La "Casona" de Reinosa, sede de numerosos eventos culturales, es una de las construcciones más emblemáticas de la villa y aparece estrechamente vinculada a su historia, Es bien sabida su relevancia pero, ¿es igualmente conocido su origen, por quién fue costeada y las circunstancias que lo motivaron? Por desgracia, no es así y el presente artículo, resumen de un trabajo de investigación sobre D. Luis de los Ríos y Velasco, pretende dar a conocer, aunque sea de manera breve y concisa, la biografía de este campurriano, quien mandó construir el bello edificio antes señalado.
Las fuentes documentales con las que hemos trabajado para seguir la trayectoria personal y profesional de D. Luis son, fundamentalmente, unas 600 misivas, enviadas entre los diferentes miembros de la familia Ríos y Velasco entre 1769 y 1786. La particularidad de este tipo de documentos, aparte de su escasez y de que, en ocasiones, no son accesibles para el historiador, radica en que los epistolarios constituyen un elemento imprescindible para comprender más ampliamente a sus autores, ofreciendo rasgos de personalidad, intereses, sentimientos,... que de otro modo serían muy difíciles de rastrear. Además, se ha consultado diversa documentación parroquial y notarial de archivos de Santander, Valladolid, Cádiz y Madrid.
ORIGEN Y EXTRACCIÓN SOCIAL
Luis vino al mundo el 15 de mayo de 1735 en Naveda y fue bautizado el 24 en la iglesia parroquial de dicha población
(1). Descendía de linajes solariegos de raigambre en el panorama social de las Montañas de Burgos. Por el lado paterno, de los Ríos de la zona campurriana y por el materno, de los Velasco y los Isla de Trasmiera. Todos estos linajes, junto con otros emparentados con ellos como los Fernández de Isla o los Collantes, pertenecían a lo que T. Mantecón Movellán denomina "nobleza intermedia" o familias "infanzonas", identificando a éstas con las que se situaban entre las grandes Casas o la Corona y los campesinos
(2).
Este reducido grupo suponía menos del 4% del total de la población rural montañesa del Setecientos y por su proyección socioeconómica y sus diversas actividades políticas representaban la "notabilidad` respecto a los demás habitantes, debido a la generalización de la condición hidalga en la zona de las Montañas de Burgos, la Cantabria de entonces.
D. Luis era el benjamín de los cinco hijos de D. Antonio de los Ríos Enríquez y de Dª. Juana de Velasco e Isla. El primogénito, como era costumbre, heredó el patrimonio familiar; el otro hijo varón había orientado sus intereses hacia el mundo militar, de gran tradición entre la parentela, mientras las dos hermanas aguardaron ventajosos matrimonios, a poder ser con miembros de linajes importantes, que nunca llegaron a celebrarse y las "condenaron" al celibato. Según este esquema tradicional en el que el hijo mayor heredaba el mayorazgo
(3), a D. Luis como "segundón" no le quedaron muchas opciones: la Iglesia, la milicia o el servicio a la Administración.
ESTANCIA EN LA UNIVERSIDAD
Nada conocemos de sus primeros años de vida en la aldea. Tan sólo existe una referencia que indica "
ha vivido desde los ocho años maiormente en Valladolid"
(4). Encontramos a D. Luis inscrito en los libros de matrícula de la Universidad de Valladolid, concretamente en la Facultad de Cánones, en 1753, cursando su primer año tras la aprobación del examen de latinidad, requisito de ingreso en la institución universitaria. Mientras tanto, el 8 de septiembre de 1754, es nombrado clérigo de corona y grados
(5), considerado el comienzo del
cursus honorum eclesiástico.
Dado que su familia no podía costear los gastos derivados de su formación universitaria, el hidalgo campurriano disfrutaba de beneficios eclesiásticos en las localidades de Noja y Poza de la Sal (Burgos). Estos beneficios, que eran determinadas cantidades derivadas de disposiciones de antiguos parientes para que miembros desfavorecidos del linaje pudieran realizar estudios, le reportaban anualmente 25 doblones, es decir, unos 7.500 reales, que le permitían la subsistencia. A menudo, para el goce de estos ingresos era necesario ser sacerdote y es muy probable que D. Luis se viese "obligado" a recibir los primeros grados eclesiásticos para la recepción de dichas rentas, puesto que la renuncia a su condición sacerdotal se podía hacer de forma inmediata y no conllevaba ningún impedimento.
