Los "vecerus" eran los encargados de guardar por turnos el ganado
En nuestra Merindad de Campoo, desde el Medievo hasta mediado el siglo XX las comunidades vecinales permanecieron ancladas en ancestrales estructuras económicas y sociales rigiéndose en concejo público, donde se dictaban las normas de convivencia vecinal y aquellas que incidían en el aprovechamiento de los bienes del común, como eran el monte y los pastos. Se trataba de un modelo primitivo, basado en la subsistencia, donde el dinero apenas circulaba y las familias eran autosuficientes y con una prole muy numerosa para hacer frente al pastoreo y las faenas agrícolas.
La demarcación de las zonas comunales permitía disponer de pasto durante todo el año en las praderas del valle o en el monte y sierra. En época de primavera y verano tenían derechos de pasto en los puertos y brañas, y durante esta ausencia se recuperaban los pastos para el aprovechamiento del 'tardiu', cubriéndose así las necesidades de las diferentes cabañas.
Para el cumplimiento de los pactos del concejo, se nombraba al 'mesquero', responsabilidad que caía en un vecino que por tumo o vez era nombrado para vigilar las mieses. Del mismo modo, cuidaba de que los animales no pastaran fuera del lugar que les correspondía y se respetaran las tierras de labor, controlando también que ningún animal de fuera del concejo se encontrara pastando en el mismo, procediendo a ser prendado y tener que pagar su propietario los daños causados para liberarlo.
La vecería era la guarda del ganado por turno y el 'vecera' el vecino al que le correspondía la vez. Durante cada vez iba un semental para cubrir a las hembras reproductoras. Los días de guarda dependían de las cabezas de animales que tenía el vecino: normalmente por cada dos cabezas, tenía que cuidar un día.
Con la salida del sol, empezaban los animales a salir de las cuadras hacia el escurridero donde se encontraba el veceru o pastor, que previamente había tocado la campana o la cuerna, haciéndose cargo de su guarda. La primera vez era la de las vacas y con ellas o un poco más tarde las cabras y 'rechaos'. Cuando levantaba el rocío salían las ovejas y los lechones y, por último, los corderos que se cuidaban en los alrededores del pueblo. Al atardecer se reunían las diferentes vecerías en un punto estratégico como el Canto Bailador, en el pueblo de Villar. Algunos veceros dejaban grabadas sus iniciales e incluso se atrevían con siluetas de animales y de allí hacían su regreso al pueblo donde los vecinos los recogían.
Para el ganado vacuno, ovino y caprino, se contrataban pastores si había recursos en el concejo. A los del vacuno se les denominaba vaqueros, los cuales se encargaban de la cabaña durante todo el año. Si los recursos eran escasos, solo se contrataban en la temporada en que permanecía la cabaña en el puerto. Los pueblos que no tenían suficiente ganado para poder con tratar a un vaquero se unían a la cabaña del pueblo vecino.
Al vaquero o pastores se le proporcionaba casa y alimentos. Cada trimestre se hacía el recuento y, dependiendo del número de cabezas que guardaba, recibía un tanto en dinero; el resto se lo daban en especies: patatas, tocino, trigo o centeno para hacer pan, harina de borona, fréjoles, garbanzos, titos o arvejas. El pastor recorría las casas con la lista donde venía el pago que debía dar cada vecino.
El pastor asalariado tenía una forma de vida primitiva, de sol a sol, a la vera del ganado todo el día, sufriendo las inclemencias del tiempo, acurrando la cabaña ayudado del perro. Con la voz y el silbido daba órdenes al ganado para arrearlo, o para que parase y se sosegase. Portaba una manta tapabocas para utilizarla como abrigo o para poder tumbarse en el suelo mientras mediaba el ganado, apoyado en su 'cachiporra', el cual utilizaba como arma arrojadiza cuando un animal no obedecía sus órdenes. Calzaba albarcas y cargaba con un morral donde portaba su sustento. No tenía fiestas ni descansos y bajaba del monte en raras ocasiones.
Cuando subía a los puertos de primavera y verano, los vecinos le daban 'la salida', que consistía en aprovisionarle a él y su familia de los suficientes alimentos con que sustentarse hasta su regreso. Uno de los complementos alimenticios era la leche del ordeño que realizaba a las hembras paridas, la cual tomaba fresca o elaboraban queso. Con el pastor subían vecinos del lugar para ayudarle al arreo del ganado y a hacer o reparar la cabaña donde pernoctaba. Algunas eran simplemente de césped, otras de piedra sobre piedra, sin apenas sillares y con tejado de lanchas. En los últimos años se mejoraron añadiendo más piedras labradas y techándolas con tabla y teja. Su interior solo disponía de una cama enramada y un hogar donde hacer la lumbre.
La braña o sierra para el pastor era un universo enormemente rico y ordenado. Dice un dicho popular: "El pastor ve en la sierra y brañas lo que el Rey no ve en España, ni el Pontífice en su silla y Dios con todo su poder tampoco lo puede ver". Controlaba todo el terreno que desde allí se divisaba: su orografía, senderos, límites de propiedad, fuentes.
Para guarecerse de los vientos, el pastor edificaba 'casaritas' o casetos donde permanecer al socallo de los vientos. Estos rústicos parapetos de piedra sobre piedra, con forma de herradura, se erigían en descampados, en cotas que permitían un control sobre el terreno para poder vigilar desde allí al ganado.
El pastoreo comunitario está desaparecido, pues el nuevo modelo de economía instalado en los municipios rurales generalizó el empleo de la maquinaria que sustituyó la mano de obra.
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