Don Ángel de los Ríos: el sordo de Proaño

Jesús Martín de los Ríos

Cuando me pidieron hablar de D. Ángel de los Ríos, me preguntaba cómo un hombre que murió hace 107 años está todavía en la memoria de muchos campurrianos y montañeses, encontrando tres condicionantes que han contribuido a este recuerdo. El primero, la novela "Peñas Arri­ba" donde D. José María de Pereda le retrató magistralmente co­mo el "Sordo de Provedaño"; el segundo condicionante es su cultura y erudición, y el tercero, sobre todo en los campurrianos, su carácter.
Es difícil y me ha sido prácticamente imposible describir el carácter de Ángel, ya que he encontrado tantas contradicciones en su vida, que no sé cuál aspecto de su carácter prevalece. Se­rio, adusto, sensible, muy sensible, gran amigo de sus escasos amigos, siempre preocupado de servir a su país, pero con gran genio ante lo que él consideraba injusticias. En resumen, yo di­ría que fue un hombre bueno, esencialmente bueno, con un pronto o genio terriblemente duro.
El carácter se forja durante la juventud, por lo que describi­ré brevemente su formación familiar y su formación académica.
 
 
LA FAMILIA
El padre, D. Ángel de los Ríos Mantilla, era el señor de la torre de los Ríos en Proaño; su madre, Doña Inés de los Ríos y Muñoz de Velasco, pertenecía a la Casona de Naveda, siendo hermana o sobrina de quien cons­truyó el edificio de La Casona de Reinosa. Este matrimonio tuvo diez hijos, seis mujeres y cuatro varones. De los varones tres fue­ron abogados; el mayor, y por tanto Mayorazgo, fue Valentín (mi bisabuelo), dedicado a la política durante toda su vida, comen­zando su carrera en la Administración como alcalde de la Her­mandad de Campoo de Suso; el segundo, Clemente, fue juez en Benavente y San Sebastián, donde murió soltero a la edad de treinta y dos años; el siguiente fue Ángel, del que hablaremos más extensamente; el único que no estudió fue Cándido, que tu­vo problemas de salud en su juventud. Casó con Inés Mantilla, del vecino pueblo de Ormas; una hija -Marta- se casó con Víc­tor Seco, de Celada Marlantes, viviendo posteriormente en Villaescusa del Bardal. Una nieta, Antonia Seco, viuda de Imhof, vi­ve en Reinosa en la actualidad.
Las seis mujeres debieron estudiar, ya que se conservan car­tas suyas aunque se aprecian grandes faltas de ortografía en su correspondencia. Cuatro se casaron, una murió joven y otra per­maneció soltera.
 
Dibujo de la torre y entrada a la capilla de la casa solariega, pintado por Ángel de los RíosEl ambiente familiar, como en la España rural de aquel tiem­po, principios del siglo XIX, era religioso tradicionalista, pero en este caso era también culto y liberal.
Su padre, como Señor de la Torre de los Ríos, tenía en la igle­sia parroquial de San Cipriano de Proaño, sitial, sepulturas exen­tas (fue el último de la familia enterrado en ellas), y el privilegio de que nadie se pudiera poner por delante de las sepulturas, sal­vo en caso de misas de cuerpo presente o bodas.
El orgullo de su abolengo siempre estuvo impreso en el ca­rácter de Ángel, que en algunas cartas se queja a su hermano, el Mayorazgo, del abandono de la casa y de sus privilegios.
Su padre era un hombre culto. De su biblioteca conservo, entre otros libros, "Las Décadas", de Tito Livio, a las que estaba suscrito; "La Historia Antigua", de Rollin en doce tomos; la "Summa Philosófica", de Rosellini, que consta de cuatro tomos en la­tín. También poseía libros de Valerio Máximo, "Las Leyes de Par­tida por Alfonso IX" (sic), etc. Perteneció a la Sociedad Cánta­bra, presidida por el Duque del Infantado, cuyos fines eran au­mentar el bienestar en la Montaña a través del comercio y la agri­cultura. Por mediación de esta sociedad, D. Ángel introdujo el cultivo de la patata y del lino en Campoo. Todavía existe un mo­lino de lino en el pueblo de Soto.
En cuanto al aspecto físico, nuestro D. Ángel era un hombre alto. En un escrito nos dice que medía 1,85 m.; ancho de espal­das, pelo castaño y ojos, según Pereda, verdes y, según otras fuentes, pardos o castaños. Cantaba bien. Eduardo de la Pedraja le recuerda en una carta una velada en que les cantó ópera y otras canciones menores. Dibujaba bien, según se aprecia en el dibujo de la torre y entrada a la capilla de la casa solariega.
 
