¿Estela? ¿Piedra de lavar? ¿Base de lavadero?...

Rafael Fernández Fernández

INTRODUCCIÓN
 
Al hilo de nuestras conversaciones sobre la posibili­dad de hallar vestigios que atestiguaran el empleo del coladero en el proceso de lavado y blanqueo de la ropa de lino, cáñamo o algodón en la Merindad de Campoo en épocas pasadas, el señor Luis Ángel Moreno Landeras, director del museo etnográfico "El Pajar", de Proaño, me comunicó en el mes de septiembre del año 2002 la presencia en el pueblo de Cu­billo de Ebro (Valderredible) de una piedra que, por su forma y por lo que sus dueños aseguraban; correspondía a lo que yo es­taba buscando. Durante el verano de 2003 no me fue posible re­alizar in situ el estudio de la piedra, pero en el verano de 2004 sí pude llevarlo a cabo, así como el de una segunda piedra locali­zada en el pueblo de San Andrés de Valdelomar (Valderredible).
 
También durante el mes agosto de 2004 el Sr. Alfonso Gar­cía Revuelta, de Reinosa, me enseñó una fotocopia con la ima­gen de otra piedra que se encontraba en el interior de una casa particular en el pueblo de Arantiones (Valderredible) y de la cual, por su apariencia, su dueño y algún investigador pensaban que podía ser una estela cántabro-romana. Esto era todo lo que de esa piedra sabíamos en aquel momento. Era poco, pero sufi­ciente importante como para seguir indagando sobre ella.
 
Durante el verano del 2005 recibí del Sr. García Revuelta nue­va información, por la cual supe que en el pueblo de Olleros de Paredes Rubias (provincia de Palencia, pero próximo a los ante­riores) (1) se encontraba otra piedra con características morfoló­gicas semejantes a las antes citadas, y también me comunicó al­go muy interesante: Que de la piedra de Arantiones ya se había realizado y publicado un estudio en el, cual se analizaba la probabilidad de que tal piedra fuera una estela cántabra.
 
Todo lo hasta aquí expuesto me indujo a pensar en la opor­tunidad de publicar un pequeño artículo en el cual se describie­ran unas maneras, hoy desaparecidas, de realizar el blanqueo de la ropa de lino o de cáñamo, las características de un instrumen­to empleado para tal menester y el posible ámbito en el cual ma­neras e instrumento fueron utilizados, de modo que lo descrito incrementara el conocimiento del patrimonio etnográfico e his­tórico y contribuyera a aclarar algunas dudas sobre la naturaleza de las "piedras de lavar". Dispuesto para ello, y con el fin de ha­cerlo más asequible para el lector, he creído necesario explicar primero cómo es un coladero y cuáles son sus funciones, expo­ner, luego, cómo eran los coladeros en las regiones del Norte de España, para analizar las posibles semejanzas morfológicas entre aquellos y los empleados en la Cantabria meridional, y, por últi­mo, describir cómo son los restos de coladeros que en esta re­gión han llegado hasta nosotros y cómo yo he llegado hasta ellos.
 
 
EL COLADERO
 
Colar la ropa consiste en "blanquear la ropa después de lavada metiéndola en lejía caliente", y coladero se lla­ma a un instrumento que sirve para llevar a cabo di­cha operación.
 
Esta definición que encontramos en el diccionario puede re­sultarnos un poco chocante, sobre todo a los lectores más jóve­nes, e inducirnos a analizar la diferencia entre lo que este con­cepto de "colar la ropa" indica y lo que actualmente conocemos como "hacer la colada".
 
Antiguamente "colar la ropa" y "lavar la ropa" eran procesos diferentes. "Colar la ropa" era someter la ropa a la acción de la lejía en el colador. Actualmente por "hacer la colada" se entien­de todo un conjunto de operaciones que comprende: lavar la ro­pa, enjabonándola y aclarándola, a mano o con máquina, con el fin de extraer de ella, por la acción del agua y los detergentes, las grasas y otra suciedad que estos puedan disgregar y arrastrar consigo; luego, darle un baño de lejía a la ropa para blanquear­la, es decir, para eliminar las sustancias que el agua y los deter­gentes no han podido extraer y que confieren color, y, por últi­mo, aplicar un baño con suavizante para mejorar el tacto final de la ropa. Todo ello, claro está, con los aclarados intermedios necesarios.
 
El proceso de blanqueado se realiza hoy en día con un tipo de lejía cuya composición química es distinta, más eficaz y agre­siva que la empleada antiguamente y que, además, no se elabo­ra en casa, se compra.
 
La lejía, por la acción de la cual en otros tiempos se lograba el efecto de blanqueo, se obtenía por dilución en agua caliente de las sales alcalinas contenidas en cenizas producidas por com­bustión de materias vegetales (2). Para elaborarla se empleaba un colador. De ahí que a este proceso, el de blanqueo, se le de­nominara como "colar", y de aquí "colar la ropa" y "hacer la co­lada", expresión que, desaparecido el empleo de la lejía de ce­niza, se extendió, impropiamente, al proceso total de lavado y blanqueado de la ropa.
 
