La iniciativa filantrópica de Solvay en Campoo: la casa de reposo y las colonias escolares

Ana Belén Lasheras - Mª Eugenia Escudero - Isabel Cofiño

Lugares tan distantes geográficamente, como Couillet (Charleroi, Bélgica) y Campoo, aca­baron acercándose por los avatares de una historia cuyos protagonistas fueron los hermanos Ernest y Alfred Solvay. En la localidad belga se estableció, en 1863, la primera fábrica de sosa Solvay, mientras que en la comarca campurriana se puso en práctica una iniciativa filantrópica a través de la fundación, en 1929, de una casa de reposo en Soto para los empleados de la fábrica de Solvay en Barreda.
 
Fue Ernest, el hermano mayor, quien descubrió el proceso de fabricación de carbonato sódico al amoniaco o sosa al amoniaco a mediados del Ocho­cientos. Hasta entonces, y desde antiguo, se había utilizado la sosa natural, extraída de plantas o de unos yacimientos de carbonato sódico estadouni­denses, y la sosa artificial, obtenida a partir de la sal común por un procedimiento inventado por el químico francés Nicolás Leblanc en 1798. El proce­so creado por Ernest mejoró considerablemente la invención de Leblanc, abaratando e incrementando la producción de sosa.
 
A partir de la fábrica madre en Coullet, Solvay Et Cíe experimentó un crecimiento imparable en las cuatro décadas siguientes, estableciendo nuevos centros de producción en Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Rusia, Austria, Hungría, Alema­nia y España. En nuestro país, la primera planta de esta sociedad se inauguró en 1908, en Barreda, muy cerca de Torrelavega. Sin embargo, los prime­ros trámites para la expansión en España se habían producido trece años antes, en 1895, cuando los hermanos Solvay solicitaron permiso para iniciar la fabricación de sosa al amoniaco, presentando un año después ante la Administración Central de la sociedad en Bruselas un detallado informe sobre las comunicaciones, las materias primas (reservas de sal, caliza, agua y carbón) y la mano de obra existentes en la zona occidental de Cantabria. To­dos estos factores apuntaron la idoneidad de Ba­rreda.
 
Este enclave cántabro ofrecía la ventaja de en­contrarse bien comunicado, al pie del puerto de La Requejada y en los márgenes del Ferrocarril Cantá­brico y del de Santander-Palencia, además de ha­llarse cercano a los lugares de extracción de las materias primas (yacimientos de sal en Polanco y de caliza en Quintana) y disponer de abundante agua en sus cercanías, en la confluencia de los ríos Saja y Besaya.
 
El interés de los hermanos Solvay no sólo se centró en crear una marca con gran productivi­dad y muy competitiva, sino también en implantar ideales sociales progresistas, procurando el bienes­tar de sus trabajadores, tal y como pone de mani­fiesto esta afirmación de Ernest: "No he cesado de perseguir una meta científica porque amo la ciencia y espero de ella el progreso de la humanidad". Por lo tanto, trasladaron su política de responsabilidad social a sus instalaciones, desarrollando los enton­ces pujantes ideales sansimonianos que vinculaban la fe inquebrantable en el progreso y una visión optimista de la revolución industrial, a través de la cual se lograría el bienestar material de la huma­nidad. Así, se entendía la riqueza como un medio y no como una finalidad, por lo que Solvay Et Cíe promovió obras sociales, al tiempo que contribu­yó al desarrollo de la ciencia. Entre las medidas aplicadas en sus fábricas se encuentran el estable­cimiento de la jornada de ocho horas, las prestacio­nes por enfermedad, las pensiones de retiro, vaca­ciones remuneradas, pagas extras, cooperativas de consumo o la construcción de viviendas, escuelas, bibliotecas, centros de formación profesional, ins­talaciones deportivas...
 
Ese interés por las cuestiones sociales estuvo también presente en la fábrica de Torrelavega. En 1905, al tiempo que se levantaban las instalaciones industriales, se inició la construcción de la Cité, formada por viviendas para directivos y empleados de las distintas instalaciones de Solvay, completán­dose en las décadas siguientes con equipamientos y servicios, como un grupo escolar, instalaciones deportivas, lavadero público, gimnasio, hospital y casino de recreo.
 
