El asentamiento de Celada Marlantes y la futura arqueología de los cántabros

Miguel Ángel García Guinea

En la década de los años cincuenta excavaba en Julióbriga, dirigiendo los trabajos durante varios años, una figura de reconocido prestigio en los estudios clásicos, el Dr. don Antonio García Bellido, con quien tuve la suerte de colaborar y convivir y, como consecuencia, llegar a valorarle no sólo como uno de los arqueólogos de mayor talla internacional en aquellos momentos , sino (y esto para mí es aún más importante) como excepcional persona, siempre próximo humanamente, siempre bueno en la más amplia acepción del adjetivo, y cargado de una vitalidad arrebatadora y una vocación por sus investigaciones que pienso fue el gran motor de todos sus éxitos.

 

Celada Marlante. Campaña de 1986. Pequeños objetos de bronce

Llegaba él desde Madrid, con toda su familia y el mes largo de excavaciones lo pasaban, si mal no recuerdo, en el Hotel Universal de Reinosa. Entre sus hijos, estaba entre ellos un niño de no más de ocho años, su homónimo Antonio García-Bellido, hoy destacado científico. Recuerdo bien las parrafadas de don Antonio y su mujer, doña Carmen, junto a las catas abiertas de la excavación y como de ellas nació una amistad que nunca he olvidado. La mayor parte de los temas tratados versaban sobre los problemas que la excavación provocaba: estado de los cimientos hallados, apertura de nuevas áreas, elucubraciones sobre por dónde podría llegar a Julióbriga la calzada romana o sobre la interrogante siempre activa de cuál sería el asiento de la necrópolis de la ciudad. Pero bien es verdad que también tratábamos de otras cosas más personales y más de la vida diaria que aún permitían mejor reconocer el carácter de cada uno. A García Bellido, como buen científico a lo Sócrates, nunca le vi presumir de sus conocimientos, manifestando siempre una docta humildad que es la que realmente nos ganó a los que fuimos sus discípulos. Y jamás, sobre todo, se manifestó intransigente ni agresivo contra aquellos colegas que no pensaban como él. Finura democrática, me digo yo. Participaba en las excavaciones, a más de los obreros, un campamento del Frente de Juventudes de Santander, organización que a la sazón dirigía con total acierto Enrique Alonso Pedraja, y que me acogió para evitarme tener que bajar y subir todos los días a Naveda, donde yo siempre he veraneado. Entre las conversaciones que teníamos -y dado el conocimiento que sobre ello tenía el guarda de Julióbriga y capataz de las excavaciones, el siempre recordado Adolfo de la Peña, tan vocacional casi como el propio don Antonio- era bastante recurrente una sobre los materiales de variada clase que aparecían en Celada Marlantes, pueblo del otro lado de Peña Cutral.
 
Acabadas las campañas de García Bellido, ocurre en 1962 mi llegada a la dirección del Museo de Prehistoria de la Diputación santanderina como consecuencia de la muerte de su fundador y primer director el P. Jesús Carballo, al que vine a sustituir. Celada Marlantes. Campañas 1968-69. Cuchillo de hierro con cacha de hueso decoradaSabía yo, por lo tanto, y por línea directa el posible foco arqueológico de Celada Marlantes, pero, por si se me hubiese olvidado, no pasaba mucho tiempo sin recibir en el museo la visita de Peña que, junto a trozos de sigillata o alguna moneda que él encontraba en las tierras de Retortillo, me traía también algunos otros fragmentos de vasijas que se hallaban en el lugar conocido por “las Rabas”, muy próximo al viaducto de Celada Marlantes. Que tiene que venir Ud. a verlo, que es un sitio que promete mucbo, me decía una y otra vez. Pero esos primeros años tenía yo bastante con intentar dar al museo una proyección cultural que había perdido (cuando yo llegué, su biblioteca contaba con tan sólo 28 libros ... ) y con implicar en ella a la juventud de la capital a base de cursos públicos, conferencias, participación directa en los trabajos del museo, asistencia a excavaciones en cuevas ( El Otero, La Chora, etc), exploraciones en busca de yacimientos o pinturas rupestres (creación de los “Cuadernos de espeleología”, expediciones en busca de pinturas levantinas en Albacete o excavaciones en esa provincia o en la palentina que tenía iniciadas antes de tomar posesión del museo de Santander, etc. La creación por don Pedro Escalante de la "Institución Cultural de Cantabria" abrió ciertamente la esperanza de una verdadera vitalización de los estudios arqueológicos en Cantabria, y así le llegó en los años 1968-69 el turno a Celada Marlantes. El nombre de “Cantabria”, además, implicaba ya un primer síntoma de sensibilidad regionalista y los cántabros empezaban a ponerse de moda, en una visión entonces muy lejana a la que después le proporcionó la política. Siempre, por otra parte, estaba en espera nuestra arqueología pre-romana de poner al descubierto alguno de esos castros cántabros que diesen auténticos materiales de la segunda Edad del Hierro, pues todavía se confundían éstos con cerámicas medievales.
 
