Casimiro Sainz: Una visión contemporánea

Cuadernos de Campoo

Cuadernos de Campoo quiere poner un colofón a los actos que se han sucedido durante el año 1998 en homenaje a Casimiro Sainz, con un acercamiento a la obra del artista a través de dos artículos, firmados por los escritores reinosanos Demetrio Duque y Merino y Ramón Sánchez Díaz, quienes tuvieron relación con el "Loco de Matamorosa" y nos pueden aportar otra perspectiva acerca de las opiniones y el aprecio que tenían sus contemporáneos del artista y su pintura. Demetrio Duque y Merino (1844-1903), director del periódico "El Ebro", no solo conoció al pintor sino que fue unos de sus principales valedores en la región.

Demetrio Duque y MerinoLa figura de Casimiro fue ensalzada por el escritor en varios artículos donde analiza la vida del artista o bien alguna de sus obras. En el caso que nos ocupa, "Joyas artísticas", hace un comentario de los cuadros sobre el Nacimiento del Ebro, pero Duque llegando más lejos recrea los sentimientos del pintor ante la naturaleza, ante la composición del cuadro, ante la propia esencia de la pintura. El escritor expresa su entusiasmo por los paisajes de Casimiro Sainz, las nieblas, los verdes de Campoo, que en esa época era uno de los motivos pictóricos más valorados.
 
La segunda visión es de Ramón Sánchez Díaz, escritor reinosano nacido en 1859 y muerto en 1960; en este artículo sobre Casimiro, no trata de 1a obra en sí, sino de un cuadro en particular y del destino que éste podría llegar a tener. Sánchez Díaz, fiel a su carácter sentimental, refleja el profundo impacto que le causó el cuadro de la "Madre Muerta", una magnífica aproximación a la muerte serena, a la calma después de la vida. Y concede a esta obra una importancia tal, que solicita a las autoridades competentes la adquisición del cuadro para que no pase a manos extrañas.
 
 
JOYAS ARTÍSTICAS
Publicado por Demetrio Duque y Merino en el Semanario reinosano "El Ebro", en su número80, de fecha 15 de Noviembre de 1885.
 
Ramón Sánchez DíazLa necesidad de atender al restablecimiento de su salud, para la que tan beneficiosos son los aires del país natal, ha retenido entre nosotros todo el último verano y retiene todavía al célebre y laureado paisajista Don Casimiro Sainz y Saiz, muy querido amigo y paisano nuestro. Sus estancias en el país nunca han sido estériles para el arte; y ya el año último dieron buena prueba de esto sus hermosos cuadros "Cercanías de un monasterio" y "Un rebaño", que lucieron en la Exposición de la Asociación de escritores y artistas, y que aplaudió toda la prensa madrileña (1). Este año, como la estancia ha sido más dilatada, Sainz ha tenido tiempo bastante para realizar y dar vida á un proyecto antiguo, del que nos había hablado muchas veces, consistente en tomar paisajes del Nacimiento del Ebro y sus cercanías.
 
La realización de este proyecto, la reproducción artística de los sitios y paisajes que han despertado la inspiración del pintor, constituye hoy ya obras bellísimas, joyas del arte á que nuestro distinguido amigo ha sabido dar tales categorías estéticas, tanta realidad bella, que no dudamos en augurar que hánle de valer tantos aplausos como las mejores de su pincel ha producido, siendo motivos bastantes para obtener la fama y reputación de gran pintor de que el Sr. Sainz goza con justo título hace ya tiempo. Nosotros hemos apurado la agradabilísima satisfacción de poder admirarlas terminadas, y aunque no nos proponemos aquí hacer crítica y estudio de ellas, queremos sin embargo apresurarnos á dar cuenta de nuestras impresiones á los lectores de "El Ebro", para que sean estos los primeros que gocen con la noticia y la reseña de los hermosos cuadros campurrianos que el insigne pintor campurriano acaba de producir.
 
Nacimiento del Ebro (1885)El más grande de estos cuadros, la obra de más empeño también, representa el "Nacimiento del Ebro". Severo el conjunto, vigorosa la expresión, de una verdad perfecta el color; aquellas aguas tranquilas que se transparentan y parece que dejan ver las piedrecillas del fondo; aquella graciosa isleta que conocemos todos los del país; los árboles frondosos que están detrás del campanario del pueblo; las colinas bajo las cuales surgen las aguas del río que dio nombre á la Península; las rocas; ¡pero qué rocas! que aparecen á la izquierda del cuadro: los valles que se entreven y se adivinan del lado de allá de las colinas; el ambiente, el aire y, sobre todo el cielo, el cielo del país con todo su carácter, su color y sus nubes, un cielo campurriano puro, tan campurriano como el pintor y sus cuadros, constituyen una obra cuya impresión se graba con energía en el ánimo, le embebe, agradablemente, le subyuga deleitándole, y le retiene en grata contemplación. Yo no sé si para sentir ese cuadro será necesario haber nacido en esta tierra y quererla tan entrañablemente como la quiere el señor Sainz, lo que si sé es que lo sentido y expresado por el pintor, se siente inmediatamente que el cuadro se contempla y como que parece que nuestro espíritu saluda al espíritu creador de tanta belleza real y característica. Y bajo este último aspecto, ninguna obra más perfecta debe haber brotado de la paleta de Sainz.
 
