El enigma de Camesa-Rebolledo

Pedro Ángel Fernández Vega

El primer dato que nos orientó hacia el hallazgo fue el topónimo "El Conventón" con que la tradición se­ñalaba el sitio del yacimiento. Sólo por el nombre, el lugar estuvo siempre envuelto en misterio y cubierto de fantásticas ruinas" (Robles 1985, 202). "Los ni­ños de Camesa y Rebolledo en nuestras escapadas a Mataporquera siempre aligerábamos el paso cerca de aquella loma... (Robles 1997).
 
Envuelta en la bruma de la leyenda y en la in­triga enigmática de la historia estuvo siempre para los habitantes de la zona el lugar donde se locali­zan los vestigios arqueológicos del yacimiento de Camesa-Rebolledo, pero fueron necesarios otros acicates para que los trabajos arqueológicos se desencadenaran. Las aportaciones bibliográficas del desaparecido José María Robles constituyen las más certeras aproximaciones tanto a los orígenes de la empresa arqueológica desarrollada en el lu­gar en los años ochenta del siglo XX, como a la identidad del enclave.
 
En relación con el origen de los trabajos, Robles escribió en las páginas de esta revista:
Solo me atrajo el lugar cuando tuve indicios de que bajo los enterramientos estaba oculta alguna edifi­cación romana. Esto había ocurrido algún día de los años 76 o 77, cuando mi tío Abel Gómez me en­tregaba un trozo de ladrillo romano, recogido junto a los enterramientos medievales, con la estampilla completa LEG, lo cual me hizo imaginar que allí te­níamos restos de algún asentamiento de la Legión LV Macedónica, cuya presencia en la zona estaba ates­tiguada por la amplia serie de hitos que deslindaban su territorio del de los juliobriguenses.
 
Pero faltaba un último impulso que no actuó hasta el verano de 1980. El yacimiento de El Conventón fue descubierto oficialmente en esa fecha nada casual. En efecto, para conmemorar el Bimilenario del final de las Guerras Cántabras se habían reanu­dado durante el mes de agosto de 1980 con gran aparato publicitario las excavaciones de Julióbriga, abandonadas desde 1961 (...). Ése fue el acicate que me estimuló a sacar a la luz un nuevo yacimiento ro­mano, contribuyendo así también a la celebración del Bimilenario (...) Así promovimos la exhumación de aquellas ruinas antiguas, con la esperanza de encon­trar Octaviolca y con la intención de que compitieran con las de Julióbriga. (Robles 1997).
 
Fig. 1 y 2 Tegula hallada en Camesa en 1980Resulta sobrecogedora la sinceridad y la amar­gura, entreverada en las líneas de este artículo, para quien, habiendo realizado el hallazgo y promovido la empresa arqueológica, reconocía al escribir su activa iniciativa, hasta entonces velada, y algunos de los problemas que ello había acarreado a las propiedades de su familia, además de comprobar la incuria en que habían quedado los restos arqueo­lógicos exhumados unos años antes. Pero a los efectos de este artículo, que se propone revisar el devenir de Camesa-Rebolledo en la interpretación arqueológica, un devenir mutante, interesa fijar la atención en los primeros indicios y las hipótesis: una teja donde se lee LEG mientras se tiene plena conciencia de la ominosa presencia de la Legio IV Macedónica (fig. 1 y 2), cuyas propiedades quedaban limitadas en Valdeolea por casi una veintena de mojones de sólida y contumaz reafirmación, y una teoría de partida, que se posiciona con Octaviolca como identidad más probable para el yaci­miento, toda vez que nadie osaba cuestionar que Julióbriga se ubicó en Retortillo desde que el padre Flórez así lo postulara a fines del siglo XVIII.
Camesa emergía del pasado como Octaviolca, envuelta en misterio y en cierta rivalidad con la Julióbriga de Retortillo.
 
