Peregrinación y peleas de toros en Montesclaros

Museo Etnográfico El Pajar

Un rito necesario para comprobar la bravura de los sementales
 
El Concejo de Los Carabeos tenía como fecha de peregrinación vo­tiva a la Virgen de Montesclaros el día 7 de mayo. Esta fecha se tras­ladó después al 15 de mayo, festi­vidad de San Isidro Labrador. Ac­tualmente se celebra el domingo más próximo a esta fecha.
 
Cada año, uno de los tres ba­rrios que componen el concejo: San Andrés, Arroyal y Barruelo, era el anfitrión y portaba su estan­darte (pendón) y la cruz que pre­sidía la procesión. El estandarte lo portaba el mozo mayor y era acompañado por otros dos para su manejo, que guiaban los cordeles para mantenerlo en posición. Par­tían por la mañana todos los pere­grinos en procesión rezando el ro­sario, presidida por uno de los pá­rrocos del lugar. Cuando se termi­naba de rezar se deshacía la pro­cesión y al llegar al término deno­minado el Cañón, se volvía a for­mar caminando con cánticos de alabanza a la Virgen.

Cuando la marcha era divisada desde el monasterio de Nuestra Señora de Montesclaros comenza­ban a sonar las campanas y par­tía la comitiva para salir a recibir al pueblo, presidida por el otro pá­rroco y los portadores del estan­darte y cruz del monasterio, a los cuales seguían las andas de la Vir­gen portadas a hombros por cua­tro mozos. Al llegar a su encuen­tro, se detenían las comitivas y en primer lugar se besaban las cru­ces y a continuación los estandar­tes, uniéndose la procesión cami­nando hasta la entrada del santua­rio donde tendría lugar la misa ofi­ciada por el párroco de los Cara­beos, dejando participar en el ser­món a un fraile. Al finalizar la misa, se entonaba el canto de la salve a la Virgen, se realizaba el besamanos de la imagen y se visi­taba la cueva de Montesclaros.
 
Posteriormente, y antes de la comida, se celebraban en esta fies­ta peleas de toros. Esta es una tra­dición que comenzó a tener lugar probablemente con los albores de la dedicación del hombre a la ga­nadería, para que los toros se res­petaran y marcasen su territorio dentro de la cabaña.
 
La selección del toro para padre tenía tanta importancia que esta queda recogida en las ordenanzas concejiles. Se nombraba una jun­ta de ganaderos para hacer una se­lección lo más perfecta posible de los terneros nacidos en el año que demostraban valía. De los selec­cionados al año siguiente se vol­vían a visitar para entre ellos ele­gir el ‘torejo’, que subiría con la vacada al monte. Al siguiente año,

ya ‘toro’, participaría en las pe­leas, quedándose para cubrir la bueyada, que era retenida en su demarcación para que no se pasa­ra a ser cubierta por el toro del ba­rrio lindante. Para criar a los se­mentales se dotaba a su propieta­rio de las suficientes fanegas de yeros y el toro podía pacer en cual­quier término del pueblo sin ser molestado. Este toro, para mejo­rar la sangre de la bueyada, se ven­día en la feria de San Bartolomé en el campo Mercadillo, quedan­do su valor para el propietario.

Según la tradición oral, las pe­leas de toros en Montesclaros se realizaban en honor al toro que encontró la cueva de la Virgen en el término de Somaconcha. Estas peleas eran de vital necesidad, por­que convenía que los toros se vie­ran las caras para marcar la su­premacía de uno sobre el otro. Los dueños que tenían a cargo el cuidado del toro partían hacia Montesclaros llevando al animal ama­rrado al carro o con unas vacas sueltas. Cuando llegaban al lugar se colocaban los toros en diferen­tes zonas, para que no se vieran, cerca del campo Sestero, lugar donde se desarrollaban las peleas. Se examinaban los toros y se po­nían a pelear los dos que se les veía más nivelados de tamaño. En­traba primero uno y a continua­ción el otro. Los toros pronto se miraban desafiantes y comenza­ban a demostrar su bravura.
 
Frente a frente con la cabeza ga­cha rebumbaban excavando con las patas en el suelo con gran fuer­za. Luego se iban acercando poco a poco hasta que llegaban al con­tacto físico, se enzambraban con los cuernos y se corneaban. Em­pujando ambos toros con brío, rea­lizaban un balanceo hacia atrás y hacia adelante picoteándose. Se encorvaban y acometían impetuo­sos con ferocidad hasta que uno de los dos cedía por agotamiento y emprendía la huida. Corría en­tonces lo que sus fuerzas le permi­tían para que su rival no le diera alcance y le cosiera el cuerpo a cor­nadas, pues si esto se producía eran difíciles de curar pudiendo dar con la inutilidad del semental, con lo que quedaría la bueyada sin cubrir. Terminada la pelea, si se veía con fuerza al ganador se sa­caba el otro toro a pelear. Si la pe­lea había sido demasiado larga y dura y mostraba el toro vencedor síntomas de agotamiento, se cele­braba a la semana siguiente en el campo la Piquera. Tanto para el propietario del toro ganador como para sus vecinos, era un motivo de gloria y orgullo.
 
A ver estas peleas acudían gen­te de Hormiguera, Bustasur, Cer­vatos, Celada de Marlantes y de otros lugares. En los últimos años el tren de La Robla llegaba lleno de los vecinos emigrados para es­tar presentes en este día.
 
Las familias se agrupaban en la campera formando corros, senta­dos en el suelo, para comer sus viandas. Después de la comida se rezaba el rosario en el monasterio y luego se formaba de nuevo la procesión hasta Arroyal, en don­de daba comienzo la romería.
A finales de los años 50 del si­glo XX finaliza esta pelea de toros ante el abandono de la actividad agropecuaria y el pastoreo rural.