La conquista romana de Campoo: arqueología de las guerras cántabras

Eduardo Peralta Labrador

LOS CÁNTABROS EN LA CONQUISTA ROMANA DE HISPANIA

Las Guerras Cántabras fueron la culminación de la V ¿y conquista romana de Hispania iniciada doscientos años atrás cuando los Escipiones desembarcaron en Emporion (218 a.C.) para combatir a los ejércitos cartagineses en suelo peninsular. En los años que sucedieron al término de la IIª Guerra Púnica, concretamente en el año 195 a.C, el cónsul Marco Porcio Catón, al frente del ejército destinado en la Citerior, que luchó contra los hispanos sublevados del área catalana, descendió hasta Turdetania y regresó a continuación por Celtiberia, acampando ante Numancia, parece que tuvo noticia de los cántabros o se enfrentó a algún grupo de ellos porque en uno de los fragmentos que han llegado a nosotros de su obra Origines se encuentra la mención más antigua de este pueblo del Septentrión Hispano, al que con precisión sitúa en el nacimiento del Ebro: "... el río Hiberus; nace en los cántabros, grande y hermoso, abundante en peces" (Origines, VII).

A lo largo de las Guerras Celtíberas del siglo II a.C, cuyo punto culminante fue la caída de Numancia en el año 133 a.C. los cántabros aparecen con relativa frecuencia como aliados de los pueblos más levantiscos y opuestos al poder de Roma: los arévacos y los vacceos. En el 151 a.C. lucharon contra el cónsul Lúculo junto a los vacceos (Tito Livio, Periochae, 48), y en el 137 a.C. se difundió la noticia de que un ejército cántabro-vacceo acudía en socorro de Numancia, atacada por el cónsul Mancino (Apiano, Iber., 80). Igualmente, en el siglo I a.C. se vieron envueltos en las guerras civiles que se desarrollaron en suelo peninsular: Militaron en el ejército de Quinto Sertorio (César, Bellum Gallicum, III, 23-26. Juvenal, Sat., XV, 8-9), y, además de acudir en socorro de los aquitanos atacados por Roma en el 56 a.C. (César, Bellum Gallicum, III, 23-26. Dión Casio, XXXIX, 46. Orosio, VI, 8, 21.), en el 49 a.C. fueron reclutados por los generales de Pompeyo en su lucha contra César (César, Bellum Civile, I, 38-39).
Estas alianzas de los cántabros con los vacceos o con los numantinos se entienden por la afinidad étnica y cultural de todos estos pueblos, pertenecientes a la Cultura del Duero o muy influidos por la misma. Se puede considerar a los cántabros como unos parientes de montaña de los celtíberos o de los vacceos que en su apartado y abrupto territorio conservaron unos mayores arcaísmos culturales (González Echegaray, 1979; 1997. Peralta. 2000; 2001c).

 Plano de campamentos romanos de campaña de las Guerras Cantabras

 

LAS GUERRÁS CÁNTABRAS DEL EMPERADOR AUGUSTO

Va a ser contra estos cántabros y contra sus vecinos y aliados los astures contra los que el emperador Octavio Augusto dirija a su recién organizado ejército, salido de la guerra civil contra Marco Antonio. Los textos antiguos que han llegado a nosotros sobre estas guerras (Floro, Orosio, Dión Casio y Estrabón) nos indican que el comienzo oficial de la guerra fue el año 28 a.C. (Orosio, VI, 21, 1), aunque el año anterior ya habían comenzado las hostilidades (Sobre las fuentes de la guerra: González Echegaray, 1999). Los romanos utilizaron como casus belli para justificar su intervención las incursiones de los montañeses contra autrigones, turmogos y vacceos, sometidos ya a Roma y sobre los que los cántabros parece que intentaban imponer su dominio.
Octavio Augusto en persona vino a Híspania a finales del año 27 a.C. para terminar con la resistencia de los cántabros y de los astures. Las dimensiones de la revuelta, que los legados destinados a este frente no pudieron sofocar a pesar de las continuas campañas llevadas a cabo, eran ya las de una guerra en toda regla, por lo que se abrieron las puertas del templo de Jano y el emperador partió hacia Hispania con un ejército con el que reforzaría al que estaba destinado en la Tarraconense y en Lusitania. El motivo esgrimido por los romanos para intervenir, como se ha señalado, fue el de las frecuentes incursiones de los cántabros y de los astures en los territorios de autrigones, turmogos y vacceos, pueblos estos últimos asentados en parte de las actuales provincias de Palencia, Valladolid, Burgos, Cantabria y Vizcaya. Estas incursiones ponían en entredicho la autoridad romana y eran un peligroso ejemplo de independentismo para estos pueblos recientemente sometidos. Incluso no es imposible que los vacceos, uno de los pueblos peninsulares que durante más largo tiempo lucharon contra los ejércitos de la República, fuesen un poco cómplices de los deseos expansionistas de sus antiguos aliados cántabros.
 Peter Connolly)Al emperador también le movían razones estratégicas y económicas: reorganización interna del Imperio, necesidad de liberar a sus legiones de frentes como el del norte de Hispania para enviarlas a proteger el limes de Germania, o la explotación de las riquezas mineras del Noroeste. Pero sus motivos para venir en persona a Hispania a encabezar la guerra contra los montañeses del norte fueron sobre todo de índole política: además del interés propagandístico de presentarse a la altura de los grandes generales republicanos vencedores de pueblos bárbaros, con lo cual buscaba que se olvidase su sangrienta victoria sobre compatriotas durante la guerra civil contra Marco Antonio, Octavio, que en el año 28 a.C. acababa de recibir del Senado el título honorífico de Augustus, necesitaba alejarse de Roma para dejar que fraguasen todas las reformas políticas que había emprendido para liquidar el viejo orden republicano.
Desgraciadamente, la detallada descripción de las guerras cántabras del historiador Tito Livio, autor contemporáneo de los hechos que dispuso de información de primera mano, no ha llegado hasta nosotros. Para conocer estas guerras disponemos únicamente de los escuetos resúmenes de la obra de Tito Livio contenidos en las historias de Roma de Floro (Epitomae, II, 33, 46-60) y de Orosio (Historiarum adversum paganos, VI, 21, 1-11 y 21), autores ya tardíos. También disponemos de una narración cronológica del griego Dión Casio (Historia romana, LI, 20, 5; LIII, 22, 5; LIII, 25, 2; LIII, 29; LIV, 5,1; LIV, 11, 1; LIV, 20, 2; LIV, 23, 7; LIV, 25 y LVI, 43, 3) y de algunas anécdotas de la guerra contenidas en las biografías de Augusto y de Tiberio de Suetonio (Augustus, 21, 29, 81 y 85; Tiberius, 9) y en la Geografía de Estrabón (Iberia, III, 4, 16-18).