Desde la inauguración de la planta torrelaveguense, en 1908, se puso en marcha un innovador programa socio-laboral, plasmado, entre otras me­didas, en el establecimiento de la jornada de ocho horas y la fundación de una Caja de Socorros para ayudar con una compensación económica al per­sonal de la empresa en caso de accidente o enfer­medad. Con posterioridad, llegaron las vacaciones retribuidas, la fundación de una cooperativa de consumo o de una caja de retiro para obtener un capital que le era entregado al obrero cuando se ju­bilaba o en caso de incapacidad permanente. Otras actividades encuadradas en esta política social son el patrocinio de equipos deportivos (tenis, fútbol, esquí, ciclismo o bolos) y de asociaciones cultura­les, como los grupos de danza o coros.
 
Asimismo, se atendió al cuidado de la salud de los trabajadores, construyendo en las inmedia­ciones de la fábrica, en 1907, un hospital dotado en los años veinte de servicio de radiografías, una casa de reposo en Soto, así como una colonia in­fantil en Espinilla para los hijos de los empleados, para quienes también se creó, en 1948, un comedor próximo a la escuela.
 
 
 
Casa de reposo de Soto2
Desde mediados del siglo XIX se venían rea­lizando en Europa tratamientos de climatoterapia para enfermedades pulmonares en los que se com­binaba el reposo en espacios marítimos o de mon­taña y la sobrealimentación para fortalecer a los convalecientes. Esta práctica, que era continuación de las doctrinas higienistas nacidas en la Ilustra­ción, intentaba solucionar los problemas de salud relacionados con una industrialización poco sen­sibilizada con el cuidado del medioambiente y las condiciones laborales del proletariado que convir­tió a las ciudades en lugares insalubres.
 
A finales del Ochocientos y con especial inci­dencia en el siglo posterior, uno de los mayores problemas de salud al que tuvieron que hacer fren­te los países europeos industrializados fue la tuber­culosis. A esta situación no escapó España, donde esta enfermedad pulmonar representó la mayor tasa de mortalidad en los primeros años del siglo XX. En esa época el principal foco endémico se localizó en Vizcaya, desplazándose en la década de 1930 a la antigua provincia de Santander. El perfil del enfermo pulmonar, que correspondía a un obrero joven (15-35 años) y residente en espacios altamente poblados, se explicó por algunos médi­cos desde un punto de vista social. Entre sus causas señalaron la escasa alimentación, el hacinamiento, el excesivo trabajo, la falta de higiene, de sol y de aire que afectaban a este sector de población, fun­damental para el crecimiento de la industria3.
 
Esta interpretación social fue divulgada en Cantabria por el médico José García del Moral mediante reuniones científicas, conferencias y folle­tos, en los que incidía en la necesaria mejora de las condiciones sociales como profilaxis y en la importancia del diagnóstico precoz en dispensarios y su tratamiento en sanatorios y colonias4. Con es­tas propuestas este médico cántabro se hizo eco de otras iniciativas contemporáneas, como las de los sanatorios antituberculosos fundados en Chipiona por Tolosa Latour en 1892 y en Porta-Coeli (Valencia) a instancias del doctor Francisco Moliner en 1899. Entre los proyectos de García del Moral se encuentra la construcción de un sanatorio en la comarca campurriana de Fresno donde poner en práctica la acción tuberculicida del clima de mon­taña que, habilitado para ochenta enfermos, servi­ría para atender las necesidades de la provincia5. Sin embargo, Cantabria no dispuso de un centro antituberculoso hasta 1910 con la apertura del de la isla de Pedrosa, en la bahía santanderina6.
 
Pese a ello, una cura habitual para los enfermos cántabros con problemas respiratorios fue realizar estancias en Castilla, cuyas condiciones climáticas corregían las infecciones y trastornos respiratorios. El lenguaje popular se refería a esta práctica como "ir a secar" a tierras castellanas. Ya en el siglo XX, doctores como el propio García del Moral o Sandalio Cantolla Gómez propusieron la comarca cam­purriana como lugar idóneo para tratamientos en clima de altura o de veraneo7.
 
Siguiendo estas teorías, Solvay Et Cíe decidió poner en funcionamiento en 1929 una casa de re­poso en Soto, siendo ésta una de las iniciativas so­ciales más modernas de la región por tratarse de un establecimiento privado destinado a sus obre­ros. Esta localidad campurriana, que se sitúa en las proximidades del nacimiento del río Ebro y a 1.100 m de altitud sobre el nivel del mar, ofrecía el tan elogiado "cambio de aires" a los trabajadores de Solvay. A modo de prueba se alquiló un inmue­ble que había funcionado como taberna, dotándolo con seis camas para otros tantos trabajadores que se turnaban en períodos de 40-50 días. El resultado satisfactorio de esta experiencia derivó en la ad­quisición y ampliación del edificio en 1931. En este momento se encontraba en la dirección de la fá­brica torrelaveguense Égide Waleffe, quien realizó los trámites para comprar al industrial de Nestares Benigno Argüeso la casa y el terreno circundante.
 
