El arte de la naturaleza
"Para que las cosas te asombren hay que pensar como un niño"
Era el año 2000, la exposición en el Museo de Bellas Artes de Santander. Eran los juegos formales sobre los metacrilatos "cristalizaciones"; pinceladas y ralladuras, un juego desde el enfrentamiento entre el espacio interior y el exterior, entre el autor y el espectador. Una especie de escritura de significantes icónicos, tapar la nada que invade el metacrilato frío con formas figurativas, olas, flores, corazones... Hecho a mano sintiendo el gesto y el dedo del artista, una textura guillotinada desnudando su interior. En algunas obras ya se insinúan rayas o raspaduras que sugieren pelo, hierba o paja. Siempre entre la figuración y la abstracción, una constante en mi trabajo, llegando o recurriendo a la segunda a través de la primera.
La profesionalización es ya absoluta, así como la búsqueda incansable y obstinada de nuevas perspectivas. Comienzo a investigar mis inicios en la plumilla. Quiero aunar el dibujo, la pintura y la escultura. Parten de aquí las maderas "Maderable", "Los escalones de Albers" (propiedad del gobierno regional). Grandes formatos a plumilla sobre lienzo; composiciones tridimensionales reconstruyendo con perfección superficies de madera. Un trabajo placentero, irónico y juguetón con implicaciones conceptuales. Es un reto, un trampantojo con el que provoco al espectador.
El trabajo, aunque de diferente concepción, va uniéndose. Las series de madera, miles de rayas a plumilla, dan coherencia a un conjunto como lo dan las ralladuras y pinceladas sobre los metacrilatos o la paja y el pelo embutidos en plástico. En todos, hay un tiempo de elaboración, un pasado y un afán por la protección; los metacrilatos, embutidos o últimamente las obras plastificadas. La textura es óptica con identificaciones imaginarias y no táctiles.
Comienzo a plantearme conscientemente la permacultura, es decir, la cultura de la naturaleza. Un diálogo sobre el terreno, el lugar, los materiales y la existencia. Todos estos conceptos son muy evidentes en la exposición "La Memoria Blanca", fruto del premio "Mejor artista cántabro 2004", en ella se aúna inocencia y ferocidad; la sutileza de hojas recortadas o el zarpazo de un oso rasgando el papel. La vida y la muerte. Las creaciones de la naturaleza vegetal y de las formas impuestas existen como elementos unitarios y son objeto de figuraciones interminables: huesos, sangre, pelo, etc.
Después llega "Fresa y Nata", exposición en el Centro Cultural Caja Cantabria de Santander, en la que hablo de los sueños, recuerdos y pasiones contados con imágenes e ideas, elaborando un discurso plástico con la metáfora como línea rectora para poder transmitir ensoñaciones, angustias y el gozo de la infancia ingenua y cálida. El color blanco, como la nieve que envuelve el paso del tiempo.
La galería de arte llegó a parecerme arbitraria; se me antojaba cada vez menos interesante. No así las ideas, los conceptos y la aproximación a los materiales tanto naturales como sintéticos.
Haciendo uso de distintas estrategias indago en la relación del hombre con el entorno natural. Dibujo con una segadora, supliendo el pincel por una máquina, y el lienzo por un inmenso campo de hierba, me acerco al Land-art americano. Pero recojo la hierba utilizándola, secándola, cortándola, pegándola... mimándola, introduciendo un horizonte de sensibilidad y reciclado, me aproximo así más al Land-Art europeo. Es un arte "con" y "para" la naturaleza.
Últimos años
Llegan los viajes, la pasión por la zoología, la botánica, la antropología, entablo contacto con naturalistas y el arte se hace científico. También veo que con la ciencia puedo hacer arte. La figuración interior de los vegetales me invita a formar ritmos y dibujos; formas que interaccionan con el medio.
África, Laponia, la trashumancia, me promueven un comportamiento artístico preindustrial, propio de un artista artesano, un constructor primitivo que perpetúa la tradición inmemorial y genética acumulada, con un poder primario y transformador en mi mano. El contacto con estas culturas ancestrales, hace identificar mi trabajo con la manualidad y la manipulación directa para llevar a cabo obras creativas con materiales siempre cercanos. La simplificación en el gesto gracias a la observación, la manufactura artesana apoyada en técnicas arcaicas de construcción y ensamblaje relacionadas con las actividades básicas de la vida: ganadería, pesca, vida, muerte... Como la intervención artística en el patio del castillo de Argüeso.
Actualmente, este sustrato antropológico impregna todo mi trabajo. Construcciones imaginarias de polipiel y cobre con formas inespecíficas invaden la memoria de nuestra especie. Arquitecturas del imaginario, metáforas poéticas del deseo y de la utopía. Interrogaciones sobre la fragilidad y precariedad del hombre. El rito y el mito, la exaltación de la materialidad de la que se derivan alusiones a la espiritualidad y a la manualidad. Pieles plastificadas de reno, de oveja, de vacas africanas, creando armazones o estructuras de red que caracterizan mi universo expresivo.
Me dirijo al alma de los tejidos vegetales o pieles animales y a través de un minimalismo expresivo, en el que todo parece casi nada, desprendo un latido cálido de vida que conserva esa materia natural. Un misticismo de origen precario del ser humano y de su relación con la naturaleza.
También quiero plantear una confrontación pacífica con el artificio deshumanizado de la era post-moderna. Tejo y ensamblo elementos de indudable fragilidad y de apariencia provisional. La incursión de la temporalidad en mi trabajo sugiere la representación de una categoría esencial de la vida humana, de seres temporales. Ciclo vital, reflejo de nuestro tránsito.
Fotografías: Jorge Fernández Bolado y Nacho Zubelzu.
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