André Malraux dijo que el siglo XXI sería fundamentalmente un siglo religioso o no será nada. Los análisis que se llevan a cabo en nuestro tiempo sobre el fenómeno religioso nos llegan desde la sociología y son fundamentalmente de carácter positivista. La religión interesa como fenómeno en relación con otros muchos desvinculado de la filosofía y sobre todo, de la teología. Es un hecho objetivo que la religión, la cultura y la sociedad son realidades profundamente vinculadas entre si. En su análisis no puede prescindirse del contexto sociocultural, de su conexión con el poder político y la realidad civil. Esto es evidente en relación a la religiosidad popular en general y, cómo no, a la que se dio y se da en el entorno de Montesclaros.
Ha sido la fe de todas las clases sociales de los campurrianos la que ha sostenido la religiosidad popular en torno al santuario de Montesclaros a través de todas las vicisitudes históricas, a veces muy difíciles, por las que ha pasado. Y al mismo tiempo esta religiosidad ha mantenido vivo el entretejido social de toda esta merindad. Prescindamos de la religiosidad de estos pueblos y nos será ininteligible su sociedad, su cultura y su historia.
Gracias a los ayuntamientos de la Merindad, de los que nuestra Señora de Montesclaros es Alcaldesa Mayor, los materiales del convento y de la iglesia no están hoy formando parte de la fábrica de cristal de las Rozas. La religión y la cultura, la religión y la sociedad son como la sal y el agua del mar. La religión configura al hombre antropológicamente en sus reacciones psíquicas más profundas y la religiosidad popular contribuye a que se exprese según su talante psicológico con sus tradiciones, sus costumbres y su folclore.
EL HOMBRE CAMPURRIANO COMO SUJETO DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR
Según Jorge María Rivero San José, en Cantabria estamos en la cuna de la humanidad
(1). Hasta ahí nos llevaría el estudio de la pervivencia de sus topónimos. Y no sólo la Capilla Sixtina de Altamira sino las innumerables y portentosas estelas cántabras nos indicarían que estamos ante un hombre profundamente religioso.
Podríamos caracterizar al hombre de religiosidad popular como hombre de lógica estética, hombre eminentemente festivo. Su ritmo es libre como el ritmo de la naturaleza, de sus valles, montes y ríos. Sus canciones, en nuestra tierra, con mucha frecuencia, tienen origen mozárabe o son derivaciones folclóricas del canto gregoriano, sus letanías, sus salmos y sus himnos procesionales que son con frecuencia el origen de muchas danzas que empezaron siendo promesas a ejecutar delante de las imágenes. La antropología del hombre que vive la religiosidad popular se identifica, más bien, con la estética del Partenón o Gaudí. Su lógica estética huye del matematicismo de los jardines de Versalles. Es un hombre de carácter festivo de tipo dionisiaco. No es difícil, como veremos, detectar en las romerías ciertos abusos debidos a la abundante comida y el buen vino escanciado al son de los ritmos de la dulzaina. Los antiguos cántabros lo festejaban con cerveza.
Este tipo humano es capaz de sacralizar lo cotidiano de su existencia huyendo de los formalismos religiosos. Criticado en otro tiempo como hombre semipagano y dominado por la fatalidad, ahora, sobre todo después del Vat. II, se le valora positivamente. Todo es sagrado menos el pecado, solía repetir el padre Congar, el gran teólogo del Vat. II, y a quien, me consta, le encantaba la liturgia mozárabe, más vital y más cercana al pueblo que la liturgia romana, que nos fue impuesta en el siglo once arrinconando la hispanorromana cuya música aún no hemos podido descifrar. En esta liturgia, cuyos largos y bellísimos melismas resonaron en el interior de todas las iglesias rupestres y en la primitiva capilla semirrupestre de Montesclaros, se expresó el alma del pueblo recién bautizado de Cantabria. Lo trajeron al norte los hispanorromanos huidos de la España ocupada por los agarenos o los monjes que seguían la regla de S. Fructuoso ya en el siglo VI.
