El territorio montañoso que se extiende en torno a la cabecera del Ebro y del alto Pisuerga presenta un tipo de material pétreo blando que, ya desde épocas muy tempranas, ha facilitado a los moradores de estos valles la construcción de habitáculos de gran envergadura mediante el vaciado de las crestas y peñas de arenisca. La proximidad de arroyos o riachuelos y de zonas llanas propicias para la práctica de la agricultura ha hecho de estos enclaves geográficos un territorio favorable para el emplazamiento de grupos humanos.
En esta zona, delimitada al sur por el sector central de la Cordillera Cantábrica y vertebrada por una sucesión de profundos valles asociados a la entramada red hídrica que conforman las cuencas de los ríos Ebro y Pisuerga, se encuentra uno de los focos de arquitectura rupestre más importantes de la Península Ibérica. Se trata de cuevas construidas o modificadas de manera artificial, las cuales rara vez encontramos de forma aislada, siendo más común que aparezcan integradas en grupos. Estos están compuestos por un número variable de celdas que oscilan de dos a tres, hasta los más numerosos que pueden formar auténticos poblados, normalmente constituidos en torno a una iglesia rupestre. Se conoce la existencia de formaciones naturales asociadas a tradiciones de anacoretas que habitaron en ellas y cavidades excavadas de forma rudimentaria desde épocas muy antiguas, puesto que esta práctica se manifiesta desde el Neolítico. Sin embargo, fue en la Antigüedad Tardía y en los inicios de la Edad Media cuando la construcción de estos habitáculos se generalizó, adquiriendo una mayor complejidad arquitectónica y un carácter religioso estrechamente relacionado con los inicios del cristianismo en Cantabria.
El grupo rupestre al que hacemos referencia está compuesto por trece iglesias y unas treinta cuevas excavadas a lo largo de los valles del alto Pisuerga y Valderredible1, desde Villaescusa de Ebro hasta la zona más oriental de la provincia de Palencia, y forma parte de un conjunto mucho más amplio que se extiende en torno a la cuenca fluvial del Ebro, así como de buena parte de sus afluentes, abarcando las comunidades de Cantabria, norte de Castilla y León, sur del País Vasco, Navarra, La Rio- ja y Aragón. Dentro de la Península Ibérica existen otras zonas con importantes manifestaciones de arquitectura rupestre, tanto en el norte (Galicia, Asturias, Cantabria, León, Burgos, Soria, Segovia, Salamanca, Zamora, Aragón, Cataluña) como en Andalucía o Murcia. Más allá de la Península Ibérica, este fenómeno se halla extendido por todo el ámbito mediterráneo, destacando las Islas Baleares, Capadocia, Francia, Italia o Egipto.
Casi todos estos complejos rupestres están compuestos por uno o dos centros litúrgicos, varias celdas que, por sus características, podrían corresponder a lugares de ocupación eremítica, algún covacho sin estructura definida, cuya utilidad sigue siendo objeto de especulaciones, y sepulturas que podrían ser coetáneas de dichas estructuras o corresponder a reutilizaciones posteriores. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el panorama actual que presenta la mayoría de los habitáculos es muy diferente al original.
Relación de iglesias y cuevas rupestres.
CONJUNTO RUPESTRE
|
IGLESIAS
|
CUEVAS
|
SEPULTURAS
|
PROVINCIA
|
Complejo de Olleros de Pisuerga
|
1 Rupestre
|
2
|
Sí
|
Palencia
|
Complejo de Villarén de Valdivia
|
2 Rupestre
|
2 ó más
|
Sí
|
Palencia
|
Complejo de Sta. Ma de Valverde
|
1 Rupestre
|
1
|
Sí
|
Cantabria
|
Complejo de San Pantaleón
|
1 Semirrupestre
|
4
|
Sí
|
Cantabria
|
Complejo de Arroyuelos
|
1 Rupestre
|
2
|
Sí
|
Cantabria
|
Complejo de El Tobazo
|
1 ó 2 Rupestres
|
2
|
Sí
|
Cantabria
|
Complejo de Las Presillas
|
1 Rupestre
|
1 ó más
|
-
|
Burgos
|
Complejo de San Totís
|
1 Rupestre
|
-
|
Sí
|
Palencia
|
Iglesia de San Pelayo
|
1 Rupestre
|
-
|
-
|
Palencia
|
Iglesia de Las Covaritas
|
1 Semirrupestre
|
-
|
-
|
Burgos
|
Iglesia de Campo de Ebro
|
1 Rupestre
|
-
|
-
|
Cantabria
|
Iglesia de Cadalso
|
1 Rupestre
|
-
|
Sí
|
Cantabria
|
Habitáculos de Cezura
|
-
|
9
|
-
|
Palencia
|
Habitáculos de S. Martín Valdelomar
|
-
|
2
|
-
|
Cantabria
|
Habitáculos de Los Ventanos
|
-
|
3
|
Sí
|
Cantabria
|
Habitáculos de Berzosilla
|
-
|
3
|
Sí
|
Palencia
|
Existe un gran número de iglesias que fueron, en un primer momento, pequeñas celdas rupestres ocupadas por anacoretas en busca de una vida solitaria. La popularidad alcanzada por algunos de estos religiosos parece haber atraído a seguidores que se establecieron en las inmediaciones dando lugar a asentamientos semieremíticos organizados bajo alguna regla monástica2. Estas comunidades cenobíticas que, en un principio, gozaban de una total independencia con respecto a la iglesia convencional, poco a poco se fueron integrando en las diócesis cercanas llegando a formar parte de los grandes monasterios que se configuraron desde época visigoda. También hubo templos y conjuntos rupestres que funcionaron como centros parroquiales y dependencias con diferentes usos al servicio de una comunidad civil asentada en sus inmediaciones, sin que podamos saber si surgieron por iniciativa propia o bien evolucionaron desde formas eremíticas.
