredible, donde tenían su torre. Francisco de Navamuel se trasladó a Rei­nosa, donde casó con Alfonsa Ruiz de Navamuel, y testaron am­bos en 1559, vinculando la casa de Reinosa y la capilla de San Antonio en el convento de San Francisco de esta misma locali­dad. Los hermanos Álvaro y Francisco Ruiz de Navamuel y de los Ríos emigraron a Perú. Francisco fue uno de los que capturaron al último inca Tupac Amaru, conce­diéndosele por ello la encomienda de Characato y el corregimiento de Canas y Canchis, mientras que su her­mano Álvaro (17) llegó a desempeñar la secre­taría de Cámara de la Audiencia y la general del Virreinato durante cuarenta años segui­dos. Estas dos secreta­rías le convirtieron en un personaje muy im­portante en la burocra­cia virreinal, pues debía refrendar las órdenes del virrey. En 1565 asumió el cargo de Escribano de Cámara del Perú y cinco años después el de Gobernación, pero su nombramiento fue siempre acusado de ilegal y tuvo que pleitear durante décadas con otras personas igualmente nombradas para estos cargos: Casó con una nieta de quien primero había ostentado el cargo de Secretario de Gobernación en Perú, Jerónimo de Aliaga, y en 1582 se decía de él que "es buena persona pero casóse aquí y es­tá muy emparentado, hazendado y lleno de pleitos". En 1582 viajó a la metrópoli para gestionar los pleitos, llevándose con él la documentación de la Escribanía. La Audiencia envió un bajel tras el fugitivo, pero és­te compró una embar­cación en Portobelo y, vía La Habana, logró llegar a la Península, donde acabó legalizan­do sus cargos tras pagar 14.000 ducados, reasumiendo sus funciones en 1587, pero una sen­tencia del Consejo de Castilla de 1601 se las retiró. Navamuel apeló y su oponente Alonso Fernández de Córdoba sólo obtuvo la Secreta­ría de Gobernación en 1606. Navamuel falleció hacia 1628.
 
Álvaro Ruiz de Navamuel había nacido en Aguilar de Campoo, pero estableció una capellanía en Reinosa, lo que demues­tra su vinculación con esta villa. En el testamento de Juan López de Cieza se menciona como su "cabezalero" en Reinosa al "Li­cenciado Gómez de Navamuel, hijo de el Dr. Navamuel", que no sabemos qué relación tienen con los anteriores, a quienes po­dría haber conocido en Lima. Junto al actual Ayuntamiento se conservan en Reinosa dos casas de Navamuel, una del siglo XVI y la otra probablemente del siglo XVIII, que dan testimonio del auge de la familia, quizá debido en parte a los indianos.
 
El siguiente gran episodio indiano en Reinosa es el protago­nizado por don Luis de los Ríos a finales del siglo XVIII. Como se sabe, este indiano construyó una casa en Naveda, su locali­dad natal (18), pero mandó edificar otra en Reinosa (Fot. 13). Pa­ra la construcción de esta última expresó sus pretensiones: "que sea más que regular, y sirva de estimulo a mi Posteridad, si la tubiese, para mirar con amor e inclinación al Pays, y tener donde aloxarme con comodidad los veranos que pueda ir a él; pero mi constitución y carrera no me franquearán esa satisfacción con la frequencia que yo quisiera, y apetezco; pero sirva quando me­nos de testimonio de ser buen Patricio". En esta frase se contie­ne el resumen de toda una idea de la finalidad de la arquitectu­ra de casonas: Dejar ejemplo de emulación para la posteridad; amor a la propia tierra; tener cómodo alojamiento; y ser testi­monio de su nobleza.
Estas consideraciones hay que contraponerlas a su crítica de la situación social de Reinosa. Luis de los Ríos se lamenta de que Reinosa estuviera gobernada "por gente forastera, y alguna otra de poca consideración", y por ello "no parece saben guardar lo que se merecen los Hombres de Honor y de unas circunstancias como las mías". Estas palabras reflejan el conflicto entre un mun­do estamental propio de la Edad Moderna y una nueva realidad social que anuncia la Edad Contemporánea. Los "Hombres de Honor" van dejando paso a los comerciantes y a las gentes del pueblo llano, gentes "forasteras" no ligadas a la propia tierra, a
los solares, y gentes que no guardan ya un respeto por las anti­guas distinciones sociales. Reinosa, situada en el camino poten­ciado por la Monarquía en la segunda mitad del siglo XVIII, ve cómo junto con la riqueza que el camino proporciona se tamba­lean los fundamentos del antiguo orden social.
 
