La enramá, orígenes del ligue

Museo Etnográfico El Pajar

Entre San Juan y San Pedro el mozo colocaba un ramo en la ventana de la moza pretendida e iniciaba un largo cortejo si lograba su aprobación.
 
La enramá es una de las costum­bres tradicionales que sirvió para el emparejamiento de las mozas y mozos solteros del lugar, con la fi­nalidad de facilitar futuros noviaz­gos. Sus orígenes guardan relación con el culto de carácter re genera­tivo, propio de comunidades sociocéntricas y endogámicas opuestas a que cualquiera de sus miembros busque vínculos maritales fuera de su ámbito comunitario.
 
La enramá se realizaba inicia­do el solsticio de verano, solía ser entre San Juan y San Pedro. Los mozos fijaban el día y andaban prestos a cortar la rama más boni­ta, preferentemente de fresno, para colocarla en un lugar visible de la casa de la moza a la que preten­dían. Intentaban colocarla lo más próxima a la ventana de la habita­ción donde dormía la moza, para que esta al despertar la viese, y an­tes de que otro mozo pudiera ade­lantarse a colocar su ramo.
 
Enramá. Julio G. de la PuenteAl despertar la moza y ver el ramo, ya pasaba a saber que esa noche vendrían los mozos, por lo cual preparaba la 'embarnía' de le­che que tenía 'natando' para obse­quiarles, con la intriga de cuál de ellos sería quien colocó el ramo. La 'embarnía' es un recipiente grande para poner a 'natar' la le­che al sereno de la noche en una ventana. Se diferencia de la barre­ña o cazuela, porque esta tiene un pitorro abierto en la boca por donde se puede sacar la leche sin de­rramarse y conservando la corte­za de nata.
 
Al anochecer, la ronda de mozos salía a pretender a las mozas a las que habían colocado el ramo. Al entrar al corral, donde se encon­traban las vacas cerradas, canta­ban unas tonadas, como las que de­cían: «Esta casa sí que es casa/ es­tas sí que son paredes/ aquí está el oro y la plata/ y la sal de las mu­jeres. Por tú puerta voy entrando/ y el sueño te quitaré/ perdona si te he ofendido/ ya dormirás otra vez».
 
Llamando a la puerta, los mo­zos pedían la presencia de la moza. Esta les obsequiaba con las natas. En caso de no haber leche en la casa, cosa que podía suceder, les bajaría una jarra de vino. Los mo­zos en corro se iban pasando la em­barnía  por 'rudiá', de la cual iban bebiendo la leche fresca, dejando la nata reservada para el que consiguió colocar el ramo, que era el último en recoger la 'embarnía' y beber de ella. La ronda de mozos cantaba de nuevo: «Qué buena es­taba la leche/ qué buena estaba la nata/ que San Antonio le guarde/ por muchos años las vacas. La des­pedida te damos/en el canto de la puerta/ quiera Dios que los tus hi­jos/llamen a mi madre abuela».
La partida de los compañeros dejaría a solas a la 'flor y nata', ex­presión para referirse a la juven­tud plena del lugar, a la luz de la lima, iniciando entre ellos una con­versación sobre la posibilidad de un emparejamiento entre ambos. Esto dependería de la respuesta de la moza. Mientras el mozo, toma­ba la nata y devolvía la 'embarnía', partiendo con alegría o desilusión, dependiendo de la respuesta reci­bida, a reunirse con los compañe­ros que estaban rondando en otra morada.
 
 
Desaparición
 
Flor y nata. Julio G. de la PuenteSi la respuesta fue afirmativa, se declararía el emparejamiento tem­poral dándose a ver la pareja en el próximo baile del lugar, o conversando en los encuentros de las ta­reas cotidianas. El mozo acudiría igualmente a las hilas nocturnas que se celebran en casas de vecinos a fin de poderse conocer me­jor él y la moza para decidir si con­tinuaban como novios o dejaban la relación que les dio esa oportunidad. Esta tradición es una más de las desaparecidas en la Edad Moderna, cuando la movilidad geo­gráfica dio lugar a una mayor circulación de personas y de relación entre núcleos rurales y urbanos que posibilitó renovar la consan­guinidad con nuevas ramas genealógicas dando paso al derecho a pretender personas ajenas al lugar bajo el pago a la mocedad de la 'cuartilla de vino' y la 'patente' si llegaban a casarse.
 
Algunos mozos rondadores veían como los forasteros les lle­vaban las mozas de sus sueños, dando lugar a riñas desagradables que llegaron a provocar que se prohibiese en varios lugares esta tradición, la cual desapareció por completo en los años sesenta del siglo XX.
 
En esa altura, la ofrenda de la 'embarnía' no se hacía ya con el fin de emparentar a la mocedad, sino como tradición de obsequio de las mozas a los mozos por sus ramos y canciones de ronda.