Relaciones codificadas
Oscuras y misteriosas son las razones que de un modo irremediable empujan a un artista a crear, a mostrar a través del ejercicio del arte su relación con el mundo.
Esa entrega, esa visión personal de la realidad o llamada de atención hacia ciertos aspectos de la misma, nos ofrece la posibilidad de pensar en la frágil apariencia de las cosas y las múltiples dimensiones que esconde esa apariencia. La imagen a través de la cual el mundo se presenta ante cada uno nosotros.
A lo largo del siglo XX, pensadores y científicos irán introduciendo teorías un tanto inquietantes acerca de la inexactitud de nuestra aprehensión sensible de la realidad. Indeterminación, complejidad o caos son ya conceptos clave para explicar nuestra relación con el mundo, una aproximación hacia las cosas que puede desvelarnos más "certezas" que una engañosa claridad fabricada. Los artistas forman también parte de esta nueva sensibilidad y, llevados por la inquietud por comprender e interpretar, van a volcar su inquietud creativa en los modos y maneras de la representación. En un texto de 1982 el pintor alemán Gerard Richter escribe: "Cuando describimos un proceso, hacemos una factura o fotografiamos un árbol, creamos modelos: sin ellos no sabríamos nada de la realidad y seríamos animales. Los cuadros abstractos son modelos ficticios, pues ilustran una realidad que no podemos ver ni describir. La designamos con conceptos negativos: lo desconocido, lo incomprensible, lo infinito, y la pintamos desde hace siglos en cuadros sustitutivos del cielo, infierno, dioses y diablos. Con la pintura abstracta nos procuramos una posibilidad mejor para referirnos a lo confuso e incomprensible, porque ella, con su expresividad más directa, es decir, con todos los medios del arte, no describe "nada". Acostumbramos a reconocer algo real en los cuadros, nos negamos con razón a considerar el color (en toda su variedad) como lo claro y, en vez de ello, nos lanzamos a ver lo confuso, eso que anteriormente nunca se había visto y que no es visible. Esto no es ningún juego artístico, sino necesidad: puesto que todo lo desconocido nos da miedo y, al mismo tiempo, parece prometedor, tomamos los cuadros como la posibilidad de hacer que lo inexplicable sea, tal vez, un poco más explicable o, por lo menos, tratable". Lo que vemos en los cuadros es también una realidad.
De una manera metafórica, Pedro Carrera (Reinosa, 1966) parece advertirnos sobre las apariencias y, a través diferentes tratamientos y estrategias, nos habla en su obra de lo que está velado, de lo que se muestra difuso, de lo que se esconde, de lo que no es evidente.
Estudió Bellas Artes en la Universidad de Barcelona, por la rama de pintura. A lo largo de su carrera artística va a poner especial énfasis en los procesos de creación. En los noventa comienza una prolífica serie de cuadros cuyos motivos aleatorios serán el resultado de un azaroso proceso artístico que consiste en aplicar discriminadamente lejía sobre telas de raso y terciopelo. El efecto provocado al sustraer el color del tejido resulta mágico y misterioso. Parecen fruto de un delicado exorcismo a través del cual es posible invocar a los fantasmas de la materia. Son varias las series que va a realizar con este curioso proceso que irá perfeccionando progresivamente. Los efectos conseguidos con la liberación química del color serán emulados más tarde en cuadros al óleo sobre raso o lienzo, las veladuras superponiéndose y creando representaciones nuevas, elegantes y evocadoras manteniéndose en una abstracción ilusionista.
Hacia el año 2000 va a dar un giro interesante en cuanto al nivel de representatividad. En su serie de gran formato Codificados presentada en la galería Siboney en 2003, un sistema similar de veladuras y bandas de color superponiéndose sutilmente pasará a representar algo que sin embargo no es nada más que imagen, una ilusión, resultando nuevamente abstracto aunque haga lejana referencia a una realidad verdadera. Lo explicamos. En el proceso fotografía imágenes codificadas de la pantalla de televisión. Doble representación: la televisiva y la fotográfica. A partir de esa fotografía elabora una tercera representación sobre la tela, una manufactura que poco tiene que ver con las personas que en algún lugar actuaron frente a la cámara y que además se recibieron codificadas en la pantalla. Toda realidad se presenta bajo códigos de interpretación. Las personas utilizamos códigos para relacionarnos y a través de ellos dejamos pasar, o no, a los demás. Desentrañar las cosas y los sucesos pasa por descubrir sus códigos internos y externos que pueden ser más o menos evidentes, más o menos complejos.
La confusión será también la protagonista en la serie de pinturas
125V de 2005/06. Muy relacionada con las dos anteriores establece sin embargo nuevos valores. Desde la temática o lo representado, hace alusión a la energía -muchos de los títulos se refieren a esas pequeñas fuentes de energía que son las pilas o las baterías. El propio título nos habla de la potencia en vatios que se recibía en las casas hace ya unas cuantas décadas y que por resultar insuficiente se aumentó a 220. Pero sobretodo hace referencia a la luz que nos revela las cosas, que nos posibilita recibir su apariencia, a veces de forma escasa o inexacta, deformada. Cuadros como
Exit, Golden Power o
Aerocell nos hablan de esta estética. Sin embargo, es curioso que veamos en un cuadro una imagen deformada. Cometemos de nuevo el impulso de relacionar directamente la realidad del cuadro con lo que pueda representar del muestrario de lo cotidiano como único referente o modelo, cuando el motivo real es lo que la propia materia difuminada expresa, el efecto plástico que la manera y la técnica del artista proponen, la cualidad de una imagen desvelándose o desapareciendo, la sensación que en nosotros provoca al ser recibida.
Esta coherente línea de reflexión pictórica tiene en la obra de Pedro Carrera un sorprendente contrapunto. El otro lado del espejo lo encontramos en sus esculturas y objetos en los que el nivel de representación es prácticamente cero. A menudo utiliza objetos encontrados que "presenta" tal cual o modifica levemente para así cambiar de forma radical su significado. Un significado a veces difícil de encontrar.
Quizás porque no existe. Porque, muchas veces, las cosas sencillamente son, con sus cualidades materiales y su contexto, que cambia según el lugar, según el tiempo y según, sobre todo, quien lo recibe. Los objetos nos hablan de la realidad por sí mismos y, muy a menudo, no sabemos recibirlos, escucharlos. Es ésta una relación no codificada. Los objetos y las cosas se nos presentan con la franqueza de la existencia, la de ocupar un espacio en un momento preciso. A pesar de la fabulosa pirueta que el ser humano construye a partir de ese punto básico e inicial de la existencia, resulta revelador, también inquietante y obsceno, acercarse a un objeto artístico y descubrir la desnudez, la carencia absoluta de códigos.
Lidia Gil Calvo
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