 
El ímpetu refrenado
Plano 1 El Conventón en 1982Mientras Robles participaba en las excavaciones y recordaba en ese artículo que había desempeñado un rol relevante en la empresa arqueológica, la di­rección de las labores de campo y la responsabilidad fue asumida directamente por el director del Museo Regional de Prehistoria y Arqueología, Miguel Án­gel García Guinea. La excavación progresó a buen ritmo, especialmente en los dos primeros años en los que se exhumó un conjunto de estructuras muy interesantes por sus formas: una rotonda de casi cuatro metros de diámetro y una forma absidada al­ternadas entre tres estancias rectangulares y otra de planta cuadrangular que cerraba la secuencia por el sur. La publicación de estas campañas se realizó en 1985 y tomaba un cariz más bien descriptivo en lo que concernía a los restos romanos, pues en cierto modo no se estaba en condiciones de interpretar el conjunto, mientras se llegaba a conclusiones más claras en lo relativo a la necrópolis medieval: se habló de un yacimiento doble, romano y medie­val de cronología aproximada entre los siglos VIII y XII; se hablaba de la posibilidad de que el edificio romano contuviera una instalación termal dado que se reconocía una piscina inequívoca y un posible hipocausto en la estancia del extremo, al número 2 del plano publicado entonces (plano 1); se hacía constar los indicios de pintura mural y una cronología estimada que, ocupando de los siglos I a III de nuestra era, parecía centrarse en el siglo II. Además se debatía sobre si hubo ocupación visigoda o más bien altomedieval, de época de repoblación, a partir del siglo VIII, remarcando que hubo dos orientacio­nes en los enterramientos. Había fosas orientadas en sentido SO-NE, las más antiguas, atribuidas a los siglos VIII a X, y las de orientación O-E, más tardías, de los siglos XI-XII (García Guinea 1985, 308s).
 
Las excavaciones continuaron en los años ochenta del siglo pasado. La siguiente publicación, realizada en 1986 por C. Pérez y E. Illarregui, mos­traba la planta prácticamente tal y como quedaría después de ultimados los trabajos (plano 2): se co­nocía la mayor parte del edificio romano con toda su articulación de espacios y la mitad de otro edifi­cio al norte, que aún no se presentaba como lo que luego resultaría ser: una iglesia prerrománica. De hecho la publicación, estaba orientada fundamentalmente a dar a conocer una primicia arqueológi­ca anticipándose así a un primer estudio que estaba cobrando cuerpo y forma en las excavaciones de Retortillo. Se trataba de un avance sobre lo que se denominó "cerámica romana de tradición indígena o bien cerámica cántabro-romana" (Pérez e Illarregui 1986, 24). Proponía una primera aproximación, desde la perspectiva del análisis del microespacio, a la distribución de este tipo de cerámicas en el edifi­cio romano para "considerar la zona noroeste de la vivienda como el centro de servicios de la edifica­ción, mientras que en la zona este se concentraba la residencia noble del dueño de la estancia" (Pérez e Illarregui 1986, 39).
 
Plano 2 El Conventón en 1986 (Pérez e Illarregui)La tercera publicación dedicada a Camesa pro­vendría de García Guinea y E. van den Eynde, de­jando un estado de la cuestión muy definido acerca de lo que se sabía en 1991 respecto de las exca­vaciones, ya finalizadas en 1987: no se aportaba plano y se conocía lo que acababan de publicar los anteriores autores. El edificio romano pasa a ser designado "villa", con comillas, de la que se des­taca de nuevo la habitación circular para la que se manejan varias hipótesis: por estar excavada en la arcilla y embutida en buena medida en el terreno, se propone que fuera o granero, y como posee "un nicho muy profundo" se piensa que pudo servir "como repisa probablemente para la colocación o apoyo de algún material: sacos, objetos, ropa, etc. (...) Otra suposición es que fuese utilizada como ne­vero" y se añade que "es difícil quedarse conforme en absoluto con estas hipótesis, y se han barajado otras, como la de que pudiera tratarse de una sala -quizás apoditerium- de un conjunto termal, pues casi todas las habitaciones circulares que apare­cen en los edificios romanos apuntan más a una utilidad de este tipo. Pero, ¿es posible pensar en algo semejante a la altitud de 900 metros en que se encuentra la ruina?". Las dudas se cernían sobre las atribuciones más razonables desestimándolas, a pesar de que, a renglón seguido se habla de "una cámara absidal, pequeña, con pavimento de rudus similar al de la rotonda, y frente a ella una piscina con suelo de cimenticium (sic) y desagüe por atar­jea". La aportación principal de esta publicación venía a continuación, en el sistemático estudio de la secuencia de ocupación medieval, dando a cono­cer que se contaba con una datación absoluta -no calibrada (Gutiérrez Cuenca 2002)- para refrendar la cronología visigoda de las tumbas de fosa -que se iniciaban "en el último tercio del siglo VI"-, y también que se había hallado una iglesia prerrománica (García Guinea y Eynde 1991, 20ss).
 