Otro cuadro representa un hermoso paisaje á los pocos metros más abajo del Nacimiento del Ebro, cerca de la fábrica de Fontibre. Es un delicado y finísimo alarde de ejecución. El paisaje está visto como ve el artista, menospreciando detalles que pueden disminuir las esencias de lo bello; pero el agua, el monte, el cielo son reales y característicos también, tan verdaderos como los ofrece la naturaleza en aquel sitio, y en el día y la hora en que los contempló el artista. La factura de este cuadro es acabadísima y perfecta, y el color está puesto con la verdad más fiel; cosa no extraña en Sainz que, desde el primer día, supo sentir y poner el color con seguridad y firmeza de maestro. Vense unas tierras labradas en la cuesta que limita el horizonte del cuadro, que no pueden confundirse con las tierras de ninguna otra parte.
 
En dos tablillas más ha contemplado su obra á los alrededores del Nacimiento. Una presenta el pueblo de Fontibre con sus casitas, su iglesia y su campanario. Perspectiva, luz, ambiente nada falta en aquella hermosa tabla. La calleja de la iglesia, por donde se baja al nacimiento del río, parece verse toda entera, y moverse en ella el aire, y entrar el torrente de luz que viene de la hondonada donde brotan las aguas. El humo de las chimeneas, que delata un día sereno y calmado, es detalle de una verdad encantadora. Y el sitio elegido para ver el pueblo y copiarle, revela al artista que sabe. A pesar de sus pequeñas dimensiones, esta tablita una obra de verdadero mérito y digno complemento del pensamiento desarrollado en los cuadros anteriores.
 
No tiene tanto empeño, es un capricho del pincel, la otra tabla que reproduce un rinconcito del pueblo y una aldeana que sale de su casa, tal vez para venir al mercado á Reinosa. Que está muy bien pintada no hay para que repetirlo, puesto que es de Sainz que no puede pintar mal.
 
Constituyen esos cuatro cuadros verdaderas joyas artísticas, que expresan totalmente un pasatiempo, completo, reproduciendo y realzando la naturaleza viva de sitios y paisajes conocidos y amados por el artista: y tienen para nosotros el doble mérito de la agradable emoción estética y de la comunión de ideas y sentimientos, en cuanto al conocimiento y amor de los objetos bellos expresados. Hay en ellos vida, realidad y fuerza artísticas, y el conjunto de los detalles ponen ante los ojos del contemplador cuadros de la naturaleza, cuya importancia estética es siempre grande, delicadamente vistos por ojos acostumbrados, y reproducidos por hábil mano maestra.
 
En otro orden de ideas tienen importancia verdadera por reproducir el nacimiento y cercanías del río más histórico de España, de aquél cuyo nombre se confunde con el de las primeras razas invasoras de nuestro suelo y con el de toda la tierra, que sujeta al continente por el gran nervio del Pirineo, está bañada en todos sus otros confines por las tempestuosas aguas del Atlántico y por las más tranquilas é históricas del Mediterráneo.
 
Para los campurrianos son joyas de inestimable valor y aprecio esos cuadros en que ven su ciclo tal como él es, su ambiente, el carácter de su suelo, de su Río, de sus montecitos y de sus aldeas. Detalle es este en el que debemos insistir para agradecer más al pintor sus aventajados trabajos, y para expresar nuestro deseo de que esos excelentes cuadros quedarán en el país, como joyel valioso que á un mismo tiempo demostrará el culto que aquí se rinde á las artes y el aprecio en que se tiene á los artistas naturales del país, que han logrado ilustrar nombre y rodear su frente con la aureola del genio, honrando al pueblo donde nacieron, al que vuelven con amor á dedicarle sus mejores días de inspiración. El que tal hiciera se honraría á si mismo, adquiriendo obras bellísimas que certificaran siempre de su buen gusto, y honraría á su país pudiendo siempre mostrarle el producto de los trabajos de uno de sus hijos más ilustres.
 
Nosotros, desgraciadamente, no podemos más que enunciar la idea, felicitando entusiastamente al artista, y manifestándole públicamente nuestra gratitud por la elección de los asuntos de sus últimos cuadros. Estos obreros excelentes del arte hacen conocer más y mejor á su país que todos los demás trabajadores, que concurren al progreso de los pueblos.
 
 
UN CUADRO DE CASIMIRO
Escrito por Ramón Sánchez Díaz el 27 de agosto de 1929.
 
Y vuelvo a hacer la declaración de otras veces: no sé nada de pintura, pero tampoco lo finjo. Vengamos, pues al cuento.
 