Duque y Merino cita en la época de Luis de los Ríos a otros tres indianos en Reinosa. Entre la casa de Ríos y la del conde de Murillo estaban los sitios de casas para edificar del indiano "De Camino"y del abogado "Ramírez" (Antonio Ramírez, miembro de la Real Sociedad Cantábrica). Y además figuran los indianos "Villegas" (quizá Rafael Villegas, quien recibió en su casa a Jovellanos) y "Torices". Luis de los Ríos quería hacer en dos años su casa en Reinosa, una casa grande, con 24 varas de frente (ma­yor que el espacio que se le había concedido), y señalaba: "Mis intenciones se dirigían a hacer un buen edificio, que hermoseando la entrada de esa Villa, ofreciese las correspondientes comodidades para vivirle", según decía en 1777 (Fot. 14). Se que­jaba entonces de que el Ayuntamiento le obligaba a construir su casa igual a la de otros, cuando él quería hacer algo más monu­mental como al fin fue la llamada "Casa de la Niña de Oro", que tendría que haber sido comenzada a construir entre 1780, cuan­do se termina la casa en Naveda, y 1786, año en el que fallece Luis de los Ríos, y teniendo en cuenta que en esos años éste re­sidió en La Coruña y Valladolid.
 
 
 
Jovellanos, que estuvo de paso en Reinosa, describe en 1797 la casa ya construida, obra "cuadrada", de entresuelo y dos pi­sos, con cinco balcones y gran escudo, lo que en principio se co­rresponde con la casa existente. Dado que el estilo de la casa es propio de la segunda mitad del siglo XVIII, podríamos pensar que la casa que vemos es la construida en vida de don Luis de los Ríos. Sin embargo, parece ser que la casa fue incendiada por los franceses en la Guerra de la Independencia. Y por su similitud con la Casa Consistorial, que ejecuta José de Peterrade en 1833, se atribuye a este arquitecto (Fot. 15). Pero podría haber sucedido que el incendio no destruyera los muros exteriores de la casa y sólo precisara reconstruir su interior.
José Peterrade (Cádiz, 1787) presentó para ob­tener el título de Arquitecto un proyecto de pante­ón a la manera de templo clásico, con cierta dosis de romanticismo, pero la Academia no le conside­ró apto, y en 1819 sólo le concedió el título de Ma­estro de Obras, y así al año siguiente pasó a ser ma­estro de obras del municipio de Santander. En 1830 obtuvo el título de Arquitecto con un proyecto de Teatro, abandona Santander y trabaja en Torrelavega y Reinosa.
 
La casa recoge una tradición clasicista a la ita­liana, que se refleja ya a mediados del siglo XVIII en la obra del arquitecto Ventura Rodríguez (1717- 1785). La mayor parte de las características de la ca­sa de Reinosa aparecen por ejemplo en el proyec­to de Ventura Rodríguez para el palacio del mar­qués de la Regalía en Madrid, de 1752, o en pro­yectos madrileños de la segunda mitad del siglo XVIII, influidos por Ventura Rodríguez, como la ca­sa de José de Terroba, proyecto de Juan de Barcenilla, de 1776 (Fot. 16), o la de Juan Antonio de los Heros, proyecto de Francisco Moradillo, de 1779 (Fot. 17), que a su vez remiten a la arquitectura del renacimien­to y del barroco italiano. A finales del siglo XVIII el arquitecto José Alday hacía una arquitectura muy parecida, como en la Aduana de Santander, de 1787.
El actual tejado en mansarda, reforma posterior, otorga al edificio un carácter más francés y decimonónico tardío de lo que le corres­ponde. En realidad sigue una tradición clasicista a la italiana muy tardía­mente. En su fachada, presenta una planta baja con el muro almohadilla­do que se prolonga en los esquinales de los dos pi­sos superiores. Una serie de pilastras estructuran en vertical estos dos pi­sos, intercalándose con los balcones y sus puertaventanas. El centro de la fachada está remarcado por la presencia de una portada adintelada enmarcada por dos columnas toscanas que sostienen el balcón de la planta no­ble, balcón cuya puertaventana se cierra con un frontón curvo partido y en lugar destacado el es­cudo de armas. El modo de enlazar la portada y el balcón recoge una larga tradición italiana, a partir de Vignola, muy empleada en el siglo XVIII. La su­til gradación volumétrica de la fachada se continúa en el último piso de la calle central, cuya puerta­ventana se corona con una cornisa, contribuyendo a aumentar el sentido plástico del centro. Es pues un proyecto muy elaborado, sutil, que denota la presencia de un arquitecto bien formado.
La mujer de don Luis de los Ríos era su prima María Lorenza de los Ríos, marquesa de Fuente Híjar, que casó después en segundas nupcias con don Germano de Salcedo y Somodevilla, miembro del Consejo de Su Majestad, su Juez Mayor en Vizcaya y en la Real Chancillería de Valladolid. La "Casa de la Niña de Oro" recibe esta denominación de una leyenda que asegura que Luis de los Ríos ofreció el peso de su hija o de su mujer en oro a un santua­rio si ésta sanaba de su enfermedad. Documental- mente hemos comprobado que lo que realmente había propuesto era dorar un retablo al convento de Montesclaros en caso de curación.
No sabemos que hubiera en Reinosa una arquitectura in­diana posterior a la construcción de la Casa de la Niña de Oro. Sólo es posible sospechar el origen indiano de la casa denominada "Hotel Villa Guadalupe"(Fot. 18) que mandó edificar Cas­to de la Mora hacia 1905. El nombre de la casa po­dría indicar una relación con Méjico, pero carece­mos de datos que lo con­firmen.
Finalmente, señala­remos la construcción de la fábrica de galletas"Gó­mez Cuétara Hermanos" (Fot. 19) fundada en 1951 por Juan y Floren­cio Gómez Cuétara, que habían hecho su fortuna en Méjico. Como aquellas lejanas fundaciones del siglo XVI, significó un notorio bene­ficio para los habitantes de Campoo, en apoyo de las activida­des agroalimentarias.
Pósito, iglesia parroquial, casona y fábrica constituyen cua­tro tipos de edificaciones promocionadas por los indianos en Reinosa entre los siglos XVI y XX. Con ello se puede obtener una visión global de la variedad de construcciones indianas y de los fundamentos económicos, sociales e ideológicos que las hicie­ron posible.
 
