El Centenario de D. Ángel de los Ríos y Ríos

Ramón Rodríguez Cantón

Ángel de los Ríos y Ríos

El mejor homenaje que se le puede tributar a Don Ángel de los Ríos en el centenario de su fallecimiento es divulgar algunos de los juicios y comentarios que, sobre su personalidad, hicieron varios hombres de letras relacionados con Cantabria, algunos de ellos, contemporáneos que le trataron y conocieron bien, otros, estudiosos y admiradores de su obra:   
   
Enrique Menéndez Pelayo.-
   Don Ángel de los Ríos es un señor –pocos tanto como él- alto y seco, de venerables y canas melena y barba que circundan el rostro arrugado y noble como orla de papel recién puesta a una noble ejecutoria del pergamino; de mirada concentrada, como de espíritu más empleado en mirar al cielo y en sí mismo que en andar asomado a las ventanas de los ojos viendo pasar las vanidades del mundo; brioso portador de muchos años y largos pesares, los cuales aún no le encorvan el tronco, ni hacen flaquear las piernas ni temblar las manos. Sobre el marcado entrecejo, que quizá le acusa de mal sufrido y pronto en el enojo, luego se espacia la frente despejada, por la que parece no haber cruzado jamás una idea ruin.

Luis de Hoyos Sainz.- “Angel de los Ríos”. Antología de Escritores y Artistas Montañeses, 1952-.
   Realmente no estuvo nunca muy satisfecho ni de sus estudios ni de su carrera administrativa, pues en una carta que resulta autoconfesión declara que “su juventud se reduce a haber perdido diez años para recibir a los veinte el título de abogado y el principio de la sordera que me inutilizó para él”. La sordera de Don Ángel era muy antigua, originada por una enfermedad que cuando estudiante sufrió en sus vacaciones campurrianas y no hay duda que fue una de las causas que más le aislaron y, sin duda, también es uno de los orígenes de su genialidad concentrada y crítica (...)
   Otra concausa de la génesis de su carácter, fue la temprana muerte de su madre, y contra lo que en general ocurre, fue este el motivo que volvióle a recluir en su casa –torre de Proaño, de la que ya no se distanció en todo el resto de su larga vida, lo cual acabó de forjar el carácter por una reacción mutua y recíproca con el medio ambiente que puede ser uno de los ejemplos bien destacados por la moderna psicología del carácter que evidencian estas causas.

Víctor de la Serna.- “Nuevo viaje por España”-.

   “ ... Uno de los hombres más raros y notables del siglos pasado...”
   Administraba por igual su talento de historiador y sus conocimientos de las lenguas antiguas (tradujo el poema escandinavo “Los Eddas”al castellano y escribió diez o doce libros eruditos) y su parte de hacienda, que se iba liquidando en generosidades que parecían extravagantes a los demás. Además administraba justicia por su cuenta como un señor feudal, hasta extremos fabulosos. Por dos veces anduvo a tiros para imponer su ley que, eso sí, siempre coincidía con la ley de Dios y con la común convivencia.
   Proaño era su torre, donde anidaba como un águila real, aquel hidalgo recto y absolutista, trueno de la cordillera  y que de pronto caía en ternuras increíbles.

José María de Cossío.- “Rutas literarias de la Montaña. (MAYO 1960)
   Un día, que debió ser el año 98, llegó a esta aldea (Tudanca) ya de noche. Le franquearon la puerta y sin esperar indicación, ni orden de ser recibido, subió por las escaleras dando voces y llamando a los señores mayores de la casa, con los que les unía inmemorial, para todos, amistad. Me impresionó su sordera tan rematada que había que escribirle en un papel la parte de interlocutor que a cada cual le correspondía, a lo que contestaba con destemplada voz. Cuando después, todavía párvulo, recordaba tal visita, se me representaba como ejemplarmente afectuoso, especialmente para mis hermanos y para mí, todos niños.