El proyecto de remodelación del inmueble reca­yó en el arquitecto santanderino Valentín Ramón Lavín del Noval y su ejecución en el contratista Secundino Arteche8. En los años veinte Lavín del Noval realizó varias obras en la zona, entre las que sobresalen el Gran Hotel del Balneario de Corconte (1922) y el edificio del Banco de Santander en Reinosa (1923), donde introdujo servicios de confort reclamados por la burguesía, como agua corriente caliente y fría, calefacción, electricidad o ascensor, todo ello siguiendo una estética regionalista. Asimismo, construyó varias escuelas públicas en los ayuntamientos de Campoo de Enmedio y Reinosa, en algunas de las cuales empleó soluciones racio­nalistas utilizando grandes ventanales de hormi­gón9. La presencia de este arquitecto en la comarca campurriana, así como su trayectoria constructiva de edificios adaptados a la comodidad y salubri­dad moderna, pueden explicar que fuese elegido por Solvay Et Cíe para acometer el proyecto de una casa de reposo en Soto.
 
Diseñó un edificio rectangular con planta baja, más dos pisos y buhardilla, cubierto a cuatro aguas y rodeado de un espacio ajardinado. La fachada meridional presentaba un soportal con pies dere­chos de madera sobre los que se desarrollaban dos galerías corridas de madera superpuestas con am­plios ventanales para garantizar la ventilación y luminosidad del interior. En la planta baja se si­tuaban, entre otras estancias, la cocina, el comedor y la despensa, mientras que en ambos pisos se disponían diez habitaciones individuales, duchas y servicios comunes con calefacción y agua corrien­te. Además, la casa tenía de un botiquín gestionado por Antonio Herrera, mientras que en la buhardilla estaban las habitaciones dobles para las empleadas.
 
Valentín R. Lavín del Noval planteó en esta construcción un proyecto adaptado a la teoría médica y la estética popular cántabra, pauta re­petida en otros edificios de salud de la región. Su estructura tuvo en cuenta soluciones modernas ca­racterísticas de sanatorios y hospitales -la organi­zación, distribución y orientación de los espacios, o la ventilación-, así como elementos de confort propios de balnearios y hoteles de la época -el agua corriente y la calefacción-, pero su diseño se inspiró en la estética tradicional perceptible en la abundancia de piedra, las galerías de madera y los soportales.
 
La orientación meridional de la fachada repetía una práctica popular para aprovechar al máximo las horas de sol y proteger la casa de los vientos fríos del norte y noroeste, al tiempo que respondía a cuestiones médicas debatidas en la época para garantizar la máxima insolación de los convale­cientes. De hecho, este aspecto fue tratado con es­pecial interés durante la construcción del pabellón de tuberculosos de la Casa de Salud de Valdecilla10. La existencia de galerías orientadas al sur era de vital importancia en las casas de salud, especial­mente en los sanatorios antituberculosos, ya que permitía a los enfermos descansar mientras entra­ban en contacto con el aire puro, beneficiándose, al tiempo, de la radiación solar. Por otra parte, este solario garantizaba la ventilación indirecta de las habitaciones, evitando perjudiciales corrientes de aire. A todo ello hay que añadir que la elección de una galería corrida facilitaba la agrupación y reunión de los pacientes en las horas de descanso, intentando paliar el aislamiento y otros efectos psi­cológicos negativos provocados por las enferme­dades pulmonares de larga duración. En la casa de Soto, la galería acristalada de madera, además de concretar estas ideas, mantuvo una tipología cons­tante desde la segunda mitad del siglo XIX en las viviendas de Reinosa.
 
El soportal que presenta el piso bajo de esta casa de reposo también es común a muchas vi­viendas campurrianas. Es un elemento estructural de procedencia castellana que debido a la peculiar situación geográfica de este territorio fue incorporado a su arquitectura civil. En cuanto a los ma­teriales utilizados (sillar en las esquinas, madera, teja árabe...), son los mismos que se encuentran en la mayor parte de las construcciones de Campoo11.
 