Así es este hombre concreto, este campurriano, amigo del agua, de la nieve y del bosque, que ama sus fiestas y sus romerías, a las que enriquece con el atuendo de sus trajes típicos, su folclore y sus danzas que permiten expresar su devoción según las características propias de su idiosincrasia psicológica y su cultura nacida de la fe cristiana.
En lo que hasta ahora he podido observar no he detectado en la religiosidad popular del campurriano en torno al santuario ciertos defectos típicos de la religiosidad popular, como pueden ser ciertas practicas mágico supersticiosas, malas artes o sortilegios tan acentuadas en las regiones meridionales tanto de España como de Italia, ya sea debido a la sistemática educación catequética recibida durante siglos o por su antropología cántabro-castellana. Tampoco hemos detectado en esta religiosidad popular un tipo de culto que pudiéramos tildar de utilitarista, como si el campurriano quisiera atrapar el poder de Dios poniéndolo a su disposición. Lo que he podido observar hasta ahora es una religiosidad desinteresada, genuina y profundamente espiritual y llena de gratitud.
Aunque es verdad que el Comandante Pacheco con la 14 Brigada de choque sacó la imagen de la Virgen para fusilarla en la plaza pública el 19 de marzo del 37 y, de hecho, se fusiló a varios padres y hermanos en el 36, personalmente pienso que ése fue un hecho puntual que no cualifica al ser histórico de Campoo, cuya trayectoria en torno a la devoción mariana y a los padres del monasterio es exactamente la opuesta. Había odio en algunos, es verdad, pero un odio de clase semejante al que los obreros sienten por sus patronos.
Alguien ha pretendido deducir desde hechos como éste una lectura marxista de la religiosidad popular, tipo teología de la liberación. Para esos analistas la religiosidad popular sería la característica de la cultura de la miseria, de los discriminados por las clases dominantes, o el refugio del pobre alienado de su compromiso político y revolucionario. Un rápido análisis del acontecer histórico en torno a Montesclaros apunta en sentido contrario. Fueron las autoridades campurrianas, alcaldes y procuradores íntimamente unidos a sus pueblos, los protagonistas que mantuvieron viva la religiosidad popular de esta tierra en torno al Santuario sin que se note en ningún momento la distinción de clases. "Id a visitar el Santuario en cualquier día del año, dice el P. María del Santísimo Rosario, hallareis siempre fervorosos peregrinos de ambos sexos, y de todas las edades, pertenecientes a las múltiples categorías que forman la escala social"
(2).
La fe roqueña del pueblo cántabro y su entrega en la reconquista, derramando su sangre batalla tras batalla en Castilla y todo el resto de España, arranca de esta religiosidad popular sana y sufrida. Fue Cantabria, si no la madre de la humanidad como nos quiere demostrar Rivero, sí la madre de Castilla y la que nos trasvasó esta fe aguerrida, reconquistadora y firme como una roca de la que puede ser símbolo perfecto el santuario de Montesclaros, no sólo cimentado sobre roca firme, como requiere el Evangelio, sino embutido en la roca, pues es la roca la que conforma, como parte estructural, la realidad del santuario. Los primeros condes de Castilla fueron campurrianos. La reconquista sacó de Campoo, dice José Calderón,
(3) lo más granado de su nobleza y lo más brioso de su juventud.
Una lectura de tipo marxista de esta religiosidad popular me parece sencillamente falsa, alicorta y desviada, que no va a la raíz del problema. "Podemos presumir muy bien, sin temor a equivocarnos, continúa diciendo el P. María, que ricos y pobres, labradores y artesanos, comerciantes y ganaderos, concurrieron a la realización de aquella obra tan conforme con la piedad tradicional del país"
(4).
