Introducción
Con este trabajo y entre otras cuestiones nos proponemos enmendar un doble equívoco. En el Museo Regional de Prehistoria y Arqueología de Cantabria se expuso desde su apertura en el año 1941 esta arma ciertamente singular tanto por su exclusividad en Cantabria (e incluso en Europa), como por el característico atractivo de unas formas que sin duda posee. Por ello, se le ha llegado a adjudicar un origen erróneo producto de una suma tanto de ancestrales como de acumulativos datos erróneos a lo largo del pasado siglo XX. En la mayor parte del cual, se carecía de los actuales soportes científicos (en forma de paralelos, estratigrafías, método, bibliografía...) para llevar a efecto un adecuado análisis de esta arma tan singular. Ha llegado incluso a evocar toda una serie de equívocas consideraciones de índole indígeno-regionalista en forma de inexactas imágenes.
Por otra parte, este más que interesante objeto que lleva más de un siglo siendo elemento de comparación para múltiples cuestiones histórico- arqueológicas, tanto en nuestro país como fuera de él, no había sido motivo de estudio monográfico alguno, habiéndose acumulado con el paso de los años toda una serie de equívocos a su alrededor y que lógicamente iban en aumento, y que no servían sino de confusión. Aunque hemos realizado previamente algunas reducidas consideraciones al respecto (Fernández Ibáñez, 1999, 2004, 2006), el estudio de las dagas militares en la Península Ibérica (Fernández Ibáñez, 2008a; Kabanagh de Prado, 2008) supuso un momento propicio para llevar a efecto un minucioso análisis de cada una de sus partes, y de esta manera obtener conclusiones sólidas y científicamente actualizadas (Fernández Ibáñez, 2008b), desmitificando buena parte de lo que ya era una liosa e inconexa madeja de supuestos.
Descripción del arma2
Este puñal está forjado en hierro a excepción de dos piezas que forman parte de la estructura de su empuñadura y que son de aleación de cobre (Figura 1). La hoja tiene una longitud de 172 mm con el desarrollo de los filos en la forma de una «S» suave o tendida, lo que provoca que nos muestre una estrecha cintura en la parte superior, para seguidamente adquirir la máxima anchura e ir reduciéndose paulatinamente hasta finalizar en un aguzado extremo en punta. Anverso y reverso son diferentes. La que podemos considerar como cara principal o anverso muestra los restos de una película negra de magnetita (Óxido ferroso Fe304), frágil y descohesionada de la base metálica -y su correspondiente película de oxidación- sobre la cual levemente reposa. Son los restos de lo que en otro tiempo fue la superficie original del arma. A partir de lo cual hoy podemos reconstruir aquellas superficies en las que esta película se ha perdido por completo (como es la cara opuesta), y de esta manera saber que mostraban cuatro aristas en cada una de ellas conformadas a partir de cinco amplias acanaladuras paralelas que abarcan 3/4 de la superficie de cada cara de la hoja, confluyendo cerca del extremo inferior en una sola hasta alcanzar la punta. La cara opuesta (reverso) es lisa por la pérdida total de aquella antigua superficie acanalada; en el tercio inferior levemente se esboza una arista central. Vista en sección observamos que esta arma es mayoritariamente lenticular, y solo romboidal en la parte que corresponde al extremo punzante.
La empuñadura (Fotografía 1) de 98 mm de longitud y 15 mm de grosor es en forma de una «T» invertida, y se trata de una estructura compuesta por cinco elementos ensamblados. Juntos muestran el mismo perfil y dimensiones (Fotografía 2). En el centro de este conjunto se encuentra un espigo plano de 5 mm de grosor que sube perpendicularmente desde la base de la hoja hasta el extremo opuesto a la punta donde se encuentra el pomo. Sobre las partes superior e inferior de este espigo se acoplan dos finas láminas de aleación de cobre (± 1 mm de grosor), para finalmente sobre ellas acoplarse las cachas (confeccionadas en láminas de 1 mm de grosor) que muestran una sección en «V» de 4 mm de altura. Parte de una de estas cachas (más concretamente la que se corresponde con el reverso) se encuentra perdida, lo que nos permite analizar parte de su interior. La cruceta, también denominada arriaz o guarda, es de forma rectangular (49 x 9 x 10 mm) y los cinco elementos de que consta quedan remachados cerca de sus extremos mediante sendos roblones. Este arriaz se prolonga perpendicularmente en ángulo de 90° respecto a la caña o asidero de la daga. Dicha caña se ensancha levemente en el centro de su longitud en dos cortos apéndices triangulares formando lo que A. Kavanagh denomina genéricamente como nudo (Kavanagh de Prado, 2008: 20). Como elemento de unión de las cinco láminas metálicas en esta parte central solo es evidente de forma clara uno de los remaches. La empuñadura remata en la parte superior mediante un personalismo pomo en forma de «U» o creciente lunar. Los extremos de este pomo son redondeados y de sección poligonal, y solo en el anverso conserva restos de una decoración perlada de semiesferas en relieve que seguramente decoraban ambas caras, y que ha perdido en su mayor parte junto con la película de magnetita que como antes vimos también reproducía los relieves de la hoja.