De todo ello se desprende que Lavín del Noval mostró un claro interés por recuperar elementos constructivos y materiales característicos de la ar­quitectura popular campurriana en la casa de Soto, lo que puede derivar del afán del arquitecto por reproducir estilos del pasado, tal y como se pro­pugnaba desde los ambientes regionalistas, férreos defensores de las formas y estilos históricos12.
 
A mediados del siglo XX, siendo director de la factoría de Barreda Marcel Pirón, se decidió au­mentar la capacidad de esta construcción añadien­do un edificio dispuesto en escuadra, que duplicó el número de habitaciones. Las obras, inauguradas el domingo 23 de julio de 1950, fueron dirigidas por Francisco Romero González, actuando como contratista el vecino de Reinosa Juan Echevarría Gómez. La ampliación respetó el modelo edilicio planteado por Valentín R. Lavín del Noval, aña­diendo dos mansardas en la fachada oriental13.
 
La casa de Soto ofrecía un saludable descanso y una rica dieta a los trabajadores de las instalaciones de Barreda y de las minas de Lieres y a sus fami­lias, habitualmente madres y esposas. Se destinaba sobre todo a aquellos obreros que presentaban un precario estado de salud, debido a la fatiga, la es­casa alimentación, las intervenciones quirúrgicas o las enfermedades, principalmente pulmonares, de­rivadas de las duras condiciones laborales. Los ex­pedientes eran gestionados por el servicio médico de Solvay, realizando controles sanitarios antes y después de la estancia en Soto, aunque el titular de Espinilla visitaba al menos una vez a la semana a los convalecientes. Normalmente, el periodo de recuperación oscilaba entre uno y dos meses, del que se beneficiaron, a partir de la ampliación de 1950, en torno a 300 personas al año. Hay que destacar también que los obreros recibían durante su per­manencia en Soto parte de sus salarios, equiparán­dose tales retribuciones a las bajas por accidente de trabajo. Así, los casados sin descendencia percibían la mitad de su mensualidad, las familias con menos de cuatro hijos, dos tercios; y aquellas con más de cuatro, tres cuartas partes.
 
Desde 1934 hasta 1969 estas instalaciones fue­ron dirigidas por Antonio Herrera y su esposa, María González, y atendidas por varias empleadas fijas (entre siete y nueve), además de por varios trabajadores eventuales. Las tareas de la casa se distribuían entre las doncellas, que se ocupaban de la limpieza de las habitaciones, el servicio de comedor y otras labores como planchar o fregar los platos; la cocinera y una ayudante; y una fogonera al cuidado de la caldera y de la cuadra donde se criaban cerdos. Por las tardes, después de recoger la cocina y el comedor, las empleadas disponían de dos horas libres que normalmente dedicaban a la costura. Además, los domingos libraban por la tarde, para lo que se organizaban en dos turnos con el objeto de que la casa no estuviese desaten­dida.
 
Habitualmente se acercaban al baile que tenía lugar en Espinilla, debiendo regresar antes de las ocho y media si no querían perder la oportunidad de librar la vez siguiente. Muchas de ellas habían comenzado a trabajar muy jóvenes, incluso siendo menores de edad, por lo que el director y su esposa les ofrecían un trato familiar. María González les enseñaba a realizar sus ajuares, ayudándolas con la máquina de coser. En otras ocasiones, el director les leía novelas de Corín Tellado mientras prepara­ban la cena o la comida del día siguiente. Incluso algunas de ellas aprendieron allí a leer y a escribir.
 
El abastecimiento de la residencia se realizó con productos locales, el grueso de los cuales se adquiría en el mercado semanal que se celebra­ba en Reinosa los lunes, siendo el propio director quien compraba y transportaba los alimentos en su coche. Durante muchos años fue un vecino de Barrio, a quien todos se referían como Ángel "el lechero", la persona que les suministró la leche, trasportándola en dos ollas cargadas en las alforjas de su caballo. La carne se compraba a un carnicero de Espinilla, mientras que el pan que se consumía en la casa se amasaba y horneaba en una vivienda de Soto. También los vecinos de esta localidad pu­dieron conseguir ingresos extra llevando a la casa las primicias de sus explotaciones: conejos, pollos, huevos, mantequillas (algunas mujeres hervían la leche varias veces para obtener más mantecas)... con la ilusión de ganar un "dinerillo".
 