El campurriano no llega al santuario como huyendo de la ostentación del burgués que prefiere la religión oficial, como miembro de la clase oprimida que busca refugio y lugares de comunión como huyendo del aislamiento de su clase. Un análisis de este tipo no resiste la crítica más elemental entre otras razones porque ignora la recia personalidad del campurriano y la densidad histórica y sociocultural de su fe. Las tierras de Campoo son de behetría y su sentido de la libertad rechazó las imposiciones del Fuero Juzgo. Su fuero es del libre albedrío. Ésta fue la herencia de Fernán González el padre de Castilla.
Y a propósito de la Virgen de Montesclaros dice D. Manuel Sainz: "La devoción a la Santísima Virgen ha sido siempre el distintivo de los católicos de toda clase. Por eso, reyes, artistas, hombres de letras, sencillos pastores e ignorantes labriegos, guerreros y marinos, grandes poblaciones y pequeñas aldeas, jóvenes y ancianos, prelados esclarecidos y humildes sacerdotes... todos los que han conservado encendida la antorcha de la fe han rendido culto a la Reina de los Cielos"
(5).
Que el catolicismo sea la esencia de la cultura española se lo debemos fundamentalmente a este hombre nuevo de Campoo, castellano-cántabro, nacido en medio del dolor de inauditos sufrimientos y crecido en la lucha constante contra aquella fe que el Islam nos quiso imponer con la violencia de la guerra santa dejando profundas heridas en el corazón de Cantabria durante los siglos VIII, IX y X fundamentalmente, tal como nos las describe el romance de Fernán González. En esta tierra está el embrión esponsalicio entre la fe católica y la cultura de nuestro pueblo. Quien ignore todo esto no comprenderá nunca en profundidad al ser humano que se acerca a este Santuario de Montesclaros como a otra Covadonga.
A pesar de las vicisitudes históricas por las que pasó este lugar siempre lo salvó la profunda religiosidad de los habitantes de esta comarca. "Es gente dócil et bonae índolis" dice el padre Pozo en el informe que hace al Rey a principios de 1685 pidiéndole que la orden se haga cargo del culto de la Capilla de Montesclaros
(6).
¿Podemos decir que en esta religiosidad popular existe una cierta connotación militante? Personalmente pienso que sí. Existe y suele manifestarse en las fiestas y danzas folclóricas. Esta religiosidad surgió con el hombre nuevo de la reconquista nacido precisamente en Campoo. Es curioso que en la capilla prerrománica existan vestigios de pinturas y en concreto una cruz de los Templarios, Orden Militar por antonomasia, nacida en 1118, que se hizo famosa por su intervención en las Cruzadas.
Otra cosa es que a esta religiosidad se la tilde de intolerante y fanática. Lo que resulta intolerante es lo que tenemos que oír en nuestros días en todos los medios de comunicación social, que se deshacen en alabanzas del Al Andalus: fueron los salvajes del norte, bárbaros e incultos, los que se lanzaron contra los pacíficos musulmanes del Al Andalus de cultura refinada, seres pacíficos y tolerantes. Basta leer cualquier historia para darse cuenta de la irritante falsedad.
En realidad nosotros no hicimos otra cosa que cumplir el Corán, el cual afirma en la Sura II: "Combatid en la senda de Dios contra los que os hagan la guerra. Pero no cometáis injusticia atacándolos primero, pues Dios no ama a los injustos". Nosotros estábamos tranquilos en España. Fueron ellos los que atacaron primero. Nosotros no les atacamos ni en Arabia ni en Egipto ni siquiera en Ceuta, que debía haber defendido D. Julián, porque era nuestra. Sin embargo entraron en España, dicen que para entronizar en Toledo a un hijo de Vitiza, cosa que no cumplieron. Nos hicieron la guerra, se adueñaron prácticamente de toda España, menos del norte, destruyendo ciudades, iglesias y conventos, incendiando campos y cosechas año tras año, apoderándose de las doncellas y de inmensos tesoros. Y sigue diciendo el Corán: "Matadles donde quiera que los halléis, expulsadles de donde ellos os hayan expulsado."