Es difícil diferenciar entre unos y otros modos de vida, ya que todas estas formas de aprovechamiento rupestre convivieron de manera simultánea hasta los primeros años de la Edad Media y pudieron sucederse en el tiempo dentro de un mismo espacio. No obstante, la mayor parte de las iglesias se encuentran próximas a poblaciones actuales, lo que hace suponer que fueron el origen a partir del cual estas se constituyeron.
A la complejidad que, ya de por sí, entraña el estudio de este tema, hay que añadir el deterioro y mal estado de conservación en el que se encuentran las cavidades. La gran mayoría han llegado hasta nuestros días con numerosas reformas y remodelaciones realizadas a lo largo del tiempo, dificultando el análisis de los elementos primitivos que las integraban. Otro problema con el que nos encontramos es la escasez de material arqueológico asociado y la ausencia de excavaciones que pudieran datar este fenómeno y mostrar una evolución cronológica del mismo. Todo esto, unido al difícil acceso que presentan algunas cuevas, hace que sea muy complicado fijar una fecha para el primer momento de construcción.
F. Íñiguez Almech publicó en 1955 un estudio sobre las iglesias rupestres de Cadalso y Santa María de Valverde (Íñiguez Almech, 1955, 9-180). Desde entonces y hasta la década de 1980 han sido numerosos los investigadores que se han dedicado a estudiar este tema. Entre ellos destacan J. González Echegaray, M. Carrión Irún, A. Pérez de Regules y M. A. García Guinea (González Echegaray et alii, 1961, 1-25; Camón Irún, García Guinea, 1968, 312-315). En las dos últimas décadas del siglo XX podemos diferenciar una segunda etapa en la que se dieron a conocer nuevas iglesias y habitáculos rupestres (Bohigas et alii, 1982, 279-294; Bohigas et alii, 1986, 118-120; Lamalfa, 1988, 253-273; Alcalde Crespo, 1999, 463-468) y se comenzaron a realizar las primeras grandes obras de síntesis dedicadas a explicar y analizar este fenómeno (Monreal Jimeno, 1989; Alcalde Crespo, 1990), junto con algún estudio monográfico (Berzosa, 1998; Fernández et alii, 1999, 41-57). En la actualidad, contamos con dos trabajos muy recientes sobre los grupos rupestres existentes en Valderredible y en el entorno próximo a Olleros de Pisuerga (Berzosa, 2005; Alcalde Crespo, 2007) y con nuevas investigaciones que aportan importantes datos sobre la cronología de algunas iglesias y conjuntos rupestres ya tratados con anterioridad (Fernández et alii, 2000, 20-28 y 2003, 321-340; González Sevilla, 2002, 103-108).
Descripción e interpretación de templos, eremitorios y otras cuevas rupestres
El estudio sobre el origen y desarrollo del fenómeno de ocupación rupestre que tuvo lugar en el territorio hispano entre los siglos tardoantiguos y altomedievales plantea numerosos problemas. Una de las cuestiones más debatidas entre los investigadores gira en torno a la función que desempeñaron estas cavidades dentro de la sociedad que las creó y el uso que se hizo de ellas a lo largo de la historia. Las características morfológicas que presentan muchos de estos conjuntos ofrecen datos muy interesantes que facilitan una aproximación funcional y cronológica de los mismos.
Centros de culto
Entre la gran variedad de estancias rupestres existentes en la zona destacan, por su complejidad arquitectónica y su marcado carácter litúrgico, templos de diferentes morfologías y tamaños. Un rasgo común a todos ellos es la presencia de planta basilical compuesta, en su mayoría, por una sola nave de formas rectilíneas, aunque no faltan ejemplos de iglesias con dos o tres naves como las existentes en Olleros de Pisuerga (Palencia), Villarén de Valdivia (Palencia), Las Presillas de Bricia (Burgos), Las Covaritas (Burgos) y Arroyuelos (Cantabria). El arco triunfal que da paso al ábside suele ser de medio punto, a excepción de algunos casos que presentan arcos en herradura, y la cabecera es, normalmente, rectilínea.
En ocasiones podemos encontrar un espacio intermedio entre la nave y el ábside de algunos templos que divide su planta en tres partes, como es el caso de la iglesia rupestre de San Pelayo (Villacibio, Palencia), donde dicha separación está delimitada por un cancel roqueño y una pequeña elevación del nivel del pavimento. Esta característica tiene relación con la distinción que se hacía entre ábside, coro y espacio para los fieles, como así se puede comprobar en la lectura del canon XVIII del Concilio de Toledo IV (año 633), donde se ordena que el obispo y el levita comulguen delante del altar, el clero en el coro y el pueblo fuera de él (Puertas Tricas, 1975, 81).