El bachillerato en Cánones por la Universidad vallisoletana lo obtuvo el 13 de septiembre de 1755
(6), y el 12 de enero de 1757 recibió el mismo grado en la Facultad de Leyes
(7).
A pesar de la primera orientación eclesiástica de los estudios de D. Luis, con posterioridad puede apreciarse un cambio, al dirigir su interés hacia la jurisprudencia, es decir, los estudios de leyes, que facultaban para convertirse en letrado. Esta profesión, de prestigio e influencia creciente desde los Reyes Católicos, era muy demandada por parte de la Corona debido a la gran necesidad de efectivos humanos que requería la red burocrática originada por el proceso de centralización administrativa puesto en marcha por los Borbones desde principios del siglo XVIII. De ahí, el auge de los estudios jurídicos y quizá la definitiva dedicación profesional del hidalgo campurriano.
Tras su paso por Valladolid, D. Luis ingresó el 29 de noviembre de 1759 como colegial de beca de voto jurista en el Colegio Mayor de San Ildefonso, perteneciente a la Universidad de Alcalá de Henares
(8). Dentro de la Universidad del Antiguo Régimen existían dos tipos de estudiantes: los colegiales y los manteístas, Los primeros pertenecían a los Colegios, instituciones educativas estrechamente ligadas al ámbito universitario, con peso específico y monopolio a la hora de copar los puestos docentes y los administrativos, gozando de innumerables ventajas frente a los manteístas, aquellos estudiantes que se costeaban sus estudios sin ningún respaldo y que eran menospreciados por sus 'colegas". Por tanto, los colegiales eran un grupo aventajado a la hora de lograr la entrada en la Administración, una "rampa de acceso" que según algunos autores los equiparaba a una "élite de poder"
(9).
La razón de la entrada de D. Luis en San Ildefonso, aunque no puede ser contrastada por falta de documentación y tras barajar numerosas hipótesis nos conduce a señalar que allí existía un grupo de colegiales de origen norteño, y más concretamente de las Montañas de Burgos, que favorecería a sus paisanos y parientes a la hora de la consecución de un puesto en la institución colegial y sobre todo de la ansiada "beca", que garantizaba la manutención por parte de dicha institución. La posesión de una beca en algún Colegio Mayor era, de hecho, equivalente a un empleo y sólo el tiempo separaba a ambos, puesto que la Corona reclutaba a sus oficiales de entre los colegiales, fomentando así un círculo vicioso del que se veían excluidos los manteístas quienes, por lo general, ocupaban puestos considerados "inferiores", engendrando gran "resentimiento" hacia los colegiales.
La circunstancia de ser colegial era un vínculo extremadamente fuerte y poderoso que no se reducía al ámbito universitario sino que creaba un sentimiento solidario de ayuda que perduraba toda la vida y en cualquier tesitura. Ahí radicaba su importancia.
Durante su estancia en la Universidad, tanto en la de Valladolid como en la de Alcalá, sus actividades académicas fueron de variada índole, desde explicaciones de extraordinario, defensa de actos de conclusiones a oposiciones a Cátedras o sustituciones ocasionales de profesores, sin olvidar que fue rector de la Universidad de Alcalá y sus colegios de 1763 a 1764.
LA EXPERIENCIA AMERICANA
Desde 1768 D. Luis emprende diversas acciones encaminadas a la consecución de un puesto en la Administración. Debido a las necesidades económicas de su familia, no puede esperar algo adecuado a sus "pretensiones", por ejemplo un cargo menor en una Audiencia o Chancillería peninsular, sino que debe conseguir pronto su acomodo. Ya se ha señalado cómo los colegiales gozaban de ciertas ventajas a la hora de lograr cargos pero, también es necesario decir que la competencia era muy dura dentro del grupo. Por ello, el hidalgo campurriano dirige sus miras hacia los oficios ultramarinos, poco demandados y más accesibles. Quienes disponían de recursos humanos y económicos suficientes como para lograr un buen destino, desdeñaban los americanos en virtud de vacantes peninsulares, de mayor rango y prestigio, Pero el caso de D. Luis no era ése.
