Julián Santamaría

VV. AA.

Cuando uno conoce a Julián Santamaría le re­sulta abrumador el bombardeo constante de datos, citas, enumeración de amistades, críti­cas, reseñas y alabanzas que se suceden en un au­tomatismo frenético como incontestable carta de presentación sobre su obra. Son tantas y tan rele­vantes las personas de las que habla, que al final acaba pareciendo normal que te cuente, por ejem­plo, que una vez coincidió con Julio Cortázar en una fiesta y que éste le felicitó por el diseño de uno de sus carteles que, por supuesto, conocía. Así, como si nada.
 
Autocaricatura. 1963Pero lo más sorprendente de todo ello es que su mayor debilidad, su emoción más grande, le sale de lo más profundo al evocar su primera niñez en Reinosa, porque Julián Santamaría no se conformó con nacer a la orilluca del Ebro, como el resto de sus paisanos, sino justo encima de él, sobre su cauce, en el desaparecido molino "Amor". Quizás por eso su caudal de creatividad nunca se agote pese a estar a punto de cumplir los setenta y nueve años. Quizás por eso haya sido siempre un trabajador tan cons­tante y tan paciente. Y también quizás por eso, su obra ha navegado libremente por las corrientes de la independencia, sin dejarse seducir por la tenta­ción de una cómoda singladura a una u otra orilla.
 
Para ser coherentes con su manera de ser, lo mejor que podemos hacer para presentar a los lec­tores de Cuadernos de Campoo la obra de Julián Santamaría, es dejar que otros (desde luego no están todos los que son, pero sí son todos los que están) nos cuenten algo sobre este singular y tan injusta­mente desconocido artista reinosano.
Jesús Allende.
Cuadernos de Campoo

 
 
 
«Santamaría es un trabajador constante de la línea y del color que nació, como Rembrandt, en un mo­lino. Discípulo de García Terradillos y miembro del Grupo 13, muchos logotipos, anuncios y carteles de nuestro imaginario colectivo son obra de Santama­ría, aunque quizá no lo sepamos (multitud de por­tadas de libros y revistas, Ministerio de Turismo, Te­lefónica, Radio Nacional de España, Fábrica de Moneda, Campsa, Ruta Quetzal...). "Julián Santa­maría es uno de esos artistas españoles que España exalta o ignora, según temporadas, pero que que­dará definitivamente fijo, en tinta plana, en rotativa alegre, cuando sea menos chico loco". Lo escribió Francisco Umbral hace treinta años. Resulta triste, no obstante, que teniendo la oportunidad de reco­nocer las cosas bien hechas, no se haga justísimo homenaje a los creadores que lo merecen. Que Ju­lián Santamaría es uno de ellos, no me cabe duda. Habiendo obtenido premios como el mundial de Manila, el de grabado del Museo Albertina de Viena y el Nacional de Artes Decorativas, la trayectoria de este cántabro de Reinosa, castellano de adopción y "suizo" del madrileño Argüelles, ha sido desta­cada por autoridades como F.H.K. Henrion, Helmut Langer, Cirilo Popovici, José Rodríguez Alfaro, Le­opoldo Azancot, José García Nieto, Luis González Robles, Manuel Alcorlo, Emilio Gil o Javier Gonzá­lez Solas».
 Mano Crespo López, 2008

 Cartel Córdoba es única.  Cartel para la Ruta Quetzal. 2003
 
 
«Durante 55 años nos han llegado, persistentes como la nieve (antes), dadivosos como los regalos (ahora, aún en crisis), los christmas de Julián. Este christmero impenitente reparte felicidad y corazón a manos llenas (inagotable, en multiplicación caleidoscópica), junto con círculos, cuadrados, trián­gulos, estrellitas... (oro, incienso, mirra y más). Lo­curas de color, trazo gestual, accionismo perpetuo (su arte, todo corazón), junto con geometrías pri­marias, quietudes rigurosas, cánones arquetípicos (su oficio, todo silogismo). El encuentro casual (¿ca­sual?) de arte y oficio, pone ojos al corazón y acer­tijo a la estrella. Y el corazón que vemos (el suyo) nos mira. Y la estrellita (la suya), como él, nos guiña un ojo».
Javier González Solas, 2008

Cartel para el Instituto de Cultura Española 
 
 
«Contaba un Evangelio desaparecido en el incendio de la Biblioteca de Alejandría que, a finales de año del principio de los tiempos contabilizados, el Espí­ritu Santo andaba entre las nubes mostrando gran impaciencia y signos de enorme preocupación por­que no podía contar con los servicios de los Heral­dos Celestiales. Ocurría que los Serafines y los Que­rubines andaban desafinados, las Virtudes y Potestades estaban de vacaciones y los Tronos y Dominaciones se habían tomado un año sabático. ¡Clama el cielo! -decía desolado-Va a nacer el Sal­vador del mundo de un momento a otro y no dis­pongo de un propio que sea capaz de comunicar la Buena Nueva a los hombres y mujeres de toda raza y condición que esperan el acontecimiento desde los tiempos de Adán y Eva. Y sin saber cómo ni por qué dijo en voz alta de carrerilla: ¡ Santamaríaorapronobis!
 
