El hecho de que un desgraciado accidente ocasionara la pérdida del archivo municipal como consecuencia de un incendio producido en el año 1932, es un importante acicate para que los historiadores, cronistas, estudiosos y supervivientes de esa época pongamos manos a la obra, con el objetivo común de reconstruir la historia de un tiempo pasado relativamente reciente, sobre el cual oficialmente apenas quedan documentos a los cuales poder recurrir para una mejor información y mayor garantía acerca de los hechos relatados.
La memoria colectiva y la rica documentación que guardan los periódicos conservados principalmente en la Hemeroteca municipal santanderina. son las únicas fuentes con las cuales, en principio y hasta que se consiga recuperar una parte del material desaparecido pasto de las llamas, podemos contar. No son las mejores pero sí aparecen como muy importantes, aunque desgraciadamente éstas sean perecederas.
Cuando en el año 1927 Reinosa recibe la denominación de ciudad, el país se encuentra viviendo la segunda etapa del proceso político conocido como dictadura de Primo de Rivera, un golpe de estado de carácter militar que el general de este mismo apellido propició en setiembre de 1923 con la anuencia del rey Alfonso XIII, con el claro objetivo de controlar los resortes parlamentarios y, de esa manera, impedir un proceso que se había ido abriendo paulatinamente a la monarquía española y que amenazaba con erradicarla del sistema político español. Algo que, de todas maneras, acabaría sucediendo ineludiblemente cuatro años más tarde.
El gobierno primorriverista, como suele suceder con todos los dictatoriales, era pródigo en gestos simbólicos destinados a una política de atracción de aquellos sectores sociales conocidos como las fuerzas vivas locales, que en este caso y quizás como consecuencia de las experiencias vividas durante el anterior sistema turnante de partidos, se apresuraron a manifestar su adhesión incondicional a unas medidas de gobierno que sustituían el proceso de elecciones por la designación directa, la crítica por la sumisión.
Una medida como la declaración de Reinosa como ciudad bien podía alimentar los intereses más superficiales propugnados por algunas capas sociales de la antigua villa campurriana, sin que su puesta en práctica supusiera de inmediato modificación alguna de las condiciones de vida, trabajo y negocios para sus naturales. Se acostaron los reinosanos siendo villanos y se levantaron ciudadanos, pero ¿qué podría acarrear para sus habitantes esta inusitada medida político-administrativa? Sin duda, sensaciones mucho menos trascendentales que las de la transformación vivida el día 14 de abril de 1931, cuando España -y, muy especialmente, Reinosa- se acostó monárquica y se levantó republicana.
Para Reinosa. al igual que para muchas otras localidades cántabras, era preciso dar respuesta inmediata a los múltiples problemas surgidos en el transcurso de las primeras décadas del siglo XX. Detrás de todo ese tiempo transcurrido aparecía una notoria evolución de su población y de la dedicación de gran parte de la misma, conocida a partir de la construcción e implantación del ferrocarril Madrid-San-tander, que atrajo hacia esta parte alta de la provincia a una serie de trabajadores industriales procedentes de diversas regiones del norte peninsular, modificando la estructura de la población y el carácter de la misma. Pero como ningún parto importante puede registrarse sin el correspondiente dolor, esta aparición motorizada constituyó un duro golpe para la rica vida comercial basada en la preponderancia el transporte por carretera que tenía a Reinosa como paso obligado, cuyos avalares finales han sido debidamente narrados por Pereda en "Cutres", y por su discípulo campurriano Duque y Merino en "El último carretero".
Lo mismo había sucedido durante la explotación de los cotos mineros descubiertos, una actividad que también sirvió como polo de atracción para muchas gentes que llegaban hasta Campoo deseosas de ganar dinero dedicándose a una industria precisada de grandes esfuerzos y no menos riesgo, pero que también sirvió para generar la presencia de una burguesía pujante que pudo servir como alternativa socio-económica a la figura de unos propietarios rurales, cuyo mejor símbolo de su pasado glorioso y consiguiente decadencia actual bien podía descansar en la persona de don Ángel de los Ríos y Ríos, conocido como "el Sordo de Proaño" (1823-1899).