Así se organizó en 1968 la primera campaña de excavación en el término de “Las Rabas", pequeño castro a menos de kilómetro y medio al este de Celada Marlantes, y cuyas vertientes descienden hacia el río Marlantes. El sitio es abierto y domina, hacia Fombellida, el paso natural que por el puerto de Pozazal lleva a la cuenca del Besaya, vía de penetración directa hacia la costa, y por la cual hubo de pasar la posterior calzada romana, que siguiendo este río unía a Pisoraca (Herrera de Pisuerga, y asiento de la Legio IV Macedónica) con Portus Blendius (Suances) y que sin duda se acercaría, ella misma o un ramal, al alto de la ciudad de Julióbriga. Esta posición estratégica del castro de “Las Rabas” puede hacer pensar que vigilaba la entrada de posibles enemigos procedentes de la meseta y de la cuenca del Pisuerga, tal vez vacceos o incluso grupos cántabros, como los del Bernorio, en posible enemistad o guerra con los campurrianos, pues el sistema tribal no dejaría de ocasionar distanciamientos y luchas entre los afines, que sólo lograran unirse ante un más fuerte enemigo común. A pesar de las excavaciones y de los materiales hallados en Celada Marlantes, poco llegamos a saber de la vida diaria de estas gentes -a quienes los romanos llamaron cántabros- en esos momentos precedentes a su sumisión a las legiones del imperio.
 
