Siempre ha producido extrañeza, curiosidad e interés el hecho de que el Imperio Romano se acostara un día pagano y perseguidor de la Iglesia, y al día siguiente se despertara cristiano. Esto ocurría tras la victoria de Constantino frente a Malencio en la batalla de Puente Milvio el año 312. En realidad, los hechos no fueron tan sencillos y esta visión histórica, que aparece en algunos libros, no es más que una burda simplificación de una serie de acontecimientos mucho más complejos.
El cristianismo siempre fue una "religión de ciudad" y apenas penetró en el medio rural durante el imperio romano, a causa del carácter tradicionalmente conservador de la gente del campo, apegada a sus ciclos estacionales ligados a la vida agraria y sacralizados en el culto a las fuerzas de la naturaleza elevadas a la condición de Mito. No se olvide que "pagano" significa precisamente "aldeano".
Frente a la concepción de la vida entre los campesinos, el hombre de ciudad se hallaba abierto a las novedades culturales y religiosas, que los romanos suponían venir de oriente. Una de esas religiones mistéricas -por tal fue tenida inicialmente- era el cristianismo, que se extendió de forma rápida y prodigiosa por todos los ámbitos ciudadanos, dado su carácter personal y "salvador" frente a las ideas anquilosadas de las religiones "nacionales". A finales del siglo II el escritor cristiano Tertuliano podía escribir:
"Somos de ayer y lo llenamos todo", y continuaba diciendo que los cristianos estaban en el ejército, en el foro, en el mundo del comercio, en todos los lugares, menos en los templos paganos.
Aparte de ciertos medios intelectuales, sólo en el ambiente rural y en los confines del imperio, donde vivían muchas gentes de origen bárbaro, el cristianismo hallaba resistencia a su expansión, si bien en este último caso contaba con un medio adicional de propagación que eran las legiones romanas, ya que la nueva religión curiosamente venía teniendo mucho éxito en el ambiente militar.
Por eso, la conversión al cristianismo del imperio no fue un repentino y brusco giro en la sociedad romana, sino simplemente el reconocimiento oficial por parte de la autoridad de un hecho que resultaba una patente realidad. Más de la mitad de la población era ya cristiana, cuando Constantino declaró el cristianismo como una religión aceptada en el Edicto de Milán del año 313, si bien el rango de religión oficial de carácter estatal y en exclusiva tardaría bastantes años en imponerse, hasta el imperio de Teodosio el Grande a finales de ese siglo IV.
¿Qué pasaba entonces en Hispania? Las grandes ciudades de la vertiente mediterránea eran ya un hervidero de cristianos en ese siglo. Pero lo que es importante también consignar es que el cristianismo estaba ya sólidamente implantado en la región leonesa en el siglo III. Ello era debido al influjo de los soldados del campamento de la Legión VII, instalado precisamente en la ciudad de León (Legionem), algunas de cuyas unidades habían estado temporalmente en el norte de África (Argelia y Túnez), que entonces era uno de los focos más poderosos de irradiación del cristianismo. En todo caso, no sólo en los medios militares, sino también en los ambientes civiles de los puertos hispanos del Mediterráneo, la influencia norteafricana era manifiesta, y ésta debió ser uno de los principales vehículos de difusión del cristianismo. Es significativo que, cuando en el siglo III se plantea una discusión en el seno de la iglesia española, concretamente en la zona leonesa, sea precisamente San Cipriano, el obispo de Cartago, quien con su autoridad sea el llamado a dilucidar la cuestión.
Y ¿qué ocurría en Cantabria? Siendo este país una de las zonas de Hispania más marginales, menos romanizadas y con escaso desarrollo urbanístico, cabe pensar en principio que la difusión del cristianismo debió ser tardía y lenta. De hecho, de las 16 inscripciones funerarias aquí halladas hasta la fecha y datadas en los siglos IV y V, sólo dos son cristianas, siendo el resto claramente paganas.