 
FORMACIÓN ACADÉMICA
Nombramiento como comisario de AlfolíCon respecto a su formación académica, estudió en Briviesca y Burgo de Osma, donde estuvo de pupilo en casa de la madre de Ruiz Zorrilla, presidente que fue del Consejo de Ministros, y compartió estudios y pupilaje con Martínez Alcubilla, a quien le unió una gran amistad durante to­da su vida, muriendo el mismo año. En Valladolid estudió Leyes, consiguiendo el grado de Licenciado en Jurisprudencia en 1843, con sólo 20 años.
 
Acabada la carrera, vuelve a Proaño donde, según explica José Montero en su libro "El solitario de Proaño", empezó su sor­dera a causa de una gran insolación, aunque él mismo, en un cu­rioso testamento ológrafo, nos dice en una de sus cláusulas "si en el intervalo de mi fallecimiento a mi sepultura se hallasen fa­cultativos tan celosos de su profesión, como yo de hacer el bien posible, aun después de muerto, les permito abrir mi cabeza y procurar saber en qué consistía la sordera que, desde la edad de diez y seis a veinte años, empecé a padecer, y tanto me hizo su­frir en este mundo; a fin de evitar a otros mi desdichada suerte. Y sírvales de gobierno que la última y más notable agravación la experimenté a la edad de veinte años, con una fiebre tifoidea, originada de un desmedido estudio y lectura a todas horas, ha­llándome también padeciendo otro pequeño achaque juvenil".
 
Un año después, en 1844, habiendo terminado sus estudios, comenzó a trabajar en la administración, siendo nombrado co­misario del Alfolí de Reinosa (monopolio de la sal).
En 1846 va como comisario de Montes a la provincia de Sa­lamanca, por influencia de su hermano Valentín, a la sazón Go­bernador Civil en Zamora. A los pocos meses permuta su pues­to con el comisario de Zamora, quedando a las órdenes de su hermano mayor. No está mucho tiempo en el cargo, pues en 1847 pasa como Jefe de Negociado de Obras Públicas a Burgos.
En Burgos pasa tres años, pero su afán de escritor le vence y se traslada a Madrid para trabajar de periodista en el periódico "La Esperanza", donde escribe artículos sobre temas de actuali­dad. En el padrón de forasteros se comprueba que cambia con gran facilidad de casa.
 
En este padrón escribe años más tarde, "Salí de Madrid por Julio del año 1856, viví en Santander con algunos viajes por la Provincia y Oviedo, en 1857 volví al pueblo de mi naturaleza, Proaño donde he continuado viviendo habitualmente hasta la fecha, Enero de 1869".
Durante este tiempo de su estancia fuera de Proaño y en su juventud, escribe la mayoría de sus versos. Estamos en el pe­riodo romántico y muchos de ellos son de amores no corres­pondidos. Estos poemas los dedica a Belisa, Hilda y otros seu­dónimos. Tiene también algunos poemas de corte jocoso como un soneto a su primo Ramón, para mi gusto los mejores son aquellos que escribe añorando a su país. A continuación cito al­gunos de sus versos.
 