Le correspondió vivir a este solitario personaje, político y erudito, una etapa no exenta de tensiones generadas por su adusto carácter, más propio de otros tiempos, en los que el dominio de los propietarios rurales sobre la sociedad en la que aquél se desarrollaba solía contener connotaciones residuales de matiz cuasi-feudal. Su actitud atrabiliaria y la tendencia al aislamiento le impidieron relacionarse con un grupo de personas que durante el último cuarto de siglo consiguieron mantener viva, por encima de la tendencia al mercantileo que los cambios sufridos trajeron pareja, la creación y dinámica de una importante escuela costumbrista montañesa explorada principalmente en sus secciones literaria y pictórica.
Dentro de esta escuela no llegó a cuajar un personaje como el furibundo polemista de origen franco-antillano Luis Bonafoux (1855-1918). sin embargo su relación breve primero, intermitente después, sirvió para proporcionar una visión más abierta a las tendencias claustrofóbicas que son propias de los pequeños cenáculos locales. Bonafoux vivió una temporada en Campoo (1888-1889), recalando en la localidad de Soto, en cuyas minas prestó sus servicios como administrador, hasta que contrajo matrimonio con Ricarda Valenciaga, hija del propietario de la fonda en la cual vivía, y con ella marchó por el mundo hasta que su respectivo fallecimiento les separó definitivamente en el Londres de finales de la segunda década. Ése era su destino.
Su gran amigo fue el escritor campurriano Ramón Sánchez Díaz, con quien compartió las atribulaciones de una sociedad necesitada del aire purificador que no solamente procediera de las heladas invernales, sino más bien de elementos ajenos a la cerrazón propiciada por un ambiente apenas relacionado con la capital debido a la precariedad de sus comunicaciones. Uno y otro dejaron, en algunas de sus crónicas, la visión pesimista de un tiempo que, a pesar de todo, puede ser considerado como de esplendor en lo que se refiere a la producción cultural.
Y, por lo tanto, la correspondencia informativa también fue prolífica, aunque siempre sujeta a las veleidades de las publicaciones de vida efímera. De las siete cabeceras periodísticas que hemos localizado en el período que oscila entre 1884 y 1919, solamente dos de ellas alcanzaron la media docena de años de existencia, lo cual constituye toda una longevidad en Campoo, pero muy similar a la registrada en otras comarcas dotadas de mayor población.
La nómina periodística, en la cual incidentalmente llegó a colaborar Luis Bonafoux, cuenta con los siguientes títulos:
El Ebro (1884-1890)
Campoo (1894-1898)
La Montaña (1904-1906)
La Tierruca( 1906-1907)
Cantabria (1907-1908)
Nueva Cantabria (1908-1919)
El Porvenir (1918-1919)
De esta manera, podemos comprobar que la edad dorada -y única, todo hay que decirlo- en lo que se refiere a la prensa local campurriana se encuentra ceñida al período correspondiente a dos décadas anteriores al cambio de siglo y otras tantas posteriores. Aparentemente, este dato puede significar una contradicción en lo que se refiere al seguimiento de la sensibilidad cultural de una población que iba aumentando sus proporciones y, además, que conocía la entrada en las escuelas de nuevos contingentes de niñas y niños al cuidado de las nuevas generaciones de maestros.
Si buscamos la proporción entre número de publicaciones y población alfabetizada que se encuentra en condiciones de poder leer la prensa periódica y otro tipo de publicaciones, nos encontraremos en los años veinte en clara desigualdad de condiciones con respecto a la etapa anterior. Pero muchas veces la existencia de periódicos de vida efímera no ofrecen otra cosa que la aparición de un espejismo cultural, basado más bien en las ilusiones y buena voluntad de un grupo de colaboradores dispuestos a llevar a feliz término una tarea cultural o política, que en el grado de recepción que la sociedad otorga a tales iniciativas. El hecho de que se encadenen las publicaciones periódicas nos dice bien a las claras el deseo latente de su aparente, pero también es bastante explícito sobre la imposibilidad de mantener viva cualquiera de ellas. Y, quitando la titulada La Montaña, dirigida por Luis Mazorca, de carácter republicano y polémico, las demás cabeceras no ofrecían a priori mayor inconveniente para su continuidad que el derivado del poco o mucho interés que ofrecía su contenido.
Es preciso destacar otra cuestión que, sin duda, contribuyó a influir en el desinterés de la población por las publicaciones de carácter local. En los años veinte nos encontramos en plena efervescencia del deseo de cultivarse, siquiera sea de manera primaria, por parte de los nuevos componentes de la sociedad cántabra, desarrollando de esta manera la importancia de las cifras de alfabetización que desde el último tercio del siglo anterior se venían conociendo, según las cuales Cantabria se hallaba en uno de los primeros puestos y, paulatinamente, se convertiría en la provincia situada en cabeza en lo que a número de personas que saben leer y escribir se refiere.