Aún podríamos hacernos otra pregunta ulterior: ¿Cuál era entonces la situación concreta de Campoo? Se ha dicho que Julióbriga debía estar ya despoblada en el Bajo Imperio, puesto que las casas allí excavadas parecen arruinarse a mediados del siglo III d, C. No creemos, sin embargo, que esta interpretación sea totalmente correcta, ya que bastantes objetos sueltos de los siglos IV y V se han hallado en distintos lugares de la antigua ciudad. Por otra parte, sabemos que la red viaria de Cantabria fue renovada a principios del siglo IV, como atestiguan algunos miliarios, entre ellos uno del tiempo de Constantino, hallado precisamente en las proximidades de Julióbriga. A su vez, un documento oficial de los últimos años del siglo IV o tal vez de los primeros del siguiente, cita nuestra ciudad y consigna que ha sido enviada a ella desde Brigantia (La Coruña) una cohorte auxiliar de infantería, posiblemente con el fin de defender la zona de las inminentes incursiones germanas, que ya por entonces se estaban fraguando.
Sin embargo, y aun siendo Julióbriga el punto más romanizado de Cantabria, apenas podemos contar con testimonios cristianos. Hay un fragmento de vidrio azulado que parece presentar un crismón, es decir, el anagrama de Cristo. Este tipo de objetos era entonces muy común en todo el imperio y no implica necesariamente su pertenencia a un propietario cristiano. Otro objeto, en este caso metálico, con una inscripción de interpretación muy discutible, ha sido atribuido a un ministro de la iglesia, el diácono llamado Cotilo, pero su lectura está muy lejos de resultar segura.
De cualquier manera, con la caída del imperio, que en esta región de Hispania puede fecharse el 409 a causa de la invasión de varios pueblos germanos procedentes de las Galias, se produce una total desconexión entre Cantabria y la estructura político-administrativa romana, y, aunque los germanos invasores no se establecieron aquí, Cantabria figurara a partir de entonces como un país independiente, lo que favorecerá más su aislamiento y una creciente ruralización. Por eso, va a permanecer al margen del movimiento cristiano, que precisamente entonces adquiere en la mayor parte de Hispania su mayor difusión y consolidación. En una palabra, en pleno siglo V Cantabria, y más en concreto Campoo, era una región en donde pervivían aún en plena pujanza los cultos y creencias paganas.
Quisiéramos ahora cambiar de enfoque para contemplar de otra manera la trayectoria del fenómeno cristiano en esas épocas de finales del imperio romano y de los nacientes reinos germánicos de occidente. El monaquismo fue un movimiento producido en el seno del cristianismo al comienzo del siglo IV y después desarrollado ampliamente en los siglos siguientes. Tuvo su primer esplendor en oriente, principalmente en Egipto, Siria y Palestina. Consistía en la puesta en práctica de forma drástica y literal de la huida del mundo. El cristiano, que se siente llamado por Dios especialmente para unirse a él mediante la oración y la penitencia, renuncia a vivir en medio de las comodidades del mundo, que le da la vida urbana, y se aparta hacia la más completa soledad, que en el oriente está representada por la vida en el desierto. Aquí habitará en cuevas o en chozas, bien sea sólo como eremita, bien formando una comunidad monacal en lauras y monasterios, y a veces incluso combinando ambos tipos de vida.
Las ciudades habían tenido mucha importancia política durante el llamado Alto Imperio (siglos I y II) y habían contribuido notablemente al desarrollo económico del estado. Ahora, la salida de las mismas de muchos de sus más conspicuos ciudadanos constituía un fenómeno muy extendido a partir del siglo III y sobre todo en el siglo IV. con independencia de las ideas forjadas en el seno del cristianismo. Pero este nuevo aprecio de la vida rural no implicaba en el mundo civil ninguna clase de renuncia al mundo, sino simplemente un amor a la tranquilidad de la vida en el campo y una respuesta a la situación socio-económica del momento. Es por entonces cuando las familias más ricas se construyen sus espléndidas mansiones rurales (las villae), dotadas de todos los lujos y comodidades, y a donde se trasladan a vivir de forma casi permanente. Es cierto que las villas habían existido siempre en el mundo romano, pero no con la profusión y general despliegue de riqueza que vemos ahora en el Bajo Imperio.
