Del vestir tradicional a la modista

Museo Etnográfico El Pajar

La mejora de las comunicaciones trajo la ropa moderna a Campoo
 
La Merindad de Campoo tuvo his­tóricamente una indumentaria tradicional muy equilibrada para las diferentes labores y épocas del año. La ropa solía ser heredada de padres a hijos y los desgastes y las reposiciones de prendas se realizaban en casa, principalmen­te con lana y lino.
 
La transformación de estos ma­teriales en fibra textil era un pro­ceso familiar de las largas noches de hila, y su transformación en lienzos y el abatanado de los pa­ños era contratado a los tejedores. Este sistema tradicional se fue ex­tinguiendo con la entrada del si­glo XX por la introducción de la nuevas tendencias en el vestir, con la llegada de telas, sedas y paños elaborados industrialmente en manufacturas que acercaban el producto a su consumidores hasta la puerta de su casa con un cos­te que empezaba a ser asequible para su economía.
 
 
Las vías de comunicación cam­biaron el panorama. Las diligen­cias hacían su parada para repos­tar y sus viajeros mostraban sus vestimentas con cierto estilo re­novador, en el breve paseo por sus calles, hasta la puesta a punto del carruaje. Posteriormente el ferro­carril dio un nuevo impulso a la creación de hoteles y a la mejora en la calidad de sus posadas. El verano traía a las familias que se alejaban de los calores de sus ciu­dades. También llegaron nuevos vecinos para instalarse en nues­tra villa en la floreciente indus­tria minera, vidriera y metalúr­gica. Todo ello trajo un incremen­to poblacional, algo aburguesado, que marcaba una nueva tenden­cia en la forma de vestir.
 
Este movimiento social deman­dó en nuestra comarca talleres profesionales de sastrería y modistas que marcaron la evolución y los modos del vestir. Las sastre­rías eran regentadas mayoritaria- mente por hombres y los talleres de modistas por mujeres. Y aquí trabajaban las modistillas para el confeccionado de las prendas, bien en el taller, bien en su casa.
 
 
El taller, en la cocina
Modistillas en un taller de Fresno del Río en los años 30 . / MUSEO EL PAJARLas modistas que ejercieron su profesión en su casa cumplían con la función de madre y realizaban las labores del hogar. Su taller de costura era una habitación de la casa y si no podría disponer de ella utilizaban la cocina, una vez recogida. En la misma se dispo­nía de una mesa, máquina de co­ser, costurero, regla, tiza de mar­car y papel para marcar patrones, en muchas ocasiones de periódi­cos.
 
Si la modista se dedicaba a en­señar a coser, acogía en su casa a un número determinado de jovencitas entre 14 y 18 años, las cuales acudían en horario de ma­ñana y tarde de lunes a sábado.
 
Allí aprendían a manejar la agu­ja y el dedal. Durante el aprendi­zaje tenían que pagar a la modis­ta por enseñarlas y su trabajo era aprovechado como un bien fami­liar. En el taller aprendían la con­fección de las prendas de vestir, partiendo en la mayoría de las ve­ces de las revistas de figurines. Una vez elegido el modelo se mar­caban los patrones en el papel para proceder a cortar la tela y los forros que habían traído con­sigo. Las prendas que normalmen­te se confeccionaban podían ser para diario o de fiesta: blusas, fal­das, vestidos, chaquetas, pantalo­nes, chaquetones, abrigos e inclu­so trajes de novia.
 
Las aprendizas que vivían en pueblos distanciados de Reinosa y en casos en que el trayecto no las permitía regresar diariamen­te a sus casas, se quedaban de patrona en casa de algún familiar o vecino. La temporada en que acu­dían solía ser de octubre a marzo, fechas en que la familia podía prescindir de su servicio, por no ser época de mucha actividad agropecuaria.
 
A las modistillas que trabaja­ban en un taller su juventud y buen vestir les daba cierta distin­ción y esto daba pie a poder bus­car un mejor novio. Las modistas tenían por patrona a Santa Lucía, y ese día lo celebraban con una merienda en su lugar de trabajo o en el taller de aprendizaje. Des­pués, y con sus mejores galas, acu­dían al baile que se celebraba en los salones Gong y Romea.
 
 
Las tiendas de moda
Los talleres de las modistas (aca­demias de corte y confección) de­cayeron de los años 80 a los 90 del siglo XX. La proliferación de tien­das de moda con prendas confec­cionadas industrialmente dejó a las modistas para la alta costura y a las diseñadoras para las pren­das de pret á porter.
 
Ponemos en el recuerdo a los comercios de los Ridruejo, Ribalaygua, Los Sebastianes, La Pasie­ga, Villasante, El Alcázar, Rode­nas, Valentín Revuelta o Guara­po, en Reinosa. Cayón en Soto, González en Pesquera, Cuevas, Gutiérrez (Vda. de Luis) y Gutié­rrez (Toribio) en Santiurde de Rei­nosa; Corral, Herrero y Rueda en Mataporquera, Ortiz en Espino­sa de Bricia, Pérez en Rocamundo, o Hierro en Villanueva de la Nía. Existían también pañeros que se dedicaban a la venta am­bulante con un mulo en cuyos an­garillones portaban los rollos de telas, y a los quincalleros que abastecían hilos, agujas, dedales, corchetes, etc., a los pueblos ale­jados de las mercerías de Reino­sa.
 
Numerosas sastrerías y modis­tas se fueron cerrando progresi­vamente en la Merindad de Campoo. Sastrerías como la de Antolín, Pepe, Ventura, Bermejo, Ma­ximiliano González, Fausto Ló­pez, Paisán, Revuelta, Gutiérrez, Nife, Frechosa o Valles, en Reino­sa. González en Espinilla; Julia­na, en Paracuelles; Daniel Gonzá­lez, en Entrambasaguas; Carmen Landeras, en las Rozas de Valdearroyo; Abundio Fernández, For­tunato Ortiz y Minermino en Polientes.
 
Modistas conocidas popular­mente como Las Panaderas, Lau­ra, Toña, La Pacita, Las Villegas, Asun, Maruja y Ernestina en Rei­nosa. Dolores Díaz, en las Rozas de Valdearroyo; Francisca Lucio y Virginia Tejerina en Polientes. Los talleres de bordado se desa­rrollaban en los últimos años de escolarización por maestras y monjas que iniciaban a las jovencitas en este arte de manejar la aguja con hilos de vistosos colo­res e incluso de oro y plata. Las jóvenes proseguían su aprendiza­je acudiendo a profesionales como Pilar, Ernestina o las hermanas Monreal.

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