El año de esta publicación correspondería al último en que se realizaron actuaciones en el yaci­miento, pero no en el mismo lugar: en 1986, 1989 y 1991 se excavó en La Cueva, otro enclave con restos romanos ubicado a setecientos metros de El Conventón, próximo al pueblo de Camesa. Sobre él se describía "la aparición de unas construccio­nes de habitación seguidas, como "tabernae", que debían dar a un patio grande, a modo de foro" (García Guinea y Eynde 1991, 12). Se estaba así cerrando, envuelta en incógnitas, la primera etapa de las excavaciones. A título de interpretación macroespacial sólo se concluía que "cada vez parece más afianzada la hipótesis de que todo el valle alto del río Camesa fue en el siglo I d. de J.C. los "prata" -de verano posiblemente- de esta legión romana casi con seguridad instalada en Herrera de Pisuerga". Entraban en consideración así los términos augustales o los hitos, que deslindaban el territorio de Julióbriga respecto de los prados de la legión IV Macedónica, entendiendo que Camesa entraba dentro de lo asignado a esta última: el yacimiento se valoraba implícitamente como un punto de en­vergadura limitada dentro de una realidad mayor de tipo militar.
 
 
Un yacimiento en orfandad
El esfuerzo arqueológico había sido muy no­table en las sucesivas campañas y se había pro­ducido en la etapa final de la vida laboral de su director al frente del Museo de Prehistoria santanderino, mientras raqueaban además los apoyos del equipo de investigación. La iniciativa arqueológica se había responsabilizado más allá de lo habitual y de lo convencional, pues se había logrado dejar bajo cubierta los vestigios arqueológicos creando una estructura constructiva de pilares de eucalipto y tejado de uralita para protegerlos, estrictamen­te lo que permitieron los fondos que se consiguió detraer de la administración regional para tal fin. Albergado como estaba, el yacimiento iba a ver pa­sar el tiempo soportando inclemencias que iban a ir minando la estructura de cubierta poco a poco durante más de una década, hasta quedar sumido en un deterioro ruinoso inexorable.
 
Plano 3 Interpretación de El Conventón segun Fernández VegaEl tiempo transcurría entretanto y dos nuevas publicaciones iban a ver la luz en 1996 y otra más en 1997. La primera de ellas, publicada en 1998, se presentó en un congreso celebrado en mayo de 1996 en Lugo. En ella Emilio Illarregui daba a co­nocer someramente resultados de las excavaciones -descripción de estructuras, y avance de conclu­siones sobre materiales hallados- y se internaba en el ámbito de la interpretación global en la línea del carácter militar del edificio por asociación con la Legión IV: veía "una vivienda con unos baños integrados dentro del edificio" y argumentaba en el sentido de presentar paralelos de instalaciones termales y de tipos de plantas balnearias en cam­pamentos militares (Illarregui 1998, 574). La intui­ción y la lógica iban de la mano pero certeramente encaminadas. Aún faltaba una interpretación con­creta del circuito.
 