Efectivamente los expulsamos de donde nos expulsaron, al mismo tiempo que invocábamos a la Virgen, a S. Miguel, a S. Jorge y a Santiago y a todos los santos con los que huimos hacia el norte. En el fondo no hicimos otra cosa que cumplir el Corán al pie de la letra. ¿En qué se nos puede reprochar? ¿Y nos tenemos que avergonzar ahora de que esta religiosidad sea aguerrida, fogosa y combativa nacida a la sombra de todos esos santos que dieron nombre a muchas de nuestras peñas y castillos?
Basta escudriñar un poco y nos daremos cuenta de que todo esto va implícito en la religiosidad popular del campurriano.
EL LUGAR
No es posible comprender la religiosidad popular si prescindimos de lugares, imágenes, tiempos de fiestas, peregrinaciones, romerías con todo lo que esto conlleva: atuendos, músicas, danzas y comidas típicas.
La historia de las religiones se desarrolla en torno a ciertos lugares agraciados por una misteriosa teofanía de lo divino.
El cristianismo, en general, se limitó a transfigurar todos esos lugares con la presencia de símbolos e imágenes cristianas: Cristo, la Virgen, ángeles o santos, bautizando de esa manera estos lugares. Grecia está llena de pequeñas ermitas dedicadas a la Virgen, los ángeles y los santos diseminadas por carreteras y caminos, montes y valles que el genio de la ortodoxia supo sembrar en cada rincón donde pudiera encontrarse un ídolo pagano. ¿Sucedió lo mismo con la cueva de Montesclaros? ¿Por qué no lo podemos pensar? ¿Quién nos lo impide? Antes de la llegada del cristianismo esta cueva bien pudiera haber tenido otros usos, como servir de refugio o como lugar de culto pagano que más tarde pudiera haber sido ocupado y bautizado por un eremita o anacoreta de mediados del siglo VI u VIII. Parte de la cueva es artificial excavada en la roca. Los celtas parece ser que no construían templos pero usaban las cuevas u otros lugares para sus cultos. Los cántabros que se batieron con los romanos eran paganos pero poseían un profundo sentido religioso. La fuente que les proporcionaba agua y el roble cobijo eran sagrados. De ahí al culto a la Madre tierra no hay más que un paso que la iglesia transfigurará ofreciendo al cántabro el culto a María como arquetipo de toda maternidad por ser la Madre del Hijo de Dios y Reina de Cielos y Tierra, una vez cristianizados. Esto aparece como una constante en la zona de Campoo y Valderredible.
Para comprender mejor esta religiosidad popular en torno a los santuarios de María no debemos olvidar la ancestral tradición matriarcal de Cantabria. De alguna manera inconscientemente los cántabros vuelven a encontrar su propia identidad perdida con la conquista romana en el culto a la Madre. No existe que yo sepa ni un solo vestigio que pueda relacionar la cueva de Montesclaros con cultos paganos cántabros ni romanos, pero el P. Fernando Llobat nos asegura que en distintas ocasiones arqueólogos nacionales y extranjeros le aseguraron que los signos que se encuentran en el altar de la iglesia prerrománica son anteriores al cristianismo. Arqueológicamente es la parte más interesante del santuario y está por estudiar. Aunque el culto que allí pudo darse, al parecer, fue siempre cristiano.