En un primer momento quiso ingresar en la Audiencia de México, pero no pudo ser, y el 30 de marzo de 1770 fue nombrado fiscal de la Audiencia de Santo Domingo, en la Española
(10). Esta noticia es recibida por D. Luis con satisfacción pero con cierta desazón: "
Gracias a Dios que poco a poco nos vamos estableciendo, aunque no sea en empleos mui ventajosos por algo se ha de empezar"
(11).
Nuestro personaje zarpó de Cádiz, en la fragata Nuestra señora de la Misericordia el 3 de noviembre de 1770 y tras 44 días de navegación arribó a Puerto Rico el 16 de diciembre. De allí partió en Nochebuena para llegar a Santo Domingo el día de los Santos Inocentes, tomando posesión el 7 de enero de 1771
(12).
La Audiencia de Santo Domingo contaba con poco personal pero con gran jurisdicción, por lo que no es extraño que se quejase con frecuencia del ingente trabajo de la fiscalía, ocupación que desempeñó hasta el 26 de julio de 1772, momento en que fue nombrado fiscal de la Audiencia de Santa Fé de Bogotá
(13). La incorporación a su nuevo puesto se produjo en septiembre de 1774, porque fue el encargado de los juicios de residencia de todo el personal de la Audiencia de Caracas, tarea ardua y costosa que le llevó unos dos años.
Al llegar a su nuevo destino enfermó de tercianas y no pudo tomar posesión de su plaza hasta el 7 de enero de 1775. Allí estuvo hasta el 29 de agosto, fecha en que obtuvo una licencia de dos años para regresar a España. Abandonó Santa Fé el 6 de septiembre, llegó a la Habana el 12 de diciembre y tras someterse al juicio de residencia en el que se le declaró "recto ministro", embarcó hacia Cádiz el 16 de febrero de 1776, puerto a donde arribó el 29 de marzo preparado para afrontar una nueva y decisiva etapa en su vida.
SU MATRIMONIO CON UNA RICA HEREDERA
Para realizar el viaje a América D. Luis pidió prestados 15.000 reales a D. Andrés del Loyo y Treviño, un adinerado comerciante de origen burgalés radicado en Cádiz. ¿Cuál era la relación que los unía? Un tío paterno de nuestro personaje, D. Francisco Javier de los Ríos, había emigrado años atrás a Cádiz, como tantos otros montañeses, en busca de fortuna. Gracias a sus negocios había adquirido cierto caudal y se había casado con una de las hijas de D. Andrés. De ese matrimonio había nacido una niña llamada Dª Lorenza de los Ríos y Loyo, a la que D. Luis, su primo en tercer grado, había conocido en su paso por Cádiz hacia Santo Domingo, quedando prendado de la pequeña por su incipiente belleza y saber estar, según sus palabras, y, de igual forma, por su enorme fortuna. Esta niña, huérfana desde muy joven, era la única heredera del capital de su abuelo, padres y tíos maternos, quienes no habían logrado descendencia.
En una época en la que los matrimonios "arreglados" eran moneda corriente, la cuantiosa herencia de Dª Lorenza fue una decisión de peso para que D. Luis moviera todos los hilos a su alcance para que la pequeña se convirtiera en su esposa. Y así fue. El matrimonio entre ambos se celebró por poderes, ya que D. Luis se encontraba en ultramar, el 23 de enero de 1774, en la parroquia de Santa Cruz de Cádiz
(14). Los contrayentes tenían en esos momentos 39 años él y 12 ella.