Pormenores y vicisitudes de este hallazgo
En cualquier publicación que hasta hoy haya hecho referencia a esta arma siempre ha figurado bajo la denominación de Puñal de Julióbriga, sin otros datos. Por lo tanto se le sigue hoy atribuyendo como descubierta en la antigua ciudad romana de Iuliobriga, lo cual no es cierto. La primera noticia que hace referencia a esta daga la encontramos en la primera guía del Museo de Prehistoria de Santander (1943, pág. 21). Años más tarde Antonio García y Bellido fue el investigador que nos transmite la existencia sobre el reverso del objeto de un pequeño papel adherido (hoy no conservado) y donde se podía leer: «Julióbriga-Retortillo». También recoge una serie de datos que le fueron proporcionados por Joaquín González Echegaray: «... cree recordar que se halló en la parte baja, donde la ermita del Valle.» (García y Bellido, 1963, págs. 200-201; 1976-78: , pág. 83)3.
Pero con referencia al lugar de hallazgo han sido localizados algunos documentos de interés4. En el Museo Marítimo del Cantábrico en Santander se conserva el texto titulado Catálogo del Museo Arqueológico del Excmo. Marqués de Comillas, en el Fondo Tomás Maza Solano (Leg.16/3). Se trata de unos folios mecanografiados (que quizás puedan fecharse en torno a 1925) y que fue enviado con fecha 23 de agosto de 1941 a Gonzalo Brin- gas Vega (quien fuera arquitecto de la Diputación Provincial de Santander) por José Abarrategui (administrador del segundo Marqués de Comillas). Con el n° 839 del citado catálogo, podemos leer: Descripción. Tesoro de Juliobriga (Retortillo), que se compone:
N° 1. Dos piedras areniscas, base y tapa, con una concavidad central, en la que se encontraron según cartas de D. José María de los Ríos de 26 de Septiembre de 1919 y de 16 de Agosto de 1919. (a) fragmentos de una vasija? de cristal, (b) tres anillos de oro con camafeo (c) un tubito id. con veneno ó esencias, (d) varios huesecillos, al parecer de mano y antebrazo.
N° 2. (a) un filete bocado de hierro, (b) tres lanzas pequeñas, (c) una id. grande, (d) un puñal con su vaina.
N° 3. (a) un candelabro retorcido, (b) una candileja con su asa. (c) cinco tornillos, (d) grapa de la piedra funeraria.
Datos de procedencia del mismo. Adquiridos por el Sr. Marqués de Comillas por conducto de Don José María de los Ríos, vecino de Reinosa.
Los objetos del n° 2 y 3 menos, fueron hallados en una tierra de labor próxima.
En el Museo Regional de Prehistoria y Arqueología de Santander existe un documento manuscrito sin fecha (Documentación Museo-IV, Capeta 45 Hallazgos en pueblos de la provincia) y en él, bajo el título de Lugares donde se hicieron excavaciones para el Marqués de Comillas, se encuentra redactada una relación a mano de cinco lugares, donde podemos leer en el último de ellos: En Re- tortillo, abajo al lado del Ebro = poco. Además Jesús Carballo añade en una publicación la siguiente cita: Hace ya muchos (años) que el Marqués de Comillas compró un tesorillo de oro procedente del sitio llamado Los Trigales y unas lanzas de hierro encontradas en la llanura de Bolmir (Carballo, 1949: 2). De lo que se deduce que el Marqués de Comillas compró para su colección un conjunto de objetos que -seguramente- las labores agrícolas habían dejado en superficie en un indeterminado lugar de la llanura de Bolmir (y que en los documentos manejados por nosotros se cita bajo la denominación de «Tesoro»), a los pies de la loma donde se encuentran los restos de la ciudad de Iuliobriga, en 1919 o poco tiempo antes5. Solo se especifica el lugar llamado Los Trigales, quizás un lugar cercano a la que fue ermita de Ntra. Sra. de los Palacios como apuntó J. González Echegaray a A. García y Bellido, y este último autor posteriormente publicó como ya dijimos antes. De todo esto y como primera conclusión se infiere que la daga que aquí estudiamos no fue hallada en la ciudad romana, y que apareció junto a lo que podemos considerar su vaina o funda.
