Una iconografía rupestre del comienzo de la Edad de los Metales en torno al pantano del Ebro

Ramón Bohigas Roldán - Manuel Díaz Ruiz - Alfonso García Revuelta

INTRODUCCIÓN
En este artículo se pretende abordar un conjunto de manifestaciones de arte rupestre de tipo esque­mático, que han venido apareciendo en el sector geográfico coherente que ocupa el sur de Cantabria y el norte de Burgos, aglutinados en torno a un elemento biogeográfico como es la masa forestal del Monte Hijedo, repartido entre am­bas provincias, correspondiendo la parte cántabra a los munici­pios de Las Rozas de Valdearroyo y Valderredible, más la esta­ción de las Peñas de Sierra, correspondiente a Campoo de Enmedio, mientras la parte burgalesa corresponde al municipio de Alfoz de Santa Gadea.
 
El motivo de la recapitulación que ahora se aborda sobre este conjunto de manifestaciones rupestres de la Prehistoria Reciente del alto Valle del Ebro no es otro que la aportación novedosa de nuevas manifestaciones de localización temporalmente reciente y que, puestos en conocimiento de la autoridad competente en la materia, se dan a conocer por medio de estas páginas.
Es también preciso, en estos párrafos iniciales, hacer explí­cito el agradecimiento de los firmantes a D. Luis César Teira Mayolini, del Instituto de Prehistoria de la Universidad de Canta­bria, cuya colaboración y magistral ejecución son básicos en re­lación al aparato gráfico que, conjuntamente con D. Roberto Ontañón, nos ha autorizado a utilizar y se incluyen es estas pági­nas. Ha sido también la aportación de ambos investigadores de excepcional relevancia en el conocimiento y valoración científi­cas de estas manifestaciones rupestres esquemáticas, aparecidas en los años 80 y 90 del pasado siglo, como comentamos en los párrafos siguientes.
 
 
LAS IMÁGENES RUPESTRES PUBLICADAS CON ANTERIORIDAD A 2006
El Redular
En la localidad de Ruanales, donde también se en­cuentra el Abrigo de El Cubular o Cogular (FERNÁNDEZ ACEBO, V, 1982; MÍNGUEZ, Ma.T., RAMÍREZ, Ma.J. Y UGARTE, Ma.J., 1984), que contiene un rele­vante conjunto de representaciones pintadas rupestres de carác­ter esquemático, el lugar de El Redular se sitúa aproximada­mente a un kilómetro al oeste del caserío de la localidad; en un escarpe de arenisca es donde encontramos la esquematización humana y la segunda representación que le acompaña. La figu­ra principal es un perfil vagamente antropomorfo, cuyo límite perimetral es una profunda y ancha incisión de sección en U obtenida gracias a un proceso de abrasión, mediante la cual se de­limita un perfil de 1'80 m. de altura total; la parte superior de la figura cierra en arco de circunferencia, mientras sus laterales les marcan dos líneas paralelas subverticales, divergentes hacia la base; la anchura máxima de la figura es de 0'63 m. en su base y de 0'35 en la parte superior.
En el contacto entre el tercio inferior del alzado de esta figu­ra con el central, aparece un grabado en posición horizontal for­mado por dos líneas, trazadas con punzón o puntero metálico, más o menos paralelas en el centro de su trayectoria y conver­gentes, sin llegar a unirse, hacia la izquierda; el remate derecho de esta figura transversal -muy próximo al trazo vertical dere­cho de la silueta- se resuelve con una línea de trazado curvo, que posteriormente ha sido interpretado como un enmangue "lunato" o en creciente (TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 1997, p. 571, cfr. a ANATI, 1972) al precisar la interpre­tación de la figura inscrita como un puñal, como también se ha­bía apuntado en la publicación inicial de este conjunto (SARABIA ROGINA, P. y BOHIGAS ROLDÁN, R., 1988), al aventurar la posibilidad de su lectura como arma, si bien se manejaba tam­bién una posible alternativa faliforme. La longitud total de esta figura inscrita es de 0'40 m.
Algo al este de la silueta antropomorfa se localiza la se­gunda figura del conjunto, también ejecutada mediante el re­curso a un útil metálico y que tiene una forma que recuerda vagamente un huso pisciforme de lados curvos, que cierran la figura cruzándose entre sí hacia la derecha, mientras por la iz­quierda los trazos tienden a cerrar en arco sin llegar a unirse, dejando entre sus extremos dos puntos profundamente inci­sos, más a la izquierda una línea de arco en forma de crecien­te lunar cierra la figura. Su longitud es de 0'40 m., sensible­mente coincidente con la transversal inscrita dentro de la si­lueta antropomorfa e, inicialmente, fue propuesta su lectura como una representación pisciforme, que actualmente -tras el estudio de Teira y Ontañón dedicados a Peña Lostroso, que más adelante nos ocupará- sólo es aconsejable leer como una imagen aislada de puñal o, quizás, una reproducción del an­terior.
 