Desde el momento de su casamiento todas las acciones del hidalgo campurriano se encaminan a abandonar América en pos de lograr un cargo en la península para poder estar cerca de su esposa y según sus propias palabras: "
Para poner en cobro los caudales de mi muger"
(15). Con una licencia de dos años vuelve a la península, adonde llega el 29 de marzo de 1776.
Tras permanecer 17 días junto a su esposa sale hacia la Corte, epicentro político, con el objeto de lograr su ansiada plaza en España y no regresar a América. Su situación ha variado enormemente de la de principios de los 70. Ahora es un magistrado con experiencia y los caudales aportados por su matrimonio le permiten licencias antes impensables. Prueba de ello es que en octubre de 1777 reclama a D. Pedro J. del Loyo, tío paterno de su esposa, la parte de ésta correspondiente a la legítima de su abuelo y de su padre, ya que D. Pedro era el albacea de ambos difuntos, cantidad que ascendía a 180.220 pesos, unos 3.600.000 reales, 6 reales y 8 cuartos
(16).
D. Luis pasará casi los dos años de su licencia tratando de conseguir el deseado cargo peninsular y enormemente preocupado por la consumación de aquélla, lo que le obligará a regresar a América, con el quebranto considerable ya que sus intereses, tanto personales como económicos, se vinculan estrechamente a su permanencia en España. En un primer momento, sus aspiraciones se centraban en la Casa de Contratación de Indias, con sede en Cádiz, lugar donde residía su esposa y desde donde podía ocuparse de sus negocios y gestionar sus caudales. De igual forma, la Audiencia de Cádiz suponía un ascenso en su carrera profesional, lo que no era desdeñable, y un paso más hacia el Consejo de Castilla, cúspide de la Administración castellana, y meta para cualquier magistrado.
A comienzos de los años 70 se había iniciado, con la llegada de numerosos manteístas a las instituciones de gobierno, un "anticolegialismo" que pretendía acabar con su monopolio. La Secretaría de Gracia y Justicia, centro neurálgico para la concesión de los puestos administrativos, estaba dirigida también por anticolegiales, lo que suponía un freno en las aspiraciones de muchos colegiales. Esa tesitura política tenía plena vigencia cuando D. Luis aspiraba a permanecer en la península y creemos que esa fue la razón principal de que no consiguiera ninguno de los puestos apetecidos. Nuestro biografiado se refiere al secretario como un ministro "
desafecto... que ha desatendido por dos veces mi notorio merito y justicias"
(17).
En la Casa de Contratación se van sucediendo una serie de vacantes entre 1777 y 1778 y, a pesar de ir consultado en primer lugar para alguna de ellas, lo que hubiese sido garantía de éxito en otros momentos, no consigue ninguna. También será pretendiente a una plaza de fiscal en el Consejo de Castilla, pero es otorgada a un paisano del secretario, lo que le irrita enormemente. A fines del 78 se presenta a alcalde del crimen de la Audiencia de Sevilla y nuevamente, aunque va consultado en primer lugar, tampoco lo consigue. Parece que la sombra del ministro, hombre "opuesto a los Montañeses" se hacía sentir. D. Luis representaba un grupo en descrédito y casi con seguridad, por ello no lograba sus propósitos. Debajo de esa animadversión hacia los montañeses, nosotros advertimos un `rechazo` hacia los colegiales, cohesionados por orígenes geográficos y grupo al que D. Luis encarnaba.
Finalmente, en enero de 1779 obtiene plaza de alcalde mayor en la Audiencia de Galicia
(18). No le satisface plenamente pero lo acepta como un mal menor antes de tener que regresar a América. De cualquier forma, su estancia en La Coruña no será muy larga puesto que sus miras se hallan encaminadas hacia altas instancias. El 18 de septiembre de 1781 es nombrado oidor de la Chancillería de Valladolid
(19), punto álgido de su carrera. Allí le sorprendió la muerte, hecho luctuoso que truncó lo que, desde nuestro punto de vista y sin querer elogios subjetivos, hubiese sido una brillante carrera, quizá finalizada con un puesto como consejero. Falleció el 29 de septiembre de 1786, siendo enterrado el día siguiente en la parroquia vallisoletana de San Pedro
(20).