Durante nuestra última contienda civil y más concretamente en Agosto de 1937 el Palacio de Sobrellano (Comillas) donde se encontraba expuesta la colección arqueológica que reunió a lo largo de su vida Claudio López Bru (1853-1925) -segundo Marqués de Comillas- (Cabré Aguiló, 1925) fue asaltado, y robados todos los objetos allí expuestos. Acabada la guerra los objetos fueron recuperados y depositados en el Museo de Prehistoria de Santander, donde algunos fueron expuestos para su inauguración en el año 1941: el armamento y demás implementos metálicos procedentes del Monte Bernorio (Palencia), una punta de lanza, el puñal y una cadena de bocado de caballo, por cesión temporal de Juan Claudio Güell Churruca -Conde de Ruiseñada- (1943, pág. 21) heredero del Marqués de Comillas. Los objetos fueron devueltos al Palacio, a excepción de un par de puntas de lanza de hierro y dos fíbulas en aleación de cobre procedentes de Monte Bernorio (Palencia), y el puñal de Bolmir motivo de este trabajo6 (García Guinea y González Echegaray, 1963, pág. 69 y Fig. 46). Nada sabemos hoy de la vaina que supuestamente acompañaba al puñal en el momento de su hallazgo y que se cita en el punto 2.(a) de la documentación del Museo Marítimo, de cuyos detalles carecemos totalmente.
El análisis de las diferentes partes de la daga
Tomaremos como base de nuestro análisis las dos partes básicas en que se divide cualquier arma blanca (Figura 6): la empuñadura o zona inferior por donde se sujeta, y la hoja o parte superior.
La empuñadura
La empuñadura, como ya hemos descrito, se encuentra formada por una estructura compacta de cinco elementos metálicos superpuestos de perfil similar, unidos entre sí mediante pequeños remaches cilíndricos. Esto último más su forma general en «T» invertida suponen algunas de las inequívocas características que singularizan las dagas del ejército romano a la largo de los siglos posteriores a la primera centuria. Mas, para enmarcar esta daga adecuadamente en el tiempo, hemos de retrotraer nuestra explicación hasta los orígenes.
El puñal romano que en muchos aspectos caracterizó a su ejército, todos los datos por el momento apuntan a que tiene su origen en la meseta Norte de Hispania en el último cuarto del siglo I a.C., y fue tomada por aquel como préstamo cultural de las poblaciones celtibéricas de aquella zona durante su conquista. Este antiguo modelo de daga presentaba dos modalidades en su empuñadura: las bidiscoidales7 -que no parecen sobrepasar demasiados años el cambio de era-, y las de pomo en forma de «D» invertida (también denominado de «semidisco» por Kavanagh) hasta finales del siglo I d.C. Durante los años en que ambas empuñaduras conviven, su estructura parece ser levemente diferente. Mientras que esta última posee cinco elementos (tres metálicos y dos de materia orgánica -madera o hueso-), la bidiscoidal cuenta con siete (cinco metálicos -hierro y bronce- y dos de materia orgánica). Hacia la mitad de la caña o asidero del arma ambos modelos poseen un ensanchamiento circular/oval antideslizante (disco o nudo central). Como esta, otra característica definitoria también de ambos modelos de daga es el mostrar hombros (o parte superior de la cruceta, también llamada guarda o aún mejor arriaz) oblicuos, hecho que se refleja no solamente en la forma de la citada cruceta sino también en la parte superior de la hoja. Disco central y oblicuidad de los arriaces son algunas de las características que a nivel formal mejor identifican a las dagas militares de finales del siglo I a.C. y toda la centuria siguiente d.C.