No se había publicado todavía el artículo an­terior, cuando nosotros mismos presentamos en 1996 nuestra primera interpretación, que revisa­ba los planos publicados por Pérez e Illarregui en 1986, a la luz de los datos ya explicitados en los artículos que se habían ido dando a conocer. Revi­sábamos toda "la vivienda y modos de vida en la Cantabria romana" en el marco de nuestra partici­pación en el I Encuentro de Historia de Cantabria -celebrado en diciembre de 1996 pero cuyas actas se publicaron en 1999-, y proponíamos una primera interpretación del conjunto de restos romanos de El Conventón, que hoy sigue siendo defendi­ble de idéntico modo por tratarse de un edificio con singularidades formales inequívocas (plano 3) (Fernández Vega 1999): se trata de un edificio con pórtico hacia el sur soportado sobre columnas o pilares (P), organizado en torno a un patio cen­tral (A). Toda el ala oeste, conforme lo quieren los cánones, se destinó a termas. Empezaban con un praefurnium u horno en Bl, que caldeaba la bañe­ra del caldarium (B2), el cual estaba prácticamente encima, en el llamado "nicho muy profundo"(fig. 3). Eso explica la extraña puerta de escasísima an­chura que separa ambas estancias y también las comunicaciones con los ámbitos siguientes (B3 y B4), pues se trata no de puertas sino de pasos de calor de la estructura de hipocausto soportada so­bre columnas de ladrillo, en tanto que las puertas habrían estado sobre el falso suelo del hipocausto no conservado. El ábside en este tipo de contex­tos suele alojar bañeras también y, puesto que la estancia que lo muestra (B4) poseía calefacción, sólo puede ser el tepidarium o baño templado, pues nadie pondría en duda la identidad de la piscina reconocida desde el principio en B5 pero carente de doble suelo, por lo que, al no estar caldeada, sólo podría corresponder al frigidarium. También se había insistido en cómo se evacuaba esa piscina por medio de una atarjea que circulaba por B y, que ya se intuía como torre (García Guinea y Eynde 1991, 14). Efectivamente tiene el porte de una torre cuadrada en la esquina de la fachada con pórticos al sur pero la estancia hubo de funcionar como letrina, aprovechando el desagüe de la piscina. La circulación se distribuía mediante corredores (C) en torno al sector residencial de habitaciones (letras D) donde se observa un zaguán (DI) que precede un salón de recepción (D2), una antecámara (D3) y la cámara (D4), mientras veíamos en D5 un cuarto para el portero o celia ostiaria, que, años después nuestras excavaciones nos mostrarían como vestíbulo de acceso protegiendo la puerta de entrada de las lluvias del sur, que fue añadido en una segunda fase.
 
Fig. 3 Infografía mostrando el aspecto posible de la instalaciónEn la órbita de lo publicado anteriormente por Guinea, incidíamos en que si en La Cueva hubo un edificio público o un foro, dada la envergadura de los restos, Camesa tal vez fuera una villa periurbana o quizás una mansio, un mesón al borde de la calzada que delataba el fragmento de miliario encontrado en la habitación de la torre. Sin embargo nos decantábamos "por la primera posibilidad, la de la villa, con su sector residencial emplazado en la zona este y desarrollado en altura mediante una segunda planta. Pero en este supuesto, el de villa, queda otra posibilidad: un plano diseminado según el cual se hubiera detectado el pabellón de uso termal y recreativo..." (Fernández Vega 1999, 393).
 
Esta última teoría ha tenido un eco reciente en una obra de carácter general sobre los cántabros, para la que servimos como precedente bibliográfico no referido (Aja et alii 2008, 201).
 
Un año después de nuestra presentación, pero antes de que se publicara, vio la luz la interpretación del yacimiento de J. M. Robles (1997), de donde extractábamos pasajes en el comienzo de este artículo. Su interpretación coincidía estrechamente con lo que apuntaba anteriormente E. Illarregui sobre el carácter militar del yacimiento, y apostaba de manera mucho más explícita: "El edificio romano corresponde a la vivienda del jefe de una guarnición, semejante a las de ciertos pretorios hallados en yacimientos de Britania, en los que vemos cómo el comandante militar busca un grado de privacidad y de confort razonable con espacios alejados de la zona cuartelera..." (Robles 1997), lo que entroncaba estrechamente con el aspecto del edificio excavado en La Cueva, cuyo plano se publica por primera vez (plano 4) y del que se dice que "estas estructuras parecen propias de barracones de tropa", aunque plantea otra alternativa: "si no corresponden a un acuartelamiento militar podría tratarse de un edificio de carácter público, quizá de forma rectangular y porticada en torno a una plaza o foro", añadiendo, que pudiera pertenecer a la cánaba (sic), "el grupo de gentes que se asentaban en las proximidades de los campamentos romanos para proporcionar víveres, bebidas, productos industriales y hasta diversión a los soldados". Por último añade otra aportación clave para el debate: el topónimo latino de Octaviolca, citado en un itinerario de barro procedente de Astorga, aunque reconoce de manera velada que encaja mal con el cariz militar de todo el enunciado anterior, sobre todo si se considera que Octaviolca es un híbrido entre el nombre del emperador y un sufijo céltico que aludiría a un pasado prerromano: "si las ruinas halladas en Camesa correspondieran a un campamento militar, éstas aún pueden denominarse Octaviolca, nombre que además señalaría la mansio documentada en el Itinerario, y probablemente, la comunidad civil habitante en la zona". El topónimo encajaba mal en las teorías del autor pero fue sincero en las líneas finales del artículo: "No seré yo promotor de iniciativas turísticas para estas ruinas -me conformo con haberlo sido de su hallazgo-, pero si los yacimientos de Camesa y Rebolledo deben entrar de una vez en circuitos y rutas de tal clase, hay que bautizarlos con nombre más sonoro y antiguo. Por eso, no hablemos ya de Camesa-Rebolledo, hablemos de Octaviolca".
 