La cronología de las guerras, de acuerdo a las fuentes de que disponemos, fue la siguiente:
- 29 a.C: Statilio Tauro lucha contra cántabros, astures y vacceos.
- 28 a.C: Calvisio Sabino al frente de la guerra en el Norte. Augusto decide intervenir personalmente.
- 27 a.C: Sexto Apuleyo al frente de las operaciones. Declaración oficial del estado de guerra con la apertura del templo de Jano en Roma.
- 26 a.C: Augusto en Hispania avanza desde Segisama en tres columnas contra Cantabria, pero la ofensiva se paraliza y el emperador enferma y se retira a Tarraco. Publio Carisio lucha contra los astures.
- 25 a.C: Cayo Antistio Veto llega a la costa cántabra tras vencer en Bergida, el Vindio, y Aracelium. Carisio vence a la coalición astur y toma Lancia.
- 24 a.C: Augusto regresa a Roma y se cierra el templo de Jano. Lucio Aemilio Cantabrinus reprime una nueva sublevación cántabra.
- 22 a.C: Cayo Furnio somete otra sublevación cántabra asediando el Medulio. Carisio somete a los astures.
-19 a.C: Publio Silio Nerva se ve en apuros para someter una gran sublevación de los cántabros. Marco Vipsanio Agripa es enviado a Cantabria y la somete a sangre y fuego.
- 16 a.C: Última sublevación cántabra.

Pese a recientes intentos académicos por minimizar e incluso silenciar las Guerras Cántabras, éstas fueron un acontecimiento histórico de primer rango y un hito dentro de la romanización de la Península Ibérica al constituir la culminación de la conquista romana de Hispania. No fueron unas guerras de interés local sino que su importancia de rango europeo queda reflejada por la enorme importancia bélica, institucional, personal y augural que tuvieron para el emperador Augusto y para su régimen: dos consulados ejercidos en Hispania, cierre del templo de Jano, movilización de un nutrido ejército de siete u ocho legiones, una flota e igual número de auxiliares, y fundación de una colonia de enorme importancia como Augusta Emérita (Mérida) con los veteranos, lo mismo que ciudades ligeramente posteriores como Caesaraugusta (Zaragoza).
 

FICCIONES HISTORIOGRÁFICAS: LOS MITOS DE ARADILLOS Y DE HERRERA DE PISUERGA

Muralla del castro de La Loma y campamento romano al fondoLa parquedad de las fuentes grecolatinas que han llegado hasta nosotros y la falta de documentación arqueológica favorecieron la aparición de las más dispares reconstrucciones de las Guerras Cántabras, basadas no en un conocimiento directo del terreno, de las formas de lucha y de las tácticas del ejército romano, o de la localización de los campos de batalla de estas guerras, sino en interpretaciones bastante libres de los textos clásicos y en aventuradas conjeturas toponímicas.
Las identificaciones de los hechos de armas de esas guerras (el Medulio, Bérgida-Vellica, el Vindio, etc.) por parte de la historiografía académica oficial, deudora de los viejos trabajos de Schulten y de Syme, carecieron del necesario rigor filológico (Ramírez, 1999a y 1999b) y de algún respaldo arqueológico convincente (Gutiérrez y Hierro, 2001). Buen ejemplo de esto ha sido la tradicional identificación de la fortaleza de Aracelium o Aracillum, donde, según las fuentes, los cántabros ofrecieron una desesperada resistencia al ejército de la Tarraconense (Floro II, 33, 50. Orosio VI, 21, 5), con la localidad de Aradillos (Enmedio, Cantabria). Tal identificación partió de historiadores y tratadistas del siglo XVIII (Flórez, 1981: 111. Masdeu, 1789), y fue retomada a principios del siglo XX por Adolf Schulten, que, en la visita que hizo a Aradillos en 1.933 con el general Lammerer, identificó este enclave de las guerras con unos dudosos restos existentes en el lugar denominado "Prado Fontecha", al norte de Aradillos (Schulten, 1942: 1-2; 1962: 170-171). Aparentemente apoyaba esta identificación la mención en el "Itinerario de Barro" de Astorga de una mansio de Aracillum cinco millas al norte de Iuliobriga (ciudad que la tradición historiográfica cree poder identificar con el asentamiento de Retortillo, Reinosa) (Sobre el Itinerario: Roldan, 1972-73. González Echegaray 1979-80. Diego Santos, 1985: 254-272).
El problema es que desde el punto de vista lingüístico, tal como ha mostrado José Luis Ramírez Sádaba, Aradillos no puede proceder de Aracelium, ya que es un diminutivo de un participio del verbo castellano "arar", relacionable con otros topónimos de Cantabria como Arados o Araos (Ramírez, 1999 b: 180), o con Aradius (San Pedro del Romeral) y el otro lugar de Aradillos existente en Penagos. Por otra parte, las prospecciones realizadas sobre el terreno en el lugar de "Prado Fontecha" y todos los alrededores por Miguel Ángel Fraile (Fraile, 1990: 219 ss., 593 ss.) y por nosotros mismos han permitido comprobar que los restos en los que se apoyaba la tradicional identificación de Aradillos con Aracelium corresponden en realidad a una endeble tapia de un recinto ganadero (el Midiajo de Arriba) situado en una indefendible y pronunciada ladera del monte de Las Matas; en cuanto a los "fosos" y "hoyos romanos para el grano" que algún autor creyó poder identificar en las laderas situadas por esta zona, son sendas ganaderas, dolinas naturales y algún cráter de bomba de la Guerra Civil de 1936. Se exploró igualmente toda la sierra en dirección norte, comprobándose la inexistencia en ella de campamentos romanos o de castros, salvo el enclave amurallado (¿castro indígena o fortificación romana de campaña?) que hemos descubierto ya nueve kilómetros al norte de Aradillos en el monte de Los Agudos (Campoo de Suso y Barcena de Pie de Concha). La labor de prospección se dirigió también a otros posibles enclaves estratégicos del área del nacimiento del Besaya, verificándose la inexistencia en ellos de restos arqueológicos relacionables con las operaciones militares de Aracelium.
El único castro existente en las cercanías de Aradillos es el de Los Peños o El Castro (Fontecha-Fresno del Río) (Fraile, 1990: 127-128), pero, además de desconocerse por el momento a qué fase de la Edad del Hierro corresponde, no es de alto valor estratégico y carece de vestigios de asedio o de estructuras campamentales romanas que permitan relacionarlo con las Guerras Cántabras. No obstante, resulta sorprendente que ninguno de los autores que han seguido sosteniendo la identificación de Aracillum con Aradillos mencione la existencia de este castro de Los Peños en apoyo de su tesis, o el que no hayan verificado sobre el terreno qué evidencias arqueológicas reales o ficticias hay en la zona donde ubican el episodio bélico en cuestión. Esta imprescindible labor de prospección arqueológica les habría permitido, tal vez, dar algún fundamento a sus constructos históricos. En este sentido el importante enclave fortificado descubierto en 1996 por Federico Fernández, Roberto Ayllón y por el que suscribe en el monte de Los Agudos (Campoo de Suso y Barcena de Pie de Concha), en un estratégico estrechamiento del cordal montañoso que permite controlar el paso por el mismo en dirección norte, constituye la única aportación arqueológica significativa descubierta en esta sierra. No obstante, no es un gran asedio ni puede relacionarse con un episodio bélico de envergadura. Falta además una excavación arqueológica en el lugar que permita aclarar si es un castro indígena o una fortificación romana para el control de esta vía de comunicación por los altos (la planta rectilínea del trazado de sus murallas y la curvatura del perímetro norte de las mismas apuntarían, tal vez, a lo último) (Peralta, 2003: 78).