A este respecto, H. Schlunk distinguió dos grupos de iglesias para templos visigodos, asturianos y mozárabes, en función de una mayor o menor presencia de este muro (Schlunk, 1971, 514-525). En el primer grupo entrarían las iglesias parroquiales con canceles bajos y en el segundo las iglesias monásticas con coros de mayor capacidad y entradas independientes. La iglesia rupestre de San Pelayo pertenece al primer grupo ya que no existen accesos independientes y los restos que hemos observado no parecen indicar que este espacio tuviese una gran capacidad. No obstante, debemos tomar con cierta cautela la correlación entre canceles y tipos de iglesias, puesto que las investigaciones realizadas en la iglesia de Santa Lucía de El Trampal (Cáceres) por L. Caballero Zoreda no coinciden con la citada teoría (Caballero Zoreda, 1987, 80).
En las iglesias de Arroyuelos (Cantabria) y Las Presillas de Bricia (Burgos) existen tribunas a las que se accede por medio de unas escalerillas excavadas en la roca cuya función no es fácil de determinar3, aunque podría tratarse de un sistema para diferenciar jerárquicamente a los feligreses, algo similar a la solución presentada con los coros.
Un hecho curioso, que hoy en día sigue siendo motivo de debate entre los investigadores, es la existencia de espacios individualizados a los pies de algunas naves4. Podemos dividir estas estancias en función de su forma, diferenciando entre plantas rectilíneas con cubiertas planas o de cañón y plantas de formas curvas con cubiertas de horno. A veces este espacio queda plenamente integrado en el interior del templo, pero también puede aparecer individualizado por medio de un muro o arquerías. La procedencia africana de este tipo de basílicas contraabsidiadas fue planteado hace tiempo, pero en los templos norteafricanos la segunda exedra es añadida posteriormente y suele tener un carácter martirial o funerario, a diferencia de los templos hispánicos donde la mayoría de los contraábsides son coetáneos (Azkárate, 1988, 352), esto hace suponer que este tipo de planta llegaría ya formado a Hispania, penetrando por la Bética y Lusitania, para después expandirse por el resto de la Península Ibérica. La función que desempeñan estos espacios en las iglesias africanas parece estar claro, sin embargo en los templos peninsulares no hay ningún indicio que pueda confirmar un uso funerario. Tampoco parece que puedan relacionarse con un segundo centro de culto ya que no se han encontrado altares en los sectores traseros de ninguna de las iglesias rupestres.
Una explicación para la existencia de estos departamentos individualizados podría ser la necesidad de tener un espacio destinado a realizar la preparación de ofrendas que luego serían trasladadas al altar. En el muro central del sector trasero de la iglesia rupestre de Campo de Ebro (Cantabria) existe una pequeña oquedad de forma más o menos rectangular labrada en la roca que podría indicarnos este uso. Además, en el Líber Ordinum se hace mención de una ceremonia especial en la que se realizaba una pequeña procesión que partía del preparatorium (lugar donde se preparaban las ofrendas) e iba hasta el altar, por lo tanto, parece lógico pensar que dicha estancia estuviese a una cierta distancia del presbiterio. No obstante, en el contraábside de la iglesia de Arroyuelos (Cantabria), como en muchos de los existentes en otros templos de la Península Ibérica, no contamos con la presencia de nichos excavados en la pared de la exedra, por lo que esta hipótesis no se podría aplicar al resto de casos. Además, en algunos templos alaveses el contraábside es tan pequeño que resulta imposible penetrar en él. Con todos estos datos parece lógico pensar que la función que desempeñaron estos espacios, construidos a los pies de algunas naves, podrían ser consecuencia de necesidades puntuales y, por lo tanto, tener diferentes funciones según lo requiera cada caso.
Una solución parecida la podemos encontrar en muchas de las iglesias rupestres peninsulares con una o dos cámaras laterales excavadas en la roca y muy próximas a la cabecera. Sin embargo, entre los templos situados en la zona geográfica descrita solamente se ha constatado la presencia de estas estancias en las iglesias de Olleros de Pisuerga (Palencia), Santa María de Valverde (Cantabria) y los dos casos dudosos de El Tobazo (Villaescusa de Ebro, Cantabria) y Arroyuelos (Cantabria). En ocasiones se han interpretado como celdas, coincidiendo con el
ergastulum del que hablan las fuentes escritas: «San Valerio, una vez se hubo trasladado al monasterio de Riñanense, habitó en la misma celda que había ocupado San Fructuoso dentro de una iglesia» (Puertas Tricas, 1975, 99-100). Se trata de pequeñas habitaciones comunicadas con el templo y existentes en iglesias rurales donde un asceta practicaba vida eremítica.
También podemos identificar estas estancias como la sala donde los monjes se juntaban para organizar la vida en común (conlatio). Según las reglas monásticas de San Fructuoso, San Isidoro y la Regla Común «las reuniones se celebrarían en un lugar oportuno que reúna las características adecuadas para el acto». Con sólo esta información, es muy difícil determinar el lugar exacto donde se congregaban, pero lo que sí parece evidente es la necesidad de que tal espacio existiera dentro de una iglesia o en un local cercano.
Otra función que pudieron haber desempeñado estas cámaras laterales es la de sacristía. En la liturgia bizantina se conoce la existencia de dos sacristías situadas a ambos lados del ábside principal. En una de ellas, generalmente la que estaba en el lado izquierdo, se preparaban las ofrendas que se iban a llevar al altar, mientras que la segunda cámara se destinaba a guardar las donaciones de los fieles. En los textos hispánicos aparece algo parecido. El preparatorium tendría las mismas funciones que desempeñaba la cámara norte de la liturgia bizantina y, además, sería el lugar donde se llevaban a cabo ciertas funciones relacionadas con la vigilia pascual. El secretarium estaría destinado a guardar los vasos sagrados depositados en alguna hornacina (Puertas Tricas, 1975, 154).