Agustín de Figueroa.- Marqués de Santo Floro. (ABC, 10-2-1960).
   Anguloso “como hecho de raíces de árbol”, me dice quien alcanzó a conocerlo en su ancianidad, no guarda solo un parecido físico con Don Quijote. También era quijotesco su espíritu. Del hidalgo inmortal tenía este otro hidalgo cántabro el carácter aristado, la sed de justicia, los generosos impulsos, el prurito de ayudar al débil, el profundo respeto a la mujer. Al igual que Don Quijote, fue el Señor de Proaño un inadaptado, víctima de sí mismo, de sus ideales en pugna con la vulgaridad y la prosa de la vida, que acaban por imponerse casi siempre. La lectura y el campo, la pluma y la tierra, el cuidado de la hacienda y el cultivo del intelecto. . Un carácter retraído, hosco y la generosidad sin límites, que le hace socorrer a los necesitados, exponiendo a veces la propia vida por salvar a un semejante, en trance de perecer bajo el temporal de nieve.

Pepe Montaña (Hoja del Lunes, 8-2-1960)
   Todo aquel carácter, lleno de rebeldía, austero, agrio, intransigente, y su agresividad se le podía perdonar, porque también tenía un corazón lleno de bondad, una calidad cristiana y un sentimiento humano que hacía reclutar gente que le acompañara en los días crueles de invierno para acudir a salvar de la nieve a los extraviados; para volver a los pueblos a los ganados desaparecidos o para llevar, lo poco que él tenía a otro, tan necesitado como él.
   Era, pues, un hidalgo con pujos de feudal y con maneras de hombre de leyes, que las difundía cual el las interpretaba con todo el ardor de la intransigencia. Así era el Sordo de Proaño o el Señor de Tajahierro, nombre que le vino cuando se puso a rehacer una venta, quizá en el mismo sitio donde estuvo en tiempo de Alfonso VIII, un a iglesia y una hospedería, para en la soledad y el silencio de aquella altura, dar a su espíritu la tranquilidad precisa para legar las obras maestras que le hicieron escritor genial y erudito.

Torre de Proaño, residencia de D. Ángel de los Ríos


José Montero. “El Solitario de Proaño”. 1917.
   En esta casa posaba Don Angel cuando bajaba a Reinosa, desde su torre de Proaño o desde sus soledades de Tajahierro . Venía a caballo con un zurrón, cargado de papeles, a la espalda, desafiando como un cosaco, los ardores del sol, en plena tarde estival  o las dentelladas de la cellisca en invierno. Seco y duro, como hecho de robles centenarios de los bosques cántabros, pasaba sobre barrancos y breñales y cruzaba la larga carretera, vencedor de los furores de la Naturaleza y de los achaques de la ancianidad. Bonafoux, el infatigable cronista de la vida pariesiense, le vió cruzar las estepas de Hozcaba, como un fantasma de la prehistoria vuelto a la vida, y al contemplarle, gigantesco y victorioso, le recordaba a Bismarck, a caballo sobre su neurosis, corriendo a altas horas de la noche por la Selva Negra...

José María de Pereda. “Peñas Arriba”(1894)
 “ Seguidamente y como para orientarme a su gusto en el terreno de que se trataba, comenzó a hablarme como si lo fuera leyendo en un libro (tales eran la abundancia, la claridad y el método de lo que me exponía) de la organización patriarcal de aquellos pueblos, desde las primeras Hermandades que se formaron en el siglo XI, simultáneamente con las Cruzadas desenvolviendo a mis ojos el cuadro vastísimo de la Historia desde entonces acá, en rasgos tan breves como vigorosos y expresivos y enlazando con los hechos más culminantes de ella y más gloriosos los de aquella humilde raza de oscuros montañeses (...) Entonces comprendí lo que valían los libros y las investigaciones arqueológicas de aquel hombre, destinado a reivindicar para su patria chica las glorias que se le negaban en la grande, sacándolos del polvo de sus archivos y de debajo de las costras de la tierra.”

Barrio y Bravo dedicó el siguiente soneto a José Montero, quien lo incluyó al comienzo de su libro, ya mencionado, que tituló “El Solitario de Proaño”:

“  Fue, como Crespo, alcalde, recio, erguido,
vivo de genio, altivo y pendenciero,
pudo haber sido bravo mosquetero,
famoso cardenal, rey o bandido.
Deshizo entuertos, cual aquél tenido
por el más loco andante caballero;
glosó gallardamente el Romancero
y murió, como el cid, sin ser vencido.
Tuvo un genio endiablado de tirano,
un orgullo de prócer castellano
y unas bíblicas barbas de profeta,
y una vez en La Rábida, sediento,
pidió hospitalidad en el convento
con un gentil donaire de poeta... “