El colador está constituido por un recipiente para la ropa -el coladero propiamente dicho- y por la propia ropa. Quedando el recipiente frecuentemente dispuesto sobre un receptáculo que sirve para recibir y conducir la lejía, proveniente del prime­ro, hacia otro recipiente auxiliar que sirve para recogerla.
 
Para colar, se disponen las prendas de lino o de cáñamo en el interior del recipiente para la ropa, teniendo cuidado de dejar espacio suficiente para colocar una tela sobre ella y encima de la tela una cantidad adecuada de ceniza.
 
Luego se coge un recipiente con agua caliente y se vierte su contenido, lentamente, sobre la ceniza. El agua disolverá las sus­tancias alcalinas de la ceniza (lixiviación) (3) y la lejía resultante impregnara las telas mientras va descendiendo, mientras se va colando, hacia el fondo, donde, al salir, será recibida y conduci­da por el receptáculo auxiliar hacia otro recipiente en el que se acumulará para calentarla de nuevo y repetir el proceso. Bajo la acción de la lejía se irán disgregando y disolviendo en el agua las materias, naturales o de suciedad, que poseen un contenido de color (4), con lo cual se incrementará el aspecto de blanco en las telas.
 
Hasta aquí hemos descrito el coladero como un instrumen­to para blanquear la ropa, pero también se empleaba para el blanqueo de las madejas de hilo de lino o de cáñamo.
 
El tratamiento con lejía para blanquear las ropas de lino o cá­ñamo, pero sobre todo para el blanqueo del hilo en madejas, se puede realizar también sumergiendo la ropa o las madejas en la lejía contenida en una caldera, la cual se calienta directamente sobre el fuego hasta que su contenido alcanza la temperatura de­seada durante el tiempo que sea necesario. La lejía se obtiene en este caso por lixiviado por el agua hirviente de la ceniza que se añade, directamente o metida dentro de un saquito de tela, so­bre la ropa o las madejas y el agua contenidas en la caldera. A diferencia del sistema de blanqueo con coladero, en el de cal­dera no se emplea un recipiente que actúe propiamente como un colador -en el cual se deposita una mezcla para que una par­te de sus componentes lo atraviese separándose del resto que quedan atrás retenidos en dicho colador- ni se produce un reciclado de la lejía a lo largo del proceso.
 
Regresemos al coladero. El recipiente para la ropa puede ser un cesto, una cuba, una tinaja de barro, un cilindro de piedra vaciado, un tronco de madera vaciado en sentido vertical (el más común) o en sentido horizontal, un cilindro vacío construido con corteza o ripia delgada de tilo o de otro árbol que para ello se preste, un cajón de madera u otros tipos de tinas, de cinc por ejemplo, e, incluso, puede estar construido con obra de ladrillo o de piedras.
 
Las tinajas han de estar provistas de un orificio en el extre­mo inferior de la pared lateral.
 
Las cubas, los cilindros de piedra y los troncos vaciados verticales pueden estar cerrados por la ba­se inferior, o totalmente vaciados y abiertos por las dos bases. En el primer caso estarán provistos de un orificio en el extremo inferior de la pared lateral.
 
Las cubas, las tinajas y los troncos o cilindros provistos de orificio en la pared lateral podrían ver­ter la lejía directamente sobre el recipiente auxiliar de recogida, pero los desprovistos de la base infe­rior y los de cesto han de estar necesariamente dis­puestos sobre un receptáculo, un a modo de gran plato plano construido de piedra o de madera y provisto de vertedor, que recibirá y conducirá la le­jía de aquellos proveniente.
 
Unos y otros coladores estarán siempre construidos o dispuestos de modo que queden situados a cierta altura sobre el suelo, de manera que bajo el orificio o el vertedor se pueda poner el recipiente sobre el cual se verterá la lejía.
 
He dicho que los grandes platos para recoger la lejía eran ne­cesarios para los recipientes desprovistos de base inferior, pero esto no quiere decir que no se emplearan también para los ce­rrados por la base. Cuando los platos estaban destinados a cola­dores de base inferior cerrada, su superficie solía ser lisa, mien­tras que en los destinados a coladores de base inferior abierta la superficie de los platos era acanalada para favorecer el drenaje y evacuación de la lejía. La superficie superior de los platos so­lía tener una cierta inclinación o pendiente con respecto a la ho­rizontal para favorecer el flujo del líquido y, con la misma finali­dad, la profundidad de las canales era creciente en su dirección hacia la zona de desagüe.
 
 
TIPOLOGÍA DE COLADEROS
 
En cuanto a la tipología de los coladeros y a sus áreas de utilización se refiere, haré ahora, tal co­mo había planteado más arriba, una exposición de aquellos que, física o documentalmente, he podido encon­trar en algunas zonas del Tercio Norte de la Península Ibérica, y que, seguramente, ayudará al lector para hacerse una idea de có­mo estaban formados estos utensilios.
 
Tipo 1: Cesto
Ampliamente difundido y, quizá, el tipo de coladero más senci­llo, es aquel en el cual el recipiente para la ropa era un cesto. Cesto que podía ser de distintos tipos y tamaños, adaptándose a las necesidades de cada caso, pero que las más de las veces era más ancho por la parte superior que por la inferior, lo cual ase­guraba el mojado de la ropa cercana a las paredes internas a me­dida que la lejía descendía.
 