 
El Portillo Viejo
Situado en el Alfoz de Santa Gadea (Burgos), en este punto se localizó una segunda figura de silueta an­tropomorfa. En este caso la figura está labrada en un escarpe especialmente prominente en el terreno, lo cual deter­mina la amplia visibilidad de la figura, particularmente desde el Mediodía, que ha sido posible cuantificar en una distancia su­perior a los mil metros en los momentos de iluminación con el sol poniente (TEIRA, MAYOLINI, L.C. y BOHIGAS ROLDÁN, R., 1995; TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 1997, pp. 572). Las dimensiones de esta figura son 1’13 m. de altura por una anchura en su base de 0'40 m, su percepción actual apa­rece realzada por el rebaje producido en el terreno arenoso de la base del propio farallón a causa de la acción pretérita de "bus­cadores de tesoros", cuya actividad se documenta en varias de estas estaciones rupestres. Con ello la elevación de la figura en relación con el nivel del suelo presente se sitúa a 2'45 m, La téc­nica de ejecución del perfil de la silueta ha sido el piqueteado y su posterior pulido hasta obtener el profundo surco de sección en U, que delimita estos perfiles antropomorfos. En este caso de Portillo Viejo, la figura, más expuesta a la acción de los agentes meteorológicos por la propia prominencia de su elevación, ha sufrido el impacto de la erosión que ha dejado los perfiles de la incisión de la silueta y la propia superficie del bulto en relieve que delimita mucho más redondeados. Con ello puede ponerse en relación la completa ausencia de huellas de grabado de arma en el interior de esta silueta, si es que alguna vez la tuvo. Se com­pleta la figura con un cruciforme, ejecutado en su base con téc­nica distinta y cronología seguramente posterior, posiblemente con la intención de cristianizar la figura que hemos descrito.
Cuenta esta figura antropomorfa de El Portillo Viejo con un contexto de representaciones esquemáticas cercanas, unas in­mediatas y otras situadas a una distancia de entre 1.000 y 2.000 m. de distancia, en abrigos rocosos y concavidades de la misma zona de afloramientos de areniscas wealdenses.
En la inmediatez más cercana de la propia silueta antropo­morfa, ejecutada en trazo más fina y con un piqueteado dis­continuo, encontramos una figura femenina en la parte corres­pondiente a su órgano reproductor, cuyo sector genital apare­ce relleno de puntos incisos, quizás figuración esquemática del vello púbico. Sus dimensiones son 0'23 m. de altura por 0'l6 de anchura máxima.
En una posición algo más alejada se localiza un abrigo de amplia boca, de 15 m. de anchura por 7 de profundidad; en su sector derecho se localiza un panel formado por cinco trazos verticales paralelos, pintados en rojo, de 11'5 cm. de ancho por 7 de alto. A 4 m. a la izquierda, hacia el centro del abrigo, se dis­pone, ya muy borrado, otro trazo de 14 cm. de longitud. Tam­bién en las inmediaciones se dispone un segundo abrigo, abier­to al sur, de 18 m. de frente y 1'20 de altura, en cuyo dintel apa­rece otro grupo de cortos trazos subverticales, siete en este ca­so, que rellenan un friso de 0'29 m. (TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 1997, p. 572).
A mayor distancia de este emplazamiento de El Portillo Vie­jo se encuentran otros conjuntos de arte esquemático. Los más cercanos son dos estaciones próximas entre sí, que son las Pe­ñas de Cernólica y el Corral del Barrio Abajo, separados entre sí por un centenar de metros. El primero es el emplazamiento de un abrigo de 6 m. de anchura por 1'8 de altura donde encontra­mos una representación de espiga pintada en rojo, compuesta por 12 trazos divergentes hacia arriba, por donde mide 30 cm. de anchura; a su izquierda hay restos de pintura roja y, a la derecha, un conjunto de 15 trazos cortos verticales subparalelos, unidos entre sí por un trazo de 35 cm. de longitud completan las manifestaciones de este abrigo.
En el Corral del Barrio Abajo Teira y Ontañón (1997, pp. 572- 573 y 576) han documentado una fi­gura esquemática en rojo, de aparien­cia actualmente ancoriforme, quizás antropomorfo con sus extremidades inferiores muy abiertas y un espacio triangular relleno de puntos en rojo, con una altura total de 12 cm. El abri­go se sitúa en la base de un farallón areniscoso de 15 m. de altura máxima por 50 m. de frente.
Unos dos kilómetros más al Este, en el Portillo de Higón, se ha localiza­do un exiguo abrigo, en cuyo fondo aparecen dos signos pintados en rojo, afectados por desconchados, que su­gieren una composición de compleji­dad mayor que las simples líneas ge­ométricas perceptibles a primera vis­ta, hipotéticamente podríamos encontrarnos ante una eventual representación zoomorfa (TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R„ 1997, pp. 572-573).
Además de estas manifestaciones prehistóricas documenta­das en las inmediaciones del emplazamiento de El Portillo Vie­jo, hay que citar las abundantes hue­llas de roderas de carro producidas en la superficie de los afloramientos areniscosos, en consonancia con la denominación del lugar por el que discurre una antiguo camino carrete­ril de sentido N-S, que comunicaba el Alto Valle del Ebro, en la zona de La Virga, con Valderredible.
 