En el siglo II d.C. y en general en lo que se refiere a las armas se producen cambios sustanciales en el ejército de Roma, cuyas motivaciones últimas en la actualidad nos son desconocidas. Estos cambios lógicamente también alcanzan a los puñales, que se convierten en un objeto residual sin que por ahora tengamos una explicación clara para tal comportamiento; quizás sea un efecto con motivaciones culturales, simbólicas, tácticas... De hecho en esta centuria el número de dagas descubiertas decrece de forma ostensible con respecto a la inmediatamente anterior, dando la firme impresión de desaparecer mayoritariamente como arma reglamentaria. Aunque también con incuestionables cambios en ciertas partes, hay una evidente continuidad; evidentes y apreciables diferencias de este siglo con respecto al anterior. Este panorama muestra que la problemática es compleja y hoy existen grandes lagunas en el conocimiento, agravándose esta situación por el hecho de que los objetos conocidos se encuentran mayoritariamente descontextualizados, ya que se tratar de hallazgos de fortuna o bien antiguos. Este hecho nada baladí arroja un horizonte por el momento difícil de ordenar, y dar por lo tanto sentido y explicación a múltiples interrogantes.
En las dagas del siglo II d.C. las empuñaduras se fabricaban sin las partes orgánicas interiores que vimos en las dos centurias anteriores antes y después de J.C. En la Península Ibérica además hace su aparición por primera vez el espigo cilíndrico (aunque de forma circunstancial, ya que mayoritariamente siguen siendo planos), lo que en todo el Norte de Europa ya se empleaba desde el reinado del emperador Nerón (54-68 d.C.). Las cachas de estas empuñaduras eran fabricadas en hierro; aunque también circunstancialmente en aleación de cobre como muestra el hallazgo de Torre Palma (Portugal) (Fernández Ibáñez, 2008: 103). Los hombros o línea superior de los arriaces (a diferencia de lo que aseguramos para el siglo anterior que eran oblicuos), ahora son rectos y forman ángulo recto con la caña. Las protuberancias centrales antiguamente con forma circular/ oval ahora se reducen ostensiblemente a pequeños apéndices triangulares. Ahondando aún más en los cambios los pomos también cambian de manera muy significativa ya que desaparece la forma semidiscoidal en «D», confeccionándose e
n estos momentos dos nuevos tipos diferentes; y a su vez con dos variantes. La daga de Buciumi -Rumanía- (Chirila
et alii, 1972, pág. 62, lám. LVII) (Figura 2) fechada en este segundo siglo es el primero de los tipos y muestra un pomo redondeado con
una concavidad en la parte superior, de tal manera que se consiguió una estructura en lo que hemos dado en denominar como «pomo bilobulado o de mariposa» (Fernández Ibáñez, 2007, pág. 417; 2008a, pág. 116). El segundo tipo agrupa a otros puñales que muestran el pomo con la forma de una particular «U» cuyos extremos superiores están apuntados como muestra el hallazgo inglés de Bar Hill (Figura 3,1) fechado a mediados del siglo II d.C. (Roberson, Scott y Keppie, 1975, pág. 99 - nota 15, Fig. 32-15).
Las características de las dagas de la centuria siguiente (siglo III d.C.) las conocemos con relativa seguridad a partir de los hallazgos efectuados en las excavaciones del antiguo taller (fabricae) del fuerte Künzing (Austria) (Fotografía 4), compuesto por 59 dagas y 29 fundas (Herrmann, 1969; 1972); son los únicos hallazgos que con un gran número de objetos mejor conocemos para este siglo, con fecha segura y procedentes además de contexto militar. En líneas generales vemos que la empuñadura sigue siendo una continuidad de la ya vista en el siglo anterior pero con ciertas variantes. También se fabricaban en hierro y nuevamente sin los elementos orgánicos de madera o hueso de la empuñadura como los del siglo I. El engrosamiento (nudo) central de la caña de nuevo se reduce a unos pequeños apéndices de forma triangular. El pomo sigue siendo un elemento que define bien estos modelos tardíos de puñales, y por ellos nos es posible establecer dos tipos básicos con alguna variante. El primero es el de extremos apuntados y concavidad de profundidad media, siendo claramente una continuidad respecto a los que ya vimos en pasado siglo II. Pero las dagas de Künzing presentan pequeñas variaciones con respecto al de Bar Hill ya visto (Figura 3,1), como es un redondeamiento general de este extremo (Fotografía 4,3). Otras variantes de estas empuñaduras muestran un pomo de forma hexagonal (Fotografía 4,2), o bien este como tal ha desaparecido, quedando tan solo una muesca en el extremo que ahora es redondeado (Fotografía 4,1). Preludiando, lo que a partir de entonces y hasta el día de hoy serán estas formas de empuñar las armas blancas. Los hombros de las guardas o arriaces son oblicuos durante el siglo I a.C., siendo rectos en las centurias siguientes.