Sabemos que con la paz de Constantino y la entrada masiva en la iglesia de paganos a medio cristianizar, muchos católicos huyen al desierto para vivir la auténtica vida cristiana como eremitas y anacoretas. Éstos y los soldados cristianos llevan el culto de los mártires, de la Virgen y los santos utilizando las calzadas romanas. No debemos olvidar que Montesclaros está muy cerca de Juliobriga y que una de las calzadas romanas pasaba cerca del santuario, por el territorio de los Carabeos, a través de ellas llegaron no sólo soldados sino muchos cristianos, monjes o mercaderes, que cristianizaron regiones enteras por contagio, y propagaron el culto a Cristo y a la Virgen sin destruir su cultura sino más bien enriqueciéndola y transfigurándola. Los anacoretas habitaron las cuevas buscando la soledad, como sucedía en todas las partes de la cristiandad, que, más tarde se convertirán en iglesias rupestres o se protegerán con capillas adosadas y habitadas por ermitaños que las cuidan.
En el caso de Montesclaros se trata de una cueva donde un pastor descubre una imagen de María que, según la opinión más corriente, podría haber sido depositada por alguien que buscaría cobijo en estos parajes huyendo de la invasión de los semisalvajes bereberes de Marruecos (Dozy). Lo cierto es que en las excavaciones llevadas a cabo en 1960 aparece una capilla prerrománica de mediados de siglo IX. Todo lo cual nos permite suponer que este lugar sagrado ya era punto de referencia para la piedad popular mucho tiempo antes de su construcción. Por ello se levantó la capilla adosada a la cueva. Los siglos VI y VII fueron siglos de gran expansión del monacato en toda España. Por eso algunos piensan que no sería necesario esperar al siglo VIII para que alguien depositara la imagen en la cueva.
De todos es sabido que después de la batalla del Guadalete hubo una huida masiva de hispanorromanos y visigodos hacia el norte que el mismo Tarik persiguió hasta Amaya, capital de Cantabria y sede del duque D. Pedro, el padre de Alfonso I que, acertadamente despoblará Castilla desde las riberas del Duero, repoblando la montaña. A partir de este momento las cuevas de toda esta región serán su refugio contra el pillaje de la arrogancia musulmana y el punto de referencia de su piedad. A estas grutas, presididas por imágenes de la Virgen y santos, se dirigen a descargar sus pesadumbres, enjugar sus lágrimas por sus hijas capturadas, sus cosechas arrasadas año tras año, sus hijos decapitados en las batallas para hacer con sus cabezas una pirámide donde debería encaramarse el muecín para llamar a la oración.
Fue en estos siglos VIII y IX donde se fraguó esta profunda religiosidad que llenará esta tierra, ahora superpoblada, de aldeas con sus correspondientes iglesias y sus campaniles para convocar a la oración. Éste y no otro es el origen de la religiosidad popular de esta tierra visto desde los lugares sacros, como la cueva de Montesclaros, punto de referencia donde la epifanía de lo divino resplandece de un modo muy especial y que son al núsmo tiempo refugio, consuelo y lugar de fortaleza y sanación para reemprender la lucha y afrontar el constante peligro.
Los repobladores como élite guerrera de nuevo cuño partían de estos sacrosantos lugares y en concreto de Montesclaros, donde venían a pedir protección a María. como auténticos cruzados contra la Jihad o guerra santa islámica. La cruzada nació como respuesta a la Jihad y no tiene sentido sin la colaboración de clérigos y monjes que sabían abandonar sus refugios donde veneraban y habían depositado sus imágenes, para incorporarse a las mesnadas y combatir a los enemigos de la cruz de Cristo y su Madre Santísima. Allí las dejaban y muchas veces no las volvían a ver sencillamente porque habían dejado sus vidas en el campo de batalla.
No era este tiempo para bromas. Dice el Corán: Cuando os encontréis con infieles matadlos... Y entre los infieles cuenta a los que dicen: Dios es el Mesías Hijo de María. Sura V, 76. Y el versículo 77 dice: Infiel es el que dice: Dios es el tercero de la Trinidad. Había que ir a combatir para defender nuestra fe. Así las imágenes quedaban ocultas y olvidadas como la de Montesclaros hasta que fue encontrada por un pastor. "Consta, dice el P. María del Santísimo Rosario, por las tradiciones más antiguas y respetables del país que la santa imagen recibió las frecuentes adoraciones de su pueblo fiel dentro de la tenebrosa gruta de la aparición por un espacio de tiempo que prudentemente podemos apreciar en 150 años"
(7). Pues si esto es así y la capilla prerrománica, según lo que parece, es de mediados del siglo IX la imagen fue encontrada a principios del siglo VIII.