 
La Peña Lostroso
Se trata de una peña situa­da en el término del pue­blo de Bustidoño, próxi­mo a la divisoria interprovincial entre Cantabria y Burgos, en terreno perte­neciente al término municipal de Las Rozas. 
Las manifestaciones rupestres están talladas en las paredes rocosas, de altura variable entre 7 y 10 m. respectivamente. Fue­ron halladas hacia los inicios de la década de los noventa por un grupo de interesados de Reinosa, entre quienes se encontraban D. Alfonso García y D. Julián Macho, quien trasladó su existen­cia a los primeros investigadores que profundizaron en la carac­terización y aproximación cronocultural de las manifestaciones esquemáticas (TEIRA MAYOLINI, L.C. y BOHIGAS ROLDÁN, R., 1995; TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 1997; TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 2000; TEIRA MAYOLINI, L.C., 2003).
Las manifestaciones rupestres se disponen en dos paredes rocosas contiguas, orientadas respectivamente al SO y al S.SE, unidas entre sí por una arista rocosa poco marcada. El friso es una sucesión de figuras de siluetas "antropomorfas" muy sim­plificadas, formadas por dos líneas verticales paralelas y un arco de circunferencia que las une entre sí por la parte superior, ce­rrando el espacio de la esquematización. Estas figuras se dispo­nen en dos grupos: uno más numeroso a la izquierda, en la par­te del farallón rocoso orientado al SO principalmente, compues­to por trece siluetas adosadas, más una aislada, y dispuestas horizontalmente en forma de friso, que ocupa la práctica totalidad de la pared rocosa. Sus alturas, sin ser exactamente iguales, que­dan comprendidas los 0'60 y 0'80 m., con anchuras también va­riables que oscilan entre los 0'20 de las más estrechas y los 0'40 de las más anchas; la longitud total de esta porción del friso es de 4'25 m. y, por su derecha, concluye con la posición aislada de la silueta n° 14, más allá de la arista que forma el contacto en­tre las dos porciones del farallón rocoso.
 