La hoja
Las hojas de las dagas del ejército romano de los siglos I-II d.C. halladas hasta hoy en la Península Ibérica, muestran como una de sus principales características el presentar hojas con un nervio central (Fernández Ibáñez, 2008a, págs. 111-115 y 117), y en este sentido la daga de Bolmir es la única que muestra varios de estos nervios al haber sido surcadas sus caras por acanaladuras paralelas. Las hojas suelen ser en general anchas; estrechas solo de forma excepcional en los hallazgos de Corporales (León) y Monte Cástrelo (Asturias) (Fernández Ibáñez, 2008, págs. 92 y 94-95). Los espigos que sustentan la empuñadura y que nacen desde la hoja (en el centro mismo del extremo opuesto a la punta), son láminas en la mayor parte de los hallazgos. Los pedicelos estrechos están solo representados por los ejemplares de los yacimientos de Rosinos de Vidríales (Zamora) y Ateabalsa (Navarra) ambos del siglo II d.C. (Fernández Ibáñez, 2008, pág 102-103); no se conoce por el momento en la Península Ibérica la forma cilíndrica como a veces aparece en el Norte de Europa.
Para el resto del Imperio en estos momentos tardíos para las dagas (siglos II-III d.C.) vemos algo semejante a lo que ocurre en Hispania, tan solo con algunas diferencias según nos muestran los puñales de Künzing (Austria), Copthall Court (Inglaterra), Tuchyna (Scolvakia), Carnuntum (Hungría), Nida-Heddernhem o Eining (Alemania) (Figura 3 y Fotografía 4). Las hojas son anchas con arista central de refuerzo y los espigos son tanto de sección cuadrada como laminar. Las delincaciones de los filos son rectas y/o sinuosas mostrando cinturas estrechas y altas, destacando aguzadas puntas. Algunas hojas de Künzing muestran decoraciones grabadas con motivos en espiga.
El problema de la fecha
En primer lugar creemos que ha quedado definitivamente confirmado que esta daga no se trata de un arma blanca de la II Edad del Hierro, sino de época romana con un claro carácter militar. Nos encontramos ante lo que hasta la actualidad podemos considerar como un ejemplar único entre los pocos conocidos en el territorio que abarcó el antiguo Imperio romano. En términos temporales podría decirse que esta arma fue fabricada/utilizada entre los siglos II y III d.C. Es más, según hemos comprobado por las características que presentan todas las empuñaduras hasta ahora analizadas, con respecto al hallazgo de Cantabria podríamos pensar que este es una variante hispánica, a partir de los tres únicos hallazgos conocidos de este exclusivo tipo y que tan solo han aparecido en nuestro país: Sotopalacios (Figura 4) (Monteverde, 1975), una empuñadura vista hace ya muchos años (y que podemos dar por desaparecida) en un mercado de antigüedades de Madrid (Figura 5) (Cabré Herreros y Morán Cabré, 1991) y esta de Bolmir.
También y a partir de los datos obtenidos entre el escaso número de dagas militares conocidas en todo el orbe que constituía el Imperio Romano y clasificadas como de los siglos II y III d.C., podemos obtener otras interesantes precisiones. A una más que evidente reducción numérica de hallazgos respecto al siglo primero y que quizás podamos interpretar como un masivo abandono en la utilización de esta arma, se une la carencia de unidad formal entre todas ellas, presentando variantes tanto en la hoja como sobre todo en la empuñadura. Así, la parte metálica de dicha empuñadura aumenta durante estos dos siglos de tres a cinco elementos (desapareciendo por lo tanto las partes orgánicas en madera o hueso), tal y como se fabricaban las de antaño, a finales del siglo I a.C. Es como si de alguna manera se volviese a fabricar la ya antigua estructura.
En cuanto a decoraciones tan solo la desaparecida daga vista hace ya años en Madrid es la única que la mostraba en base a un dibujo geométrico, posiblemente nielado en plata. También la daga de Burgos, que quizás podría ser fechada en el siglo III d.C. no solamente según su parecido en cuanto a forma con algunas de las aparecidas en Künzing (Fotografía 4), sino porque asimismo muestran su hoja decorada mediante un espigado similar.
