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Fielatos, la última frontera

Museo Etnográfico El Pajar

Tres puestos fiscalizaron hasta 1964 la entrada de alimentos y bienes a Reinosa
 
A mediados del siglo XIX, los fie­latos en la villa de Reinosa se en­contraban a la entrada de las prin­cipales vías de comunicación y se podían considerar como puestos fronterizos en los límites munici­pales con la Meseta Castellana, las provincias de Santander y Burgos y con Campoo de Suso.

Las coplas del Vijaneru

Museo Etnográfico El Pajar

La quema de los males del año, una tradición olvidada en la comarca de Campoo
 
De él se puede decir que en la noche vijanera (noche vieja) renace de sus propias cenizas. Este es un personaje viajero, burlón, criticón, desvergonzado, parlanchín, engañador, enredador de los asuntos amorosos y un sin fin de adjetivos que se le puedan dar a un personaje que no es aceptado por su comunidad.

Los alimañeros

Museo Etnográfico El Pajar

El control de los daños de los depredadores se convirtió en un oficio en los montes de Campoo
El alimañero fue una persona de servicio para la comunidad, con una serie de cualidades: temple, valor, constitución física, integra­do por entero en la naturaleza, que conoce los recónditos secretos de la sierra y el monte, observador de los movimientos y comporta­mientos de las alimañas y que tie­ne la astucia de controlar su po­blación y aniquilarla cuando ame­naza superpoblación, para no per­judicar el equilibrio ecológico de la naturaleza.
 

Mazo y agua

Museo Etnográfico El Pajar

Pisones, pisas y batanes en la geografía de Campoo
 
Los tejidos de lana al salir de los telares presentan intersticios entre los hilos y en sus cruzamientos que hacen que sean más o menos permeables al aire y al agua. Cuando de estos tejidos se querían obtener paños para vestidos o mantas, convenía cerrarlos, esto se lograba enfurtiéndoles mediante el pisado hasta lograr la calidad deseada.

Los viejos buhoneros

Museo Etnográfico El Pajar

La venta por los caminos de Castilla en un carro de vacas
Lantueno, a la vera del Camino Real de Castilla a Santander y con estación de tren desde la construcción del ferrocarril de Isabel II, fue un lugar de residencia de carreteros y gentes dedicadas a la venta ambulante, los viejos buhoneros.
 
Sus mercaderías eran variadas. La garauja y el laurel venían a venderlos los artesanos montañeses, principalmente de los pueblos de Los Tojos, Bárcena Mayor, Saja y Cabuérniga. Los carpanchos y garrotes se les compraba a los vecinos de Santiurde, los cestos con asas para sembradura y garrotas a los de Somballe, las albarcas a los de Rioseco y Santiurde de Reinosa, los palillos para mangos de escoba se hacían en Lantueno. la piedra de sal se compraba en la mina de Cabezón, las patatas campurrianas se adquirían en el mercado de los lunes y la paja en Castilla. Estas fueron las principales mercancías a vender.

El viejo arte de hacer pan

Museo Etnográfico El Pajar

La hornera, una construcción vital en el Campoo de otra época
 
El pan constituía un elemento bá­sico y primordial en la dieta diaria de los hogares con una economía precaria. Antes de la colonización por los romanos, impulsores del cul­tivo del cereal, Estrabón narra en sus relatos sobre la tierra de los cán­tabros que con la harina de bello­tas elaboraban tortas de pan.

El Desnieve

El Duende de Campoo

Por El Duende de Campoo Año 1957
 
La giraldilla de la torre apunta con su flecha de hie­rro hacia el Sur. La barrena ingente de elevadísima montaña no logra contener el ímpetu de los pardos nubarrones, que vuelan sobre ellas en alas potentes y ligeras de un viento huracanado. La nieve de los gla­ciales se deshace rápidamente; es un arroyo cada sen­dero del monte, y el hilo de agua de los regajales, que se mueren de sed en el estío, se ha convertido en to­rrente vocinglero y avasallador. Inundáronse los ansares; de los altos taludes de las hoces se desprenden con la nieve grandes masas de tierra y piedra, que los turbiones arrastran hasta lo llano de la vega. Rásganse a intervalos los vellones grises de las nieblas en las as­perezas de los picachos, dejando entrever un jirón de cielo de un azul pálido, dando paso a un haz de rayos mortecinos, que hacen brillar por un momento las go­tas de las reciente llovizna, como perlas engastadas en las briznas de la pradera.

El pan, de artesanía a industria (I)

Museo Etnográfico El Pajar

El crecimiento de la población por la llegada de La Naval revolucionó el sector
A principios del siglo XX había un dicho popular sobre Reinosa que decía que sus lugareños comían pan de Hierro, carne de Gato y bebían vino de Pozo. Estos eran los apellidos de tres prestigiosos comerciantes de los muchos que se iban instalando en la floreciente villa, que se encontraba en pleno desarrollo por la creciente industrialización propiciada por pequeñas fábricas y artesanos.

El pan, de artesanía a industria (y II)

Museo Etnográfico El Pajar

Los panaderos rurales han logrado ganar mercado en los últimos años

La industria del pan en Campoo ha tenido un desarrollo cíclico. A partir de los años 20, el incremen­to demográfico propició el desa­rrollo de la panadería industrial para dar servicio a los nuevos ve­cinos. Nacieron nuevas empresas y se debilitó hasta casi desapare­cer la costumbre de cocer pan en casa mientras las masas indus­triales copaban el mercado. Pero en los últimos años ha habido un fuerte desarrollo de las pequeñas empresas en los pueblos que, apos­tando por un pan artesano, han logrado hacerse con una cuota apreciable del mercado.

La Fontoria, una historia de baños

Museo Etnográfico El Pajar

De mina de magnesita a piscina ciudadana y lugar de encuentro
 
De los paseos que realizaban los vecinos de Reinosa, uno de los que gozaba de mayor belleza y encan­to natural se encontraba en el ve­cino pueblo de Fresno del Río: pa­rajes como Monasterio, la Dehesa y sus alrededores o la pradera de Santa Ana, formada por una in­mensa alfombra verde, en cuyo alto se encuentra su ermita. En los meses de agosto y septiembre se recogían allí las aromáticas y be­neficiosas manzanillas. La tarde finalizaba con una agradable me­rienda y los jóvenes en el tardío alargaban la estancia para comer las patatas asadas, para lo cual pre­paraban una hoguera con los palucos de los arbustos y los moñigos secos de la pradera. En el res­coldo de sus brasas se metían las patatas enteras, en muchos casos procedentes de los patatales cer­canos, sacadas tras la ‘cata del pie’ para que nadie notara su falta. Una vez asadas, se pelaban y untaban al tiempo de comerlas con la sa­brosa mantequilla campurriana.