Fue fabricado de varillas de mimbre, de tiras de castaño o de sauce, y siempre de estructura tupida, a fin de retardar en lo po­sible la salida de la lejía.
 
Se utilizó en Galicia: cesto da colada, cesto barreleiro, barreleiro. Asturias: cesto da colada; Castilla; País Vasco: Navarra: Kupelo en Vera de Bidasoa, txarla en Aézcoa, roscadero en la Ribera; Alto Aragón: roscadero, coladora, y en algunos lugares de Cataluña.
 
Tipo 2: Cuba
El recipiente para la ropa es en este caso una cuba. Como tal, constituida por una pared lateral, compuesta por duelas de ma­dera, unidas y aseguradas con aros o cercos formados con varas de sauce o de avellano, y por una base inferior cerrada, cuando lo está, con tablas de madera.
 
Este tipo de colador fue empleado en Galicia: Pipote en Coruña, Lugo y Pontevedra; en Asturias: Pipa de colada en Figueiras; en El País Vasco: Kuela o lixu ontzia en Ayala (Álava).
 
Tipo 3: Tinaja
En este caso el recipiente para la ropa es una tinaja. Es decir, una vasija grande de barro cuya forma, para este uso, se asemeja a un tronco de cono panzudo en el cual la base superior es la de mayor diámetro.
 
En la parte inferior de la pared lateral presenta uno o más agujeros para la salida de la lejía.
 
De este tipo son el cuezo de Ventrosa de la Sierra (Nájera), el barreñón para colar, de Soto en Cameros (Torrecilla en Ca­meros), coción en San Andrés de Cameros (Lumbreras), todos ellos en La Rioja; la tina en Zeraín (Guipúzcoa), el codo en Huesca, y el cossi, muy común en las comarcas orientales de Ca­taluña, que se fabricaba de cerámica negra en Quart (Gerona).
 
Tipo 4: Tina de piedra
El recipiente para la ropa se obtenía vaciando un bloque de pie­dra cilíndrico o troncocónico, al cual se proveía de un orificio de salida en la parte baja de la pared lateral.
 
Muy común en Navarra (5). Con el nombre de bugader (6) se empleaba también en el Pirineo oriental (Ripollés). En algu­nos casos se hallaba adosado en la pared de la cocina (Vallés, Barcelona).
 
Tipo 5: Tronco de madera vaciado verticalmente
Tronco de árbol vaciado en sentido vertical, con forma cercana a la cilíndrica o a la troncocónica, y, las más de las veces, con­servando la propia del árbol ligeramente desbastado.
Generalmente abierto por las dos bases, y provisto de un ori­ficio de salida, situado en la parte inferior de la pared lateral, cuando la base inferior está cerrada.
 
Siempre que el recipiente para la ropa está construido con madera, esta ha de ser de castaño o de otra clase que en las con­diciones de la colada no desprenda sustancias que puedan man­char las madejas o las telas.
 
Hemos encontrado pruebas del empleo de este tipo de co­ladero en Asturias: Trobo en Grandas de Salime; en las Vascon­gadas: Suana en Zarain (Guipúzcoa), y en el Alto Aragón: Ruscadero en Gistain (Huesca).
 
Tipo 6: Arna
Es decir, un a modo de tubo construido con la corteza o con ri­pia de un árbol a la que se doblega sobre ella misma, curvándo­la, para que los extremos se superpongan con el fin de fijarlos entre sí mediante cosido con tiras de la propia corteza o de otras adecuadas.
 
Era muy empleada para construir este tipo de coladeros la cor­teza de tilo o la ripia de este árbol, pero también se construían de corteza de abedul, de ripia de serval de cazador o de castaño.
De corteza o de ripia, una vez retorcida y cosida para formar el tubo, podía estar ya listo para utilizarse de esta guisa o nece­sitar el refuerzo de la estructura mediante aros de avellano colo­cados en la parte superior y en la inferior y fijados con técnica de cestería.
 
Por estar desprovisto de base inferior era necesario emple­arlo dispuesto sobre un expremijo de piedra o de madera.
Se utilizó en Galicia: trovo, cortiço; Asturias: trobo en Grandas de Salime, queiseia en Cabrales; León: ama en Babia y Laciana; Navarra: tiñea en el valle de Burguete, roscadero, en el valle de Roncal; Aragón Occidental: cuezo, en Ansó.
 
Tipo 7: Tronco de madera labrado y vaciado lateralmente
Un tronco de árbol labrado longitudinalmente por el exterior y vaciado lateralmente para dar lugar a una especie abrevadero. En su fondo está provisto de un orificio con el fin de evacuar la lejía, paja recoger la cual es necesario que la pila esté apoyada y elevada sobre algún tipo de patas o soporte.
 
De este tipo es el bugader de Tabescan, presentado por Krüger, que también se usaba en Castellbó (Urgellet). En Galicia re­cibía el nombre de dorna.
 
Tipo 8: Construido de obra
Este coladero estaba construido de obra, de piedra o de ladri­llos, bien revestido de cemento en su parte interior, con un ori­ficio de desagüe en el borde de la base y desprovisto, por inne­cesaria, de piedra basal.
 