Pocas y no de larga explicación son las fuentes que a estos pueblos hacen referencia, de manera que es a veces pretencioso dar como realidades lo que sólo puede aceptarse como meras hipótesis dubitables y, por tanto, dentro sólo de creencias o suposiciones personales que no pueden demostrarse, y que llevan casi siempre a soluciones contradictorias entre los historiadores. Valga simplemente -y como ejemplo de las movedizas bases sobre las que se asientan tanto el escenario como las tácticas y desarrollo de las guerras cántabras -el intentar conocer los planteamientos- y las interpretaciones de sus campañas, que unos hacen extensivas hasta tierras gallegas y portuguesas (Schulten y Rodríguez Colmenero), otros a sólo núcleos leoneses y propiamente cántabros (Magie). y otros las minimizan a sólo el valle de Campoo (Solana) o prácticamente al protagonismo de Liébana (Martino). Optando algunos, según el aire que sople, por componer un eclecticismo que aún hace más perceptible la dificultad para llegar a conocer cuál fue el verdadero itinerario de las legiones y dónde se dieron los enfrentamientos con los indígenas que señalan las fuentes que, sólo por eso, resultan extremadamente confusas (1). Si con los mismos datos, las interpretaciones pueden ser tan diversas, lo mismo podemos decir de otras aseveraciones que a veces se hacen aprovechando la misma indeterminación e incluso desconocimiento que los propios cronistas muestran. Quiero decir que los cántabros históricos son todavía unos desconocidos, a pesar de lo que de ellos se ha escrito marcando la perdiz de las no muy abundantes y a veces contradictorias citas -las hay de dos simples líneas- para montar con ellas un panorama clarificador de gentes que -aun naciendo el engaño de las mismas fuentes- se nos aparece, más como composición moderna que como verdadera realidad histórica.
Fíbulas de ballesta y hebillas omega. Celada MarlantesNi de su origen, ni siquiera del territorio que ocupaban estos pueblos llamadas cántabros (Estrabón decía que, según Plinio, ¡el Miño procedía del país de los cántabros!) ni de su estructura social, ni de su lenguaje, ni de su escritura, ni de la unión que pudiera existir entre las diversas tribus, ni siquiera de su organización militar, tenemos suficientes datos como para crear un cuerpo científico de posibles verdades que puedan sostenerse sin el apoyo de las conjeturas; es decir, la composición de su historia ha de tener siempre mucho más de imaginativo que de real. ¿No nos hemos asimilado la heroicidad de un jefe llamado Corocotta que ni siquiera podemos asegurar que fuese cántabro?. Por ello, la arqueología es la única ciencia y el único método que puede ampliarnos el conocimiento de quiénes fueron estos pueblos, estos grupos humanos que nos precedieron, y es con sus datos con los que, con carácter indubitable, se ha compuesto lo más seguro que tenemos de su vida y creencias, de sus útiles y cerámicas, de sus posibles chozas, e incluso de sus relaciones comerciales que, de todas formas, es bien poco. Celada Marlantes vino a aportar una serie de elementos objetivos en un yacimiento que, años antes de iniciarse las excavaciones, ya estaba sometido al maltrato de los furtivos, nefastos elementos que siguen aún actuando yo creo que incluso con más técnica y más libertad que antes. Todos los objetos y materiales, y lo que de ellos se deduzca, que aparecen en Celada han de adjudicarse a un poblado indígena viviendo en “Las Rabas” en uno o dos siglos antes de la llegada de los romanos y que dada la situación, a poca distancia de las primerizas aguas del Ebro, viene a ser el paradigma más seguro de que eran gentes cántabras, pues parece que las fuentes insisten en localizarles no lejos del nacimiento del Ebro (Marcus Cato, Estrabón, Plinio, San Isidoro). Y no debe de estar su propio nombre lejos de esa etimología hipotética -Cant-lber- que haría referencia a "pobladores de las montañas del Ebro". Claro que montañas con vertientes hacia el cauce del Ebro en su primer curso las hallamos ya en tierras riojanas en una sierra, además, que lleva el significativo nombre de Cantabria, que deja un poco confusa cuál fue la extensión que pudo significar en otro tiempo el nombre de Cantabria, y que nos viene obligando a buscar explicaciones siempre imaginarias (movimientos de cántabros hacia el este, etc), cuando bien pudiera ser (entre el cúmulo de opiniones personales a que estamos acostumbrados) que "cántabro" sea un locativo extenso utilizado por los pueblos de la meseta, y aún mejor por los del valle del Ebro, para indicar los que viven en las montañas que están entre el mar y las aguas nacientes del Ebro" y que más tarde aplicaron y redujeron los romanos al primer grupo de tribus que en este espacio les opuso resistencia (2).Pero mucho más positivo que lanzarnos, como tantos, a elucubraciones que, desgraciadamente, poco refuerzan la historia, vamos a ver lo que la arqueología con sus testimonios visibles, tocables y difícilmente engañosos, nos dicen de estas gentes que vivieron en estos valles que hoy llamamos campurrianos. Cuchillo afalcatdo, hachas, punta de lanza y reja de arado de CeladaCelada Marlantes (Las Rabas) -y en ello coincide con los asentamientos con cerámica muy parecida que posteriormente se exploraron con menor éxito en los montículos que rodean el pueblo de Argüeso- era un poblado que aprovechaba un pequeño cabezo orientado de NO a SE que creemos sirvió sobre todo como acrópolis y posiblemente sólo era utilizado como punto de vigilancia y como último reducto defensivo, dado que en su cumbre sólo se hallaron materiales revueltos y ningún indicio seguro de vivienda estable. Sin embargo, al pie de su vertiente norte y en una vaguada que se forma entre las vertientes de Las Rabas y la Mayuela, en unos terrenos llanos que van descendiendo muy suavemente del NO al SE, en lo que fueron antiguas tierras de sembradura, se hallaron densos cenizales que permitieron reconocer fondos de cabañas circulares, forma que pudo apreciarse en las últimas campañas de 1986. En una publicación "El asentamiento cántabro de Celada Marlantes" (3), señalamos en el mapa correspondiente, las diversas catas realizadas durante los trabajos que se llevaron a cabo en 1968 y 1969, y cómo se pudo por ellos deducir que el poblado no debió ser extenso y que la situación de las cabañas (más que casas) buscaba el resguardo no solamente de los vientos sino que también aspiraba a pasar lo más desapercibida posible ante posibles invasores que pudieran acabar con su tranquilidad.
 