Probablemente, la aparición y diferenciación de estos espacios dentro de las iglesias se produjo a medida que los oficios monásticos fueron adquiriendo mayor importancia. Para ello, nos basamos en las investigaciones que L. Caballero Zoreda realizó en la iglesia exenta de Santa María de Melque (Toledo), en la que existe una habitación trasera añadida con posterioridad a la edificación del templo (Caballero Zoreda, 1987, 87-88). Esto indica que en un primer momento no fue necesaria esta compartimentación. Otro hecho que refrenda esta teoría es el diferente tipo de tallado que presenta la mayor parte de cámaras laterales excavadas en algunas iglesias rupestres peninsulares, muy distinto al que se aprecia en las naves y ábsides de los templos, y que podría indicar una construcción más tardía.
Mayor problema plantean los dobles y triples ábsides o las estancias laterales con altar. A través de los textos sabemos de la existencia de un único altar en las iglesias, sin embargo son numerosos los templos en los que se han encontrado varios. ¿A qué puede deberse esta peculiaridad?
La presencia de dos altares en la cabecera de la iglesia rupestre de San Pelayo (Palencia) y de tres situados uno en cada ábside de la iglesia rupestre de Las Presillas de Bricia (Burgos), nos obliga a pensar en la creación de centros de culto alternativos dentro de un mismo templo y a ponerlos en relación con la presencia de dos o más naves en una misma iglesia e, incluso, con la duplicidad de templos.
Algunos autores han relacionado tal multiplicación con la existencia de monasterios dúplices en las inmediaciones, lo que daría lugar a la construcción de dos lugares de culto separados, uno para los hombres y otro para las mujeres. También se ha atribuido este hecho a una doble advocación del lugar o a la prohibición que se mantuvo un tiempo de celebrar varias misas sucesivas en un mismo altar. No obstante, la presencia de varios centros de culto en un área tan limitada parece estar relacionada con un aumento de la población en las inmediaciones, lo que pudo haber dado lugar a la necesidad de ampliar el espacio reservado para la eucaristía y establecer separaciones en función de un uso monástico o destinado a los feligreses.
Aunque sin duda, lo que más ha llamado nuestra atención es la existencia de pequeños estanques excavados en el suelo de algunas iglesias que podría indicarnos una función bautismal. En el exterior de la iglesia rupestre de San Vicente (Cervera de Pisuerga, Palencia), muy próxima al grupo rupestre que estamos tratando aquí, se puede ver una pequeña pila rectangular con un reborde tallado que denota la posible presencia de cerramientos , y en una cámara lateral de la iglesia rupestre de Santa María de Valverde (Cantabria) existe una pila que confirma el uso de esta estancia como baptisterio (Berzosa, 1998, 57-58). En Hispania ya se conocían pilas bautismales, probablemente de influencia norteafricana, en el interior de los templos paleocristianos. Igualmente se ha señalado la existencia de piscinas en la iglesia rupestre de Virgen de la Peña (Condado de Treviño, Burgos) y en arquitecturas de fábrica de época visigoda como en la basílica de Vega de Mar (Málaga). Sin embargo, la cronología tardía (siglo X) que se asocia a la pila de la iglesia rupestre de Santa María de Valverde (Cantabria) nos indica que esta cámara pudo haber tenido, en un primer momento, diversas funciones relacionadas con las necesidades de la liturgia y que no fue hasta este siglo cuando se reutilizó el espacio como baptisterio. No es muy común encontrar piscinas bautismales en el interior de las iglesias rupestres, sin embargo, es posible que el baptisterium fuese un edificio con carácter arquitectónico independiente que se encontraba próximo al templo, como veremos después.
En definitiva, no podemos precisar cuál fue la función concreta que desempeñaban estas cámaras y espacios individualizados, ni por qué resultan tan escasas en las iglesias de nuestro territorio. Es posible que su limitada presencia estuviera compensada por las numerosas celdas rupestres que encontramos asociadas a estos lugares de culto.
Eremitorios y otras cámaras
Muchas de estas cuevas, separadas arquitectónicamente de las iglesias, se aglutinan en torno a ellas constituyendo verdaderas colonias, aunque también encontramos celdas ubicadas en lugares aislados e incluso colgadas en las paredes rocosas. El lugar de emplazamiento suele tener unas características muy concretas y comunes a todas ellas, como la cercanía de fuentes acuíferas y la existencia de roquedos adecuados que propicien la labra pero que al mismo tiempo garanticen la resistencia de la obra.
Suele haber diversidad de tamaños aunque, por norma general, se trata de cuevas artificiales de pequeñas dimensiones y estructura sencilla, con un predominio notable de las plantas rectilíneas y de cubiertas rebajadas o casi planas. Presentan una labra bastante más tosca que la utilizada en los centros de culto y, normalmente, carecen de elementos que pudieran indicar un uso litúrgico. Ya hemos apuntado la posibilidad de que el conjunto de todas estas cavidades, incluidas las iglesias, puedan formar parte de un cenobio o monasterio. A la existencia de tales complejos se refiere la regla monástica de San Fructuoso, donde se citan cenobios que disponían de varias dependencias separadas entre sí y aglutinadas en torno a una iglesia.