Se situaba en algún ángulo o rincón apropiado de la casa: en el hueco inferior de la escalera, en un lugar de la sala o cercano al hogar o cocina sitúa Vilolant Simorra al cobet o bugader de es­te tipo utilizado en casi toda la comarca del Pallars.
 
Residuales y atípicos
En los últimos tiempos de utilización del coladero como utensilio para el blanqueo su tipología se enrarece y sus recipientes para la ropa dejan de ser los tradicionales, utilizándose aquellos que en aquel momento se pueden conseguir con un menor esfuerzo o que son más asequibles. Así. a modo de ejemplo, tenemos tes­timonio del empleo, entre otros, del cajón de madera, de algún recipiente viejo que se prestase para tal menester, o de una tina de cinc, un producto industrial de notable difusión multirregional, cuya presencia durante los últimos años cuarenta y los iniciales de los cincuenta del siglo XX se puede detectar indistintamente en Asturias, en el País Vasco, en Cataluña o en otras regiones.(7)
 
 
LAS BASES DEL COLADERO
 
Según lo que hasta aquí hemos ido viendo, las bases de los coladeros eran muy semejantes en toda la franja geográfica que hemos recorrido. Unas estaban construidas de castaño, de pino, o de otra madera que no des­prendiera sustancias que pudieran manchar las madejas o las te­las durante el proceso de colar, y otras estaban construidas de piedra, frecuentemente de arenisca.
La mayor parte de ellas tenían planta circular pero la de al­gunas era cuadrangular, y todas presentaban un apéndice late­ral acanalado o tubular para el desagüe.
La superficie de su fondo, siempre circundada por un rebor­de, podía ser lisa o presentar uno o más canales para favorecer el drenaje de la lejía.
 
Con el fin de favorecer el flujo de la lejía, su altura o grosor era menor en la zona próxima al desagüe que en el extremo opuesto. Y con similar propósito, cuando se apoyaban sobre bancadas, estas se construían con las patas delanteras un poco más cortas que las traseras para crear una adecuada pendiente.
 
Como ocurre con otros instrumentos en el ámbito de la et­nografía, solo en su nominación se aprecian diferencias nota­bles entre los empleados en distintos lugares. En este caso ocu­rre, además, que en algunos lugares se le daba, a la base de co­ladero el nombre con el cual en otros sitios se conocí al reci­piente de la ropa, y en otros se le daba un solo nombre al conjunto de las dos piezas, todo lo cual puede conducir a un error de interpretación si no se hace una valoración adecuada de la información que se recibe. Ejemplo de esto es el caso de la re­gión asturiana, en la cual un autor recoge para la base de cola­dero los nombres de coladoriu, colaeru, coladem, boguen, bugadeiro, (propios del recipiente) y entremiso, entremis, (8) tsagar, dala y adala (propios de la base).
 
Otros nombres que las bases han recibido en otros lugares son los de: Dala y adala, en gallego. Tremix, en Alava. Erran­te, en Zerain (Guipúzcoa). Pedra delbugader, en Manresa (Bar­celona).
 
 
CANTABRIA MERIDIONAL
 
Bien, con lo hasta aquí expuesto el lector ha de te­ner una idea de la naturaleza, tipología y uso de los coladeros suficiente para emprender la parte esencial en la lectura de este trabajo: analizar aquello que he podido encontrar del coladero y de su utilización en la Canta­bria meridional.
 
Cubillo de Ebro
El día doce de agosto de 2004, como ya he dicho, visité, acom­pañado del Sr. Moreno Landeras, el pueblo de Cubillo de Ebro para examinar la primera de las piedras basales de las que tuve noticias. Se encontraba en el jardín situado en la delantera de la casa de sus dueños, Soledad Martínez Diez y Guillermo López Fernández (9), semienterrada de manera que la cara superior quedaba visible y a ras del suelo. A su vista y después de, con cierta emoción, sacar la tierra de su contorno para mejor apre­ciar su factura, lo que vimos, y que ahora describiremos, era sin duda la base de un coladero.
Así nos lo confirmaba su dueña al contarnos que la piedra no siempre estuvo en Cubillo de Ebro, que en realidad procede del pueblo de Otero, en cuyo pueblo vivió su padre, que era el dueño anterior, y que ella no había utilizado la piedra como ba­se de coladero pero que sí fue utilizada para realizar la colada en su casa paterna.
 
El cuerpo principal de la piedra tiene una forma que se acer­ca :a la de un prisma de base trapezoidal, truncado de manera que el plano de la base superior está inclinado con respecto al de la inferior para formar una pendiente que favorece el flujo del líquido que se deposite sobre ella.
 
En el plano superior se ha rebajado la piedra formando un bajo relieve circular de unos dos centímetros de profundo y en este se ha tallado un conjunto de canales en forma de red fluvial con profundidad creciente desde los nacimientos hasta la de­sembocadura.
 
El cuerpo principal presenta en la cara delantera, la de menor altura, una prolongación, a modo de apéndice, acanalada en la parte superior, como prolongación del cauce principal de la red de canales, y que sirve como desagüe del líquido por ella recogido.
 
Todas las "esquinas" correspondientes a las aristas verticales aparecen redondeadas.
 