La dirección de Solvay impedía que las fami­lias de los trabajadores se alojasen unidas durante su estancia en la casa de reposo, basándose en los principios morales de inspiración católica imperan­tes en la época. Hombres y mujeres se instalaban en plantas distintas y a partir de la ampliación de mediados del siglo XX se distribuyeron por sepa­rado en cada una de las alas del edificio. Tampoco coincidían en las actividades de ocio, saliendo a pasear con destinos diferentes o realizando tareas consideradas propias de cada género en aquellos años: las mujeres cosían, mientras que los hombres hacían pequeños arreglos de mantenimiento en la casa, en el jardín o se ocupaban de los animales. En cambio, se reunían en la misa mayor de los do­mingos en la iglesia parroquial de Soto, en la que también rezaban el rosario.
 
Para los residentes la jornada comenzaba hacia las nueve de la mañana cuando las empleadas lle­vaban los desayunos a las habitaciones, ofrecién­dose un tazón de leche con sopas de pan. El estado de salud de los convalecientes marcaba los tiempos de descanso; aquellos menos indispuestos disfru­taban al aire libre en la finca o se dedicaban a sus aficiones, mientras que los más enfermos conti­nuaban con el reposo o tomaban el sol en las ga­lerías. El almuerzo, compuesto de dos platos prin­cipales y postre -sin incluirse vino-, se servía a la una y media de la tarde en el comedor. Después se retiraban a sus habitaciones durante la siesta, que se interrumpía a las cuatro con un café con leche de merienda. Por las tardes daban largos paseos, actividad que formaba parte de la recuperación de los enfermos, caminando en ocasiones hasta luga­res alejados como Argüeso. Además, se incidía en hábitos saludables, intentando que abandonasen el tabaquismo.
 
Era también habitual que participasen en juegos de mesa y que los hombres se entretu­viesen en la bolera próxima a la casa. Después de la cena, que tenía lugar a las nueve de la noche, hombres y mujeres se retiraban a sus habitaciones, sin que hubiese tertulias ni veladas de otro tipo.
 
Las rutinas y hábitos practicados en la casa de reposo de Solvay se relacionan con los realizados en sanatorios antituberculosos de montaña, en los que se apartaba al enfermo de los ambientes viciados, tanto del trabajo como del hogar, para colaborar en su cura y evitar el contagio. Se incul­caban prácticas saludables, como el ejercicio físi­co que mejoraba el aporte sanguíneo al pulmón, o la ejecución de tranquilas labores del campo que potenciaban la autoestima. Otras enseñanzas pro­filácticas impartidas afectaron a las normas de hi­giene, como el uso de escupideras, el aseo diario, la ventilación o la desinfección de ropas y locales. Todas estas medidas se acompañaban de una buena alimentación y el contacto con la naturaleza.
 
Excepto durante los años de la Guerra Civil, la casa permaneció abierta ininterrumpidamente, incluso durante el periodo navideño, festejado de modo especial, y en verano, época en la que, a ve­ces, se hacía baile en el jardín usando un gramó­fono.
 
Desde 1958 las solicitudes para estancias en Soto disminuyeron considerablemente puesto que la bonanza económica modificó las necesidades de reposo de los empleados. Así, en 1964 comen­zó a valorarse la posibilidad de dar otro destino al edificio, puesto que su mantenimiento resultaba costoso y había dejado de ser rentable en relación a los objetivos para los que había sido concebi­do. En 1967 Solvay decidió ofrecer a la Obra Sin­dical Educación y Descanso la casa de Soto para que fuese utilizada con fines sociales de los que también se beneficiaron los empleados de Solvay. La falta de recursos económicos de aquella orga­nización impidió su adquisición, no así el alquiler de las instalaciones durante los veranos de 1967 a 1969, lo que supuso que la casa de reposo formase parte de la red de residencias que gestionaba este sindicato. Tras unos años de inactividad, el inmue­ble pasó en 1973 a manos privadas, transformán­dose en albergue.
 
 
 
Las colonias escolares
En 1931 Solvay constituyó una colonia escolar de verano para los hijos de sus empleados de la planta de Torrelavega y de la mina de Lieres en el monte comunal de Espinilla, en el lugar conocido como la Dehesa, en la ladera sur del monte Liguardi. Desde su inauguración hasta 1966 centenares de niños y niñas de entre 8 y 13 años de edad disfrutaron de aquella actividad. Desde mediados de los años sesenta y hasta mediados de los se­tenta las colonias infantiles se trasladaron a otros emplazamientos dentro de Cantabria, como Laredo, Ontaneda, Ramales de la Victoria, Ojedo y Liébana, o fuera de ella, como Cervera de Pisuerga y Amorebieta.
 