Otro de los grandes errores de las tradicionales reconstrucciones oficiales de las Guerras Cántabras es el haber considerado a Herrera de Pisuerga (Palencia) como el campamento romano clave para la conquista de Cantabria, pese a que su alejamiento le habría impedido cualquier control efectivo sobre el montañoso territorio que teóricamente se pretendía conquistar para alcanzar la costa. Dado que nada se conoce de la planta campamental de Herrera de Pisuerga, por el momento disponemos tan solo de materiales arqueológicos de tipo militar procedentes de este yacimiento que nos indican que, en todo caso, se trataría de un campamento estable (castra stativa) de una guarnición dejada tras la guerra -que se ha propuesto identificar con el campamento de la IV Macedónica-, pero este tipo de acuartelamientos estables para la vigilancia de un territorio ya conquistado no pueden ser confundidos con los campamentos temporales (castra aestiva) utilizados por el ejército romano en campaña (Peralta, 2002), tal como ha hecho cierto sector académico español cuyo único referente sobre castramentación militar parecen ser las grandes fortalezas legionarias del limes germánico.

Pese al empeño de este sector por seguir aferrado a la antigua interpretación del Bellum Cantabricum, fundamentada en las erróneas deducciones toponímicas de Flórez, Schulten, o Syme, y en el papel que se atribuye injustificadamente a Herrera de Pisuerga, como pudo verse en cierto fasto expositivo celebrado en Santillana del Mar de espaldas a las renovadoras aportaciones arqueológicas de los últimos años, o en más recientes "Encuentros de Historia de Cantabria" con amplio apoyo político-institucional y universitario local, la auténtica dimensión y localizaciones de las Guerras Cántabras se están documentando exclusivamente a través del trabajo arqueológico de campo iniciado por el equipo qué me honro dirigir. A este trabajo han venido a unirse en los últimos años las importantes aportaciones de otros investigadores. Nuestra labor arqueológica, libre de los prejuicios e infundados apriorismos en los que prefiere seguir complaciéndose esa caduca e inoperante historiografía oficial de gabinete, permite esbozar ya una reconstrucción de las Guerras Cántabras fundamentada en datos científicos incontrovertibles: la localización de los campamentos romanos de la conquista.

Estos campamentos de campaña son las primeras evidencias arqueológicas de las campañas de las Guerras Cántabras que se han localizado. Son de gran importancia en sí mismos porque no se habían logrado identificar hasta ahora campamentos temporales de campaña (castra aestiva), cuya importancia histórica y científica, sin embargo, es de mucha mayor trascendencia que la de los campamentos estables (castra stativa o hiberna) augusteo-tiberianos posteriores al Bellum Cantabricum et Asturicum (León, Astorga, Herrera de Pisuerga, Rosinos de Vidriales) porque son el tipo de establecimientos campamentales que nos informan realmente de las campañas militares de conquista y de los acontecimientos bélicos citados por las fuentes clásicas. Nos documentan sobre el terreno dónde tuvieron lugar en realidad las Guerras Cántabras, obligando a descartar definitivamente las infundadas interpretaciones de la historiografía académica oficial.
 