Las medidas mayores de la piedra son: 82 cm de largo, 65 cm de ancho, y un grueso o altura decreciente desde 17 cm a 8 cm; siendo el diámetro interior, en sentido de ancho, de 60 cm. El ancho de los canales es de 2 cm y su profundidad en la desem­bocadura es de 2,5 cm.
 
San Andrés de Valdelomar
La segunda piedra que he podido estudiar se encuentra en la fa­chada lateral de una casa de San Andrés de Valdelomar.
 
La piedra ha sido mutilada para encastrarla en el vano de una ventana de una fachada lateral con el doble fin de cegar la venta­na y añadir un elemento decorativo a la fachada. Este hecho' difi­culta, en primera instancia, determinar cómo era la forma original de la piedra, pero la presencia de dos canales horizontales, situa­do uno en la parte superior y otro en la inferior de la cara princi­pal de la piedra y que parecen ser los restos de una especie de re­cuadro acanalado que encuadrara el motivo principal, hace pen­sar que la piedra fuera, inicialmente, de tipo cuadrangular.
 
El que he llamado motivo principal de la piedra está forma­do por un conjunto de canales tallados en bajo relieve. Siete de ellos forman un esquema fluvial en el que uno, perpendicular al límite inferior de la piedra y que divide a ésta en dos mitades, es el cauce principal, mientras que los otros seis convergen, dos a dos, tres por cada lado, como afluentes, sobre el canal principal.
 
El octavo canal es circular y en él se inscriben los anteriores. To­dos ellos han sido tallados con profundidad creciente desde su nacimiento hasta la desembocadura.
 
El posible apéndice que sirviera de vertedor también ha si­do víctima de la mutilación.
 
Como podemos comprender, dada la situación de la piedra, tampoco es posible conocer cuál es su grosor ni la probable in­clinación de su cara superior sobre la opuesta.
 
Olleros de Paredes Rubias
El día 29 de octubre de 2005 visité Olleros de Paredes Rubias, en cuyo lugar el Sr. José Domingo González Pérez me recibió ama­blemente en su casa, la número trece del pueblo, donde me mos­tró una piedra labrada que se hallaba dispuesta de canto, apo­yada sobre una piedra de sillería, sujeta a una de las paredes que circundan el corral de la vivienda, y que era, sin duda, una base de colador.
Se trata de una piedra cilíndrica con un apéndice lateral a modo de vertedero. La base superior es plana y bien labrada, igual que la superficie perimetral, mientras que la base inferior presenta una labra muy grosera.
 
En la base superior se hallan unos canales tallados en bajo relieve. Uno de ellos, circular, es concéntrico con el contorno de la base y separado de él por una distancia de diez centímetros. Los otros cinco canales forman un a modo de esquema fluvial inscrito en el canal circular, y de estos uno, el principal, sigue la línea diametral que en su prolongación divide en dos al apéndi­ce vertedero, mientras que los otros cuatro nacen en el canal cir­cular y desembocan, dos por cada lado, como afluentes, en el canal principal. Todos los canales presentan una profundidad progresiva desde el nacimiento hasta la desembocadura, con el fin de favorecer el flujo del líquido que por ellos ha de discurrir.
 
Las medidas mayores de la piedra son: 101 cm de largo, 92 cm de ancho y un grosor o altura de 12 cm. El diámetro interior, en sentido de ancho, es de 76 cm. La profundidad del canal cen­tral es creciente desde 2 cm hasta 4 cm.
 
Arantiones
El día siete de marzo de 2006 recibí, por fin, enviada por el Sr. García Revuelta, una fotocopia del artículo referente a la piedra de Arantiones, ilustrado con una fotografía de la misma, escrito por los señores J. González Echegaray y A. García Aguayo, y pu­blicado en 1993. (10) Unos meses más tarde, el catorce de agos­to del 2006, pude visitar la casa donde la piedra se encuentra, y en la que fui amablemente recibido por su dueño actual, el Sr. Agustín Agudo Castañedo. (11)
 
La piedra de Arantiones es muy semejante a la que se en­cuentra en Olleros de Paredes Rubias pero su labra es más bur­da. Es una piedra discoidal que en su cara plana superior pre­senta un canal circular en el cual está inscrito un esquema flu­vial formado, esta vez, por un canal central sobre el cual de­sembocan, en diagonal y asimétricamente repartidos, ocho ca­nales que nacen en el canal circular. El apéndice vertedor ha si­do mutilado, quizá de manera accidental, pero, por su aspecto, parece que en la zona de mutilación se ha rebajado la piedra pa­ra darle una forma de "V" que favorezca el vertido.
 
El diámetro de la piedra es de 77 cm. y su grosor de 15 cm. La profundidad de los canales es progresiva desde el nacimien­to hacia la desembocadura y llega a alcanzar un valor de 2,5 cm.
En cuanto a la posibilidad de que esta piedra fuera una estela discoidea pariente de las llamativas estelas cántabras, hemos de hacer notar que, ya en su día, los autores del estudio que an­tes hemos citado no encontraron, entre el "motivo representa­do" en ella (el aparentemente formado por el conjunto de cana­les) y los que aparecen en estelas de Cantabria o de otras latitu­des, similitudes que atestiguaran dicho parentesco.
 