EL FACTOR ECONÓMICO
Como ya se ha señalado, hasta el casamiento de D. Luis con su prima Dª Lorenza, su nivel adquisitivo era muy bajo. Sus ingresos dependían única y exclusivamente de su salario como magistrado y sus frecuentes envíos de dinero a la familia de Naveda suponían una merma considerable en su precaria economía. Sin embargo, D. Luis, gracias a su boda, se convierte en usufructuario de la fortuna de su mujer y pasa a administrarla con plenos poderes de decisión. Desgraciadamente, no hemos podido cuantificar los caudales de D a Lorenza, mas la circunstancia de que recayera en ella la fortuna de su abuelo, padre y tíos maternos, por ser ella su única heredera, nos ofrece indicios de su magnitud
(21).
Una de las mayores preocupaciones del personaje a lo largo de su vida es la subsanación de los problemas económicos de su parentela, deudas sobre todo de su padre y de su hermano mayor y titular del mayorazgo, que en ocasiones datan de varios años atrás. Según sus palabras: "
Conviene que el Publico vea se va desahogando esa casa, para que sea mas respetable"
(22). De igual manera, se hará cargo de muchas otras cuestiones que acarreaban elevados desembolsos monetarios, entre ellas la educación de sus cinco sobrinos varones o la reedificación de la casa solariega de Naveda que costó finalmente 60.000 reales.
Sus actividades económicas se desarrollan principalmente en los años 80 y entre ellas destaca la compra de la mitad de la ferrería de Ormas. Las ferrerías eran instalaciones de tipo industrial muy corrientes en el norte peninsular que generaban pingües beneficios, pero requerían grandes inversiones, por lo que eran patrimonio de cierta oligarquía con recursos, como en nuestro caso. Su intención era hacerse con ella en propiedad pero numerosos problemas le hicieron desistir y posteriormente pasaría a manos de sus primos los Collantes.
Gran parte de su capital lo dedicó a la adquisición de tierras en la comarca campurriana. Su propósito era lograr reunir y concentrar en Naveda la mayor cantidad de terreno posible para el disfrute de la Casa de los Ríos, y así aumentar el patrimonio familiar. De esa forma, queda patente la importancia del linaje, es decir, el beneficio familiar, antepuesto al personal. Señala en una misiva a su hermano: "
Dejar agregado a tu Mayorazgo lo que se pueda ir proporcionando inmediato a posesiones de el"
(23).
Por lo general, cuando D. Luis compraba un terreno se solía arrendar a los antiguos propietarios por 3 ó 4 años y de forma excepcional, se permutaban por otros, aunque fuesen de menor calidad, pero en Naveda. Las rentas procedentes de los arriendos eran percibidas por él, pero la titularidad del terreno pasaba al patrimonio de los Ríos. La tierra era un valor en auge, y D. Luis se convirtió en un absentista que obtenía sustanciosos rendimientos resultantes del arrendamiento, en una época de malas cosechas generalizadas que "forzaban" al labrador a pasar de propietario a arrendatario. Circunstancia muy bien aprovechada por la oligarquía con recursos.
Asimismo, D. Luis compró ganado y en 1786 indicaba que poseía un rebaño de unas 4.000 cabezas merinas
(24). El aprovechamiento de los pastos comunales de los puertos de Híjar, gracias a que la titularidad de los animales recaía, de nuevo en su hermano mayor, junto con el esquilo, también le reportaban beneficios.
Hacia el final de su existencia las inversiones económicas del hidalgo campurriano se orientaron a sectores de escaso riesgo. Compró numerosos inmuebles en Reinosa, centro neurálgico comarcal y con previsión de crecimiento, que le resultaron muy rentables y le proporcionaban, al mismo tiempo, estima social.
También contó con acciones en el Banco de San Carlos, un proyecto de corte ilustrado del que fueron muy partidarios los magistrados como nuestro biografiado. En total era propietario de 60 acciones, concretamente del nº 145.977 al 146.036
(25) , que le supusieron una inversión de 120.000 reales.