LA VERDADERA CONQUISTA ROMANA: EL AVANCE HACÍA CAMPOO

Aunque Aradillos no pueda identificarse con Aracillum, sabemos por Estrabón (Geografía, III, 3, 8) que los cántabros del nacimiento del Ebro formaron parte muy activa de las guerras contra Roma y que ésta sometió a las gentes de la actual comarca campurriana, dejándolas vigiladas por nutridos contingentes militares: "Mas, repito, todas estas guerras están hoy día acabadas; los mismos cántabros, que de todos estos pueblos eran los más aferrados a sus hábitos de bandidaje, así como las tribus vecinas, han sido reducidos por César Augusto; y ahora, en lugar de devastar, como antes, las tierras de los aliados del pueblo romano, llevan sus armas al servicio de los mismos romanos, como ocurre precisamente con los coniacos y los plentusios, que habitan hacia las fuentes del Ebro. Tiberio, además, por indicación de César Augusto, su predecesor, ha destinado a estas tierras un cuerpo de tres legiones, cuya presencia ya ha hecho mucho no sólo pacificando, sino también civilizando una parte de estos pueblos".

¿Dónde se desarrollaron entonces las Guerras Cántabras?, y ¿qué papel desempeñó Campoo en las mismas?. En el territorio de los cántabros en el norte de Palencia y Burgos, lo mismo que en la zona campurriana de la actual Cantabria se documenta un intenso poblamiento castreño tanto en la Iª como en la IIª Edad del Hierro. De la época de las guerras se conocen una serie de grandes oppida que controlaban el territorio fronterizo con los turmogos, vacceos y autrigones: los castros de La Ulaña (Humada, Burgos), el Cerro de la Maza (Valdeporres, Burgos), el Bernorio (Pomar de Valdivia, Palencia) o el Castro de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia), todos ellos de grandes dimensiones y con potentes fortificaciones a base de murallas que reforzaban las defensas naturales de los mismos. Por su importancia cada uno de ellos tuvo que ser el núcleo central o la capitalidad del populus cántabro que se asentaba en esa zona. Por ello, para poder internarse en Cantabria, el ejército romano antes tuvo que conquistar estos grandes poblados fortificados de la Cantabria meridional. ¡Las primeras operaciones para someter a los cántabros del sur tendrían lugar durante el gran ataque en tres columnas que en el año 26 a.C. partió de Segisama (Sasamón, Burgos) al mando del propio emperador Augusto y de Cayo Antistio Veto, legado imperial de la Tarraconense, campaña a la que aluden Floro y Orosio.

El trabajo de campo y las excavaciones arqueológicas que venimos desarrollando durante los últimos años dentro de nuestro "Proyecto Guerras Cántabras", patrocinado por la Consejería de Cultura de Cantabria, Consejería de Cultura de Castilla-León y Fundación Marcelino Botín de Santander (hasta el año 2002), está permitiendo esclarecer con evidencias monumentales e incontrovertibles dónde tuvieron lugar realmente las Guerras Cántabras del emperador Augusto y de sus legados. En este sentido, la progresiva aparición de grandes campamentos romanos de campaña de las Guerras Cántabras está demostrando arqueológicamente que Roma se tomó muy en serio a sus enemigos del Norte y que se trató de un conflicto de gran envergadura, confirmando la importancia que las fuentes clásicas atribuyen a esta guerra del emperador Augusto para conquistar Cantabria y Asturia. Estos campamentos romanos de campaña (castra aestiva) constituyen además el principal testimonio para poder reconstruir científicamente los verdaderos teatros de operaciones del ejército romano para el sometimiento de los pueblos del Norte.

a. El asedio de La Loma
Proyectiles incendiarios de un castellum romano del asedio de La LomaEl último teatro de operaciones militares que ha aparecido es el asedio de La Loma (Santibáñez de la Peña, Palencia). Ha sido descubierto por el investigador de Reinosa Miguel Ángel Fraile López, activo colaborador de nuestro "Proyecto Guerras Cántabras". Este nuevo teatro de operaciones del Bellum Cantabricum ha de relacionarse con el sometimiento de los cántabros camaricos asentados en el sector occidental de la Montaña Palentina (Fernández, 2003).
Tal como hemos podido verificar en nuestras excavaciones del año 2003, en el lugar de La Loma denominado El Castro, un alto que se alza al sur de Santibáñez de la Peña y que domina el estrechamiento de La Hoz por el que fluye el río Valdavia, estuvo asentada durante la IIª Edad del Hierro una comunidad indígena de cierta importancia que fortificó las partes más accesibles del castro con grandes murallas y un foso de dimensiones fuera de lo común. Este asentamiento indígena supera las diez hectáreas y probablemente fue la cabeza o el núcleo más importante de la comunidad cántabra que ocupaba esta comarca (probablemente los camáricos). En él, además de estudiar las estructuras defensivas con evidencias de un potente nivel de incendio (dos murallas y un foso de casi cuatro metros de profundidad) se han descubierto restos de viviendas que, junto a la cerámica "celtibérica" pintada y a otros elementos, como fíbulas y placas de cinturón, nos permiten situar a este
enclave en unas cronologías de los siglos II y I a.C. Las más de setenta puntas de flecha y proyectiles de catapulta romanos encontrados en las murallas, así como los mencionados niveles de incendio que se han detectado en el interior del castro y en el gran foso exterior, evidencian que el asentamiento fue atacado y arrasado por el ejército romano.

En algún momento de las Guerras Cántabras esta población indígena participó en las sublevaciones de los cántabros y fue asediada por el ejército romano. Éste montó alrededor del castro un dispositivo de cerco a base de campamentos principales y secundarios unidos por una circunvalación que dejó aislado al castro indígena. El campamento legionario principal, de algo más de cinco hectáreas, conserva casi todo su perímetro defensivo, a base de un agger o aterrazamiento de piedra y tierra sobre el que iba la empalizada. En la línea defensiva existe una característica puerta en clavicula, y de ambas esquinas del campamento salen otros dos alineamientos correspondientes a la circunvalación que iba de campamento a campamento. En este campamento, centro neurálgico del asedio, ha aparecido gran cantidad de armamento romano (unas sesenta puntas de flecha y proyectiles catapultarios, algún pilum de legionario, etc.), equipamiento de caballería, clavijas de tiendas de campaña hincadas in situ, y materiales numismáticos que lo sitúan a inicios del mandato del emperador Augusto.

