Tres puestos fiscalizaron hasta 1964 la entrada de alimentos y bienes a Reinosa
A mediados del siglo XIX, los fielatos en la villa de Reinosa se encontraban a la entrada de las principales vías de comunicación y se podían considerar como puestos fronterizos en los límites municipales con la Meseta Castellana, las provincias de Santander y Burgos y con Campoo de Suso.
Los fielatos servían de oficina para el cobro de los derechos de consumo y para controlar la sanidad de los alimentos. Dependían de la oficina de Arbitrios, Rentas y Exacciones y permanecían abiertos desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche. Fuera de este horario no se permitía la entrada a la villa de ninguna mercancía, permaneciendo estas a la espera de su apertura.
Sus emplazamientos: el principal denominado Castilla, en la Avenida Castilla, donde está actualmente la báscula municipal; el denominado Santander, se hallaba ubicado en la planta baja del edificio que está justo en el cruce de la Avenida Cantabria con la calle Burgos; el denominado San Francisco, en el comienzo del instituto Ntra. Sra. de Montesclaros, calle Peñas Arriba, con el cruce de la Avenida del Marqués de Reinosa.
Los fielatos eran una pequeña edificación, de una sola planta, en forma de casilla, de reducidas dimensiones, lo justo para la mesa del oficial y la recepción de pago.
El de Castilla tenía una báscula donde se pesaban las mercancías mayores, para lo cual existía la tara en los carros y vehículos a motor que se dedicaban al transporte, de modo que no fuese necesario volver a pesarlos de vacíos.
Se pagaba a la entrada, tras la declaración del titular de los víveres o mercancía que se transportaba, tanto a pie, en montura, en carro o vehículo a motor. Para su venta en la villa o paso por ella, el oficial hacía la comprobación de lo que se había declarado y su estado, lo cual anotaba en el libro de registro, y procedía a hacer la valoración del impuesto que debía pagar, extendiéndole un recibo de pago para el control que era seguido por parte de las autoridades arbitrarias.
Consultados los libros de registro que se encuentran en el archivo del Ayuntamiento de Reinosa, y centrándonos en las anotaciones realizadas a mediados de los años 40 del siglo XX, por considerar estos años de autosuficiencia, hacemos referencia algunas de las mercancías y víveres. La mayor entrada registrada es el carbón en carros y camiones. Por 300 Kg. se pagaba 90 céntimos y por 2.000 Kg. 6 pesetas. Por un carro de leña, 25 céntimos; por 10 Kg. de patatas, 20 céntimos y por un saco 73 céntimos. Una caja de fruta devengaba 20 céntimos; por 440 kilos 19,90 pesetas y por 2.300 se pagaban 103,90 pesetas. Por 20 Kg. de plátanos 90 céntimos; por 20 Kg. de ajos 90 céntimos; por 90 kg. de verduras 4,05 pesetas; por 64 litros de vino 6,40 pesetas; por 20 Kg. de queso 1,20 pesetas; por 4 aves 60 céntimos; por un conejo 25 céntimos; por una docena de huevos 10 céntimos; por dos cestos de labranza 10 céntimos y por 22 cestos varios 1,10 pesetas. Por situarte con un puesto en la vía pública, 20 céntimos.
Existían otros controles de los víveres y mercancías que entraban a la villa por vías segundarias, que eran controladas por el oficial del centro y extrarradio. Todos tenían que detenerse ante la autoridad fiscal, así como el control de los puestos públicos y las entradas de pescados en la plaza de abastos y de los animales sacrificados en el matadero municipal.
Los ganados vacunos, caballares, asnales, mulares, ovinos, caprinos o porcinos que entraban en la villa para ser vendidos en las ferias o mercados, eran inspeccionados por el oficial de arbitrios y pagaban 'el punto' como impuesto.
En los últimos años el control de los fielatos se complicaba con los vehículos a motor que repartían mercancías para diferentes destinos. El conductor del vehículo traía un listado del total de la mercancía, haciendo referencia a lo que descargaba en la villa con los destinatarios correspondientes, prosiguiendo viaje hasta el siguiente destino, tras la valoración y pago de los arbitrios y tasas municipales sobre el tráfico de mercancías.
Esta manera de recaudar mediante impuestos indirectos a través de los fielatos fue tan importante para el municipio que llegaba a suponer hasta más de la mitad del presupuesto de sus ingresos para su financiación. Estos impuestos resultaban excesivos para los sectores sociales más desfavorecidos.
Durante la posguerra, dada la escasez de alimentos, se procedió al racionamiento de los mismos, dando origen a un extenso mercado denominado estraperlo. Los oficiales de los fielatos tenían que impedir la entrada de alimentos y mercancías por vías ilegales, precintando aquellos comercios que se surtían de ello y multando a los infractores.
El último registro del fielato fue en el 1964, dejando de fiscalizar después de 100 años de actividad recaudadora. Su desaparición viene marcada por el crecimiento económico y el desarrollo de una política económica, industrial y agraria articulada que alteró el sistema de autoabastecimiento.
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