Y ¡oh milagro de entre los milagros! Como no podía ser de otra manera, porque Julián siempre aparece cuando se le llama, tomó la forma de un ángel de larga frente e hirsutos cabellos que miran hacia la sierra, y, ante al asombro del Espíritu Santo, prendió en sus manos de violonchelista, sin romperla ni mancharla, una nube que se deshilachaba en jiro­nes. Con ellos realizó una serie interminable de pa­piros con forma de paloma sembrada de estrellas, o con forma de estrella sembrada de palomas, que lle­vaban troquelada una frase: «Que haya Paz que ha llegado la Navidaz".
 
Nadie es perfecto -pensó el Espíritu Santo soplando con fuerza por encima de los cabellos hirsutos de la cresta de Santamaría, al ver la falta de Ortografía-. Tan grande fue el número de papiros cayendo del cielo, que, desde los polos hasta los trópicos, la tie­rra amaneció blanca como la nieve de las palomas y las estrellas.
 
Desde aquellos lejanos tiempos, Julián Santamaría tiene la exclusiva de fabricar y troquelar los papiros con forma de paloma sembrada de estrellas y el pri­vilegio celestial de anunciar la Buena Nueva en la nieve, a todos los hombres de buena voluntad, es­pecialmente a sus amigos de toda la vida y a los pastores del Valle de Campoo. Que así sea por los si­glos de los siglos.».
José María Pérez "Peridis", 2005

Christmas. 2008 
 
 
«Hablaba Federico García Lorca, en su inolvidable conferencia "Teoría y juego del duende", que esto da una confesión estética y vital del poeta, de cómo, para hacer arte personal, autóctono, hay que "em­pobrecerse de facultades", renunciar a lo que se sabe hacer, al oficio, para dejar que aflore en la obra -cante, baile, copla, verso, cuadro- el otro yo que vive "en las últimas habitaciones de la sangre". En­tonces se habrá conseguido darle al destinatario de la obra de arte algo más que oficio: se le habrá en­tregado el artista en obra y alma. Pues bien, he aquí que Julián Santamaría, prodigiosamente dotado de facultades, ricamente adornado de gracias artísticas, ha decidido últimamente "empobrecerse", renunciar a tanta obra de lucimiento como podría fabricar con sus manos privilegiadas. Julián Santamaría, desde su exposición madrileña de "El Bosco", desde su ex­posición santanderina de Comillas hasta ahora, hasta sus últimos cuadros y sus últimas muestras, viene empobreciéndose magistralmente de faculta­des, renunciando a los lujos del color, a los saberes de la forma, a las voluptuosidades de la inventiva. Y nos sorprende con una pintura más desnuda por momentos, síntesis de sí misma, ecuacional ya. Estos paisajes semiabstractos de Julián Santamaría, esta abstracción de vaga sugerencia paisajística, esa Castilla descastellanizada, con un alma "dermoesquelética", como la veía Unamuno, encierran una voluntad de elusión, de renuncia. El cuadro renun­cia a ser cuadro, el paisaje renuncia a ser paisaje, el color renuncia a ser color. Todo prefiere quedar alu­dido, solo aludido. El artista se salva siempre del autotópico yéndose al otro extremo de su propia fa­cilidad, Julián Santamaría, sabedor de los peligros de minimización y primor que podían amenazar a su obra más seria, ha renunciado a ser un pintor grato, fluente, pulcro, exacto. Se ha empobrecido de facultades buscando la sobriedad máxima, como remedio contra su máxima facilidad. Y de este ejer­cicio de contención nace hoy toda su obra, distinta y sola, clara y atendida.
 
Ahora bien, ¿qué es lo que pinta Julián Santamaría? Ya está dicho; una Castilla descastellanizada, un paisaje despaisajizado, unas alusiones a la Natura­leza que son como la referencia mental última que de la Naturaleza llevamos en el fondo del ojo, en el fondo del ser. Ni impresionismo ni expresionismo. Ni realismo ni abstracción. Una realidad depurada, salvada cuando está ya a punto de ser sólo idea, abstracción. De este modo, yo veo la conducta ar­tística de Julián Santamaría como exactamente contraria a la de los neofiguratívos al uso. Éstos parten de la herencia del abstracto para insinuar unas formas tímidas que apenas si se atreven a ser. Santamaría parte del otro extremo, es decir, de la realidad, de la forma, y la va depurando hasta adel­gazarla en mera referencia plástica de sí misma. El procedimiento de los neofiguratívos es, pues, barroquizante; el de Santamaría, intelectualizante, de­purador, estilizador, clarificante. Y ésa es su verda­dera pureza y limpidez, antes que la formal. Una limpidez de la mente que nos da una pintura men­tal. Y, sin embargo, tan emocionante».
Francisco Umbral, 2001

 Anagrama para el IX Campeonato Mundial de Cross. 1981  Logotipo para la empresa ERPIN.
 
 
«Da la impresión que el color no se extiende a su capricho, sino que va donde el artista previamente le ordena. En ocasiones, la huella racionalista se percibe en esas franjas paralelas, estrictamente ge­ométricas, de tonos diversos pertenecientes a la misma gama».
José Hierro, 1970

 
 
 
«Julián Santamaría nunca deja de sorprenderme. Se supera día a día y lo mejor es oírle describir sus tra­bajos antes de que puedas verlos: te los vende tan bien que parece un comerciante en un mercado persa y te los imaginas bellos, supremos. Y cuando finalmente los ves, no te quedas decepcionado, sino todo lo contrario».
Jorge Arqué Ferrari, 2006

Pictogramas para la Universiada de Invierno de Jaca de 1981.