En el alto del teso sería el último refugio de los defensores, que por el norte tendrían mejor defensa dada la pendiente natural más brusca que haría más difícil el acceso de los enemigos. Sin embargo, por el sur, la vertiente desciende mucho más suavemente y obligó a los “celadinos” a levantar una rústica muralla que, por los abundantes restos de cerámica que dejó extramuros, hemos de suponer fue bastante tiempo utilizada, posiblemente más como objeto de constante vigilancia que como verdadera defensa. Esta muralla está formada, en lo que ha podido descubrir la excavación, por un muro que va de Este a Oeste, perfilando la parte baja de la ladera Sur del castro y del que se ha conservado muy bien un lienzo seguido y bajo, de unos cuarenta metros de largo, cuidadosamente construido en sillarejo y sillería, en cinco hiladas, al que se ve torcer repentinamente en su extremo Este. A un metro aproximadamente de su base había un alineamiento de piedras grandes de caliza, hincadas, en algunos largos trozos, cuya finalidad se nos escapa, y más abajo restos de nuevos muros más pobres, de caliza, mal asentados que debieron de seguir la misma dirección del principal, como si se tratase de defensas adelantadas. Nuestra creencia, por las tierras cenicientas que formaban el nivel de sustentación de la muralla es que és­ta pudo completarse con empalizadas de troncos que quizá fueron quemadas en el último y definitivo asalto. Ya apuntamos que fue ésta la zona de excavación que dio más cantidad de fragmentos cerámicos del mismo tipo que los hallados en tierras de la vaguada, sin mezcla de otros materiales que pudieran ser tipológicamente asignables a épocas o momentos históricos distintos. Otra de las aportaciones, sumamente      interesante, para conocer tanto las perduraciones de técnicas más primitivas en estas tribus anteriores a la conquista romana como las posibles re­laciones que tuvieron con las corrientes civilizadoras mediterrá­neas, nos la da la cerámica de Celada. Es muy abundante la pro­ducción de vasijas fabricadas aún a mano -la mayor parte- que son las propias de esta cultura castreña.
Unas veces se cuecen al aire y otras en hornos cerrados y llevan muy diversos motivos decorativos, también en la gama del primitivismo, realizados con incisiones, impresiones de un sello, cazoletas logradas por la presión de la yema de un dedo y de acanaladuras. Todo sobre pastas variadas. Los dibujos más repetidos son líneas transversales paralelas, dientes de lobo, espigados y uñadas, esto en lo inciso. En lo impreso son frecuentes las ruedecillas radiadas, óvalos con líneas transversales, sogueados cortados, anillos, "patos", etc. Entre las asas, predominan las que voltean al aire, aunque las hay también de pezones alargados, y se decoran con acanaladuras verticales, sogueado, impresiones, etc. Cerámicas pintadas de tipo celtibérico, importadasJunto a esta gama de cerámicas manufacturadas, las que sin duda nos ofrecen un claro testimonio de la raigambre cultural de estas gentes en las técnicas del Hierro I y aún del mundo de la Edad del Bronce, hay otras, menos numerosas, realizadas a torno, bien distintas, del tipo inconfundible de las vasijas celtibéricas, de excelente pasta, finas, de formas elegantes y perfectas y en algún caso pintadas con líneas, swásticas, y figuras, tan propias de la cultura mediterránea de la segunda edad del Hierro, y que prueban fehacientemente su importación a través del comercio o de los intercambios con otras gentes culturalmente más avanzadas como en estos siglos II y I antes de J.C. lo eran ya las de la meseta y las del Ebro.
 