Aquel primer verano el campamento acogió a una cincuentena de niños. Un año después, y en vista de los buenos resultados, la experiencia se duplicó y desde 1933 favoreció a doscientos esco­lares: cien niñas en el mes de julio y otros tantos niños en agosto, que eran seleccionados por el ser­vicio médico de la empresa tras presentar un infor­me favorable de su médico de cabecera. Además, Solvay les regalaba un uniforme para las colonias que constaba de sombrero, camiseta, botas y pan­talón, en el caso de los niños, y falda con peto para las niñas.
 
El campamento, que se montaba cada verano, estaba equipado de veinticuatro tiendas de lona, destacando dos de mayor tamaño destinadas a co­medor y cocina -pasado el tiempo se construyó una pequeña edificación permanente destinada a cocina-, dos piscinas con diferente profundidad y lavaderos. En las tiendas, iluminadas con corriente eléctrica a través de un generador, dormían varios chicos sobre colchonetas rellenas de hojas de maíz que se rehacían para cada campaña.
 
El suministro del campamento infantil se rea­lizaba prácticamente a diario. En carro se subía el carbón y los alimentos a caballo o en vehículo todoterreno, bajo la inspección de Antonio Herrera, quien también dirigía a la cocinera y su ayudante, además de a varios vigilantes y guías. Estos traba­jadores afrontaban todas las tareas del campamen­to: las comidas, el lavado de la ropa, las guardias nocturnas, las excursiones, etc. Una maestra y una enfermera acompañaban en su estancia a cada gru­po y, en ocasiones, también estuvo una maestra de las escuelas de Solvay. Asimismo, el médico de Espinilla subía semanalmente a hacer un recono­cimiento y era habitual que el director, el abogado y el médico de la fábrica pasasen un día en cada campamento. Los niños y niñas podían ser visita­dos por sus familias en cualquier momento, siendo frecuente que éstas acudiesen trascurridos quince días.
 
Los niños se levantaban a las nueve de la ma­ñana con el toque de corneta de uno de los guardianes, se aseaban en los lavaderos y se vestían antes del desayuno, que consistía en leche y pan. A lo largo del día realizaban diferentes actividades lúdicas (juegos, recitar poesías, aprender cancio­nes), siendo muy importantes el ejercicio físico y el contacto con la naturaleza. A media mañana ba­jaban al pueblo para asistir a misa y regresaban al campamento para almorzar. La comida era abun­dante y cuidada, siempre había dos platos y pos­tre.
 
Muchos de aquellos niños descubrieron nuevos platos, como los filetes de carne, el pan blanco o las natillas. Por la tarde solían hacer excursiones por las inmediaciones: a la antigua mina de cobre, a "la Frontal", a los pinos, a la fuente de la Cava, a la tejera, a recoger plantas medicinales o a lugares más alejados, como el castillo de Argüeso, la torre de Proaño o el nacimiento del río Ebro. Siendo el verano tiempo de romerías, los chicos y chicas de las colonias aprovechaban la ocasión para "echar un baile" o correr las cintas en los pueblos de la zona antes de la hora de la cena, que tenía lugar a las ocho. Además, aprendieron a realizar algu­nas tareas del campo, como la trilla o el bieldo del trigo. Otra actividad obligada consistía en escribir una carta a sus padres en el ecuador de su estan­cia14. Los efectos positivos de estos periodos esti­vales en la salud y el ánimo de los escolares eran indudables, de ahí su continuidad.
 
 
 
La impronta de Solvay en Campoo de Suso
La puesta en marcha en el inicio de la década de 1930 de la casa de reposo en Soto y de las co­lonias escolares de Solvay en el monte de la Dehe­sa propició una intensa relación entre la empresa química y el Ayuntamiento de Espinilla y la Junta Vecinal de Soto, que se mantuvo durante más de treinta años y de la que se favorecieron ambas par­tes.
 