Esto trae como consecuencia el florecimiento de otro tipo de prensa, la prensa de alcance provincial, y la consiguiente decadencia de aquella otra circunscrita a los ámbitos locales y comarcales, estimada como mero eco de las tradicionales noticias de sociedad. Unos ecos y demás referencias que, en modo alguno, pueden interesar a los forasteros de nuevo asentamiento entre la población. En el caso de Reinosa, la presencia a partir del año 1918 de los talleres de la Sociedad Española de Construcción Naval -la Naval, en términos populares- disparó el aumento poblacional, conociéndose en la década siguiente (20-30) el mayor crecimiento demográfico de toda su historia: de los 4.180 habitantes registrados en el censo de 1920 se llega a los 8.606 del año 1930.
Los intereses de esta población llegada en aluvión eran bien distintos de los que tenían los habitantes tradicionales. Los reinosanos de nuevo cuño tenían que, una vez conseguido el correspondiente puesto de trabajo, meterse de lleno en la difícil tarea de buscarse un hogar propio, tarea que contribuyó decisivamente a la ampliación del casco urbano de la antigua villa, configurando más precisamente la delineación que ahora conocemos.
En los años veinte éstos serán los nuevos lectores de la prensa provincial, sumidos en las vicisitudes de las empresas para las cuales trabajan, intentando mejoras en sus condiciones de trabajo y también para los suyos en sus condiciones de vida. Mejoras que son difíciles de obtener por la vía individual, como antaño se conseguían, y que obligan al asociacionismo como forma más efectiva de presión colectiva ante las empresas. La información y el conocimiento son los mejores sistemas de preparación para las nuevas generaciones, y tales materias aparecen en las páginas de la vasta gama de periódicos provinciales.
Coincidiendo con ese citado esplendor de la vida laboral campurriana, el universo periodístico cántabro registra un aumento también de proporciones muy considerables. De los tres o cuatro periódicos que venían funcionando desde comienzos de siglo en Santander, se pasa en los años veinte a un máximo de seis cabeceras de alcance provincial, las cuales durante algún espacio de tiempo coexistirán en el mercado editorial:
El Diario Montañés,
La Atalaya,
El Pueblo Cántabro (sustituidos después por
La voz de Cantabria),
El Cantábrico,
La Región y
El Faro: este último, creado por Víctor de la Serna y puesto al servicio de los intereses del partido primorriverista, de vida más bien breve. Entre todos ellos recogen, pese a las limitaciones impuestas por un sistema de gobierno restrictivo con las libertades públicas, las diversas sensibilidades y tendencias ideológicas existentes en la provincia.
Lógicamente no podía pasar desapercibido el nuevo mercado existente en la población campurriana y los periódicos, que antaño solamente se ocupaban de la comarca de una manera amplia durante las fiestas setembrinas de San Mateo, ahora redoblan sus esfuerzos por hacerse eco de la problemática allí existente, tanto desde el punto de vista laboral como relacionada con algunos casos concretos que trastornan el ritmo de la vida pueblerina (el pantano del Ebro, p. e.).
En el otoño de 1927 comienza su actividad un nuevo periódico -anteriormente citado- que como consecuencia de la unificación de los dos diarios conservadores existentes,
La Atalaya y
El Pueblo Cántabro, surge con la denominación de
La voz de Cantabria. Es una consecuencia del amplio espíritu maurista existente en Cantabria, cuando ya han transcurrido dos años de la muerte de su máximo dirigente y mentor, y también cuando una gran parte de sus fuerzas vivas se han identificado con la Dictadura. Pero el nuevo diario, aprovechando el momento de confusión que vive el antaño periódico progresista
El Cantábrico, ahora indulgente con el directorio primorriverista, busca hacerse un merecido hueco entre la prensa regional, gracias a contar con una excelente redacción al frente de la cual se encuentra el periodista y poeta José del Río Sáinz "Pick",último director de
La Atalaya, y persona de siempre muy sensible hacia todo cuanto sucede en la comarca campurriana.