A continuación se dispone la figura central, de mayor altura que las restantes siluetas que forman el friso y aislada en rela­ción al segundo grupo de siluetas, dispuesto a su derecha. Da­da su particularísima notoriedad, más adelante volveremos so­bre ella con detalles.
El segundo grupo de siluetas tiene unas convenciones de re­presentación idénticas a las del de las catorce figuras del sub- grupo izquierdo de que nos hemos ocupado ya. El número de siluetas es aquí de ocho; el que inicia la serie está marcado me­diante un trazo horizontal aislado, ejecutado a la altura de la su­cesión de siete arcos más que le siguen por la derecha y consti­tuyen la zona cimera de las otras siete figuras, que enlazan entre sí los trazos incisos que las delimitan y constituyen la imagen más nítida de todas las representadas. Su altura es, en los ejemplares más completos, de 0'50 m., pero, no obstan­te, este subconjunto derecho está afectado por las exfoliaciones que sufre la roca arenisca que forma el frente del farallón y afecta de manera particularmen­te intensa el fenómeno a las siluetas del extremo de­recho del friso, que han llegado a perder sus trazos verticales. Las anchuras, también variables, quedan comprendidas entre los rangos de medida ya seña­lados para el subconjunto izquierdo, entre 0'20 y 0'40 m. La longitud total del friso, entre las siluetas reco­nocibles de uno y otro extremo es de 7'40 m.
 
La figura central es, con mucho, la imagen más interesante, compleja y relevante del conjunto. Con­tribuyen a ello sus dimensiones, su técnica de ejecu­ción y, por supuesto, la complejidad iconográfica de las tres figuras que agrupa en sus límites. Su conoci­miento fue un éxito afortunado que permitió reinterpretar las características y detalles del grueso de representa­ciones de este grupo de Hijedo sobre el que nos extenderemos.
 
Esta figura mayor tiene una altura total de 1'10 m. y una an­chura máxima de 0'60 m. en su base. Está formada por dos an­chos surcos verticales subparalelos, de sección en U y 5 cm. de anchura, de trazado levemente divergentes hacia la base. Un ar­co de circunferencia una los trazos verticales de la figura con las mismas características técnicas, constituyendo su parte superior. Dentro de los límites de la silueta la totalidad de la superficie de la silueta ha sido pulida. Sus sobresalientes dimensiones, com­paradas con las de las restantes siluetas que componen el friso, permiten su identificación como una figura de superior jerarquía en relación con las que componen los dos subconjuntos de si­luetas que le flanquean a izquierda y derecha. Hay que decir, además, que la propia configuración grupal del fri­so de Peña Lostroso y la relevancia de su figura prin­cipal sirvieron en su momento para una más correc­ta interpretación de las figuras más aisladas de El Portillo Viejo y El Redular.
 
La segunda imagen que se cobija dentro de la silueta principal de Peña Lostroso es el arma. Se dispone horizontalmente en el área de contacto del tercio central de la gran silueta al tercio inferior. Sus dimensiones son 0'36 m. de longitud por 0'13 de anchura máxima, inscrita de un óvalo ligeramente más amplio de 0'39 por 0'l6 m. La lectura pro­puesta por Teira y Ontañón, basada en los estudios del investigador italiano Ana ti (TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 1997, cfr. a ANATI, 1972, p. 16) sobre las figuraciones de armas del conjunto rupestre de Val Camonica es la de un puñal metálico de hoja ancha con una empuñadura en remate curvo o de cre­ciente lunar, "lunato" siguiendo la terminología del autor ita­liano. La técnica de ejecución de esta segunda figura ha sido también precisamente descrita en el estudio de Teira y Onta­ñón (1997), del que somos deudores. Se trata de una técnica de bajorrelieve, en que el puñal va quedando en posición emi­nente a base del rebaje del material rocoso del óvalo exterior que la rodea. La empuñadura del arma se dispone a la izquier­da, mientras la punta se enfila a la derecha. Dos profundos puntos rehundidos circulares inscritos dentro del remate oval que cierra por la izquierda la figuración del arma dejan en re­lieve lo que parece ser el mango del puñal.
Su relevancia técnica y la nitidez de su ejecución confieren a esta representación de puñal, unida a las propias dimensio­nes sobresalientes y posición jerárquica de la silueta antropo­morfa principal, una importancia representativa y conceptual en que ambas imágenes se complementan y realzan mutua­mente, como si constituyesen el núcleo iconográfico principal que aspiraron a reflejar los ejecutores del friso de Peña Lostro­so mediante su realización.
 