Plano 4 Estructuras arqueológicas de La Cueva (según J. M. Robles)
 
 
La creación del arqueositio
El colofón de José María Robles no pudo ser ni más elocuente ni más premonitorio: aunque no estuviera comprobada la atribución del topónimo romano, ésta era útil para la comercialización o para el emplazamiento del yacimiento en el sector del naciente turismo cultural. Y precisamente, éste iba a ser el motor que sacara al yacimiento de su deterioro lento pero inexorable, junto con la conciencia de preservar y proteger el patrimonio arqueológico que se impuso por fin a comienzos del nuevo milenio.
 
Fig. 4 Aspecto actual de los vestigios arqueológicos de la zona de El ConventónEn 2003 se inauguró una nueva instalación museística sobre el yacimiento que lo ponía en valor bajo una estructura de cubierta en un edificio de gran formato, la cual incorporaba además un espacio para un centro de interpretación. Las restauraciones se realizaron con seguimientos arqueológicos y se procedió con total cautela en cuanto a la puesta en valor de las estructuras (Saiz et alii, 2003; Tanea 2003 a y b). Nosotros colaboramos de entrada en la interpretación del edificio para crear una simulación en realidad virtual del aspecto que pudo tener, y en la presentación del yacimiento al público a través de una estrategia de atriles de interpretación, los cuales se servían de imágenes tomadas de la infografía generada para el audiovisual, que se colocaron sobre la pasarela de visita que cruzaba el yacimiento. Fue en ese momento cuando decidimos intentar retomar las excavaciones del yacimiento.
 
Comenzamos por unos sondeos que tendían a verificar aspectos puntuales de la instalación termal -la presencia de hipocausto en la habitación de la torre, aspecto que quedó definitivamente desestimado,- y sobre la parte posterior del edificio que posteriormente nos ha demostrado tener una envergadura prácticamente similar a la de la parte anterior, la que se había instalado en el acerbo arqueológico como "villa" (Fernández Vega et alii 2004). Inicialmente estábamos en la idea de asimilar Camesa con Octaviolca en la línea de J. M. Robles y desde la aceptación implícita de la identidad Julióbriga-Retortillo, pero las dudas nos asaltaron pronto y de momento seguimos optando por la "villa" sin más (Fernández Vega 2004).
 