Por el momento se han descubierto otros dos fortines o campamentos menores (castella), ambos controlando al oeste del castro las alturas que dominan ese extremo occidental del castro y el paso del río Valdavia por el estrechamiento de La Hoz. En estos fortines secundarios se ha encontrado diverso equipamiento militar romano, destacando proyectiles de catapulta incendiarios y puntas de flecha igualmente incendiarias (Peralta, 2003: 303-306; 2003).

b. El ataque al Bernorio
Al norte de Sasamón (Burgos), de donde sabemos de un ataque en tres columnas contra Cantabria, se alza la fortaleza natural de La Ulaña (Humada, Burgos), que por su entidad probablemente fue expugnada por las legiones antes de poder proseguir su avance hacia el norte. En todo caso, el castro no parece haber continuado su vida más allá de finales del siglo I a.C.

Recinto central del campamento romano de CastillejoEn el sector oriental de la Montaña Palentina la ofensiva romana, tal como ha podido documentarse arqueológicamente, se dirigió contra el imponente oppidum cántabro del Bernorio (Villarén, Pomar de Valdivia). Miguel Ángel Fraile descubrió que no lejos del Bernorio, unos dos kilómetros el este del mismo, parte de los restos existentes en el alto de Castillejo o La Lastra (Pomar de Valdivia) corresponden a un campamento romano. Los trabajos arqueológicos realizados entre los años 2000-2002 por nuestro equipo nos han permitido probar su inequívoco carácter campamental romano mediante el estudio y documentación de sus estructuras. El recinto central del campamento, de planta rectangular y con ángulos redondeados, tiene más de 18 hectáreas, y en un punto de su agger conserva una puerta en clavicula. Dispone de otra línea defensiva exterior a base de un agger de piedra, fossa dúplex y contra-agger, que delimita un vasto recinto de más de 41 hectáreas en cuyo interior queda el anterior recinto central. En su interior se han encontrado puntas de flecha romanas de tres aletas, numerosas tachuelas de caligae, regatones de postes de tiendas de campaña, utillaje de trabajo, un pilum, diversos bronces relacionables con el equipamiento militar, algún ejemplar de fíbula Aucissa, así como materiales numismáticos que no sobrepasan los inicios del período augústeo.

La línea defensiva interna dispone de un foso reglamentario de perfil trapezoidal de VI pies de anchura (1,80 m.) y el amurallamiento apareció intencionalmente derribado para colmatar el foso e inutilizarlo, lo que nos documenta que el campamento fue destruido al abandonarlo para evitar su reutilización por el enemigo. El foso de la línea defensiva exterior es de XVII pies de anchura (5 m.), por lo que corresponde a las dimensiones descritas por los tratadistas latinos para unas defensas campamentales erigidas frente al enemigo o en situación de peligro (Vegecio, I, 24. Pseudo-Hyginio, 50).

Se trata de la primera estructura campamental clara que se localizó en la provincia de Palencia y la de mayores dimensiones de la Península Ibérica (El campamento de Almazán tiene 38 hectáreas, el de León 20 y Rosinos de Vidriales 12'59). Por su tamaño tiene que corresponder como mínimo a dos legiones y ha de relacionarse con el castro de Monte Bernorio frente al que se erige. A este respecto ha de señalarse que gran parte de la historiografía moderna sobre la conquista del territorio de los cántabros por Roma estaba de acuerdo en que el avance de las legiones tuvo que producirse por el valle del Alto Pisuerga, y que durante dicho avance hubo de ser expugnado, entre otros, este importante oppidum del Bernorio. Con el peligro representado por la penetración romana en la Meseta Norte se había relacionado la construcción ya en una fase tardía de las murallas y del bastión de la acrópolis del Bernorio, y de este enclave castreño se conocían también algunos materiales metálicos de tipo militar romano que abogaban por una posible intervención en el mismo del ejército romano. Sin embargo, faltaban pruebas arqueológicas que permitiesen verificar la validez de estas hipótesis al no haberse encontrado hasta el presente ningún campamento romano de campaña en este área palentina. Por ello, la demostración de la existencia de un campamento romano junto al Bernorio en el alto de Castillejo ha sido la primera aportación significativa al estudio arqueológico de las Guerras Cántabras en el área de la Montaña Palentina (Peralta, 2003: 148 ss.; 2001b: 175-177; 2002a: 227-228).

c. El control del valle del nacimiento del Ebro
Del control militar romano de la zona del nacimiento del Ebro, en Campoo (Cantabria), han comenzado a conocerse en los últimos años nuevos testimonios. Uno de ellos es el enclave del collado de Peña Cutral (Enmedio), descubierto por el investigador reinosano Ángel García Aguayo. El posible carácter campamental romano de Peña Cutral fue señalado sin argumentación sólida ni estudio detallado de las estructuras por José Manuel Iglesias Gil y por Juan Muñiz Castro a raíz de las indicaciones de Ángel García Aguayo, aventurando estos dos autores de forma imprecisa que pudiera ser un campamento de la IV Macedónica, de la Cohorte I Celtíbera acantonada en época tardía en Iuliobriga o de un campamento de las Guerras Cántabras, pasando por alto la presencia de puertas en clavicula y de que se trata de dos campamentos superpuestos (Iglesias y Muñiz, 1994-95: 328, 339-340). Pese a nuestra inicial reserva a propósito de este nuevo enclave (Peralta, 1999: 205), según pudimos comprobar personalmente al sobrevolar el lugar en ultraligero en el año 2001, no se trata de un único campamento sino de dos recintos campamentales superpuestos, lo que indicaría su reutilización en diferentes campañas del Bellum Cantabricum. Ambos son de planta rectangular con ángulos redondeados y un agger de tierra y piedra bastante arrasado por la erosión, y puede apreciarse en el perímetro norte de uno de los campamentos una puerta en clavicula. Por sus dimensiones se trataría de campamentos de campaña de una legión (no dispone de vestigios de estructuras internas de piedra, por lo que la acampada se hizo en tiendas de campaña de cuero o, menos probablemente, en construcciones de madera). Se desconoce si han aparecido materiales arqueológicos en estos enclaves militares durante las obras del gaseoducto que los atravesaron de parte a parte en 1987-88, cuyo seguimiento arqueológico estuvo a cargo de José Manuel Iglesias Gil y José Luis Pérez Sánchez, que no detectaron la existencia de los campamentos (Iglesias y Pérez, 2002. Pérez, 1996), o el alcance y resultados de la intervención arqueológica del 2003 de un equipo de la Universidad de Cantabria dirigido por Juan José Cepeda, pues no se ha dado a conocer en parte alguna los resultados de dicha actuación en el yacimiento. Esta falta de datos imposibilita precisar a qué fase de las Guerras Cántabras han de asignarse estos campamentos de campaña superpuestos.