No nos hemos referido hasta ahora a la tercera figura que está agrupada en el grupo principal de Peña Lostroso. Teira y Ontañón (1997. p. 571) la definen describiéndola así: "Con pos­terioridad se grabó un pequeño arco superior de 18 cms. de an­cho que detiene su surco al llegar al óvalo (se refieren a la ima­gen del puñal) y que tiene continuidad en dos trazos abiertos inferiores que, a su vez, finalizan en otros dos menores a modode flecos. En el caso del trazo inferior de la izquierda se pueden observar cinco pequeñas líneas". No se formuló en esta ocasión una interpretación de este figura; ahora, cuando se da a cono­cer el nuevo grupo de La Serna de Valderredible, en que apare­cen representados estos mismos motivos menores en cada una de las dos figuras que componen este nuevo grupo que nos ocupará más adelante, se resaltan en aquél y éste las similitu­des generales de diseño que existen entre la silueta mayor que configura -en Peña Lostroso- la imagen principal-del cortejo grabado y su imagen a escala reducida, que aquí en­contramos combinada con la representación del ar­ma ya comentada.
La interpretación de esta figura se puede formu­lar en una doble disyuntiva. La primera podría ser que estuviésemos ante la representación de un ele­mento indumentario, que junto con el arma, realza­se la importancia jerárquica de las siluetas principa­les; mientras la otra posibilidad de interpretación es considerar que nos encontramos ante la representa­ción de una silueta jerárquica a escala reducida, pro­tegida por la de tamaño mayor en la que se inscribe. Si estuviésemos ante una esquematización simbóli­ca de estas características, puede que nos encontrá­semos ante la evocación de una "jefatura" en poten­cia, transmisible quizás por línea de sangre u otro es­quema de sucesión, imagen esquemática y embrio­naria quizás de lo que luego ha significado la pala­bra dinastía.
 
 
 
 
 
El Idolo de Peñalaveja
Además de los grupos de imágenes que nos han ocupado, se publicó en 1998 el ídolo existente en las peñas de Pe­ñalavieja de la localidad de La Aguilera (Las Rozas, Cantabria), descubierto por D. Ángel García Agua­yo y dado a conocer por A. Gutiérrez Morillo y el propio investigador (GUTIÉRREZ MORILLO, A y GARCÍA AGUAYO, A., 1998). Se trata de un ídolo es­quemático de 0'26 m. de altura por 0*16 de anchu­ra, con su espacio interior subdividido en seis fran­jas horizontales paralelas, separadas entre sí por cinco incisiones paralelas horizontales o subhorizontales tam­bién paralelas. La figura mantiene, a pesar de sus modestas di­mensiones, una comunidad técnica con las siluetas antropo­morfas que han constituido el punto de atención preferente de este artículo; así el alisamiento y rebaje de la superficie como preparación previa a la ejecución del grabado es uno de estos puntos comunes, la delimitación del campo decorativo mediante un profundo surco de sección en U y, en tercer lugar el propio dise­ño general de la figura a base de dos trazos para­lelos verticales que forman los lados de la imagen y el remate curvo de ésta en su extremo superior. No obstante, otros detalles decorativos, como la división del espacio interior en franjas paralelas, le emparentan con convenciones usadas en los menhires de Sejos (BUENO, P, 1982; BUENO, P., PIÑÓN, F. Y PRADOS, L., 1985) y a través de este grupo con el ídolo asturiano de Peñatu (BUENO, P. y FERNÁNDEZ MIRANDA, M., 1981), así como con los elementos decorativos esquemáticos que se han relacionado con la figura principal de la es­tación de Vidiago: los idoliformes de Fresnedo - Fresneu (Asturias) (DE BLAS, M.A., 1983), Tabuyo del Monte (León) (ALMAGRO BASCH, M., 1972) o el cánta­bro del Hoyo de la Gándara en San Sebastián de Garabandal (SARO, J.A. y TEIRA MAYOLINI, L.C., 1991 y 1992).
  