Un denario de Turiazo (Tarazona) testimonia aún con más fuerza estas relaciones posiblemente sólo circunstanciales. Puntas y regatones de lanza, hachas, alcotanas, cuchillos afalcatados, fíbulas de tradición hallstática, mangos decorados de hueso y cuernos de cabras o cérvidos trabajados, etc, aparecidos en Celada, nos hacen suponer, por su indudable parentesco, relaciones culturales con los pueblos meseteños y celtibéricos que en el siglo III a. J.C. desenvuelven la llamada cultura castreña cuyos yacimientos más significativos son Las Cogotas, en Ávila, y Numancia, en Soria. La similitud de sus materiales con los de Celada no puede marginarse, lo que hace pensar que sobre un vicio sustrato del Hierro I, al que pertenecerían todos estos pueblos, incluidos también los gallegos, se va superponiendo una fuerte penetración de influencias ibéricas o mediterráneas, que a Celada están llegando en estos siglos II y I a J.C. y que Roma, con su actuación y su más elevado nivel cultural viene a cortar definitivamente. Celada Marlantes, pues, sería un sorprendente cliché de la situación arcaica - comparada con Roma- en que se encontraban los grupos cántabros en el preciso momento en que van a ser sometidos.
 
Ni parece tan bárbara como nos quieren presentar algunas fuentes -viven en agrupaciones suficientemente organizadas para poder levantar una muralla bien tallada, utilizan armas de bronce y de hierro, se sirven de monedas importadas, atan sus trajes con bellas fíbulas, montan caballos, cazan animales salvajes, domestican cabras, ovejas, cerdos, etc, construyen chozas con adobes (aparecieron en Celada), tienen cerámica humilde pero también más fina, importada quizá para los más pudientes, etc- ni tampoco tan poderosa como para poderse equilibrar con la organizada potencia romana, (piensa Schulten, no lo creo, que el ejército romano llegaría a 70.000 soldados ... ) a la que, salvo la guerrilla puramente momentánea, poco podrían oponerse gentes como las de Celada al bien organizado ejército legionario. Y si después de Aracillum no se mencionan más resistencias cántabras, sino una obligada retirada al monte Vindio, la verdad es que cuando Roma intentó un ataque serio, la llegada hacia la costa debió de ser un verdadero paseo militar. Siempre he dicho, de todas formas, que los grupos que hubieron de resistir la fuerza romana, con cierta posibilidad de frenarla en sus ímpetus, fueron aquellas tribus montañesas de los bordes septentrionales de la meseta (norte de León, Palencia y Burgos y sur de Santander), porque, salvo quizá los de la línea costera, poca posibilidad de resistencia hubieron de tener los grupos pastores de aguas al mar.Aún está por ver qué nivel cultural habían alcanzado los cántabros de intramontes porque, hasta la fecha, nada nos ha mostrado la arqueología equiparable al yacimiento de Celada Marlantes.
 