Finalmente y con respecto a la hoja del puñal de Bolmir no nos queda sino confirmar lo que la empuñadura ya nos dijo, y es la vuelta a los viejos modelos del siglo primero d.C. Entre las hojas fechadas en el siglo segundo ninguna lleva ni las nerviaciones que le son tan características ni otro tipo de relieve, a no ser el ya clásico refuerzo longitudinal que las recorre en su parte central a todo lo largo de ambas caras. Pero sin embargo la hoja de Sotopalacios sí las presenta (Figura 4): ¿vendrá a decir esto que puede ser también una característica más de los puñales del siglo III d.C.? Por lo que la cuestión cronológica del arma procedente de Bolmir y que aquí hemos tratado sigue sin poder ser resuelta de forma categórica. Por el momento no podemos asegurar otra cosa que no sea su datación entre los siglos II y III d.C. No obstante hemos podido comenzar a aclarar muchos otros, orientando la investigación por derroteros hasta ahora desconocidos, zanjando de forma definitiva que no se trata en modo alguno de un arma prerromana relacionable con las antiguas poblaciones cántabras.
¿Qué otro tipo de información nos proporciona el hallazgo de Bolmir?
Un muy interesante aspecto es el que deriva de los datos aportados en el tercer apartado de este trabajo Pormenores y vicisitudes de este hallazgo, a raíz de la documentación manejada con respecto a los pormenores del descubrimiento de la daga en cuestión. Como vimos, en el documento titulado Catálogo del Museo Arqueológico del Excmo. Marqués de Comillas se relacionan los hallazgos efectuados en la llanura de Bolmir, al pie de la ciudad de Iuliobriga, y es en este documento donde leemos claramente el descubrimiento de una piedra horadada de forma cóncava con su correspondiente tapa, e incluso una grapa (supuestamente metálica). Estos objetos quizás nos estén poniendo tras la importante pista de la existencia en la citada llanura -como no podría ser de otra manera- de la necrópolis o una de las necrópolis de la antigua ciudad romana, de lo que hasta hoy no existe testimonio material alguno. Como también es importante el hecho de que hasta la fecha no se haya encontrado ni rastro del imprescindible cementerio que le es característico a todo núcleo urbano a lo largo de la historia.
Los objetos que fueron hallados (restos de vidrio quizás de una urna olla usuaria -para huesos- y/u olla ciñeres -para cenizas-, -Martín de la Torre, 1991-, huesos y demás hallazgos) tal vez responderían al ajuar depositado en una urna funeraria de incineración de mayores dimensiones en piedra, que fue tan usual en emplazamientos cementeriales del Alto Imperio (Diebner, 1987) de los siglos I - II d.C. Como ejemplo más cercano de este tipo de ritos lo encontramos algunos kilómetros más al Sur en la necrópolis de Eras del Bosque de Palencia capital (Amo, 1992; Fernández Ibáñez, 2008: 97-98) Quizás la daga mismamente formase parte del ajuar de alguna tumba, como varios puñales quizás también lo fueron en la misma necrópolis palentina (Fernández Ibáñez, 2004: 209; 2006a: 283 y 285-286). Este no sería el único ejemplo, ya que podemos citar otros muchos a lo largo de la extensa geografía que abarcó el antiguo Imperio Romano, y que solo actualmente se están comenzando a valorar. Serían modelos de lo que decimos las necrópolis de Ateabalsa (Navarra) o Sta. Lucía (Taranto, Italia)
Por lo tanto no sería nada extraño encontrarnos ante la necrópolis (o una de ellas) de Iuliobriga por cuyo interés (ya que nos encontraríamos ante el primer ejemplo en Cantabria) y confirmación debieran de llevarse a cabo prospecciones al respecto, aunque vislumbramos que actualmente no es tarea fácil. Y ello debido a que el valle de Reinosa hoy se encuentra modificado en grandes extensiones producto del aprovechamiento que a lo largo de los años los habitantes del entorno han hecho de esta área geográfica, siendo el pantano del Ebro la obra más emblemática, aunque no la única. Las continuas labores agrícolas desde época inmemorial (posiblemente ya desde momentos romanos) y de pradería en los últimos decenios, han convertido los alrededores de Bolmir en una llanura haciendo desaparecer los accidentes topográficos que suponían un estorbo al aprovechamiento del suelo. Por lo tanto muy posiblemente han sido borrados de su geografía los siempre imprescindibles relieves en la localización de asentamientos de la antigüedad. Reflejo superficial que suele resultar muchas veces inequívoco en la identificación de algún tipo de ruina que se encuentra soterrada. En este caso ha sido la documentación escrita la que quizás nos ha puesto en evidencia nuevas ruinas muy cerca de la ciudad de Iuliobriga, y con ella relacionadas en algún momento, más allá de lo que es la colina de su asentamiento.