MODUS VIVENDI
El comportamiento y los hábitos sociales relativos al magistrado campurriano es uno de los apartados, desde nuestro punto de vista, más interesantes. Al ser el hidalgo montañés un oficial regio, el modo de vida, modus vivendi, era una cuestión de suma importancia, sobre todo en una sociedad como la del Antiguo Régimen, en la que la ostentación y el lujo eran tenidos en gran consideración. Por ello, nuestro biografiado contará con servicio doméstico, lujosos vestidos, joyas, carruajes, etc., todo ello dentro de los denominados "gastos suntuarios", apartado que suponía un gran desembolso económico.
Debido a la movilidad que entrañaba su trabajo, D. Luis residía, por lo general, en casas alquiladas, pero su deseo era construirse una vivienda propia para pasar los veranos en su tierra natal. Decidió hacerlo en Reinosa, localidad con carácter urbano, probablemente porque se había acostumbrado a las grandes urbes ( recordemos que había residido en Valladolid, Santo Domingo, Cádiz, La Coruña, o la Corte). Esa edificación es, hoy en día, la más singular en cuanto a arquitectura civil de la villa reinosana y recibe el sobrenombre de "la Casona". Según G. Cosío Aguirre su estructura no es rural sino urbana, se terminó en 1785 y se encuentra situada en una de las calles principales, la avenida del Puente de Carlos III. Su fachada principal fue declarada de interés cultural el 22 de noviembre de 1982 y en ella se encuentra un escudo con las armas de los Ríos y Velasco. Tras su incendio en 1808 su posesión ha variado y actualmente pertenece al cabildo, que se ha hecho cargo de su rehabilitación y lo dedica a actividades culturales
(26). Las intenciones de D. Luis son elocuentes: "
los sitios que tiene la villa ... de los que yo he pedido uno, con animo de labrar una (casa) que sea mas que regular y sirva de estímulo para mi posteridad" y"`mis intenciones se dirijian a hacer un buen edificio que hermoseando la entrada de la villa, ofreciese las correspondientes comodidades para vivirle"
(27).
R. Cantón y J. García de la Puente, en su libros acerca de Reinosa, relatan una hermosa leyenda conocida como la de la "niña de Oro". Señalan que D. Luis, a causa de la enfermedad de su única hija, ofreció a la iglesia de un pueblo cercano el peso de la niña en oro si ésta sanaba, Nosotros hemos de señalar que la documentación es tajante respecto a la descendencia del magistrado. No tuvo ningún hijo. Pero su esposa, a los pocos meses de quedarse viuda, contrajo de nuevo matrimonio y casi con toda probabilidad la "Niña de Oro" fuese hija de ese segundo matrimonio de D' Lorenza, por aquel entonces marquesa de Fuente Híjar, título concedido a su segundo marido por los servicios prestados a la Corona.
Cuando D. Luis residía en las ciudades sede de las Audiencias y Chancillerías donde trabajó, las fiestas, toros, bailes y otras diversiones eran moneda corriente y muy del gusto de los magistrados, quienes llevaban una vida social intensa. Su mujer era originaria de Cádiz, ciudad conocida por sus famosas tertulias a las cuales era muy aficionada, al igual que el teatro, llegando incluso a escribir dos comedias que fueron atribuidas a literatos de la época. Siendo su segundo esposo, D. Germano de Salcedo y Somodevilla, uno de los fundadores de la Sociedad Económica de Amigos de Valladolid y ella miembro activo de la Sociedad de Damas Matritenses, el ambiente cultural en el que se movía D. Luis queda fuera de duda, pero no ha quedado reflejado en los documentos y por ello, no podemos ofrecer información.
Lo poco que sabemos respecto a su perfil intelectual es que era asiduo lector de la Gazeta de Leyden, de Guías de forasteros y de la Gazeta de Madrid, precursora del actual B.O.E., pero con noticias de tinte social. El hidalgo campurriano estaba hondamente preocupado por la educación, como indica en una de sus misivas: "
El verdadero modo de adelantar una casa es procurar poner en carrera a la familia sin mas perdida de tiempo"
(28). Se ocupó personalmente del proceso educativo de sus cinco sobrinos varones, costeándolo por completo y recomendando centros de enseñanza de primer orden, entre ellos el colegio de Villacarriedo, escolapio y con gran fama dentro y fuera de la Montaña. Asimismo, se interesó por el seminario de Vergara, en el País Vasco, proyecto de varios ilustrados, de talante "progresista" y cercano al laicismo.