Para el concejo de Soto esta presencia supuso una activa fuente de ingresos, pues anualmente re­cibía un canon por el uso de los montes comunales en los que se instalaba el campamento infantil y por el aprovechamiento de otros servicios locales. Otro de los ejemplos de esta estrecha colaboración fue la participación de Solvay en la traída de aguas de Soto, costeando parte de las tuberías y la cons­trucción de unas pilastras para salvar el río Rucebos. Antes de la ejecución de esta obra, la casa de reposo se surtió de las aguas de este río a través de una bomba que subía el agua hasta unos alji­bes situados en la buhardilla. La empresa también colaboró económicamente en las modestas insti­tuciones culturales del lugar: la escuela y el Cen­tro Cultural. Éste fue dirigido, al igual que la casa, por Antonio Herrera, a quien sustituyó su sobrino "Angelín". Allí se organizaban diferentes activida­des lúdicas, como partidas de cartas, en las que se estableció mayor relación entre los empleados de Solvay y los vecinos de Campoo. Este centro fue de los primeros de la comarca en ser dotado con un televisor, en el que sus socios veían los partidos de fútbol (gratuitos para ellos y con un coste de tres pesetas para los invitados) o destacados eventos sociales de la época, como la boda del rey Balduino de Bélgica y Fabiola.
 
La corriente eléctrica llegó a Soto gracias a un préstamo sin intereses que realizó la fábrica torrelaveguense a la Junta Vecinal con el fin de que pudieran acometer el tendido eléctrico. Asimismo, Solvay ofreció un donativo para instalar un centro telefónico en la Casa Consistorial de Espinilla.
 
La iglesia parroquial de San Martín de Tours también se vio beneficiada por los donativos de esta empresa. Con ellos se compró una estatua de San Luis para celebrar esta festividad el 21 de junio con una romería frente a la casa de reposo, a pesar de que la fiesta patronal de Soto tenía lugar avan­zado el otoño, el 11 de noviembre, día de San Mar­tín. La reparación del tejado de la iglesia también se realizó con la ayuda de Solvay, mientras que un grupo de convalecientes de la fábrica de Torrelavega restauró la imagen de la Virgen del Carmen, situada en un altar lateral de la parroquia, con oca­sión de una concentración mañana en Reinosa. Es­tas mismas personas colaboraron, además, con los mozos del pueblo en la procesión que condujo esa imagen en andas hasta la capital campurriana. Fi­nalmente, en los años cincuenta Antonio Herrera y su esposa, María González, donaron a este templo unas lámparas eléctricas y unos bancos de madera con motivo de la celebración de unas confirmacio­nes en las que actuaron como padrinos.
 
Aunque a finales de los sesenta los autobuses de la empresa "Casanova" dejaron de trasladar convalecientes y escolares a tierras campurrianas, la pre­sencia de los empleados de Solvay en esta comarca se ha mantenido a lo largo de estos años, si bien de forma distinta. En 1960 se inauguró un refugio de montaña en Tres Mares, gestionado por la Agrupa­ción Esquí-Montaña Solvay con el fin de promover los deportes de invierno y el montañismo entre su personal. Esta iniciativa del entonces subdirector de la fábrica, Henry Zemb, ayudó a promocionar la actividad de la estación invernal de Alto Campoo. Este refugio, denominado "Tournay Solvay", cons­ta de 60 m2 habilitados para ocho personas y dis­tribuidos en dormitorios, salón con chimenea, aseo y cocina. En la actualidad los trabajadores de Sol­vay siguen disfrutando de la naturaleza pintoresca, agreste y pura de este rincón verde de Cantabria.
 
Todo lo aquí expuesto es muestra de la impron­ta que tuvo Solvay en tierras campurrianas, donde se plasmó el interés de esta empresa por lograr el bienestar de sus trabajadores y empleados con la toma de una serie de medidas que resultaron total­mente innovadoras en el marco de la época en que se acometieron.
 