Existen indicios suficientes para pensar que algunas de estas estancias se usaron como ergastula o habitaciones ocupadas por uno o varios eremitas. Las fuentes literarias hacen referencia a los diferentes tipos de habitáculos que ocupaban los monjes, desde chozas construidas con madera, de las que no ha quedado ningún vestigio, hasta celdas mixtas semirrupestres y cuevas excavadas en la roca. En las cavidades de San Martín y Cueva Andrés (Villarén de Valdivia, Palencia), Peña Castrejón (San Martín de Valdelomar, Cantabria) y en uno de los habitáculos de las cuevas de Los Ventanos (Villamoñico, Cantabria) encontramos un poyo labrado en la pared de la roca que pudo haber servido como lugar de descanso de los antiguos ocupantes. El espacio ocupado por estos elementos suele individualizarse respecto al resto de la estancia y recibir una cubrición propia y, dependiendo del tamaño de la cavidad, puede estar acompañado de otra estructura semejante que indicaría la presencia de más ocupantes, presumiblemente monjes novicios que vivían con sus maestros para iniciarse en la vida eremítica. En la actualidad, muchos de esos poyos se encuentran ocupados por tumbas excavadas en la superficie, mostrando una reutilización funeraria del espacio.
Algunas de las cuevas se encuentran excavadas en zonas escarpadas y de difícil acceso, pudiéndose interpretar, igualmente, como celdas eremíticas, ya que en ciertos casos se han encontrado elementos característicos de estas estancias. El fenómeno de retiro de los eremitas aparece reflejado en autores como Sulpicio Severo refiriéndose a San Martín:
«Durante algún tiempo, él vivió en una celda contigua a la iglesia. Después, no pudiendo soportar por más tiempo el ser perturbado por los que le rendían visita, se instaló en un lugar retirado a dos millas aproximadamente fuera de los muros de la ciudad. Este retiro estaba tan apartado que nada tenía que envidiar a la soledad del desierto. En efecto, por una parte estaba rodeado por el acantilado a pico de un monte elevado y el resto del terreno estaba cerrado por un estrecho meandro del rio Loira (...)» (Vita Sancti Martini, 10, 3-4).
Otros ejemplos de habitáculos aislados han sido identificados como celdas de castigo, ya que no presentan ningún elemento adicional, al igual que la mayoría de cuevas en las que no se ha detectado la presencia de poyos ni de ningún otro elemento o estructura. En el canon I del Concilio de Tarragona (año 516) se dictamina que el monje trasgresor haga penitencia «in celia monasterii reclusus» (Puertas Tricas, 1975, 98). A. Azkárate opina que las marcas de rozas talladas en la roca de algunas estancias podría evidenciar una subdivisión del espacio en pequeños compartimentos mediante tabiques de madera, ideados para almacenar los productos que la comunidad necesitaba (Azkárate, 1988, 381). Nosotros pensamos que pudieron darse las dos soluciones como respuesta pragmática a las necesidades del momento.
En un grupo aparte debemos situar algunas cuevas rupestres con indicios de cerramientos que presentan una oquedad rectangular excavada en el suelo, la cual identificamos con posibles piscinas bautismales y para ello, nos basamos en el texto del canon II del Concilio de Toledo XVII (año 694) donde se señala que «el pontífice debe cerrar al comienzo del baptisterio las puertas del mismo, pues no es lícito en esta época administrar el bautismo. Las puertas se abrirán en la celebración de la Cena del Señor» (Puertas Tricas, 1975, 89). De estas palabras se deduce que el baptisterio era una dependencia aislada dentro del conjunto arquitectónico que formaba el templo, o bien un edificio independiente separado del centro de culto. En la Cueva de la Vieja (Las Presillas de Bricia, Burgos), existen dos oquedades desiguales excavadas en el suelo. También encontramos piscinas similares en El Cuevatón (Cezura, Palencia), Cueva de la Mora (Cuillas del Valle, Palencia) y San Pantaleón (La Puente del Valle, Cantabria). La presencia en alguna de estas cuevas de canalizaciones excavadas en el pavimento podría indicar una reutilización de estas pilas bautismales como nichos donde se recogía el agua procedente de las filtraciones. En San Pantaleón existen tres cuevas de diversas dimensiones con pilas de este tipo que pudieron haber sido reutilizadas en época medieval con el fin de disponer del agua necesaria para el funcionamiento de una ferrería que existió en el lugar.
Finalmente, existen otras cuevas de diversos tamaños y plantas sencillas que suelen formar parte de los complejos rupestres. Estas no presentan ningún elemento que indique una funcionalidad litúrgica o de vivienda, por lo que creemos que pudieron haber sido estancias en las que se celebraban reuniones orientadas a la organización de la vida comunitaria (conlatio). Respecto a las de reducidas dimensiones, sólo pueden establecerse conjeturas. F. Íñiguez opina que fueron proyectos de iglesias inacabadas (Iñiguez Almech, 1955, 45-50), sin embargo A. Azkárate desecha esta teoría basándose en la elevada presencia de estas cuevecillas en los grupos alaveses y en su acabado aparentemente completo (Azkárate, 1988, 382-383). Entre los habitáculos estudiados sólo hemos encontrado un ejemplo de este tipo de cueva, ubicado en la margen izquierda del camino que va desde Villamoñico (Cantabria) hasta Berzosilla (Palencia). La presencia en las inmediaciones de un montículo de arenisca con sepulturas excavadas en la roca nos hace pensar, sin atrevernos a entrar en más especificaciones, que quizás tuviese una función funeraria.
