El cura de los jóvenes

Pilar Lorenzo Diéguez

Eduardo Guardiola celebra sus bodas de oro sacerdotales

Con una misa concelebrada y una comida con algunos de los ya no tan jóvenes miembros del Juvent Club (la mayoría rondando los 60 años) y muchos amigos, celebró, el pasado 7 de mayo, las bodas de oro sacerdotales, Eduardo Guardiola en Reinosa. Ordenado sacerdote en 1967, su primera parroquia fue Arroyo «con gusto porque era donde mi madre impartía clase», recuerda ahora. 

Eduardo Guardiola el día que celebró sus 50 años de sacerdocio.Hijo del Concilio Vaticano II, dos años después recaló en Reinosa, con 27 años, una juventud casi recién estrenada y las ideas novedosas de aquel cónclave convocado por el papa Juan XXIII que proponía adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los tiempos, con una apertura dialogante hacia el mundo moderno. Don Eduardo, porque así era conocido por todos en una peculiar etiqueta que mezclaba a veces el don con el tuteo, conectó enseguida con la juventud local, en la preparación de la misa de la juventud, en las confirmaciones e impartiendo clases de religión en 3o BUP y COU en el IES Montesclaros. 

En Reinosa, Eduardo se unió a José María Blanco, Artemio y luego a Cecilio Gómez. «Éramos los curas del Concilio y formábamos un buen equipo. Veníamos con ideas transformadoras de poner la iglesia al día y fueron años muy fructíferos», recuerda ahora. 

Sus primeras iniciativas tuvieron mucho éxito. «A la misa de la juventud cada vez acudían más jóvenes que preparaban la celebración con canciones y guitarras». El Eduardo sacerdote no separaba su labor pastoral del día a día: «había una continuidad de la fe en la convivencia diaria, yo jugaba con ellos al pañuelo, al burrito, celebrábamos los cumpleaños». 

La afición al cine del sacerdote, que cultivaba con esmero casi profesional y le hacía mantener un archivo de películas y directores a la última en meticulosas fichas de cartulina, le hizo crear un Cine Fórum para adultos y jóvenes con películas que se proyectaban en el cine Botellas y en el cine Madrid. «Aquello fue una de las cosas que más nos abrió los ojos», recuerda ahora Miguel Ángel Pérez, uno de los asistentes. «Resultaba verdaderamente exótico en el Reinosa de mediados de los 70 que un cura proyectara para chavales de 17 años películas como ‘Dios y el Diablo en la tierra del Sol’ o ‘Antonio das Mortes’, de Glauber Rocha. 

Campamento en Polientes en los años 70.Aquellas proyecciones eran seguidas por coloquios en las butacas del Botellas. «Te obligabas a ti mismo a mirar al mundo y a tener una opinión. Podías estar de acuerdo con él o no, pero es de admirar el empeño que tuvo en hacer de aquellos chavales gente informada y con criterio. Y también hay que resaltar que encajó después con buen humor, deportividad y sin reproches que algunos acabáramos alejándonos de la Iglesia. Bueno, y también un poco del cine brasileño». 

Esos coloquios fueron el germen del Juvent Club en los bajos de la casa parroquial. Allí se preparaban las misas, se declamaban poesías, se formó una biblioteca y se leía a los escritores latinoamericanos a la vez que en el tocadiscos sonaba ‘El puente sobre aguas turbulentas’ de Simón y Garfunkel. También se hacían juegos, torneos de ajedrez, festivales, jornadas de la paz. «Eran jóvenes muy motivados, preocupados por compartir, por participar de la actualidad y la cultura», recuerda ahora el sacerdote. 

El club era una suerte de espacio autogestionado; nunca tuvo nada parecido a un presidente y la cuestión de los socios era un tanto laxa. Se iba por allí a ver que pasaba y las puertas estaban abiertas, aunque también es cierto que era una minoría de jóvenes de Reinosa los que acudían. 

En San Vicente de la Barquera, camino de los Picos de Europa, en la famosa excursión del 600.Más tarde, Eduardo organizó los campamentos de verano en Tama y en Polientes, excursiones, rutas y convivencias. Los pequeños aprendieron a responsabilizarse y ya mayores algunos se hicieron monitores. «Iba yo sólo, con chicos y chicas. No llevábamos ni cocinera, así que había que organizarse y nombrar encargados para cada tarea. Todos se portaban muy bien», puntualiza. Recuerda con una sonrisa nostálgica que su seiscientos era el coche de apoyo. «Una vez llegamos a Fuente Dé cuando la carretera aún no estaba asfaltada, por donde otros conductores no se atrevían a subir con sus coches». 

En la comida de celebración, María Jesús Gutiérrez Ibáñez, una de aquellas jóvenes, expuso que tanto Eduardo como José María Blanco y Artemio significaron para la juventud de la época una forma especial de crecer. «Eduardo nos enseñó a amar la música clásica, los cantautores, la música en general, nos infundió el gusto por la lectura, por el cine, por el análisis de las cosas. Aprendimos que ayudar a los demás, colaborar para hacer un mundo solidario era algo bueno, que nos aportaba alegría y felicidad. Fue una adolescencia y juventud estupenda». 

Otros de aquellos jóvenes también recordaron su forma especial de dar clase hablándoles de Gandhi y también de las drogas y sus problemas. En definitiva «nos hablaba de la vida y sus peligros», recuerdan. El vínculo creado permanece más de 40 años después: todos los años, la víspera del Día de Campoo los que fueron miembros del Juvent Club se reúnen en una misa y una cena posterior con ‘el cura’. «Se creó un vínculo muy fuerte», reconoce ahora el sacerdote.

Eduardo Guardiola, junto a antiguos integrantes del Juvent Club en la reunión anual que celebran con motivo de San Mateo.

 

Labor pastoral

Durante estos cincuenta años, Eduardo Guardiola no ha dejado de realizar una intensa labor pastoral en Reinosa. A sus 75 años aún sigue plenamente activo con las misas, la catequesis que asumió tras la marcha de Artemio, las confirmaciones de adultos y hasta el pasado año con los cursillos prematrimoniales. Está al tanto de las labores de reforma y rehabilitación de la iglesia e inmerso en la restauración del órgano. 

Además, es profesor de teología en el Seminario de Corbán, de la UNATE y de las Aulas de la iglesia de la Universidad San Dámaso de Madrid. Los únicos años que estuvo lejos de Reinosa fue para estudiar Teología en Salamanca y Roma por orden del obispado, obteniendo la licenciatura en Teología fundamental en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma «unos años muy felices en los que hice muy buenas amistades».