 
NOTAS

(1) Este trabajo forma parte de un estudio más amplio llevado a cabo conjuntamente con la Dra Da. Consuelo Soldevilla Oria, titulado La Arquitectura de Indianos en Cantabria (siglos XVI- XX), actualmente en prensa.
(2) Véase BRIOSO SANTOS, H.: "El tópico barroco de las an­chas conciencias de indianos y mercaderes", Revista de Indias, 2005, LXV, n° 235, pp. 775-786.
(3) De origine Seraphicae Religionis Franciscanae, Roma, 1587. Cit. URIBE, Á.: La Provincia Franciscana de Cantabria. I. El Franciscanismo vasco-cántabro (1551), Aránzazu, 1988, pp. 351-353.
(4)PÉREZ GARZÓN, F.: Los pósitos. Historia de una institución agraria. El caso de Medina de Rioseco, Valladolid, 1999.
(5) La fundación de Juan López de Cieza la conocemos por una copia conservada en el archivo privado de don Marcial José Gutiérrez Iglesias, a quien agradecemos las facilidades para su consulta.
(6) Juan López de Cieza y Salazar o Juan López de Salazar te­nía un hermano mayor llamado Diego, de ahí que probable­mente al no ostentar mayorazgo tuviera que marchar de Mel­gar. Había otra hermana llamada Isabel.
(7) El testamento de Juan López de Cieza menciona este ma­trimonio, pero en otro lugar del mismo testamento señala a su tío Francisco de Rebolledo que había casado en Aguilar con Le­onor de Pelia.
(8) ACOSTA, A.: "Estado, clases y Real Hacienda en los inicios de la conquista del Perú", Revista de Indias, 236, LXVI, 2006, pp. 57-86.
(9) GONZÁLEZ SÁNCHEZ, C.A.: Repatriación de capitales del virreinato del Perú en el siglo XVI, Madrid, 1991.
(10) El Convento de San Francisco de Lima, de la advocación del Nombre de Jesús, es un enorme conjunto de edificios, en su mayor parte reconstruidos tras sucesivos terremotos, pero aún conserva elementos del siglo XVI. A fines del siglo XVI te­nía 150 frailes.
(11) Se trata del Hospital de San Andrés, el primero de los le­vantados en Lima, prácticamente contemporáneo a la funda­ción de la ciudad. Es significativo señalar que, por ejemplo, el Hospital de los Españoles de Cuzco fue fundado y sustentado por los montañeses, que además mantenían huérfanas y pre­sos pobres. El Hospital de Santa Ana o "de los Naturales" de Li­ma, para la atención de los indios pobres, fue fundado por el arzobispo Loaysa en 1553.
(12) Martín de Murua. Historia general de Perú. Ed. de Manuel Ballesteros, Madrid, 1987. El texto de Murua ya se hallaba ter­minado en 1611.
(13) Repatriación de capitales del virreinato del Perú..., p. 125.
(14) Escudos de Cantabria, Vol. 6, Santander, 1999.
(15) A.H.P.C. Prot. 3853, ante Pedro Ruiz de Villegas, fol. 122.
(16) Sobre este cantero véase CAGIGAS ABERASTURI, A., ARAMBURU-ZABALA HIGUERA, M. Á. y ESCALLADA GONZÁLEZ. L. de: Los Maestros Canteros de Ribamontán, San­tander, 2001, pp. 86-87.
(17) LOHMANN VILLENA. G.: "El secretario de Gobernación del Virreinato del Perú (notas para un estudio histórico-institucional", Revista de Indias, LXV, 234, 2005, pp. 471-490.
(18) ARAMBURU-ZABALA HIGUERA, M. Á.: "Construir una ca­sa en Campoo: la casa de Ríos en Naveda", Cuadernos de Cam­poo, 28, junio 2002, pp. 24-32.