 
CONCLUSIONES
Disponemos, pues, como fuente de información, de cuatro bases de coladero y de unas pocas comunicaciones verbales, a las cuales hemos de añadir al­gunos testimonios proporcionados por documentos de archivo. Un conjunto de elementos poco extensos, pero con un impor­tante contenido informativo que nos permite asegurar algunas cosas en lo que se refiere a los coladeros y la forma de realizar la colada en la Cantabria meridional.
 
En cuanto a los coladeros, se puede decir que al menos de dos tipos se emplearon en algún momento en esta comarca:
 
a)El coladero constituido por un tronco de madera cilíndrico y vaciado -tal como un dujo para colmena de abejas- o por una especie de aro o tubo de corteza enrollada y cosida -tal co­mo un amo o arnio de los utilizados para moldear y desuerar el queso- depositado sobre una base de piedra o de madera que recibía y vertía la lejía. (12)
 
b) El coladero constituido por un cesto de mimbres, cesta para colar, (13) generalmente más ancho por la parte superior que por la inferior, (pero que podría no ser así: una corra, por ejemplo), apoyado sobre una base de piedra o de madera, simi­lares a las utilizadas para el modelo anterior, o sobre un simple trozo de lancha de forma, tamaño e inclinación adecuada.
 
Uno y otro tipo tendrían el tamaño determinado por el volu­men de ropa a blanquear, según costumbre y necesidades de ca­da casa, ya que este era el uso más frecuente del coladero, sién­dolo menor su empleo para el blanqueo de las madejas del hilo de lino o cáñamo, por ser más estacional, y porque para este menester era más fácil el recurso de fraccionar la faena adaptan­do la cantidad de madejas al tamaño del coladero.
 
Las piedras basales que hemos encontrado presentan unos diámetros interiores comprendidos entre 0,60 y 0,70 metros, lo cual nos permite suponer que este sería el diámetro máximo de los correspondientes recipientes para la ropa, pero hemos de pensar que también podrían ser de diámetro inferior. La altura más común, si tenemos en cuenta lo visto o leído, sería de 0,60 a 1 metro, pero podía ser inferior o sobrepasar estas medidas.
 
En cuanto a las maneras de realizar la colada en esta comar­ca, he de señalar que eran muy semejantes a las empleadas en las regiones que la circundan.
 
La ropa sucia se almacenaba durante dos, cuatro o más se­manas, según costumbre del lugar o de la propia casa, (14) en un escriño, en un carpancho, en una cesta de mimbre, o colga­da de varales en el desván para orearla mejor y evitar el ataque de los ratones.
 
Llegado el momento de lavar, comenzaba para las mujeres una de "sus labores": una tarea de especial dureza (bregar con la ropa, transportarla hasta el río o bien el agua hasta casa, so­portar el frío gélido del agua en invierno, etc.) realizada sin de­jar de lado el resto de las tareas domésticas.
 
La ropa que se había de colar, es decir, la ropa blanca, de li­no o de cáñamo, se separaba de la ropa de color.
 
Podía entonces iniciarse el proceso con la enjabonadura y el remojo. Labor que se llevaba a cabo en casa, en el lavadero, o a la orilla del río o regato que para ello se prestase.
 
La ropa se frotaba con jabón, casero o de fábrica, restregán­dola para remover la suciedad, (15) y se dejaba en remojo, al me­nos durante un día, en un recipiente adecuado: como una arte­sa o un tinaco ("de cuba o de dujo"). (16)
 
Transcurrido el tiempo de remojo, la ropa se transportaba de nuevo hasta la usual corriente de agua y allí, sobre una tabla de lavar o sobre losas, junto a la orilla, las prendas se refregaban y aclaraban suficientemente, y se comprimían o retorcían para es­currirlas.
 
Una vez escurrida la ropa, se llevaba a casa, donde se reali­zaba el proceso de blanqueo, es decir, la colada:
 
Cubriendo la superficie interior del recipiente para la ropa se disponía un retal de una sábana o de una colcha viejas, de li­no o de cáñamo, con el fin de evitar el contacto directo de la ro­pa con las paredes del recipiente. (17)
 
Dispuesto así el recipiente, se colocaban las prendas dobla­das en el interior de éste, llenándolo, progresivamente, hasta de­jar en el extremo superior un espacio suficiente para añadir la ceniza. Se doblaban los extremos sobresalientes del retal aislan­te de manera que quedasen sobre las prendas, y luego se cubría toda la parte superior con un cernadero, es decir otra tela, grue­sa, de lino o cáñamo (18). Sobre la cual se depositaban varias "mozadas" de ceniza (19), y algunas hojas de laurel para dar buen aroma a las telas.
 
Dispuestas así las prendas y la ceniza, se vertía sobre el con­junto, espaciadamente, agua caliente. Cada porción de agua añadida se filtraba a través de la ceniza (transformándose en le­jía) y de las telas, se recogía en una calderita de cobre bajo el de­sagüe del coladero y se calentaba de nuevo para añadirla otra vez sobre la ceniza. Esta operación se realizaba varias veces, in­crementando progresivamente la temperatura de la lejía hasta al­canzar la de ebullición. Según la tradición serían seis pasadas ca­lientes, seis templadas y seis hirvientes, pero, realmente, se rea­lizaban las necesarias para obtener el efecto deseado.
 