 
 
Versos de Ángel de los Ríos
 
Al Azor
Mientras triste y solitario
Me encuentro en mi dolor
En tanto mi bella ingrata
Quizás ríe de mi amor
 
Una cosa me distrae
Ver el vuelo de un azor 
Ave fiera y desdeñosa,
Así dicen que soy yo
Tal vez será muy sensible
En tocándole el amor
A lo menos así yo era
y esto a mí me sucedió
 
Al cierzo
En este suelo, donde seca arena
Cubre al aire, los campos, las flores
Y la noche serena
Del estío no calma los ardores.
Anhelo por mi patria que risueña
Y verde es toda, hasta el envejecido
Torreón, do la cigüeña
Ve un silvestre rosal junto a su nido.
Dulce brisa, tu soplo es el aliento
De aquella patria que olvidar no cabe
El fresno corpulento
Que me dio sombra, que tú le agitas suave
                                                                 Madrid julio 1853
 
A Belisa
Triste es ver un ramillete deshojado
Que ayer diera perfume a la beldad
Triste es ver una mágica sonrisa
Sabiendo que la última será
El pasado es muy triste y esto tanto
Cuanto en el gozo ó felicidad
¡Ah! Si morir pudiera en un instante
Feliz, el que feliz ya no será
                                                                      Salamanca octubre 1846
 
Al sol poniente
Quién pudiera seguirte atravesando
El Golfo de Cantabria, quién pudiera
De montaña en montaña revolando
Tocar aquella do en regazo blando
Vi yo la luz primera
Di me sol no estarás posado ahora
En la cumbre de nieve centellante
Aqueste mismo resplandor no dora
Una gran casa blanca encantadora
Y un torreón gigante.
Cerrados ambos ¡ay! Ambos desiertos
Por el orgullo y la pobreza noble
Desterrados sus hijos, y aún inciertos
Si latirán dos corazones yertos
Do latía uno doble
La mitad que en mi pecho albergaba,
Y que en otro hermosísimo vivía
No sé si se arrancó de donde estaba;
No sé si hielo es, o ardiente lava
Sólo sé que no es mía
Llévala ¡ Oh sol ! envuelta en tus centellas;
Ponía a los pies, si no la admite el seno
Y antes que mueran ilusiones bellas,
Véame el postrer rayo que destellas
Morir triste y sereno
                                                                París, diciembre de 1853
 
 
LA VIDA EN PROAÑO
Pasaporte de ängel de los RíosVuelto a Proaño, a la casa paterna, ahora de su her­mano mayor, Valentín, vive los años más fecundos como escritor, historiador y periodista. En 1856 traduce Los Edas del escandinavo antiguo; el Rey de Suecia le concede una medalla de oro. En 1866 escribe "Sobre el autor de la crónica de Alfonso XI", libro publicado por la Academia de la Historia. En 1871 "El origen de los apellidos castellanos" pre­miado por la Real Academia. "Las behetrías o fueros castellanos" fue publicado en 1876 y premiado por la Academia de la Histo­ria. Las Behetrías estaba pensada como una introducción a un li­bro sobre "El Libro Becerro", de éste conservo una copia coteja­da por D. Ángel, con el original que se conserva en el Archivo de Simancas y que por diversas razones nunca llegó a publicar. En 1872 escribe el folleto "El libro de Santoña o la Historia ver­dadera" en contestación al que había escrito D. Aureliano Fdez. Guerra y en el que defiende que el Portus Victoria es Santander y no Santoña como opinaba su amigo Aureliano.
Además de escribir se dedica a muy diversas tareas, que de­muestran sus conocimientos sobre diversas y variadas áreas del saber.
Se dedica a la agrimensura, midiendo con un pantómetro y triangulaciones precisas las fincas de la familia. Igualmente mi­de los montes de Saja, Fuentes y Sejos y encuentra los hitos de separación. A petición de diferentes pueblos -Naveda, Entrambasaguas, Celada y otros-, ejecuta el deslinde de sus montes.
 
Lleva un diario atmosférico, durante varios años, madruga­ba para hacer la primera observación a las seis de la mañana, las anotaciones acaban bruscamente el 4 de Junio de 1885 con la si­guiente frase: "Dejé de llevar este diario porque mi hermano Va­lentín me echó a perder el barómetro al pasarle de su habitación a la que dejó mi hermano Cándido y ocupo yo ahora en estas ca­sas de la Torre". Siempre estuvo mal de dinero.
He encontrado un pequeño dibujo, en el que explica cómo saber la hora por la noche por mediación de estrella Polar.
Defiende en un artículo por primera vez que al Pico Negro se le debe llamar Pico de los Tres Mares.
Traza caminos, como el de Espinilla a Proaño; trabaja para conseguir que se construya la carretera Reinosa a Cabuérniga; estudia y dibuja los planos de una canalización del río Híjar, que nunca consiguió que le aprobaran.
 
