Fielatos, la última frontera

Museo Etnográfico El Pajar

Tres puestos fiscalizaron hasta 1964 la entrada de alimentos y bienes a Reinosa
 
A mediados del siglo XIX, los fie­latos en la villa de Reinosa se en­contraban a la entrada de las prin­cipales vías de comunicación y se podían considerar como puestos fronterizos en los límites munici­pales con la Meseta Castellana, las provincias de Santander y Burgos y con Campoo de Suso.
 
Un niñi posa, el día de Reyes de 1965, ante el fielato de San Francisco. Museo El PajarLos fielatos servían de oficina para el cobro de los derechos de consumo y para controlar la sani­dad de los alimentos. Dependían de la oficina de Arbitrios, Rentas y Exacciones y permanecían abiertos desde las seis de la ma­ñana hasta las diez de la noche. Fuera de este horario no se per­mitía la entrada a la villa de nin­guna mercancía, permaneciendo estas a la espera de su apertura.
 
Sus emplazamientos: el princi­pal denominado Castilla, en la Avenida Castilla, donde está ac­tualmente la báscula municipal; el denominado Santander, se ha­llaba ubicado en la planta baja del edificio que está justo en el cruce de la Avenida Cantabria con la ca­lle Burgos; el denominado San Francisco, en el comienzo del ins­tituto Ntra. Sra. de Montesclaros, calle Peñas Arriba, con el cruce de la Avenida del Marqués de Rei­nosa.
 
Los fielatos eran una pequeña edificación, de una sola planta, en forma de casilla, de reducidas di­mensiones, lo justo para la mesa del oficial y la recepción de pago.
 
El de Castilla tenía una báscula donde se pesaban las mercancías mayores, para lo cual existía la tara en los carros y vehículos a motor que se dedicaban al trans­porte, de modo que no fuese nece­sario volver a pesarlos de vacíos.
 
Se pagaba a la entrada, tras la declaración del titular de los víve­res o mercancía que se transpor­taba, tanto a pie, en montura, en carro o vehículo a motor. Para su venta en la villa o paso por ella, el oficial hacía la comprobación de lo que se había declarado y su es­tado, lo cual anotaba en el libro de registro, y procedía a hacer la va­loración del impuesto que debía pagar, extendiéndole un recibo de pago para el control que era segui­do por parte de las autoridades ar­bitrarias.
 
Consultados los libros de regis­tro que se encuentran en el archi­vo del Ayuntamiento de Reinosa, y centrándonos en las anotacio­nes realizadas a mediados de los años 40 del siglo XX, por conside­rar estos años de autosuficiencia, hacemos referencia algunas de las mercancías y víveres. La mayor entrada registrada es el carbón en carros y camiones. Por 300 Kg. se pagaba 90 céntimos y por 2.000 Kg. 6 pesetas. Por un carro de leña, 25 céntimos; por 10 Kg. de patatas, 20 céntimos y por un saco 73 cénti­mos. Una caja de fruta devengaba 20 céntimos; por 440 kilos 19,90 pe­setas y por 2.300 se pagaban 103,90 pesetas. Por 20 Kg. de plátanos 90 céntimos; por 20 Kg. de ajos 90 cén­timos; por 90 kg. de verduras 4,05 pesetas; por 64 litros de vino 6,40 pesetas; por 20 Kg. de queso 1,20 pesetas; por 4 aves 60 céntimos; por un conejo 25 céntimos; por una docena de huevos 10 céntimos; por dos cestos de labranza 10 céntimos y por 22 cestos varios 1,10 pesetas. Por situarte con un puesto en la vía pública, 20 céntimos.
 
Existían otros controles de los víveres y mercancías que entra­ban a la villa por vías segunda­rias, que eran controladas por el oficial del centro y extrarradio. Todos tenían que detenerse ante la autoridad fiscal, así como el con­trol de los puestos públicos y las entradas de pescados en la plaza de abastos y de los animales sacri­ficados en el matadero municipal.
 
Los ganados vacunos, caballa­res, asnales, mulares, ovinos, ca­prinos o porcinos que entraban en la villa para ser vendidos en las ferias o mercados, eran inspeccio­nados por el oficial de arbitrios y pagaban 'el punto' como impues­to.
 
En los últimos años el control de los fielatos se complicaba con los vehículos a motor que repar­tían mercancías para diferentes destinos. El conductor del vehícu­lo traía un listado del total de la mercancía, haciendo referencia a lo que descargaba en la villa con los destinatarios correspondien­tes, prosiguiendo viaje hasta el si­guiente destino, tras la valoración y pago de los arbitrios y tasas mu­nicipales sobre el tráfico de mer­cancías.
 
Esta manera de recaudar me­diante impuestos indirectos a tra­vés de los fielatos fue tan impor­tante para el municipio que llega­ba a suponer hasta más de la mi­tad del presupuesto de sus ingre­sos para su financiación. Estos im­puestos resultaban excesivos para los sectores sociales más desfavo­recidos.
 
Durante la posguerra, dada la escasez de alimentos, se procedió al racionamiento de los mismos, dando origen a un extenso merca­do denominado estraperlo. Los ofi­ciales de los fielatos tenían que impedir la entrada de alimentos y mercancías por vías ilegales, precintando aquellos comercios que se surtían de ello y multando a los infractores.
 
El último registro del fielato fue en el 1964, dejando de fiscalizar después de 100 años de actividad recaudadora. Su desaparición vie­ne marcada por el crecimiento eco­nómico y el desarrollo de una po­lítica económica, industrial y agraria articulada que alteró el sistema de autoabastecimiento.