Campamentos romanos superpuestos de Peña CutralLos campamentos de Peña Cutral controlaban el paso natural al valle de Reinosa desde el Puerto de Pozazal por Cervatos y Celada Marlantes. En esta última localidad, no lejos de los campamentos, se alzaba el castro cántabro de Las Rabas, que necesariamente tuvo que verse afectado por la penetración militar romana. Tal vez fue precipitadamente evacuado antes de la llegada del ejército romano, o pudo ser asaltado y destruido.
Otro importante campamento romano de campaña localizado en Campoo es el de El Cincho (La Población de Yuso), situado en una loma al pie de la Sierra del Escudo. El arqueólogo Manuel García Alonso, su descubridor, ha excavado sus estructuras defensivas (agger de piedra o tierra y un foso exterior) y ha comprobado que el recinto campamental, de planta rectangular con ángulos redondeados y varias puertas con clavicula interna, tiene 16 hectáreas y dos subdivisiones interiores, una de ellas de menores dimensiones, que probablemente correspondan a diferentes unidades acampadas dentro del campamento (¿una legión y otra unidad menor?). Entre los materiales encontrados (regatones de postes de tiendas de campaña, tachuelas de caligae, hacha, etc.), destacan para su fechación en las primeras campañas de las Guerras Cántabras los materiales numismáticos (acuñaciones hispano-romanas del Valle del Ebro y de Clunia, y un quinario de Augusto acuñado hacia el 27 a.C. en Roma o Brindisi) (García Alonso, 2002; 2002-2003; 2003).

La situación del campamento de El Cincho al pie del extremo sur de la Sierra del Escudo, en el Valle del Ebro, lo relaciona claramente con la campaña del ejército romano que atravesó la Cordillera Cantábrica en dirección a los valles costeros avanzando por la línea de cumbres de dicha Sierra del Escudo. Probablemente, el ejército cuyos campamentos hemos localizado más al norte en el mismo cordal montañoso (Cildá, El Cantón, Campo de las Cercas y otros castella), antes de internarse en las montañas acampó durante cierto tiempo en este castra aestiva de El Cincho.

d. El campamento de La Muela y el control de los accesos al nacimiento del Ebro por el este
Las prospecciones en el norte de Burgos nos han permitido localizar varios grandes castros de la Edad del Hierro, uno de ellos en el Cerro de la Maza (Merindad de Valdeporres). Este último castro es un oppidum de la IIª Edad del Hierro de grandes dimensiones que controlaba el collado del nacimiento del río Nela, paso natural de la Cordillera Cantábrica para acceder al valle del nacimiento del Pas. Este castro constituye un auténtico cerrojo natural que impedía el paso por este collado hacia el norte o continuar cualquier avance hacia el nacimiento del Ebro por el oeste. Se trataba de la última defensa de los cántabros para impedir la entrada desde el este al valle del nacimiento del Ebro.

Campamento romano de La MuelaA la vista de este castro se encuentra el cerro de La Muela, a 1.139 m. de altitud, ya en la Merindad de Sotoscueva. La peña de La Muela es una península rodeada de impresionantes acantilados calizos que por el flanco sur dominan el extremo occidental del barranco de Dulla y por el norte caen a pico sobre los llanos de Villamartín de Sotoscueva. Al oeste los acantilados se precipitan hacia la Merindad de Valdeporres. La península acantilada, que dispone de un estrecho istmo que la une al páramo, tiene una leve cubierta herbácea y una superficie de 1,12 hectáreas.
Los materiales de este pequeño enclave militar romano son especialmente significativos. Las prospecciones y sondeos han suministrado algo de cerámica común romana, manos de molino, numerosas tachuelas de caligae, puntas de pila, regatones, dos plomos de groma (instrumento romano de topografía) localizados en el centro del campamento, clavijas de tienda de campaña hincadas in situ, y algún fragmento de vidrio romano. Ha proporcionado también fíbulas tipo Aucissa de inicios del principado de Augusto y de otros tipos. Fuera del recinto campamental, al pie de los acantilados sobre los que se asienta, se han encontrado varias puntas de flecha romanas de tres aletas y otros materiales que parecen evidenciar que el enclave se vio envuelto en alguna acción bélica.

Los materiales numismáticos apuntan igualmente una cronología de inicios del principado de Augusto: denarios de la familia Cipia (115/114 a.C), de Domicio Ahenobarbo (110 a.C.) y de Marcio Filipo (56 a.C), as de Nemausus de las primeras series del cocodrilo con Augusto sin corona (28/27 a.C. hasta 9 a.C), ases hispanorromanos de Clunia, Calagurris y Celsa que no sobrepasan los inicios del principado de Augusto, y un quinario de Carisio (24/22 a.C). Se trata de unos materiales altamente significativos que permiten fechar con seguridad este campamento en alguna de las campañas militares romanas del 24 al 16 a.C. que sucedieron al primer momento de conquista (26-25 a.C).