Las prospecciones en Argüeso ya hemos dicho que ofrecen materiales similares a los de Celada, lo que prueba que en Campoo, y con seguridad también en la montaña palentina y burgalesa, existía un núcleo bastante uniforme culturalmente, lo que no podemos asegurar para los montes y valles del interior de nuestra actual provincia de Cantabria. En Celada sabemos de la verdadera existencia de gentes cuya última generación -la que como prueba de su vivir nos dejó piezas indiscutibles- tuvo que sufrir la pérdida de su independencia para ganar, sin embargo, un nuevo progreso cultural que a cambio la dejó Roma, dando así el salto definitivo que la haría salir de un largo periodo prehistórico y entrar en la corriente civilizadora de la Historia europea. Lo que nos ofrece Celada Marlantes nada tiene de conjetura, es pura objetividad, visión y tacto, existencia real. Un fragmento de cerámica de Celada es mil veces más veraz que cien citas de conocidos personajes de la antigüedad, muchos de los cuales ni siquiera pisaron nuestra escabrosa geología y hablan de "oídas" o de ese "chupeteo de ruedas" al que todos los narradores, antes como ahora, nos vemos obligados. Y ya sabemos que un supuesto hipotético que establece un historiador es frecuente que a fuerza de ser retransmitido de unos a otros se convierta al fin en una afirmación que viene así a impurificar la verdad que todos anhelamos.Las excavaciones de Celada Marlantes tuvieron un último intento en el año 1986, también dirigidas por el Instituto Sautuola. Las escaseces económicas poco permitieron, pero lo hallado (se excavó sólo en las tierras al pie de la vertiente norte del castro) apenas añade nada a lo proporcionado en las anteriores campañas. Los materiales están en estudio, esperando alguna subvención para poder acabar su clasificación, dibujo y análisis. No son muchos, pero siguen siendo interesantes.
 
Naturalmente que Celada no nos ha dicho todavía la última palabra. Creo que tan solo se ha empezado la excavación del Castro de Las Rabas y que aún quedan cientos de metros cuadrados por explorar. El futuro del conocimiento de los grupos prerromanos de nuestra región está en la arqueología. Si de verdad queremos sustentar nuestro pasado sobre algo más sólido que una hipotética historia, tan vacilante que sirve para montar las opiniones más encontradas, y que incluso da pie a algunos para asegurar situaciones de pura conveniencia, ya sabemos donde está la respuesta: un plan serio, no de meras prospecciones circunstanciales, sino de estudiado planteamiento, poniendo en ejecución excavaciones prácticamente permanentes en puntos muy concretos -muchos ya se conocen y otros habrá que buscarlos- que agoten al máximo el suelo antrópico que han dejado estos grupos a los que queremos poner como garantes de nuestras señas de identidad. En Celada habría que seguir la muralla, y mover mucha tierra para que aparezca como islotes lo no excavado y no suceda, como ahora, que los suelos explorados apenas son puntos en la extensión de terreno virgen de toda investigación.
 
