Helados mantecados

Museo Etnográfico El Pajar

El primer heladero pasiego se estableció en Reinosa hacia 1920
 
La historia de los helados es la historia de la civilización: para pasar del sorbete a una crema congelada más compacta y compuesta con leche tuvieron que transcurrir casi dieciséis siglos, hasta que un chef francés de Carlos I, rey de Inglaterra, sirviera en la corte el resultado de su receta innovadora con un producto de mucho más alimento, rico y digestivo.
 
La popularidad de esta fórmula se extendió por el reino de Francia y España siendo los reyes, la alta burguesía y personas privilegiadas los que disfrutaban de este placer durante los siglos XVI y XVII, partiendo su proliferación hacia la nueva burguesía y llegando al siglo XIX al consumo de los ciudadanos como producto de carácter festivo para los calurosos días de verano.
 
En el siglo XX llega a Reinosa el primer heladero, hijo de aquellos pasiegos que emigraron a Francia como aprendices en prestigiosas heladerías. Andrés Cano López y su esposa Encarnación López Gómez residían en París, pero al estallar la Primera Guerra Mundial abandonaron Francia por no sentirse seguros y regresaron a España instalándose en Santander capital. Tenían sus puestos de venta cerca de Correos.
 
La familia de heladeros Carral, en la romería de Requejo. El CañónLa tasa por ocupación de la vía pública para venta ambulante subió sus costes por la puja que hacían los heladeros Salas y Regma para quedarse con los mejores puntos de venta. El resto de puestos no daba para 'hacer el verano' a los que se dedicaban profesionalmente a este oficio y tampoco podían pagar aquellas tasas que suponían quedarse sin beneficios al final del verano. En los años 20 probaron fortuna subiéndose a 'hacer los veranos' a Reinosa, vina ciudad pequeña pero con un crecimiento industrial, demográfico y espacial que obligó a nuevas construcciones para la clase trabajadora, colegios e institutos. Una ciudad con una burguesía creciente, con gentes de otras regiones y países incluso, que tenían distinguidas cualificaciones profesionales, y a la que acudían los señoritos de las grandes ciudades que venían de veraneo.
 
Cuatro años bastaron para ver la rentabilidad creciente de su negocio, y los heladeros decidieron instalarse definitivamente en esta ciudad. En los veranos alquilaban una casa en la calle Duque y Merino (actualmente avenida Cantabria). Pasaron luego a fijar su domicilio en la misma calle en el número 16 donde se instaló toda la familia y destinaron una dependencia de la misma a obrador para la fabricación de helados, barquillos, caramelos y cocadas.
 
Otro heladero, Marcos Carral Gómez y su esposa Rosalía Ortiz López, llegaron a Reinosa en los años 40 del siglo XX, por un puesto de trabajo en la Naval, que le ofrecía el Estado por ser mutilado de la Guerra Civil. Marcos vivía en las Arenas de Bilbao y era natural de San Pedro del Romeral. Aprendió el oficio de sus padres, profesionales heladeros, que regresaron también de Francia. Rosalía era hija de una familia de temporeros que iban a Francia durante el verano a la fabricación de helados. Formaron matrimonio para venirse a Reinosa instalándose en la calle el Salto número, Casa de D. Lemaur, donde montaron su obrador para la fabricación de helados y barquillos.
 
La llegada de Valeriano López y Susana Carral a Reinosa está influenciada por su hermano Marcos y por el acercamiento de esta ciudad con las Villas pasiegas. Fijaron su residencia y obrador en la misma calle que la familia Cano en el número 54.
 
Ángel de Miguel Alonso (Ligorio), no era de origen pasiego, era natural de Villamartín de Villadiego (Burgos). Llegó a Reinosa en 1938 para trabajar en la Naval y aprendió el oficio de su vecino Marcos Carral en el año 1955. Tenía su obrador en la que es actualmente la calle Rodrigo de Reinosa.
 
 
El buen tiempo
La presencia del heladero era todo un símbolo que anunciaba buen tiempo. El carro de los helados estaba presente en los paseos o lugares de tránsito, atrayendo a saborear el rico producto. Los helados se vendían de forma ambulante en la plaza del ayuntamiento, esquina Lumar, Banco Español de Crédito, teatro Principal, o en la plaza de la iglesia como puntos más frecuentes. También se creaban nuevos puntos de venta en los mercados de los lunes y con motivo de ferias de ganado o acontecimientos deportivos como los encuentros de fútbol, así como en los calurosos días veraniegos en el parque de Cupido. También las romerías tenían la presencia de los heladeros y barquilleros, oficios próximamente relacionados, sobre todo en los pueblos colindantes con Reinosa. Si el buen tiempo permitía su desplazamiento, estos visitaban lugares más alejados como Orzales, Espinilla, la Ermita del Abra en la pradera de San Miguel de Villar o Santiurde. El señor Cano también tuvo un puesto fijo debajo del templete de la plaza del Ayuntamiento.
 
Transportaban con calma aquellos emblemáticos carritos, detrás de los que se colocaban, debidamente uniformados, para vender los sabrosos mantecados. Los carritos estaban pintados de blanco con la rotulación de 'Helados mantecados' en el frente del techo y colgados del mismo unas tablillas que indicaban los sabores que se podían degustar. Figuraba el nombre del artesano en el frontal del carro, y sus tapas cónicas estaban siempre brillantes.
 
Suponía un gran esfuerzo empujar el carro de los helados para desplazamientos largos así como cargar con el bombo de los barquillos. Con la llegada de los vehículos a motor, se alquilaba la 'Isso-carro' de Magritas o el camión de Daniel del Hoyo, (uno de los suministradores del hielo), y de esta manera el trayecto era más rápido y con una mejor conservación de los helados, evitando los asaltos nocturnos de algunos mozos que entre bromas y no bromas comían helados gratis.
 
Los helados se fabricaban en torno a la festividad de San José, si la primavera se iniciaba con buen tiempo, y su elaboración finalizaba después de San Mateo. Los ingredientes utilizados eran: leche cruda de vaca, fécula de avena y aromas (que se pedían a Barcelona o Almansa). En 1949 se vendía el pote de helado, que se llenaba a paleta, a 1 real de peseta; la bola con cucurucho normal a 2 reales de peseta; la bola y cucurucho grande y dulce a 1 peseta.
 
Estas familias de heladeros Pasiegos fueron abandonando progresivamente el negocio por el envejecimiento de sus miembros. Sus hijos se incorporan en otros oficios que nada tenían que ver con los de sus padres. En el año 1967 cesó Marcos Carral, que fue el último que paseó su carro por la ciudad. La figura del heladero tradicional dejó de poderse contemplar, tras casi cinco décadas en que formó parte de la vida festiva y cotidiana de los reinosanos.

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