Además de corresponder a una fase de las Guerras Cántabras posterior al 25 a.C, como indica la cronología del quinario de Carisio, se trata de un yacimiento arqueológico de gran originalidad porque se trata del único campamento romano asentado sobre unos roquedos naturales del que tenemos noticia. Constituye la primera evidencia arqueológica de las Guerras Cántabras localizada hasta ahora en los valles más septentrionales de Burgos, tal como nos indica la cronología augústea de sus materiales. Sería de una pequeña guarnición destinada a controlar la vía natural de comunicaciones entre el área del nacimiento del Ebro al oeste, el paso de la Cordillera hacia la cuenca pasiega por el collado del río Nela por el norte, y el corredor natural que por el este comunica con el valle de Villarcayo, informándonos además de por dónde discurrió la ruta de abastecimientos para las legiones que se internaron hacia los valles de la vertiente marítima de Cantabria (Peralta, 2001b: 177 ss.; 2002a: 229 ss.; 2003: 306.).
 

CAMPOO COMO BASE PARA LA CONQUISTA DE LA CANTABRIA COSTERA


La conquista de Campoo fue el paso previo para el avance hacia los territorios más septentrionales y costeros de Cantabria. Desde el campamento base de El Cincho el ejército romano, que probablemente tenga que identificarse con el que en el año 25 a.C. llegó a la costa mandado por el legado imperial Cayo Antistio Veto, se internó por la Sierra del Escudo y el cordal montañoso del interfluvio Pas-Besaya en dirección a los puertos de la costa. En diferentes puntos de esta línea de cumbres, que forman uno de los mejores pasos naturales de la Cordillera, hemos identificado y excavado una serie de enclaves campamentales romanos de gran entidad que forman un gran campo de operaciones militares alrededor del castro amurallado de la Espina del Gallego. Estas evidencias arqueológicas han mostrado que la estrategia romana para conquistar la Cantabria septentrional y litoral no consistió en avanzar por el fondo del Valle del Besaya en dirección a Portus Blendium (Suances), tal como se había sostenido tradicionalmente, sino en penetrar profundamente en el territorio enemigo sirviéndose de las líneas de cumbres que dominan el territorio circundante y que descienden hacia la costa. En el territorio de los astures se ha documentado recientemente la misma forma de operar del ejército romano en el cordal donde se ubican el monte Curriechos y la Vía Carisa (cordal de Carraceo, concejos asturianos de Lena y Aller), con evidencias campamentales de campaña y una topografía muy similar a la del asedio de la Espina del Gallego (Camino, Estrada y Viniegra, 2001; 2002; 2003a; 2003b).

El ejército que se internó por El Escudo dominando el territorio desde las alturas y evitando los peligros a los que se habría visto expuesta la columna romana en los estrechamientos y desfiladeros existentes en los pasos de un valle a otro del curso del Besaya, fortificó su retaguardia erigiendo un castellum con grandes fosos y terraplenes en el lugar de Cotero del Medio (Luena y Molledo), así como un segundo castellum en Cotero de Marojo (Luena y Molledo). En su avance hacia el norte este ejército se encontró con el obstáculo de la Espina del Gallego, un estratégico estrechamiento del cordal en el que se asentaba una fortificación indígena que cerraba el paso hacia el norte, por lo que la legión o legiones se atrincheraron en el campamento de Cildá, a 1.066 m. de altitud.
Campamento romano de CildáEl complejo campamental alrededor de la Espina del Gallego, además del castra principalis legionario de Cildá (Corvera de Toranzo y Arenas de Iguña), está formado por el castellum de planta ovalada de El Cantón o La Cotera Redonda (Molledo y Arenas de Iguña). Más al norte, en la línea de cumbres de la misma divisoria de aguas se encuentran el emplazamiento fortificado de Las Matas de Castillo (Anievas) y el campamento legionario del Campo de las Cercas (Puente Viesgo y San Felices de Buelna). Estos campamentos romanos disponen de unas estructuras defensivas a base de un terraplén (agger) de tierra o de piedra con uno o dos fosos externos y puertas con clavicula. Los materiales de tipo militar y las monedas aparecidas en algunos de estos yacimientos los sitúan cronológicamente a inicios del principado de Augusto, es decir, en plenas Guerras Cántabras. No obstante, una vez concluidas las guerras, en algunos de ellos quedaron guarniciones de vigilancia que prolongaron la ocupación de estos estratégicos enclaves. A estas guarniciones corresponden el campamento semiestable asentado sobre el primer campamento temporal de campaña de Cildá, así como el barracón militar romano y las murallas superiores asentadas sobre el castro de la Espina del Gallego. Alguno de estos campamentos, como el Campo de las Cercas, fueron reutilizados o continuaron ocupados hasta los años que siguieron al término de las Guerras Cántabras, como evidencia alguno de los materiales numismáticos procedentes del mismo (Peralta, 1997; 1998; 1999a; 1999b; 2000a: 273 ss.; 2000b; 2001a; 2001b; 2002a; 2002b; 2003: 273 ss., 301 ss. Peralta, Fernández y Ayllón, 2000).

Las evidencias arqueológicas nos indican con notable precisión cuál fue el verdadero eje de penetración seguido por el ejército romano en Cantabria, hacia qué puerto o puertos se dirigió esta ofensiva, y cómo el famoso desembarco de tropas transportadas por una flota desde Aquitania para apoyar al ejército romano de la Tarraconense, episodio sobre el que tanta tinta se ha vertido para intentar localizarlo sin recurrir a la Arqueología, sólo pudo tener lugar en el sector central de Cantabria, concretamente en la Bahía de Santander, o, menos probablemente, en la ría de Suances. Son hechos de gran trascendencia para la correcta reconstrucción científica del Bellum Cantabricum por encima de tantas teorías e hipótesis generadas sin cesar desde una historiografía ajena a los argumentos arqueológicos que nos aportan las incuestionables estructuras campamentales romanas de campaña, los únicos elementos con que contamos a falta de fuentes escritas detalladas para esclarecer el período bélico investigado.
 