Buena parte del trabajo de estos años hasta el presente, se ha derivado hacia la puesta en valor del yacimiento. La creación del Arqueositio de Camesa- Rebolledo nos ocupó al principio: se instaló una pasarela perimetral y se modificaron los criterios de presentación de los vestigios presentando recreaciones de los suspensurae o dobles suelos y bañeras de la instalación termal, de las letrinas y de la envergadura de los muros y las pinturas murales, se recrecieron muros y se nivelaron suelos de tierra sobreexcavados y alterados en sus niveles por la necrópolis medieval. Este tipo de intervenciones, que incorporan reconstrucción evocadora de los originales reuniendo el doble requisito de ser discernible -diferenciable del original- y reversible -desmontable sin alterar los restos originales-, son las que identifican a un arqueositio, galicismo que encierra una clara vocación por favorecer la interpretación del patrimonio y su rentabilización social (fig. 4). En este sentido, se creó primero una nueva exposición para el centro de interpretación titulada Bellum cantabricum et pax romana y organizada en una triple faceta -historia, arqueología e interpretación- que ofrece datos y plantea preguntas al visitante a partir de los datos, acerca de las fuentes clásicas y las Guerras Cántabras, sobre los restos arqueológicos de Camesa y el vecino Monte Ornedo y sobre la interpretación y la identidad de los vestigios del lugar (Fernández Vega 2005), planteando una interrogación que ya suscitamos también en estas páginas (Fernández Vega et alii 2005) y que se formula no a manera de dogma -como parece serlo la atribución Julióbriga-Retortillo, sino de hipótesis: dado que no se dan los requisitos para identificar Julióbriga en Retortillo -no tiene pasado prerromano, ni restos de la fundación hacia el 15 a.C., ni tampoco murallas como correspondería a un oppidum que además lleva el sufijo -briga, equivalente a ciudad amurallada, ni han aparecido los restos de la llegada de la Cohorte I de los Celtíberos a fines del siglo IV, y, por otro lado, todos los mojones o términos augustales que delimitaban el agrum Iuliobrigensium se han encontrado en Valdeolea y uno más al este, en Valdeprado-, ¿por qué no plantearse que Julióbriga pueda estar en Camesa? De momento, cuenta con más pruebas a su favor. La rotunda presencia de los términos augustales y la de un castro y un campamento romano en Monte Ornedo, así como de hallazgos ya de ocupación prerromana en El Conventón.
 
El enfoque de los esfuerzos hacia una mejora de las instalaciones ha derivado en la gestación de un nuevo proyecto arquitectónico que reformulaba la calidad y acabado del centro y permitió realizar una ampliación. Se incorporaron aseos para el público, laboratorio para procesado de material arqueológico de campaña, dependencias para almacenaje de útiles y hallazgos de excavación, sala de audiovisuales y sala didáctica así como un espacio expositivo moderno organizado en tres terrazas, de planteamiento panorámico, prácticamente teatral. Todo ello obligó también a derivar el trabajo del año con que más efectivos se contó para excavar al esfuerzo de verificar que la necrópolis se extendía bajo las dependencias del nuevo edificio, de modo que se sobreelevó y se resolvió en terrazas el nuevo espacio. El apoyo de la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte y las inversiones del programa Leader Plus, junto con el incondicional impulso del Ayuntamiento de Valdeolea, han permitido promover iniciativas diversas año tras año, en el marco de programas de empleo del Servicio Cántabro de Empleo y también campos de trabajo internacionales bajo los auspicios de la Dirección General de Juventud.
Pero ha habido más avances en el conocimiento científico.
 
 
El enigma sigue abierto
Nos apresuramos a indicar que no hemos resuelto el enigma de la identidad del yacimiento, como no pudo resolverlo tampoco otro equipo en la anterior fase, cuando en 2002 publicó sus memorias de las campañas de los años 1983 a 1986. El trabajo y los avances realizados en el ámbito medieval del yacimiento, no estaban compensados con el conocimiento del desconcertante edificio romano al que se denominaba ahora casa y del que se decía que "era una casa de termas, villa o puesto de vigilancia donde la romanización se había alcanzado plenamente..." (García Guinea, 2002, 152).
 
Nuestras hipótesis de partida se afianzan como acabamos de indicar, pero se encuentran lejos de estar verificadas. Hemos enfocado el estudio de Camesa como un patrón de asentamiento con tres enclaves decisivos: Monte Ornedo, donde la destrucción del yacimiento -un presumible castro prerromano- durante las remociones de terreno para la plantación de un pinar hace décadas, dificulta los trabajos de verificación; Santa Marina, donde sabemos que hay restos prerromanos que apuntan incluso a la primera Edad del Hierro en su fase final, y sobre todo a la segunda, con especial presencia hacia fines del siglo II a. C.; pero además tenemos bien contrastada la presencia militar romana en forma de campamento de campaña, o quizá con una permanencia un poco más prolongada que el de una mera necesidad momentánea a raíz del desarrollo de operaciones militares; y Camesa, donde se ha avanzado ampliamente en cuanto a la superficie excavada en El Conventón, pero no hemos podido progresar en un lugar clave: el edificio de La Cueva, el supuesto foro, cuya naturaleza determinaría razonablemente bien una idea aproximada del rango de todo el yacimiento. Sabemos que además de La Cueva y El Conventón -donde se va adivinando todo un barrio urbano, con dos momentos de ocupación romana y con presencia prerromana latente pero alterada y huidiza por las remociones del terreno que provocaron las construcciones romanas-, hay restos también en Rebolledo. Todo apunta hacia un establecimiento de cierta relevancia pero de plano desagregado, polinuclear.
 