Los arqueólogos que lleven a cabo esta empresa sabrán ya de antemano que muchos metros cuadrados serán estériles, que no darán acaso ni un solo material aprovechable, pero al finalizar no se irán con la duda de que muchos datos pueden quedar aún bajo tierra. Y lo mismo que se vaya a hacer con Celada se deberá hacer también con los castros de Argüeso y sus laderas por ver de hallar, de verdad, una buena muestra de sus poblados. Creo que ya, si queremos despejar la incógnita, o mejor parte de la incógnita, de quienes fueron los tan "utilizados " cantabros: su vida, extensión, costumbres, etc, habrá también que pedir a nuestra provincias colindantes, Palencia, León y Burgos, que intenten igualmente, en lo que en ellas pudo ser tierra cántabra, poner al descubierto yacimientos de mucho interés que no dudo han de considerar un testimonio de sus remotos antepasados libres que, en el fondo, serán los mismos que los nuestros. Ahí están El Bernorio y Cildá, en Palencia, y la famosa Peña Amaya, en Burgos -a más de otros castros que ellos y M. A. Fraile saben- que pueden completar, con su estudio directo del terreno, la verdad empírica y no tan sólo literaria que es casi la que hoy predomina. ¡Quién sabe si insistiendo en estos y otros puntos tal vez pueda abrirse un panorama inesperado! Quizá alguna inscripción, algún hallazgo impensado (debajo de la tierra siempre es posible una gran sorpresa) logre un día decirnos, sin posibilidad de duda, mucho más que veintiocho líneas de Silo Itálico o de Estrabón. Si Celada, El Bernorio y Cildá son ya, al menos, una muestra arqueológica de estos cántabros próximos a las primeras aguas del Ebro, ¿qué sabemos de los cántabros ribereños al mar? ¿se puede asegurar su parentesco cultural y técnico con los anteriores, basándose, como hacen algunos, en hallazgos sueltos y careciendo de verdadero contexto arqueológico? ¿dónde están sus yacimientos con materiales comunes y abundantes, con hebillas, fíbulas, mangos de hueso decorados, etc, como en Celada. Y en Liébana, ¿hay hallazgos similares? Por lo general, en esta comarca y en las de intramontes hay bastantes indicios pero tampoco sobre ellos puede montarse una ciencia. ¿Es que todos los grupos humanos que habitan en la larga Edad del Hierro, en nuestra región, podemos asegurar que eran aquellos que los romanos llamaban "cántabros"? Todo está por ver, todo por investigar, todo por comparar. Yo animo a éstos a quienes se les suele encasillar con el término ,la los que corresponda", para que tomen en serio este problema histórico en el que los montañeses hemos puesto (al menos con simbolismos) algo así como la gloria de nuestros orígenes. Las novelas a lo Humberto Eco están bien como entretenimiento que al tiempo acerca el ambiente de una época. Pero el conocimiento verídico -y la historia lo pretende ser- precisa de comprobaciones y de datos mucho mejor, a ser posible, sensoriales que literarios. Estos últimos, ¡ay!, casi nunca podemos asegurarlos.
 
Soy de origen -muy viejo- campurriano y, por lo tanto, no renuncio a mis posibles antepasados. He puesto al descubierto, en Celada Marlantes -y con mis alumnos-, el castro cántabro que, en nuestra provincia, ha proporcionado los más ricos y numerosos materiales de una gentes que vivieron en los años próximos al definitivo ataque de Roma. La verdad es que me gustaría mucho más ser testigo de un interés cultural por saber de verdad quiénes hemos sido, quiénes fueron y cómo vivieron nuestro ascendientes, que ver hurgar en nuestra hipotética historia y utilizarla para sacar consecuencias que apoyen determinados puntos de vista muy particulares. La fantasía y la soberbia (¡cuánto se le añora, profesor García Bellido!), además, en las interpretaciones son peligrosísimas y yo suplico -pero al tiempo exijo que no se utilice a la arqueología, que es la revivencia de los mundos perdidos, como pantalla par proyectar -y vomitar elucubraciones. El prestigio de esta metodología histórica -la arqueología es un simple pero imprescindible ayudante de la historia- merece un tratamiento no sólo más prudente sino, por decencia, mucho más respetuoso, y no admite afirmaciones sensacionalistas que no hayan sido previamente comprobadas con indudables, claras y evidentes -jamás sobre hipotéticas- aportaciones objetivas que puedan evitar así todo prejuicio (personal, político, doctrinal o propagandístico) que, como los "idola" de Bacon, son enemigos irreconciliables de la verdad.
 

NOTAS  

(1) E Van den Eynde. Las Guerras cántabras, en "Historias de Cantabria: prehistoria, historia antigua y media" dirigida por M. A. García Guinea. Ed. Estudio. Santander, 1985, pág. 213 y ss.
(2) Solana "Los cántabros y la ciudad de Julióbriga". Edic. Estudio. Santander, 1981. pág 317 y ss.) intuye ya algo parecido al opinar que los cántabros podrían, en principio, habitar desde el N.E. de León hasta la sierra de Cantabria, en la Rioja.
(3) M.A. García Guinea y R. Rincón Vila: "El Asentamiento cántabro de Celada Marlantes (Santander)". Inst. Cultural de Cantabria, 1970.