Tal fenómeno social se produce en todo el imperio romano, incluida Hispania. En Cantabria la moda llega más bien tarde, y la arqueología nos ofrece en la zona campurriana los ejemplos de Camesa y Santa María de Hito, al parecer curiosamente vinculadas de alguna manera con la difusión del cristianismo.
Volviendo al mundo del monacato cristiano, éste tiene también su expansión en occidente, si bien resulta algo más tardía. Una de las figuras más relevantes en su lanzamiento fue el popular San Martín, antiguo soldado romano en las Ga-lias y después obispo de Tours. En España la época dorada del monacato se desarrolla durante la etapa del reino visigodo, especialmente en los siglos VI y VIL Sus principales promotores fueron San Leandro y San Isidoro. En el norte de la Península Ibérica hay que señalar la presencia de tres grandes monjes que reúnen en torno a sí importantes comunidades. Se trata de San Millán, en el valle medio y alto del Ebro; San Martín de Dumio, en Galicia y norte de Portugal; y San Fluctuoso, en León.
El monacato, tanto en oriente como en occidente, se presenta como una forma peculiar de lucha contra el demonio. Según la tradición semítica, los demonios habitaban preferentemente en los desiertos; por eso el monje, soldado de Cristo, va a enfrentarse con el diablo en su propio terreno, en la terrible soledad del desierto. En la cultura de occidente se interpreta paradójicamente, como equivalente al desierto y al despoblado, el paisaje de las abruptas montañas y los bosques impenetrables. Éste va a ser aquí el destino preferente de monjes y anacoretas, que habitarán en cuevas y se reunirán en pobres y solitarios cenobios. Desde ellos lucharán contra el diablo, a veces en siniestros y estremecedores combates cuerpo a cuerpo, como se consigna en las vidas de San Fructuoso y San Valerio, otras simplemente mediante la contemplación divina y la mortificación de las pasiones a través de una rigurosa penitencia. Pero estos monjes recluidos en los montes disponen también de otro medio eficaz de lucha contra el enemigo: arrebatarle de sus garras a los pobres campesinos que aún viven en el paganismo en medio de aquellos parajes aislados. Por eso, sobre todo en occidente, el monacato aparece estrechamente vinculado con la misión evangelizadora en los países menos romanizados y de ambiente rural. Esto sucedió en zonas marginales como Irlanda, Escocia, Austria y el norte de España.
Cantabria era precisamente una de esas zonas aisladas, donde aún pervivía en buena medida el paganismo. Por eso resultaba el país ideal para un verdadero asalto por parte de los pobres y escasamente numerosos ejércitos de monjes. Si el historiador romano Floro hablaba de que el emperador Augusto atacó a los cántabros con un ejército dividido en tres (tripertito exereitu), podríamos ahora decir, forzando evidentemente el símil, que las nuevas tropas de la misión también penetraron en Cantabria divididas en tres sectores.
Parece que hay una arribada en los puertos de la costa del influjo de cristianización, procedente del grupo monacal de discípulos de San Martín de Tours, según se deduce de un testimonio de San Gregorio de Tours en el siglo VI. El tráfico marítimo, principalmente entre el puerto de Santander (Portus Victoriae) y Burdeos (Burdigala), favoreció la difusión del cristianismo por esta vía.
El segundo itinerario de penetración religiosa tuvo como punta de arranque la ciudad de Palencia, de donde procedía uno de los dos Santo Toribio, en el siglo VI, quien con un grupo de monjes debió internarse en las montañas de Cervera para desembocar en Liébana y fundar allí el monasterio de San Martín de Turieno (Turonense), llamado después Santo Toribio de Liébana.