El nuevo formato del periódico, ideal para la introducción del huecograbado en su vertiente fotográfica, se introduce rápidamente entre las nuevas capas de lectores, que encuentran en la profesionalidad de "Pick" una garantía para la amplitud y objetividad en sus informaciones. El propio "Pick" se encarga de desplazarse a Reinosa -denominada por él "la Cenicienta", debido a la dejadez en la que mantiene a la comarca la capital de Cantabria, el único centro de decisiones político-administrativas, y publica una serie de artículos, analizando con la rigurosidad y amenidad que le concede su pluma experimentada la situación que se vive en la comarca de Campoo.
Para completar su labor, encuentra un excelente colaborador nombrado corresponsal en la comarca: Luis Mazorca, antaño pluma republicana, que se encuentra ya en la última etapa de su existencia. Uno y otro dedicarán importantes páginas a la comarca de Campoo, tanto desde el punto de vista de sus reclamaciones históricas como desde aspectos mucho más pintorescos e intrascendentes, que también tienen cabida fácil en las secciones de sociedad. Y aquí no podemos dejar de referirnos a la vida social que se desprendía de la actividad desarrollada por la pléyade de talleres de modistillas que, con sus maestras al frente, se encargaban de proporcionar los atuendos a las campurrianas, al mismo tiempo que repartían alegría y dinamismo en los momentos de ocio y diversión, sobre todo con motivo de la festividad decembrina de Santa Lucía, su patrona, cuando
La voz de Cantabria efectuaba inventario gráfico de las componentes de tales talleres. La mujer también tuvo su participación en la vida educativa y cultural y se encuentra por estudiar el verdadero alcance de las aportaciones que en esta esfera, así como en otras más insólitas, llegaron a hacer las señoritas Duque y Merino y Salces, entre otras féminas.
Sin duda, no puede compararse la plenitud artística vivida en estos tiempos con la aportación efectuada por las generaciones de finales del XIX. En pintura nada surgió que fuera comparable a la obra plástica dejada por Casimiro Sainz (1853-1898) y Manuel Salces (1861-1932), escuela paisajística que, de alguna manera, heredaría Balbino Pascual Llorente (1912), aunque sea de justicia señalar la presencia de Fausto López, "el pintor misántropo" y Julio García de la Puente, más el recuerdo de un emigrante a Buenos Aires llamado Eduardo Soria, que durante los años veinte se integró en la escuela parisina.
En literatura, tampoco surgieron nombres similares a los de Demetrio Duque y Merino (1844-1903), Ramón Muñoz de Obeso, Luis Mazorra (1874-1928) o Ramón Sánchez Díaz (1869-1960), pero a Mazorra le debemos en la última etapa de su vida el libreto de alguna zarzuela además de sus Narraciones de antaño (1923), mientras que la longevidad del otro superviviente le permitió seguir animando desde la distancia la vida informativa campurriana, mediante su colaboración semanal para el diario "
El Cantábrico'', después incluida en sus obras desgraciadamente aún incompletas como consecuencia de la incivil guerra y no menos incivil postguerra. Consecuencias que también sufrió en su propia carne e intelecto el abogado y periodista Santiago Arenal (1888-1962), amigo y biógrafo de Sánchez Díaz y, ya muy atenuadas, el escritor y antiguo dirigente republicano Manuel Llano Rebanal.
Sin embargo, desde un punto de vista de la socialización de la creación artística, es preciso hacer constar la animación conocida por la esfera musical y escénica, con los coros y conciertos dirigidos por el maestro Juan José Guerrero Urreisti (1901-1980), que encontraron como especial espacio para su desarrollo el escenario del Teatro Principal (1893), uno de los mayores logros culturales del Reinosa finisecular, puesto que fue inaugurado cuando solamente existía uno de similares condiciones en Santander y otro en la villa de Castro Urdiales: el de Torrelavega no se alzaría hasta el año 1905.
Y la inauguración en los años veinte del local de la Casa del Pueblo (1928), punto de encuentro de los socialistas campurrianos, supuso una aportación enriquecedora no solamente a la vida socio-política de la comarca, sino también a la dinámica cultural. De ahí surgieron algunas personalidades decisivas para el desarrollo de una mentalidad progresista que colaboró a la implantación del socialismo y a su elevación a las instituciones públicas, algunas de las cuales serían premonitorias de lo que iba a suceder a partir de la sublevación militar de julio de 1936, como en el caso del alcalde Isaías Fernández, muerto violentamente en la primera semana de la rebelión militar.
Comentarios recientes