Hace unos días hemos visto en el Ateneo de Santander dos retratos pintados por Casimiro Sainz. Son dos retratos de una misma mujer, viva y muerta. Por lo visto, la patrona de Casimiro cuando estuvo en la calle de Cedaceros, en Madrid. Por lo visto, y muy por supuesto, la madre de la novia de Casimiro. Una viejecita blanca y de gesto fino y sonriente, en el retrato vivo, que aunque sea inferior, según los técnicos, nos impresiona como una verdadera y consagrada obra maestra.La madre muerta (1879) El otro retrato es la misma viejecita, muerta, yacente, sobre la almohada, en la caja del entierro, a la luz triste de la habitación. Este cuadro, hasta para los menos inteligentes en pintura, como somos nosotros, suspende y emociona. Tiene, pues, la virtud maestra que no falla nunca, y que es la de conmover a los que no entienden de arte, al pueblo. Las telas blancas, con sus puntillas, son un prodigio de color y realismo. En la Casa del Greco hay un retrato de obispo, en busto, cuyas puntillas sobre el pecho se nos han venido a la memoria por estas puntillas de la almohada de la muerta que pintó Casimiro Sainz en la calle de Cedaceros.

Todo este cuadro, verdaderamente de Museo, está hecho no sólo con mano firme de gran dibujante, con técnica de excelente maestro, según el decir de los pintores y críticos que lo han visto, sino con otro arte que no se nos escapa nunca a los profanos: la realidad sublimada. Pintor o no pintor, poeta o vulgar hombre, nadie deja de ver en ciertos trances de la vida o en ciertos gestos humanos la sublimidad que hay en ellos. En este de la muerte, todo hombre que entra en una habitación donde hay una caja o un lecho con un cadáver siente el estremecimiento profundo. No hacen falta palabras. Tampoco en pintura hacen falta recursos. Y ésta es la sencillez dramática que puso el insigne Casimiro en este pequeño cuadro que describimos someramente. Emoción, técnica y arte honrado para expresar. Sin duda, no solo emoción de artista, reaccionando siempre frente a lo sublime, aunque no le atañe directamente como hombre sino tal vez en esta obra, emoción tan poética, íntima. El cuadro de la muerta está hecho bajo una impresión de amor en la casa; Casimiro Sainz estaba enamorado de la hija de la muerta.
 
Tal es, a nuestro modesto juicio, el arte y la poesía de nuestro querido pintor.
 
Pero nuestro objeto no ha sido escribir de lo que son estos retratos, pues que ha de hablarse de ellos mucho ahora y más tarde, por quien lo entienda bien. Nosotros, como en otros casos semejantes, hacemos solamente de agitadores de opinión. Es misión más sencilla, que requiere poco estudio y pocos conocimientos previos. Solemos pedir que se haga real tal o cual idea. Y para eso escribimos también este artículo.
 
Pedimos, pues, clara y públicamente que se adquiera ese cuadro para el Museo de Santander. Ya se sabe que la respuesta es la misma siempre: no hay dinero. La Diputación no lo tiene; el Ayuntamiento, tampoco. Por lo general, tampoco haber entre nosotros próceres generosos para cosas de éstas, tan indiferentes y, sin embargo, tan profundamente cooperadoras en lo social, pues el arte, la emoción y la cultura artísticas son una parte sólida y extensa del progreso individual y social en cuanto a rendimiento ético, que es lo más sustantivo del progreso. No hay dinero; pero tiene que haberlo para adquirir una obra maestra de un artista. Tiene que haberlo en Santander para que sea el Museo de Santander el que posea una obra maestra de un artista montañés. No se le va a llevar otro Museo. Esta obra está en venta. No la puede dejar escapar Santander, y no se tratará de más de 10.000 ó 15.000 ptas.
 
Nada habría que decir si se ofreciera uno de los muchos paisajes que pintó nuestro insigne artista, porque en cualquier ocasión sería muy probable comprar para el Museo santanderino paisajes de Casimiro Sainz. Es que se trata nada menos que de una obra excepcional del maestro, puesto que, además de no haber hecho Casimiro más de cuatro o cinco retratos - difícil por otra parte de que vengan al Museo de Santander –, este retrato de ahora es absolutamente de Museo por el asunto y por lo singular. Cuadro de Museo; lo que quiere decir que haya sido, probablemente, adquirido por otra pinacoteca, y ya nunca podrá tener Santander esta magnífica obra de nuestro pintor. No lo decimos por mayor estímulo, sino sinceramente porque tenemos una noticia que nos empuja a ello: hay ahora mismo el peligro de que se lleve el cuadro otro Museo.
 
Por todo esto escribimos pidiendo a la Diputación, al Ayuntamiento, a las entidades culturales, a las económicas y a la provincia entera, montañés a montañés, que se arbitre el dinero necesario y se lleve este cuadro al Museo de Santander.
 
No vale hacer estatuas o poner nombres de ilustres personajes a las calles. El valor de esos hombres está en sus obras, y son sus obras las que hay que adquirir, leer, ver, sentir y estudiar
 

NOTAS
(1) De ellos se ocupó "El Ebro" en el número 32, correspondiente al 14 de Diciembre de 1884.