 
LAS NUEVAS EVIDENCIAS DE SILUETAS ANTROPOMORFAS
Las Peñas de Sierra
Constituye este asentamiento del término municipal de Enmedio el primero de los que se dan a conocer mediante esta comunicación. Se asienta en un aflo­ramiento areniscoso al norte de la localidad al que da nombre, ocupado en la actualidad por un pinar de repoblación.
En la zona, además de la figura grabada que nos ocupará, existen en diversos afloramientos rocosos señales geométricas de grabado ejecutadas con técnica rupestre y mechinales des­tinados a encastrar vigas en las paredes de roca, así como po­sibles umbrales de vanos tallados en la roca. Todo ello implica la posibilidad -a determinar mediante una prospección inten­siva del lugar- de que fuese un poblado el contexto en que si­tuar la imagen que nos ocupará más adelante. Aun cuando la cronología de este hipotético poblamiento es extremadamen­te complicada de precisar, dada la situación embrionaria de la investigación, sí queremos dejar explícito el hecho de que la técnica de excavación rupestre de los afloramientos de arenis­cas wealdenses es un recurso técnico habitual en yacimientos tardoantiguos y medievales de la zona campurriana, mientras las huellas advertidas se apartan de lo conocido hasta el pre­sente en esos contextos cronoculturales. Ello confiere ciertas probabilidades, aún pendientes de concretar, de que exista una coetaneidad entre estas obras rupestres y la figura esquemáti­ca que vamos a describir a continuación.
Se trata de una figura que repite el esquema iconográfico descrito antes, con unas dimensiones algo más reducidas: 0'90 m. de altura y 0'37 de anchura máxima. En este caso la figura se ajusta al esquema de un remate superior en arco de circun­ferencia y dos trazos verticales que forman los laterales de la silueta antropomorfa, pero -hacia la base- los surcos que deli­mitan la imagen se hacen progresivamente más divergentes, convirtiéndose en remates curvos de sus bases, que amplían la anchura hasta 0'54 en este punto. Los surcos se marcan con bastante anchura, llegando a alcanzar hasta 0'07 m. y una pro­fundidad de 0'04 m. Las técnicas empleadas en su ejecución son el raspado, la incisión y el piqueteado; de las cuales la pri­mera se emplea en el acabado de la figura.
Tiene también esta figuración un diseño en posición hori­zontal, que corresponde a la representación del arma. Se dis­pone en el sector de tránsito entre la mitad superior a la infe­rior; orienta la punta de la hoja hacia la derecha, representán­dose con forma triangular, con una incisión longitudinal aline­ada con el vértice que representa la punta del arma, quizás ima­gen de una nervadura. A su izquierda tres puntos dispuestos en esquema de triángulo isósceles simula la empuñadura y les sigue un cuarto punto a la izquierda, alineado con el vértice de la punta. La longitud total de la figura es de 0'19 m.
 
Hay también en las proximidades una estación con arte es­quemático cercana, la de Villafría (GUTIÉRREZ MORILLO, A., y GARCÍA REVUELTA, A., 2005), actualmente separada de Sie­rra por las aguas embalsadas del Pantano del Ebro, que ofre­cen hoy una imagen aparente de separación física relevante en­tre ambas orillas del valle, cuando la distancia lineal real de unos 1.000 m. no hubo de significar obstáculo de importancia en el pasado prehistórico.
 