Otra variante de colar, también empleada en la comarca que estudiamos, consistía en hervir en una caldera de cobre el agua con la cantidad necesaria de ceniza hasta alcanzar un grado ade­cuado de dilución de la ceniza. Una vez logrado lo cual, y des­pués de dejarla enfriar suficientemente (20), se añadía reiterada­mente la lejía resultante sobre la ropa contenida en el coladero, de manera semejante a la seguida en el procedimiento anterior.
 
De una u otra manera, el proceso era lento, muchas veces ocupaba el día entero y, a veces, tras añadir la última agua hirviente, se cerraba el orificio de salida y se dejaba el conjunto en reposo toda la noche.
 
Tras el último paso de la lejía a través del cernadero (21), so­bre él quedaban los restos de ceniza: la cernada.
 
Transcurrido el tiempo necesario, la ropa se llevaba de nue­vo junto a una fuente o corriente de agua y se aclaraba hasta de­jarla limpia de todo resto de ceniza. (22)
 
Luego se tendía sobre setos, piedras limpias o sobre el césped verde, para dejarla expuesta al sol, rodándola, de vez en cuando, con un poquito de agua, con el fin de incrementar el grado de blanco. (23)
 
Tradicionalmente se creía que la exposición sobre la hierba verde dejaba la ropa más blanca y más perfumada, razón por lo cual este era el modo preferentemente empleado. (24)
 
Cuando el lino o el cáñamo a blanquear estaban dispuestos en forma de hilo en madejas, el procedimiento a seguir para el blanqueo por colada era muy similar al seguido con las telas, con las diferencias, claro está, que implicaba su distinta estructura. A las madejas, antes de ser sometidas a tratamientos en agua, era necesario hacerles cuenda, es decir colocarles, en tramos de lon­gitud equivalente, unos atados con unos cordoncitos para evitar que los hilos se enmarañasen en el transcurso de los procesos a realizar. Una vez mojadas y remojadas o enjabonadas y aclara­das las madejas, con el fin extraer de ellas la saliva y la suciedad que podían acumular durante la preparación y la hiladura, se co­locaban adecuadamente en el coladero para someterlas a la ac­ción de la lejía, y luego, una vez aclaradas, se exponían al sol, disponiéndolas de la manera más adecuada para que el blan­queo fuera uniforme.
 
El proceso de blanqueo, terminaba aquí (25). La exposición al sol era la última de las operaciones necesarias, pero no por ello la de menor importancia, lo cual, como en tantas ocasiones acontece, ya nos venía señalado en un dicho popular: "Ropa so­leada dos veces colada".
 
Para terminar, y a fin de evitar equívocos, he de señalar que. de acuerdo con la información que he podido recoger, verbal o documentalmente, el procedimiento de curado o blanqueo más empleado en estos valles para el lino o el cáñamo en forma de madejas, y a veces para prendas, no parece haber sido el ejecu­tado en colador, propiamente dicho, sino el realizado por coc­ción (hirviendo con cenizas en ollas de cobre, con los consi­guientes aclarados, soleados y secados posteriores), sin que, por el momento, pueda establecer cuantitativamente cuándo y dón­de se emplearon cada uno de ellos.
 
 
 