El tercer acceso a Cantabria de los monjes evangelizadores fue la ruta del Ebro, y su principal impulsor, el monje San Millán. Desde su cenobio en la Rioja visitó Cantabria y mantuvo él y sus compañeros contactos permanentes con lo que después se llamará la Merindad de Campoo. Muchos datos al respecto están recogidos en la Vida del Santo, escrita en el siglo VII por San Braulio de Zaragoza, y en otras fuentes de la época. A tales citas y testimonios hay que añadir los datos arqueológicos que nos hablan ya claramente de la existencia para entonces de cristianos en esta comarca, así como de la presencia aquí de monjes. Dado su interés directo para el tema que aquí abordamos, enumeraremos, aunque sea sucinta y brevemente, tales datos.
En las ruinas de Julióbriga se ha recogido un broche, probablemente del siglo VI, con la inscripción:
Hic Xpistos = Cristo aquí. En El Polvorín (Reinosa) apareció un pequeño disco con la inscripción:
Marie Vita = Viva María, que ha sido interpretado como alusivo a la Virgen y, en cualquier caso, demostrativo de un ambiente cristiano, tanto a juzgar por el nombre, como por las características del texto. Es del siglo VIL Aún más significativos, si cabe, son los hallazgos de la Cueva de Suano, en Campoo de Suso, donde aparecieron utensilios litúrgicos destinados al culto, como un mango de patena y una cucharilla, igualmente del siglo VII, lo que, por el hecho de hallarse en el interior de una cueva, nos permite relacionarlo directamente con la presencia monacal en la zona, ya que es conocida la preferencia de los monjes de entonces por las cuevas. Hemos de decir que este tipo de objetos litúrgicos se han hallado también en cuevas cercanas a la costa, como en Cudón (Miengo), permitiéndonos poner en relación ambos focos de cristianismo monacal. Ya fuera de la actual Cantabria, pero dentro de la Cantabria antigua, se halló un precioso jarrito litúrgico en la Cueva de la Horadada (Mave), también fechable en ese mismo siglo VII.
En Valderredible hay que relacionar las numerosas iglesias rupestres y los restos de lauras monacales en cavidades con la época visigoda de que ahora hablamos y con el influjo de quienes venían del foco de la Rioja, remontando el Ebro. Aparte del hecho significativo de que una de tales iglesias, la de Campo de Ebro, aún conserva la advocación de San Millán, hay que seña- lar que otra, San Martín de Villarén, presenta una inscripción fundacional en la pared, que dice: Honore Sancti Martín = En honor de San Martín, y a continuación la fecha que corresponde al año 587 d. C. Coincide exactamente con la época de las expediciones misionales de los monjes riojanos, ya que el propio San Millán fallecía el 575 y un año antes había estado en contacto con los cántabros, a quienes anunció el castigo que iba a infligirles el rey Leovigildo. Es interesante subrayar cómo la figura de San Martín, padre del monacato occidental, aparece como patrono y protector en los tres focos de penetración del cristianismo en Cantabria: Santander, Liébana y Campoo.
Las más importantes iglesias rupestres de Valderredible (Val de ripa Iberi), como Arroyuelos, Las Presillas, Santa María de Val-verde..., en su estado actual datan probablemente de los primeros siglos de la Reconquista (VIII-IX), pero es muy probable que sean el resultado de una serie de modificaciones y ampliaciones, excavando más la roca, de iglesias cuyo origen se remontaba a los tiempos visigodos, como han sugerido ciertos estudiosos de las mismas. En cualquier caso, no cabe duda de que nos hallamos ante algunos de los más antiguos testimonios del cristianismo en la Merindad de Campoo.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Quien quiera ampliar el contenido de esta conferencia puede consultar otras publicaciones del autor: La Transición a la Edad Media en Cantabria. Los siglos oscuros IV-IX, Ed. Estudio, Santander 1998; "Romanización y orígenes del Cristianismo", en MARURI VILLANUEVA, R. (ed.), La Iglesia en Cantabria, Santander 2000, pp. 63-86; "La primitiva iglesia en la actual Merindad de Campoo", en IGLESIAS GIL, J. M. (ed.), Cursos sobre el Patrimonio Histórico, 7, Santander 2003, pp.295-307.
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