La Serna de Valderredible
En las crestas areniscosas existentes al SE de la lo­calidad se encuentra la segunda de las figuracio­nes esquemáticas de siluetas antropomorfas que se dan a conocer por medio de estas páginas. Fueron descu­biertas éstas por D. Manuel Díaz, acompañado por D. Julián Berzosa, presbítero valluco.
La figura que nos ocupa es una representación doble de las siluetas antropomorfas jerárquicamente relevantes, que aquí repiten un tamaño de grandes dimensiones, que ya hemos co­mentado en algunos casos como los de El Redular, El Portillo Viejo o Peña Lostroso.
Las dos figuraciones están inscritas en un marco rectangu­lar profundamente inciso, de casi 0’10 m. de ancho y una pro­fundidad de 0'05. Las dimensiones internas de este marco rec­tangular son 1 '80 m. de altura por una anchura de 1 '13 m. En él se inscriben dos siluetas antropomorfas casi gemelas en cuanto a iconografía y dimensiones. La izquierda tiene una al­tura total de 1'70 m., mientras la derecha, que muestra una per­ceptible tendencia a la antropomorfización en el extremo su­perior para representar en relieve la cabeza, tiene una altura de 1 '66. La anchura es idéntica en ambas figuras, 0'43 m.; la coin­cidencia se registra también en la anchura de los espacios ali­sados en relieve que separan ambas siluetas entre sí y los bor­des izquierdo y derecho de ambas y el borde del marco rec­tangular en que se inscriben: 0'09. Carecen estas figuras de las representaciones de armas que aparecen en El Redular, Peña Lostroso y el nuevo emplazamiento de las Peñas de Sierra, pe­ro sí tienen, también en el tercio inferior de cada una de ellas, sendas figuras inscritas menores. Las dimensiones de la iz­quierda son 0'50 m. de altura por 0'27 de anchura, mientras la derecha mide 0'40 por 0'23.
La interpretación de estas figuras sólo puede moverse en­tre la doble alternativa -ya anticipada en los comentarios refe­ridos a Peña Lostroso- de ver en estos esquemas una posible representación esquemática y simbólica de las jerarquías grupales transmitidas por la línea de sucesión en las "jefaturas" o, por el contrario, tratarse de una representación de algún ele­mento de vestimenta o indumentaria de carácter simbólico y jerárquico, vinculada a la propia imagen de las "jefaturas".
La percepción de estas figuras, ya considerablemente visi­bles como consecuencia de su propias dimensiones, está real­zada además por el hecho de que la base de la roca en que es­tán talladas ha sido excavada en algún momento cronológica­mente imprecisable por la acción de "buscadores de tesoros", animados a ellos por la propia existencia de los iconos graba­dos en el muro rocoso.
 
 
 
Existen también en las rocas dispuestas alrededor de esta cresta, algunas cazoletas talladas en las superficies superiores de las mismas, pendientes aún de una cartografía detallada y, posiblemente, vinculadas a unos contextos cronoculturales si­milares a las de las propias siluetas.
Otra novedad que aporta este nuevo hallazgo de La Serna de Valderredible es su visibilidad directa desde El Redular de Ruanales, lo que supone constatar por vez primera una rela­ción visual en el espacio entre este tipo de manifestaciones ru­pestres, lo que supone también la posibilidad bastante clara de que se puedan producir en el futuro nuevas localizaciones de hallazgos de esta misma naturaleza.
 
 
CONTEXTO Y CRONOLOGÍA
Hemos tenido ya ocasión de comentar el contexto general donde colocar los nuevos hallazgos pro­ducidos en el sector cántabro-burgalés del Mon­te Hijedo. En términos generales se pueden relacionar con el grupo de los ídolos esquemáticos existentes en distintos pun­tos, preferentemente de la Cordillera Cantábrica, de los cuales el principal referente es el ídolo de Peñatu (Vidiago, Asturias), con ejemplos cántabros estrechamente emparentados, tanto por sus diseños decorativos, como por las técnicas empleadas en su ejecución. Tendríamos así las estaciones, ya clásicas, de los menhires de Sejos (BUENO, P., 1982; BUENO RAMÍREZ, P., PIÑÓN VARELA, F. Y PRADOS TORREIRA, L., 1985) y del Ho­yo de la Gándara (San Sebastián de Garabandal) (SARO, J.A. y TEIRA, L.C., 1991 y 1992).
Dentro de este marco amplio, el grupo de siluetas esque­máticas de Monte Hijedo adquiere una personalidad particular crecientemente reforzada por nuevos hallazgos, como los que ahora se dan a conocer. Su carácter de grupo ya fue reconoci­do por Teira y Ontañón (1997), siendo reforzado por el hallaz­go de Peñalaveja (GUTIÉRREZ MORILLO, A. y GARCÍA AGUA­YO, A., 1998) y por estos nuevos hallazgos, que se han docu­mentado ahora. La cohesión geográfica de las estaciones co­nocidas, su coherencia iconográfica y tipológica y la propia vi­sibilidad entre estaciones, que ahora se ha puesto de manifies­to entre El Redular y La Serna de Valderredible, refuerzan este carácter de grupo comarcal de acusada personalidad. Esta idea se ha subrayado en relación al carácter de puntos destacados en la ordenación del territorio durante la época prehistórica (GUTIÉRREZ MORILLO, A. y GARCÍA AGUAYO, Á., 1998, pp. 184-187), interpretación en la que se han llegado a ensayar un estudio de las distancias existentes entre asentamientos con estas figuraciones; aun cuando el enriquecimiento en el número de estaciones conocidas obliga a la nueva actualización de es­tos cálculos de valor orientativo considerable. En directa rela­ción con este aspecto está la visibilidad directa constatada en­tre los asentamientos de La Serna de Valderredible y El Redu­lar de Ruanales, en el mismo municipio.
 