Cronología de la arquitectura rupestre
Uno de los mayores problemas con los que un investigador se encuentra a la hora de estudiar la arquitectura rupestre es su difícil adscripción cronológica. La ausencia de elementos decorativos, así como la escasez de intervenciones arqueológicas dificultan aún más esta tarea. Sólo el análisis de las estructuras que forman parte de estas obras de arte y la búsqueda de paralelismos con otros ejemplos, tanto rupestres como de fábrica, puede ayudarnos a obtener algunas aproximaciones cronológicas.
El historiador y arqueólogo Pedro de Palol diferenció dos tradiciones para la arquitectura rupestre de la Antigüedad Tardía (Palol, 1967, 69-105). Por un lado estaría la de tipo paleocristiano con continuidad hasta los primeros años del siglo VII y, por otro, la arquitectura de tradición hispano-visigoda que, a partir del siglo VII habría aportado una serie de innovaciones en los edificios de culto. Entre estos dos periodos existe una etapa de transición a la que corresponden los templos de ábsides contrapuestos con perduraciones hasta finales del siglo VII.
Las iglesias rupestres de exedras opuestas pertenecientes a nuestra zona geográfica presentan ciertas similitudes con las formas contraabsidiadas de algunos templos hispano-visigodos del siglo VI. A. Azkárate ya apuntaba este dato al hablar sobre las iglesias rupestres alavesas, sin embargo el trazado en herradura de la cabecera de Arroyuelos (Cantabria) permite relacionar este templo con las formas constructivas que seguimos encontrando en iglesias mozárabes del siglo X, como Santiago de Peñalba (León) y San Cebrián de Mazóte (Valladolid). Es cierto que la planta en herradura tiene una antigua tradición que puede observarse en algunas basílicas del norte de África pero, en el caso que nos ocupa, existen otros elementos que apoyan esta cronología más tardía, como la presencia de un gran soporte en el centro de la nave de Arroyuelos que recuerda al existente en la ermita mozárabe de San Baudelio (Berlanga de Duero, Soria) o la presencia de tribuna.
No obstante, sería muy arriesgado afirmar que todas las iglesias contraabsidiadas de la cabecera del Ebro y del alto valle del Pisuerga son mozárabes. Conocemos la existencia de una inscripción en la exedra opuesta al ábside de la iglesia de San Marín de Villarén (Palencia) que plantea numerosas dudas entre los investigadores (fig. 8). En un primer momento se propuso una lectura correspondiente a la «Era 805 (año 767 d.C.)», más tarde se rebajó esta datación, interpretando el epígrafe como «Era 1125 (año 1067 d.C.)»y, finalmente, L. A. Monreal le atribuyó una cronología visigoda al leer «Era 625 (año 587 d. C.)» (Monreal Jimeno, 1989, 36-37). Debido a las diversas lecturas que se han realizado, pensamos que no es prudente tomar esta inscripción como una referencia cronológica fiable. Por otro lado, dada la proximidad geográfica del grupo alavés, nos parece oportuno señalar la existencia de una serie de grabados en el muro testero de la iglesia rupestre contraabsidiada de Las Gobas 6 (Condado de Treviño, Burgos) cuyo estudio epigráfico y paleográfico determinó un abanico temporal para esta inscripción en torno a los últimos años del siglo VI y finales del VII (Azkárate, 1988, 360). Esto demuestra la existencia de templos con ábsides contrapuestos de planta en herradura en la zona más septentrional de la Península Ibérica, encuadrados en la época de transición descrita por P. de Palol.
Precisamente, una de las innovaciones que destaca este historiador para la arquitectura del siglo VII es la generalización del arco de herradura tanto en alzado como en planta. Este recurso arquitectónico lo encontramos ya en templos hispanorromanos desde el siglo II d.C., pero con más función ornamental que constructiva. De época visigoda derivó, posteriormente, el arco de herradura mozárabe, más acusadamente sobrepasado que el hispánico del siglo VIL Sin embargo, los estudios de L. Caballero Zoreda ponen en tela de juicio esta diferenciación afirmando que la proporción del arco se elegía de acuerdo con la función a desarrollar (Caballero Zoreda, 1978, 340-364).
Entre las iglesias rupestres existentes en la zona sur de Cantabria encontramos formas de herradura para plantas y alzados en las iglesias de San Pelayo, Arroyuelos y Santa María de Valverde. Esta última presenta varias fases constructivas que se remontan al siglo VII (González Sevilla, 2002, 103-108), sin embargo, la presencia del ábside en herradura parece corresponder a la primera ampliación que se realizó en época de repoblación, lo que concuerda con la cronología propuesta para la iglesia rupestre de Arroyuelos. En la ermita de San Pelayo (Palencia) existen dos arcos muy deteriorados que dan paso al ábside, y en uno de ellos aún puede verse su forma de herradura, pero no tenemos más elementos que puedan ayudarnos a establecer una cronología para este templo.