EL CONTROL MILITAR DE CAMPOO TRAS LA CONQUISTA: CAMESA-REBOLLEDO

De la presencia militar romana en Cantabria empiezan a conocerse otras evidencias relacionables con los contingentes dejados tras las guerras para el control de las gentes del área del nacimiento del Ebro, entre las que sabemos por el ya mencionado texto de Estrabón que en época de Tiberio se hacían levas más o menos forzosas con destino a las unidades auxiliares del Imperio. En Valdeolea se erige el importante enclave arqueológico de Ornedo-St. Marina, ya estudiado someramente en su día por Schulten (Schulten, 1942), que cierra el paso hacia el área del nacimiento del Ebro. No disponemos de datos suficientes por no haber sido excavado de forma intensa, pero parece bastante probable que por su estratégica situación tuvo que desempeñar un papel de cierta importancia durante las Guerras Cántabras, bien como núcleo de resistencia indígena, bien como lugar de asentamiento de alguna unidad romana una vez que fue tomado. En este sentido las investigaciones más recientes apuntan que los yacimientos situados a sus pies -Rebolledo - Camesa y el Conventón- han de ser considerados de carácter militar, de acuerdo a la reinterpretación de las estructuras allí excavadas y a ciertos materiales militares que los relacionarían con alguna unidad acantonada en este lugar ya después de las Guerras Cántabras.

 Centro de Gestión Catastral y Cooperación Tributaria. Ministerio de Economía y Hacienda)Sobre esta presencia militar romana posterior a la guerra, Mª Ángeles Valle Gómez y Mariano Serna Gancedo han dado a conocer una serie de evidencias arqueológicas que permiten plantear el carácter militar del importante yacimiento romano de Camesa-Rebolledo (Valdeolea, Cantabria) y su posible relación con la legión IV Macedónica, cuyos hitos han aparecido en su mayoría alrededor de este yacimiento. En este sentido, el edificio de El Conventón parece corresponder a una instalación termal de tipo militar (Serna, 2003), interpretación que aparece reforzada por la aparición en el mismo de material militar tan significativo como un asa (ansa galeae) de cubrenuca de un casco romano (Valle, 2003: 434-436, 439) y un ladrillo o tégula con la estampilla LEG (Robles, 1997: 17. Serna, 2003: 450-452), cuestión esta última que era negada por otros autores de la Universidad de Cantabria cuyos trabajos tienden a minimizar y cuestionar la incuestionable presencia militar romana en Cantabria (Aja, 2002a: 129-130; 2002b; 2002c). El edificio de La Cueva, fechado por sus materiales en época flavia, corresponde a la tipología de los barracones militares romanos, como ya había señalado José María Robles (Robles, 1997). Resulta plausible por todo ello deducir una presencia militar en el yacimiento de Rebolledo-Camesa, tal como señalan estos autores (Serna, 2003).

En este sentido, Mariano Serna Gancedo ha descubierto gracias al estudio de foto aérea, que el edificio tipo barracón de La Cueva se encuentra dentro de una estructura de planta rectangular con ángulos redondeados de tipo campamental romano, y que en paralelo al barracón excavado son visibles otros edificios similares. La línea defensiva a base de un terraplén o agger resalta todavía sobre el terreno por la mitad oeste del perímetro campamental. Todo apunta a que se trata de un campamento estable (castra stativa o hiberna) de una unidad militar acantonada en esta zona para controlar Valdeolea y el área del nacimiento del Ebro. No conocemos todavía si este campamento corresponde a una cohorte auxiliar de infantería, a un ala de caballería o a una unidad de mayor entidad tipo legión, extremo este último al que apuntaría la estampilla LEG(IO) que Robles citaba como procedente del cercano yacimiento de El Conventón, el probable edificio termal vinculado al campamento que comentamos. El recinto campamental visible en la foto aérea mide algo más de 400 metros de largo por la mitad de anchura, lo que da una superficie de unas 8 hectáreas, que es justamente la superficie que tenían los campamentos de campaña de una legión descritos para época republicana por Polibio (Peralta, 2002c: 62). No obstante, el hecho de que se trate de un campamento estable con barracones implica una mayor necesidad de espacio para la unidad instalada en él que si se tratase de un campamento temporal de tiendas de campaña, por lo que pudiera corresponder a una unidad auxiliar (cohorte de infantería o ala de caballería) o a un destacamento enviado por una unidad legionaria.
 

CONCLUSIONES

Las evidencias arqueológicas han demostrado que Campoo, territorio de los plentusios y de los coniacos, fue uno de los objetivos principales de la ofensiva de las legiones romanas para someter Cantabria, y que la conquista del área campurriana fue clave para la ulterior ofensiva que permitió al ejército de la Tarraconense forzar el paso de la Cordillera y llegar a los puertos del sector central del litoral cántabro con el apoyo de otro ejército desembarcado en la retaguardia enemiga. Es previsible que en el futuro aparezcan en la zona más campamentos romanos que vengan a completar el panorama que ya conocemos de esta singular guerra de montaña de Roma contra los cántabros, pero en lo esencial ya se han dilucidado cuáles fueron algunos de los más importantes teatros de operaciones de estas guerras. También han empezado a aparecer elocuentes testimonios de la presencia de guarniciones militares permanentes dejadas tras la guerra para vigilar a los cántabros, y no es de descartar que algún día aparezca el campamento de la Cohors I Celtiberorum destinada no lejos de luliobriga ya a finales del Imperio, cuestión sobre la que actualmente estamos investigando y que obligará a rechazar recientes teorías que, sin haber prospectado sobre el terreno, niegan la presencia de esta unidad en Campoo (Aja, 2002c). Todas las estructuras campamentales descubiertas en los últimos años han cambiado por completo el panorama que se tenía sobre las Guerras Cántabras, situando a Cantabria y al norte de Burgos y Palencia a la cabeza de la investigación científica sobre esta fase histórica y sobre la castramentación militar de campaña romana.


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Eduardo Peralta Labrador
Instituto de Estudios Prerromanos y de la Antigüedad de Cantabria
Fotos y planos: Peralta