Nombramiento como comisario de MontesEstudia los monumentos célticos en Campoo, dolmen del Abra, los Cantos de Sejos, que achaca a un gran diluvio; estudia las iglesias románicas por toda la Provincia y las ermitas del Abra, de San Miguel en Soto, de Santa Marina en Entrambasaguas, a la que considera la más antigua, pues basándose en una inscripción en el frontis la data en 1100. Hoy esta ermita ha desaparecido.
Hace las primeras excavaciones en Julióbriga, donde en­cuentra monedas, medallas y diversos objetos que dona a la Aca­demia de la Historia, que en agradecimiento le recompensa mandándole los libros que vaya publicando o que ya publica­dos tengan en existencia, lo cual le permite tener una buena bi­blioteca histórica. En su biblioteca se encuentran los 50 tomos de "La España Sagrada" del P. Florez, "Los viajes literarios a las Iglesias de España" de Villanueva y los memoriales de la Acade­mia, entre otros.
Lee mucho y acota casi todos los libros que lee, y expondré algunos ejemplos de su carácter agrio e incisivo, a través de es­tas notas al margen.
 
Medición de las fincas de su familia en ProañoEn un libro del P. Risco sobre El Cid, completamente lleno de acotaciones, escribe acerca del Juramento de Santa Gadea, "Si hubieras leído alguna vez, frailote ignorante de todo lo que no interesa a tu gremio, las leyes del Fuero Viejo de Castilla, vie­ras que todo se hizo conforme a ellas, aun el repetir tres veces las imprecaciones y el juramento, propios de un pueblo creyente y noble". En un libro de Escandón "Historia del heroico Rey Pelayo", cuya prefación comienza: "Asturias y Castilla son los cami­nos donde España cogió su corona gramínea", y Ángel de los Ríos escribe al lado, "si acaso de laurel, pues la grana es pa­ra los cuadrúpedos". Cinco líneas más abajo continúa el autor, "Es el padrón monumental de sus glorias do se lee, hasta aquí y no más" y acota el Sordo: "hasta aquí y no mas es lo que pude le­er de la primera embatida"; y "lo mismo cuarenta años más tar­de" añade con distinta tinta,
Aquí en Proaño pasa treinta años fecundos, escribiendo, re­corriendo la provincia, carteándose con los principales perso­najes de su época. Se conservan cartas de Pereda, de los Menéndez Pelayo -Marcelino y Enrique-, de Eduardo de la Pedraja, Santuola, del Marqués de Comillas y un largo etc.
 
En 1883 es elegido Alcalde de la Hermandad de Campoo de Suso; no sé si fue el primer Alcalde del recién constituido Ayun­tamiento unificado y con este cargo empiezan sus problemas al tratar de aplicar su sentido de la Justicia por encima de lo que dictan las leyes. Su hermano Valentín, político experimentado, le escribe varias cartas, recomendándole, primero, que no se presentara y después que templara su genio. Tiene problemas con los concejales, uno de ellos porque el retrato de su herma­no era mayor que el del Rey; también tiene diferencias con el Juez de Paz y es destituido por el Gobernador y vuelto a repo­ner. Sigue de Alcalde hasta 1887.
A partir de 1886 una serie de acontecimientos van a alterar profundamente la vida más o menos apacible que llevaba. Mue­re su hermana Isabel, Vda. de Obregón, que administraba la ca­sa, junto con otra hermana soltera, Genomita, que debido a su mala salud se va a vivir a Bárcena de Pie de Concha con unas so­brinas. Al quedarse solo busca una criada, Secundina Rodríguez, del cercano pueblo de Villar, con la que en 1888 tiene un hijo, Juan, que le sobrevivió; fue marino mercante y no tuvo hijos, por lo que no hay descendientes directos de D. Ángel. La viuda de Juan acabó sus días en Liérganes. Recuerdo que mi madre la vi­sitaba por la década de los sesenta. En 1889 muere su hermano Valentín, heredando la casa-torre su sobrino Luis de los Ríos y Ulloa-Pereira, que tenía por aquel entonces 24 años, siendo ya abogado y letrado del Consejo de Estado.
 