Además, tampoco podemos olvidar que los nuevos hallaz­gos que se producen en cualquier ámbito arqueológico obli­gan a reorientar el punto de mira hacia la posibilidad de que otros hallazgos, aún por producirse, puedan enriquecer lo que es ya un grupo considerablemente denso. Ello pone de relieve también la conveniencia y posible utilidad, en forma de nue­vas localizaciones, que pudiera tener una prospección planifi­cada de estas estaciones por parte de la autoridad competente en materia de Cultura, esto es la Consejería homónima del Go­bierno de Cantabria.
  
 
Resta, finalmente, esbozar una aproximación cronológica para este tipo de manifestaciones rupestres esquemáticas. Des­de el principio se apuntó como cronología más probable la de la Edad del Bronce (SARABIA, P. y BOHIGAS, R., 1988), que llegó a ser cuestionada en términos casi insidiosos (DÍAZ CASADO, P., 1993, p. 78), para volver a señalar la transición Calcolítico Final-Bronce Inicial como la datación más probable de los principales referentes iconográficos del grupo. Fue, como se comentó en su apartado correspondiente, el hallazgo de Pe­ña Lostroso y su clara imagen del puñal los que despejaron las dudas acerca de su situación temporal en los inicios de la Edad del Bronce, explicitada en distintas expresiones (TEIRA MAYOLINI, L.C. y BOHIGAS ROLDÁN, R., 1995; TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 1997; TEIRA MAYOLINI, L.C. y ONTAÑÓN PEREDO, R., 2000; TEIRA MAYOLINI, L.C., 2003), con el matiz de que si nos referimos a los ejemplares icono­gráficamente más próximos al grupo de iconos del tipo Peñatu, las referencias cronológicas se hacen ligeramente más anti­guas, apuntando al entorno del tránsito del III al II milenio an­tes de Cristo y las dos primeras centurias de éste (BUENO, P. 1982; BUENO RAMÍREZ, P., PIÑÓN VARELA, F. y PRADOS TORREIRA, L., 1985), como se apuntó en relación a los menhires de Sejos.
 
Quisiéramos concluir estos comentarios finales aludiendo a las dataciones absolutas disponibles en contextos arqueoló­gicos campurrianos relacionables, quizás de forma algo elásti­ca, con estos contextos de los orígenes y primeras fases de la Edad de los Metales. Sería el caso de la datación absoluta del nivel 2 del túmulo de Los Lagos (Campoo de Suso, Cantabria), 3270 +/- 40, que tras su calibración a dos sigmas ofrece una cro­nología de 1731-1404 a.C. comparable, sobre todo por lo que se refiere al margen más antiguo del espectro, con las cronolo­gías que podemos suponer a estas esquematizaciones antro­pomorfas de Monte Hijedo (GUTIÉRREZ MORILLO, A., 2002, pp. 57-59). Con este mismo horizonte se puede relacionar tam­bién la datación obtenida por termoluminiscencia sobre cerá­mica de 1628 +/- 323 a.C. en el nivel II del yacimiento de la Pe­ña de San Pantaleón en la Puente del Valle, junto a las propias riberas del Ebro, en Valderredible, al que antecede un nivel de mediados del III milenio antes de Cristo (nivel V), con puntas de flecha con aletas y pedúnculo datado por TL en 2447 +/-416 a.C. (FERNÁNDEZ, P.Á., PEÑIL J., FERNÁNDEZ, C., LAMALFA, C., GONZÁLEZ, M.A. y BUSTAMANTE, S., 2003, pp.,328-329).
 
 
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