Una cuestión que nos parece interesante tratar aquí es la presencia, en algunas de estas iglesias, de dos tipos de altar muy característicos en la arquitectura rupestre. El primero de ellos, el altar de nicho, consistente en una hornacina excavada en el centro del muro testero del ábside, surge en época visigoda. Hemos constatado su presencia en las iglesias de San Martín de Villarén (Palencia) y San Pelayo (Palencia), de cronologías dudosas, aunque la forma de los arcos que dan acceso al ábside de la iglesia de San Pelayo, las cabeceras rectilíneas y la interpretación propuesta por L. A. Monreal para la inscripción de Villarén podría confirmar el visigotismo de estos templos. Por otra parte, en los ábsides de las iglesias rupestres pertenecientes al grupo alavés, datadas en torno a los siglos VI y VII, no existe ningún altar-nicho, aunque sí aparecen hornacinas similares en el resto de estancias y en los muros laterales del ábside (Azkárate, 1988, 347).
El segundo altar al que queremos hacer referencia es el llamado «de bloque». I. Sastre establece los primeros antecedentes hispánicos en el arte prerrománico asturiano, desde donde se había extendido por el Norte peninsular (Sastre, 2010, 12-14). Los
loculi existentes en los altares de las iglesias rupestres concentradas entre el Norte de Palencia, Burgos, Cantabria y Álava mantienen la tradición tardoantigua de abrirse en el centro del plano superior. Este tipo de aras lo encontramos en las iglesias de Las Presillas de Bricia (Burgos) y El Tobazo (Cantabria). En la primera de ellas existen otros elementos que pueden confirmar esta cronología de repoblación, como la presencia de tribuna a los pies del templo, la gran elevación del edificio en oposición a las bóvedas de cañón de épocas anteriores, la diferencia de alturas dentro del mismo templo o la existencia de tres naves, solución bastante usual en la arquitectura del prerrománico asturiano. Sin embargo, en la iglesia rupestre de El Tobazo no se ha encontrado ningún elemento que apoye esta cronología. Hay que destacar las pequeñas dimensiones de estos altares que no parecen adecuadas para colocar sobre ellos cruces o candelabros, sino lo mínimo imprescindible. Quizás por este motivo se da la coetaneidad de este tipo de aras con hornacinas excavadas en los muros laterales similares a los altares nicho y muy parecidas a los arcos incisos ramirenses.
En base al análisis de la información obtenida, no parece prudente deducir del exclusivo estudio de un solo elemento arquitectónico una cronología válida para todo el conjunto rupestre, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de ellos son añadidos y reformas posteriores al primer momento de construcción, por lo que habrá que interpretar estos datos como orientativos y nunca de forma concluyente.
Conclusiones
El área de Campoo y de la cabecera del Pisuerga presenta una extraordinaria riqueza en arquitectura rupestre con manifestaciones de gran interés que aportan datos muy interesantes sobre el origen y desarrollo del cristianismo primitivo en la zona.
Si nos fijamos en la tipología de estos templos podemos ver una marcada tendencia hacia modelos sencillos y funcionales, aunque no faltan ejemplos de obras con una mayor complejidad arquitectónica, las cuales generalmente parecen corresponder a épocas más avanzadas. Dicha complejidad podría derivar de las ampliaciones y adaptaciones que se fueron realizando a lo largo del tiempo en diversos habitáculos, según exigían las necesidades de una población en aumento.
Las investigaciones que se han realizado sobre algunas iglesias y cuevas rupestres de la Península Ibérica parecen indicar una cronología que gira en torno a los siglos V y VII Por lo tanto, nos encontraríamos ante un fenómeno genuino de la Antigüedad Tardía, en su etapa final. Sin embargo, la arquitectura rupestre existente en la zona de Valderredible y del alto valle del Pisuerga presenta una dilatada cronología que se extiende hasta bien entrada la Edad Media con perduraciones, en algunos casos, hasta la actualidad, como es el caso de las iglesias rupestres de Santa María de Valverde, Olleros de Pisuerga y Cadalso, aunque es probable que algunos de estos habitáculos existiesen en épocas tempranas, en torno a los siglos VI y VII, bien como hábitats de carácter civil o con vocación exclusivamente eremítica e, incluso, como centros de culto pagano que, posteriormente, fueron reocupadas por comunidades religiosas con el fin de evangelizar el lugar. A mediados del siglo VIII el número de habitantes en la zona se acentuó por la llegada de cristianos provenientes del reino astur junto con los mozárabes huidos del sur que se instaron en estas tierras y reocuparon algunos lugares dejando la huella indudable de su arquitectura en la gran mayoría de estas iglesias. También existen habitáculos que, a juzgar por sus aspectos morfológicos y las semejanzas estructurales que presentan con paralelos peninsulares, parecen ser construcciones ex novo de época de repoblación.
En definitiva, no podemos establecer una datación única para todo el conjunto de iglesias y celdas excavadas en roca, ya que el fenómeno de ocupación rupestre tiene una extensa tradición que, en algunos casos, se remonta a épocas prehistóricas. No obstante, nos atrevemos a afirmar que, en su mayoría, los templos y habitáculos rupestres encuadrados dentro de los límites geográficos propuestos pueden fecharse en torno a los siglos VIII, IX y X. Únicamente contamos con una inscripción en la iglesia de San Martín de Villarén (Palencia) que quizás indique una temprana construcción en época visigoda, apoyada por algunos elementos que podrían confirmar esta cronología.