Anotaciones en un libroPosteriormente tiene otro hijo, José Ángel, que muere de pe­queño. Al nacer este segundo hijo, se casa con Secundina, boda que no es del agrado de su sobrino, el cual no permite que Se­cundina viva en la casa principal y que cuando vaya él o alguna de sus hermanas a Proaño no vivan allí. Éste es el motivo por el que empieza a pasar largas temporadas y, sobre todo en verano, en la Venta de Tajahierro, desde entonces conocida por la Ven­ta del Sordo, que había heredado de su madre, ya que los Ríos de la Casona de Naveda, desde tiempo inmemorial cobraban portazgo por pasar por Palombera y a cambio tenían la obliga­ción de abrir huella y que por este motivo tenían allí la venta.
Con los hijos y cambio de estado sus obligaciones pecunia­rias aumentan y el nuevo dueño no le deja los cercados alrede­dor de la casa sin arriendo. Todas estas circunstancias le llevan a una gran actividad periodística escribiendo infinidad de artí­culos, algunos bastantes críticos con las autoridades. En 1892, con ocasión del cuarto Centenario del Descubrimiento de Amé­rica, escribe un libro titulado "La Participación de los Montañe­ses en el Descubrimiento", y es comisionado para participar en los actos que tienen lugar en Palos de la Frontera. Todas estas actividades, a sus setenta años, le alteran y creo que no consi­gue dominar su genio y sus prontos que en los años tranquilos guardaba. Este es el periodo de sus procesamientos por sendos disparos de escopeta, primero a un pastor por cuestión de lin­des en la Venta de Tajahierro y, posteriormente, a un convecino, Domingo González, por sacar madera en el monte de Proaño. Conocí a hijos de Domingo y algunos de sus nietos me honran con su amistad. Estos hechos le acarrearon en un principio la cárcel, pena que luego, por medio de instancias a través de per­sonas influyentes de la Provincia, se permutó por la de destie­rro, yendo a vivir a Pesquera.
Por fin muere repentinamente el 3 de agosto de 1899, cuando iba a caballo por un prado al lado de la casa llamado Traslatorre.
A su muerte, muy sentida en los medios intelectuales de la Provincia y en todo el Valle de Campoo, se publicaron artículos en los periódicos, alguno de cuyos párrafos reproduzco como colofón.
 
Obituario en "EL Cantábrico": "El añoso roble de sano cora­zón y arrugada corteza, como llamó a D. Ángel un ilustre es­critor, ha caído al impulso del huracán, que a todo tronco hie­re. D. Ángel ha muerto, y con él el último representante de una raza privilegiada. Como dice el aludido escritor, el último resto de algo que formó en otros días el carácter castellano; fe inque­brantable en el cielo; ánimo nunca desmayado ante la adversi­dad y la desdicha; justo orgullo del linaje y de la casa, una in­quebrantable cortesía, y mezclado a ello un tesón indomable y el peligroso puntillo. El competentísimo cronista, cuya muerte lamentamos, descendía de la familia de los Ríos de Campoo y de los Calderones, por lo que era deudo de D. Pedro Calderón de la Barca".
 
Obituario en "La Atalaya": "Desde aquel alto de Proaño ve im­pertérrito pasar los humanos hasta que alguno le desarraigue y tienda inerte, atento con todo a los ruidos que traen, de los que no pierden ninguno los oídos de su alma, tan dispuestos en él y suti­les como quiso la suerte que estuvieran cerrados sus corporales oí­dos. Dios haya recogido en su seno el alma del finado y damos nuestro sentidísimo pésame a su familia, cuyo recuerdo no se borrará fácilmente en los montañeses aficionados a las bellas letras".
 
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