No es éste el momento, ni el lugar para dar a conocer los hallazgos científicos más recientes. Hemos planteado este artículo en formato de aproximación y revisión, para que se conozca cómo el lastre de la arqueología en un yacimiento romano -o de tres, como en el caso de este asentamiento, si consideramos que El Conventón, Rebolledo y La Cueva en Camesa forman uno sólo- radica en que debe prospectarse mucho y excavar grandes extensiones antes de poder tener la menor idea aproximada acerca de la envergadura y la naturaleza del yacimiento. De momento, sabemos que estamos ante un patrón de asentamiento complejo en el que se sustanció el paso de la prehistoria a la historia mediando un proceso de ocupación militar y conquista de un castro en altura y de una aldea en el valle, ambos cántabros, por parte de las tropas romanas que pacificaron el territorio, y posibilitaron el establecimiento de un nuevo modelo de vida y de organización del territorio, conforme a los cánones urbanísticos y la calidad y confort de vida romanos.
 
Entre todos, los que excavaron antes y nuestro equipo, en el que se han ido integrando varios técnicos y arqueólogos -Serafín Bustamante, Javier Peñil Mínguez, Rafael Bolado del Castillo, Iván Díaz San Millán, Lino Mantecón Callejo, y muchos más que ha colaborado puntualmente-, vamos reelaborando el discurso que nuestros predecesores nos legaron, revisando datos, verificando sobre el terreno con nuevas actuaciones y reformulando hipótesis, en un reajuste constante de supuestos y de objetivos de investigación según progresan los trabajos. El problema arqueológico no está cerrado ni el enigma resuelto.
 
Fig. 5 Localización de los hallazgos de las cajitas celtibéricasTres ejemplos de hallazgos y publicaciones recientes nos ilustran del valor de los objetos y de su lectura y significado. En el año 2006 se encontraron dos cajitas celtibéricas, un tipo de objeto que, por su denominación misma, nos evocaba una hipotética identidad prerromana, pues aunque responde a tradiciones que emanan de la Edad del Hierro, y aunque sabemos que perdura en época romana, sin embargo, nunca se había hallado en excavaciones en Cantabria. Proceden de El Conventón, de la zona de ampliación del centro de interpretación en contexto de tierras revueltas por la necrópolis medieval, y del exterior de uno de los edificios romanos -una casa de modesto tamaño, ordenada en torno a un distribuidor central, a modo de pequeño patio cubierto, un atrio testudinado en la terminología romana- (fig. 5). Lo razonable era esperar que fueran de época romana, pero dada su singularidad optamos por datarlas por termoluminiscencia. Los resultados fueron inequívocos: el ejemplar más antiguo sería en principio el liso, el que ya sabíamos romano por su contexto arqueológico en relación con la casa, con una datación atribuida de 1952 ± 146 antes del presente (MAD-5150 BIN); el otro debería ser según los análisis ligeramente más moderno y se dataría en 1937 ± 148 antes del presente (MAD- 5149 BIN). Obviamente, los resultados no son totalmente concluyentes por el margen de error sino meramente indicativos, pero vienen refrendados por el contexto arqueológico: ambos ejemplares corresponden a cajitas celtibéricas usadas por los pobladores romanos y no los prerromanos del yacimiento (Fernández Vega et alii, en prensa 1). Pero junto a ellos se dataron dos fragmentos de cerámica de aspecto prerromano procedentes de un nivel que parecía no estar contaminado por material romano y los resultados fueron favorables: remiten a la Edad del Hierro, si bien en el mismo nivel arqueológico, en catas que se están realizando en este momento, sí han aparecido intrusiones de material romano. Se trata de algo que está en estudio, aunque no parece entrañar ya mucha duda la presencia de un poblamiento anterior al siglo I d. C. en El Conventón. Son varios ya los sondeos y catas donde han aparecido evidencias prerromanas.
 