Por pura lógica también nos es posible atisbar (de una manera que por ahora metodológicamente no es prudente evaluar de forma categórica) la presencia de militares, ya que son ellos los únicos que en estos siglos aún llevaban en su equipamiento este tipo de armas que durante siglos les fueron tan características; aunque en estos siglos centrales del Imperio ya se encuentren a punto de desaparecer de su indumentaria. Si en verdad la daga proviniese de un área cementerial, podríamos pensar quizás que se tratarse de un veterano que se llevó a la tumba aquello que quizás conservó durante décadas como valioso recuerdo. Lo que fuera uno de los símbolos más emblemáticos que caracterizó su noble y peligrosa profesión durante ¼ de siglo, y además sobreviviendo. A partir de la cual hizo realidad el mayor de los anhelos para todo peregrini o indígena de la época, como fue llegar a alcanzar el estatus de ciudadano romano tanto para él como para sus descendientes.
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NOTAS
1 Museo de Palencia e Instituto «Sautuola» de Prehistoria y Arqueología. Correo electrónico:
carmelofdez@ono.com
2 Con el fin de seguir de forma más precisa esta descripción, véanse en la Figura 6 la denominación de las diferentes partes de una daga.
3 La ermita en cuestión -hoy inexistente- era denominada como de «Nuestra Señora de los Palacios» y fue erigida en la amplia llanura sedimentaria que de Este a Oeste se extiende a los pies de la loma donde se encuentran los restos de la ciudad romana, y cercana a esta en dirección N.W. Dicha llanura se encuentra en parte recorrida por el río Ebro y en ella -entre otras- se erigen poblaciones cercanas tales como Reinosa, Requejo o Bolmir. De la citada ermita hoy solo resta un túmulo recubierto de vegetación, junto y a la derecha en la carretera comarcal que une las localidades de Bolmir con Requejo. Se sabe que en los comienzos de la última contienda civil y hacia los años 1936-37 se encontraba muy deteriorada. La piedra que formaba su estructura sirvió posteriormente para construir una casa en el pueblo de Requejo, y su portada renacentista fechada entre los siglos XVI-XVII fue reubicada y es la actual portada de la Casa de Cultura «Sánchez Díaz» de Reinosa. En este último siglo citado la ermita poseyó gran fama en la comarca (BOHIGAS et alii, 1989: 6; CALDERÓN, 1971: 44 y 46; PÉREZ, CAMPUZANO y MARTÍNEZ, 1995: 105- 106; RODRÍGUEZ, 1983).
4 La documentación que a continuación vamos a manejar nos ha sido amablemente facilitada por nuestros colegas y amigos Ignacio Castañedo Tapia y Virgilio Fernández Acebo, quienes redactan en la actualidad una monografía historiográfica del mayor interés para la prehistoria y arqueología en Cantabria. Para ambos vaya nuevamente desde aquí nuestro más sincero agradecimiento por su valiosa y siempre desinteresada colaboración.
5 «... y en la extensa Vega de Bolmir, donde fue hallado el tesorillo que en su museo guarda el Marqués de Comillas» (Carballo, 1941: 19).
6 En otros listados de los objetos a devolver al Conde de Ruiseñada por parte del Museo de Santander y que han sido conocidos por nuestros amigos investigadores e informadores, figuran las siguientes piezas del entorno de la ciudad de Iuliobriga: cuatro puntas de lanza (una de ellas grande), un filete de bocado y una daga con su funda, todo ello en hierro.
7 Tradicionalmente denominada como «biglobular», pero que E. Kabanagh ha matizado con este término mucho más adecuado (Kavanagh de Prado, 2008: 6) ya que sintetiza el aspecto formalmente más destacado del cual deriva su denominación tipológica. Ya que la empuñadura no está compuesta por glóbulos, sino por sendos discos.
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