NOTAS 
1 La idea de este artículo surgió a raíz del trabajo que Solvay nos encomendó en 2008 con motivo del centenario de su establecimiento en Cantabria y que culminó en el libro conmemorativo Cien años de Solvay en Cantabria: imágenes de un desarrollo sostenible. Santander, 2008. Al mismo tiempo, queremos mostrar nuestra gratitud a Solvay Torrelavega por permitirnos utilizar sus fuentes documentales y fotográficas para la elaboración de este trabajo.
2 Queremos agradecer a Nicanor Gutiérrez, actual propietario de la que fue casa de reposo de Solvay, la información que nos ha facilitado y a varios empleados de esta casa y de las colonias, así como a vecinos de Soto, sus testimonios e imágenes. Para realizar este trabajo hemos entrevistado a Antonia Argüeso, Hipólito Cayón, Alicia Ceballos, Esperanza Díaz, Manuel Isla y Dolores Robledo. También damos las gracias al párroco Carlos Valiente por su colaboración y por permitirnos acceder a la iglesia de Soto,
así como al alcalde de Campoo de Suso, Pedro Luis Gutiérrez González.
3 RUIZ GARCÍA-DIEGO, S.: Los orígenes de la lucha antituberculosa en Cantabria (1889-1912). Higienismo e Institucionalización nosocomial. Tesis de Licenciatura inédita. Universidad de Cantabria, 1992.
4 GARCÍA DEL MORAL, J.: Dispensarios y sanatorios antituberculosos. (Conferencia leída en el Instituto Carvajal de Santander en la noche del 5 de marzo de 1905). Imp. Lit. y Ene. Vda. de F. Fons, 1909, pp. 16-22.
E GARCÍA DEL MORAL, J.: Cosucas de higiene. Imp. Vda. de F. Fons,1902, pp. 16-20; Ibldem: Mi cuaderno de bitácora. Imp. Llt. y Ene. Vda. de F. Fons, 1904, pp. 65-70.
6 BÁGUENA CERVELLERA, M.J.: La tuberculosis y su historia. Barcelona, Fundación Uriach, 1992, pp. 79-80.
7 En 1894 Cantolla Gómez concursó para una plaza de cirujano en el Hospital de San Rafael de Santander, aportando la estadística de las operaciones quirúrgicas realizadas en su clínica particular. En la siguiente centuria su actividad profesional se desarrolló en Madrid, aunque su vinculación con Cantabria se mantuvo, pues en 1912 construyó un chalet en el número 18 de la avenida de Castilla de Reinosa. Desde aquí contribuyó a difundir los beneficiosos efectos del clima campurriano. Véase: Operaciones quirúrgicas practicadas hasta el mes de mayo de 1894 por el médico cirujano Sandalio Can-tolla Gómez presentada al concurso libre abierto por el Excelentísimo Ayuntamiento de Santander para la provisión de una plaza de nueva creación de cirujano para los servicios del Hospital de San Rafael. Manuscrito, 1894. (Biblioteca Municipal de Santander) Cit. RODRÍGUEZ GÓMEZ, M. J: Repertorio de bibliografía médica de Cantabria. Libros y folletos (1816- 1975). Tesis de Licenciatura inédita. Universidad de Cantabria, 1992, vol. II; CAMPUZANO RUIZ, E„ MARTÍNEZ RUIZ, E. N. y PÉREZ SÁNCHEZ, J. L.: Catálogo monumental de Reinosa. Reinosa, 1995, pp. 92-93.
8 Valentín Ramón Lavín del Noval, vinculado a la escuela regionalista montañesa, fue hijo del también arquitecto Lavín de Casalís. Voz "Lavín del Noval, Valentín Ramón", Gran Enciclopedia de Cantabria. Editorial Cantabria. Santander, 2002, vol. V, p. 99.
9 LLANOS DÍAZ, A.: "Notas sobre el espacio rural escolar en Cantabria, 1850-1936", Revista Cabás, n° 1 (junio 2009); CAMPUZANO RUIZ, E„ MARTÍNEZ RUIZ, E. N. y PÉREZ SÁNCHEZ, J. L.: Catálogo monumental de Reinosa. Reinosa, 1995; MARTÍNEZ RUIZ, E. N.: "Balnearios y aguas termales en Campoo", Cuadernos de Campoo, n° 10, 1997, pp. 23-28.
10 "Las obras de la Casa de Salud Valdecilla explicadas por su arquitecto", El Diario Montañés, (24-X-1929), año XXVIII, n° 9.169.
11 GARCÍA ALONSO, M.: "La arquitectura popular. Reflexiones acerca de la identidad campurriana", Cuadernos de Campoo, n° 24, 2001, pp. 10-19; MARTÍNEZ RUIZ, E. N.: "Arquitectura popular en Campoo. La casa y el medio", Cuadernos de Campoo, n° 14, 1998, pp. 4-9.
12 RODRÍGUEZ LLERA, R.: Arquitectura regionalista y de lo pintoresco en Santander (1900-1950) Santander, 1987.
13 Meses después de concluir esta obra, el 12 de octubre de 1950, se consagró la iglesia de Santa María de Barreda. Este templo, en el que se recreó el modelo estético regionalista, fue debido a una nueva colaboración de Lavín del Noval con Solvay
Et Cíe.
14 GUTIÉRREZ LLANO, I: "Las colonias Infantiles de Solvay", El Diario Montañés, 5-X-2008.