Finalmente, nos gustaría poner de manifiesto el lamentable estado de conservación en el que se encuentra la mayor parte de estas obras de arte. La arquitectura rupestre constituye un patrimonio histórico y arqueológico singular, el cual destaca tanto por su exotismo como por la información que arroja sobre un determinado escenario histórico y cultural, por lo que pensamos que es de vital importancia realizar una intervención urgente con el fin de proteger y conservar estos bienes patrimoniales, ya que las cuevas sufren desplomes que podrían hacerlas desaparecer definitivamente y, lo que es más grave, se encuentran sometidas al vandalismo de aquellas personas que no comprenden la relevancia que estos habitáculos suponen para la investigación de nuestro pasado histórico. Creemos que la causa principal de este abandono es el desconocimiento que se tiene sobre el tema y el poco valor otorgado a estos magníficos monumentos rupestres cuya presencia atrae la mirada del visitante.
Bibliografía
ALCALDE CRESPO, G. (1990): Ermitas rupestres de la provincia de Palencia. Palencia.
ALCALDE CRESPO, G. (1999): «Un nuevo conjunto rupestre en San Totís (Corvio, Palencia), Sautuola VI, pp. 463-468.
ALCALDE CRESPO, G. (2007): Iglesias rupestres. Olleros de Pisuerga y otras de su entorno. León.
AZKÁRATE GARAIOLAUN, A. (1988): Arqueología cristiana de la antigüedad tardía en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Vitoria-Gasteiz.
BERZOSA GUERRERO, J. (1998): Iglesia rupestre de Santa María de Valverde. Aproximación a una historia fascinante. Valderredible.
BERZOSA GUERRERO, J. (2005): Iglesias rupestres: cuevas rupestres, necrópolis rupestres y otros horadados rupestres de Valderredible (Cantabria). Burgos.
BOHIGAS, R.; IRALA, V.; MENÉNDEZ, J. C. (1982): «Cuevas artificiales de Valderredible. Santander», Sautuola III, pp. 279-294.
BOHIGAS, R.; SARABIA, P.; GARCÍA, M.; BRUÑA. I.; JORDE, L.; BOHIGAS, L. (1986): «Aportación al catálogo de cuevas artificiales de la Cordillera Cantábrica», Boletín Cántabro de Espeleología n° 7, pp. 118-120.
CABALLERO ZOREDA, L. (1987): «Hacia una propuesta tipológica de los elementos de la arquitectura de culto cristiano de época visigoda (nuevas iglesias de El Gatillo y El Trampal)», Congreso de Arqueología Medieval Española I, pp. 62-98.
CARRIÓN IRÚN, M.; GARCÍA GUINEA, M. A. (1968): «Las iglesias rupestres de Repoblación de la región cantábrica», Congresso luso-Espanhol de Estados Medievais. Porto, pp. 312-315.
FERNÁNDEZ, C.; FERNÁNDEZ, P. A.; PEÑIL, J.; LAMALFA, C.; GONZÁLEZ, M. A.; BUSTAMANTE, S. (1999): «El complejo arqueológico de San Pantaleón (La Puente del Valle, Cantabria). Ia campaña de excavaciones», Clavis 3, pp. 41-57.
FERNÁNDEZ, C.; FERNÁNDEZ, P. A.; PEÑIL, J.; LAMALFA, C.; GONZÁLEZ, M. A.; BUSTAMANTE, S. (2003): «Avance de la 4a campaña de excavaciones en el conjunto arqueológico de la peña de San Pantaleón (La Puente del Valle, Cantabria), Sautuola IX, pp. 321-340.
GONZÁLEZ ECHEGARAY, J.; CARRIÓN IRÚN, M.; PÉREZ DE REGULES, A. (1961): «Las iglesias rupestres de Arroyuelos y Las Presillas de Bricia», Altamira 1-2-3, pp. 1-25.
GONZÁLEZ SEVILLA, L. A. (2002): «Santa María de Valverde (Valderredible, Cantabria). Una propuesta de evolución arquitectónica», Trabajos de Arqueología, V, pp. 103-108.
ÍÑIGUEZ ALMECH, F. (1955): «Algunos problemas de las viejas iglesias españolas», Cuadernos de Trabajo de la Escuela Española de Arqueología de Roma, VII. Madrid, pp. 9-180.
MONREAL JIMENO, L. A. (1989): Eremitorios rupestres alto- medievales. El alto valle del Ebro. Deusto.
PUERTAS TRICAS, R. (1975): Iglesias hispánicas (siglos IV al VIII) Testimonios literarios. Madrid.
SCHLUNK, H. (1971): «La iglesia de Sao Giáo, cerca de Nazaré. Contribución al estudio de la influencia litúrgica en la arquitectura de las iglesias prerrománicas de la Península Ibérica», Actas do II Congreso Nacional de Arqueología. Coimbra, pp. 509-528.
Notas
1 Para obtener una visión sobre las características que componen cada iglesia rupestre consultar la descripción que R. Bohigas realiza en el siguiente artículo: Bohigas, 1997,9-16.
2 No será hasta el siglo VI, con la llegada de las Invasiones germánicas a la Península Ibérica, cuando surjan las primeras figuras de monjes legisladores y se comiencen a normalizar los movimientos monásticos mediante la creación de reglas de carácter Institucional que los organizaban.
3 En la Iglesia de Las Presillas de Bricia la tribuna se encuentra alojada sobre el muro trasero del templo y en la iglesia de Arroyuelos está sobre el muro lateral.
4 Algunos ejemplos pueden observarse en los templos de Campo de Ebro, Arroyuelos y en las dos iglesias del complejo de Villarén de Valdivia (San Martín y Ermita Peña).
Comentarios recientes