Para finalizar, señalaremos que D. Luis fue un "restaurador" de su linaje ya que, gracias a él y a la posición socioeconómica que alcanzó, recuperó parte de su antiguo prestigio, y que, a pesar de no ser una brillante figura, no por ello dejó de ser un personaje ilustre de la comarca campurriana, al que, desde estas páginas, queremos brindar un pequeño homenaje.
NOTAS
(1) Archivo Diocesano de Santander (A.D.S.), Libro de bautismos, no 662.
(2) T. A. MANTECÓN MOVELLÁN, Conflictividad y disciplinamiento social en la Cantabria rural del Antiguo Régimen. Tesis inédita, Universidad de Cantabria, 1993.
(3) Mayorazgo: los bienes pertenecientes a una determinada familia o linaje, convertidos en inalienables.
(4) Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander, (B.M.P.S.), Colección Pedraja, Sec, Fondos Modernos, manuscrito no 696.
(5) Información obtenida de Archivo Histórico Provincial de Cantabria (A.H.P.C.), Sec. Centro Estudios Montañeses (C.E.M.), leg. 22, doc. 3.
(6) Archivo Universitario de Valladolid (A.U.V.), Libro de grados, Facultad de Cánones, nº 209, f. 8.
(7) Idem, Libro de grados, Facultad de Leyes, n º 212, ff. 47 y 48.
(8) Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Sec. Universidades (Colegios Mayores y Menores), Libro 1.139, ff. 5 y 6.
(9) R. L. KAGAN, Universidad y Sociedad en la España Moderna. Madrid, 1981.
(10) Archivo General de Simancas (A.G.S.), Dirección General del Tesoro, Sec. XXIII Inv, 2, leg. 54, f. 122.
(11) A.H.P.C., Sec.C.E.M., leg. 22, doc.II, nº 17.
(12) Ibidem, nº 14 y 15.
(13) A.G.S., Dirección General del Tesoro, Sec. XXIII, Inv. 2, leg. 56, f. 20.
(14) Archivo Diocesano de Cádiz (A.D.CA.), Matrimonios públicos, años 1774, nº 422, letras R-Z, partida nº 9.
(15) A.H.P.C., Sec.C.E.M., leg. 22, doc. 12, nº 44 y 45.
(16) Archivo Provincial de Cádiz (A.H.P.CA.), Sec. Protocolos Notariales, Notario Ramón Ramírez, leg. 789, ff. 279-284.
(17) Ibidem, nº 77.
(18) A.H.N., Consejos, Libro de Plazas nº 738, f. 324.
(19) Idem, 739, nº 10.
(20) Archivo Diocesano de Valladolid (A.D.V.), Libro parroquial San Pedro, difuntos 1717-1802, f. 320.
(21) Sobre la familia de comerciantes gaditanos Loyo y Treviño ver los trabajos de J. B. Ruiz Rivera y M. Bustos Rodríguez.
(22) A.H.P.C., Sec. C.E.M., leg. 22, doc. 11, nº 35.
(23) Idem, doc. 12, nº 77.
(24) A.H.P.V., Sec. Protocolos Notariales, Notario Manuel Valeriano de Acuña, leg. 3.851, ff. 102-103.
(25) Ibidem, ff. 180, 220 y 221.
(26) G. COSIO AGUIRRE, "La Casa popular en el valle de Campoo. Santander" en Publicaciones del Instituto de Etnografía y Folklore Hoyos Sainz, X, (1979-80), pp. 7-71.
(27) A.H.P.C., Sec. C.E.M., leg. 22, doc. 11, nº 99 a 110.
(28) Idem, doc. 12, nº 254.
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