NOTAS
 
(1) Aunque el pueblo de Olleros de Paredes Rubias pertenece políticamente a la provincia de Palencia, por sus costumbres, tra­diciones e interrelaciones humanas con los pueblos cántabros cercanos a él, creo que se le puede aceptar como parte de un mismo nicho etnográfico que aquellos, y por ello he considera­do la piedra hallada en el citado pueblo tan "valluca" como las demás y parte del conjunto de las que vamos a estudiar.
(2) No debe el lector confundir esta lejía con la que actualmen­te conocemos como tal en el ámbito doméstico. Las sales que contiene la lejía obtenida de cenizas vegetales son esencialmen­te el carbonato potásico (potasa) y el carbonato sódico (sosa), dependiendo la riqueza en uno u otro de la naturaleza de los ve­getales quemados. En la lejía actual el componente activo es el hipoclorito sódico.
(3) Del latín lixivia, lejía.
(4) Me refiero aquí al color propio de esas sustancias, no al que un hilo o una tela puedan adquirir por la adición de colorantes.
(5) En Navarra el coladero, sea de piedra o de madera, puede encontrarse con distintos nombres. En Isaba (Valle de Roncal), xurapeco; en Berroeta (Valle de Baztan), kuku.
(6) En Cataluña, el recipiente para la ropa empleado para reali­zar la colada, fuese de piedra, de barro o de madera, era gene­ralmente llamado bugader, pero, según los lugares, podía reci­bir nombres más singulares: cubell en el Penedes, sumal en Calaf y Oliana, tangí en Figueres, pe en Blanes.
(7) Aún en el momento de escribir este artículo he podido en­contrar en Cataluña, sin grandes dificultades, no sólo el testimo­nio de su pasada presencia, sino las propias tinas de cinc, desde pueblos de la costa, como Premiá de Mar o San Andrés de Llavaneras (Maresme, Barcelona), hasta otros del interior septen­trional como Toloriu (Alt Urgell, Lérida).
(8) Por tener la base de coladero el mismo fundamento técnico que el entremijo o expremijo (una especie de mesa estrecha e inclinada, de bordes resaltados, sobre la que se depositaban los quesos con sus moldes, durante el exprimido y desuerado, para facilitar la recogida del suero) en algunos lugares se le ha dado a ella el nombre de entremijo y otros de esta palabra derivados: entremiso, entremís, tremix.
(9) A quienes damos las gracias desde aquí por su amable aco­gida y trato.
(10) GONZALEZ ECHEGARAY, J y GARCIA AGUAYO, A. "La es­tela discoide de Arantiones (Cantabria)", Kobie, n° 20, Peleoantropología, 1992-1993, pp 284.
(11) He de agradecer también, desde aquí, la información y el trato cordial recibido de los dueños anteriores de la casa, los se­ñores Laura Herrero Herrero (85 años) y Eufronio Marlasca Ga­rrido (89 años).,
(12) Conceptualmente semejante.
(13) A modo de ejemplo: "Tres cestas para colar". Espinosa de Bricia, 1674. A.H.P. de Cantabria: Protocolos, 4409. "Una cesta para colar ropa". Quintanilla de Rucandio, 1679. A.H.P. de Can­tabria: Protocolos, 3960.
(14) Bajo un punto de vista actual podemos pensar que la can­tidad de ropa acumulada en tanto tiempo sería importante, pero no lo era tanto, dado que la gente mudaba sus ropas, las de los lechos y la de aseo, con menor frecuencia: "cada quince dí­as o cada mes" según alguno de mis informantes.
(15) Una variante de realizar el enjabonado y remojo se emple­aba también en tiempo más cercano al nuestro. Se "deshacía" el jabón cortando con un cuchillo una o más pastillas en trozos me­nudos que se añadían al agua, que calentaba en una caldera o balde, removiendo con un palo para diluir el jabón. Cuando el jabón se disgregaba suficientemente, se sumergían las prendas en el líquido preparado y se dejaban a remojo.
(16) "Dos   tinacos de dujo y cuba de cincofanegas cabida". Ruerrero, 1714. A.H.P.de Cantabria: Protocolos, leg 3954.
(17) Según referencias verbales, algunas veces se cubría la cara interna del coladero de cesto con helechos o con hojas de berza para retardar la salida de la lejía.
(18) En alguna ocasión, "si no había otra cosa a mano", se em­pleaba para esto la masera, es decir, la tela de lino con la que se cubría la masa del pan mientras reposaba en la artesa durante la fermentación.
(19) La ceniza más apreciada por su efectividad era la de encina o la de roble. Para incrementar su vigor se añadían a la ceniza porciones de determinadas plantas, como hojas de hiedra.
(20) Si las primeras pasadas se hacían con la lejía hirviente la ro­pa se "curtía", dificultando la eliminación de las impurezas y de la suciedad.
(21) La lejía que se recogía al terminar la colada no siempre se desechaba. Se aprovechaba para poner en remojo la ropa de co­lor, con el propósito de "ablandar la suciedad", y ocasiones hu­bieron en las que se empleaba para la limpieza de las sartenes, pucheros y otros enseres de cocina.
(22) Como ya hemos dicho, el aclarado era parte del blanqueo o "curado" del lino o del cáñamo y se llevaba a cabo en los ríos, regatos, fuentes u otros caudales de agua con el consiguiente perjuicio para la salubridad de ésta, por ello las autoridades com­petentes dictaban normas severas para preservarla. Lo cual que­dó reflejado en muchas de las seculares ordenanzas municipa­les de toda la comarca.
(23) La exposición al sol demasiado prolongada podía amarille­ar las telas (Se ponían "negras"). Esto y más nos dijo Anuncia­ción Gómez Rodríguez, de 89 años de edad, vecina de Camesa (Valdeolea), a quien expreso mi agradecimiento por toda la in­formación recibida.
(24)  La causa del efecto de blanqueo es la oxidación producida por oxígeno naciente. Dos son las fuentes de este oxígeno que afecta a los hilos o tejidos expuestos al sol: en una de ellas, la que no precisa de la presencia de plantas verdes, el oxígeno del aire absorbe la radiación de longitud de onda inferior al ultra­violeta y se transforma en ozono, inestable, que se descompone liberando oxígeno activo. La otra se encuentra en el proceso de la fotosíntesis en las plantas verdes, en la fase lumínica del cual se produce la fotolisis del agua liberando oxígeno activo. Tene­mos, pues, que si la exposición se realizara sobre el césped ver­de se sumarían los efectos del oxígeno liberado por las dos fuen­tes, y esta sería la razón de la mayor efectividad blanqueadora de este procedimiento.
(25) Según costumbres, después del soleado se le daba a la ro­pa otro aclarado y se exponía colgado al aire para secar.
(26) Para ello las madejas, con su cuenda, una vez remojadas, se colocan en una caldera de cobre y se les añade la mitad de su peso en ceniza (esparcida sobre las madejas o metida en saquitos). Se hierven, se aclaran, se exponen al sol, sobre verde o col­gada de varales, y se secan. Proceso que se repite hasta obtener la blancura adecuada.
 

BIBLIOGRAFÍA
 
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VIOLAN SIMORRA, Ramón. 1949.: El Pirineo Español. Edición facsímil por Editorial Alta Fulla. Barcelona. 1985.
 
Nota del autor
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