Fig. 6 Placa de cinturón liriforme procedente de Sta. MarinaOtro hallazgo interesante procede de Santa Marina, de la zona más baja de la falda del yacimiento por el collado del lado este. Se trata de una placa de cinturón liriforme de tipología hispanovisigoda que se ubica cronológicamente entre mediados del siglo VII y principios del siglo VIII, si bien podría haber perdurado un poco más (Fig. 6. Fernández Vega et alii, en prensa 3). Se afianza con evidencias materiales la presencia visigoda en la zona, más allá de las dataciones de tumbas de fosa publicadas en su momento por García Guinea en Camesa, y que se relaciona con la etapa medieval de Santa Marina (Bohigas 1978), momento en que el lugar parece haber acogido un pequeño fortín en el que hubo una ermita cuya advocación dio nombre al cerro.
 
El tercer ejemplo nos remite al problema inicial, el del enigma de Camesa. Recordábamos al principio, en palabras de J. M. Robles, el hallazgo de una teja con una cartela fragmentaria en la que parecía poderse leer LEG y que motivó toda la teoría acerca de la relación con la Legio IV Macedónica y su inmanente presencia a juzgar por los términos augustales. Fue la teja, en realidad, el detonante para la decisión de iniciar las excavaciones, el motor de las hipótesis militaristas para el yacimiento que han gozado de mucho predicamento posterior (Serna, 2003; Peralta 2004) si bien, a nuestro juicio, por el momento no se puede dar por demostrada en El Conventón la naturaleza militar del lugar y nada apunta a ello de manera inequívoca. En el año 2005 encontramos otros dos ejemplares de tegula plana cuyos labios se habían eliminado para formar una solera de cuatro capas de material latericio, una especie de base de apoyo para un pie derecho. En todo caso, la leyenda estaba completa en los dos ejemplares y, por una vez, pues todo son cuestiones abiertas, permitía cerrar un problema arqueológico (figs. 7 y 8): lo que estaba escrito no era LEG sino CAEC -de Caecilius-, o en su defecto GAEC, quedando definitivamente excluida la lectura más conmovedora de todas las posibles, la que había desencadenado un proyecto de arqueología para varias generaciones.
 
Fig. 7 Tégula (según R. Bolado del Castillo)  Fig. 8 Tégula (según R. Bolado del Castillo) 

BIBLIOGRAFÍA:
 
Bohigas Roldán, R. (1978): "Yacimientos altomedievales de la antigua Cantabria", Altamira XLI, pp. 17-48
Eynde Ceruti, E. van den (1998): "Excavaciones arqueológicas en el yacimiento romano-medieval de Camesa-Rebolledo (Valdeolea. Cantabria)", Regio Cantabrorum, Santander.
Fernández Vega, P. A. (1993): Arquitectura y urbanística en la ciudad romana de Julióbriga, Santander.
(1999) "Vivienda y modos de vida en la Cantabria romana", I Encuentro de Historia de Cantabria. Actas del encuentro celebrado en Santander los días 16 a 19 de diciembre de 1996, Santander.
(2004a) Guía de Camesa-Rebolledo, Santander 
(2005) Bellum Cantabricum et pax romana. El asentamiento cántabro-romano de Camesa-Rebolledo, exposición abierta al público en julio de 2005 en el centro de interpretación del Arqueositio de Camesa-Rebolledo.
(2006)   : « De «los cántabros » al final de Cantabria : arqueo­logía en siglos oscuros » en Fernández Vega, P. A. (coord) : Apocalipsis. El ciclo histórico de Beato de Liébana, Santan­der.
Fernández Vega, P. A. et alii (2004): « Sondeos en Camesa- Rebolledo 2003 », Sautuola X, 2004, pp. 49-66.
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(en prensa 1): "Hallazgo de dos cajitas celtibéricas en Camesa-Rebolledo (Valdeolea, Cantabria)".
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