La pequeña y estrecha ermita adosada a la cueva y que será el punto de encuentro de los fieles, se levantó dados los numerosos milagros que allí se realizaban y de las constantes peregrinaciones de toda esta comarca. Esta diminuta capilla que durará hasta 1677, se incendió tres veces, en 1508, 1573 y 1612. En estos incendios perecieron las pocas memorias existentes y con ellas tesoros de inestimable valor histórico. Oigamos al P. Pérez y Pando transcribiendo una declaración de Juan Salinas hecha en 1613: "Y que respecto que la cueva y parte donde se apareció (la Virgen) era muy pequeña e indecente, personas bienhechoras de aquellos tiempos hicieron la ermita en que al presente está la santa imagen"
(8). Así durante siglos se dio culto a la Virgen en una capilla atendida por capellanes con sus altibajos hasta la llegada de los padres dominicos. El padre Joaquín Pérez y Pando nos habla de 17 cartas que en su tiempo se conservaban en el archivo donde se describe la pobreza y el abandono a la que había llegado la pobre capilla. En una de las cartas se dice lo siguiente: "Y si la iglesia se va, repárela el Rey que es su patrón". Fueron los pueblos comarcanos los que trabajaron con ánimo decidido, dice el padre Pérez y Pando, por devolver al santuario todos los bienes sustraídos
(9).
En sus giras apostólicas por las montañas el padre Pozo, prior de las Caldas, se acercó a Montesclaros quedando tocado por el carácter sencillo y profunda religiosidad de todos estos pueblos al mismo tiempo que se conmovió su corazón por el abandono de la capilla de Nuestra Señora. Lo que le decidió a escribir al Rey para que concediera a la Orden el cuidado de la capilla dado el constante peregrinar de la gente a Montesclaros.
El padre Pozo tomó posesión de nuestra Señora de Montes Claros el 16 de septiembre de 1686.
Evidentemente los padres Dominicos no se hicieron cargo de la capilla para fomentar el turismo rural. Les empujaba el celo de la gloria y honra de Dios, la asistencia y culto a Nuestra Señora en su advocación de Montesclaros y la administración de los sacramentos a la gente que concurría a ella y para su enseñanza, de tal modo que las almas hallasen y consiguiesen copiosos frutos de bienes espirituales. Los padres dominicos, en un esfuerzo que podríamos calificar de milagroso a través de los siglos, lograron edificar un monasterio literalmente embutido en la roca con la única finalidad de mantener viva e ilustrada la fe de los campurrianos y honrar a la Virgen con un culto esplendoroso.
TEOLOGÍA Y RELIGIOSIDAD POPULAR
Jesús se conmovía ante la fe de los sencillos y condenó sin ambigüedad la religiosidad exterior hipócrita y vacía. Sin rechazar sus gestos y actitudes de imploración y de perdón, sus oraciones espontáneas alababan sobre todo su disponibilidad ante Dios. Cuando la teología se acerca a estos lugares circunvecinos es esto lo que encuentra. No se necesita, pues, otra cosa que llenar de contenido esta actitud netamente evangélica y sacramental de los montañeses. Esto es lo que, a mi manera de ver, logró la pastoral de los dominicos por toda esta región. Supieron inyectar valores espirituales a la religiosidad popular fomentando la piedad del pueblo al interior del entretejido de sus propias costumbres socioculturales y sus tradiciones que respetaron y fomentaron limpias de toda ganga supersticiosa o inmoral.
Los padres hicieron lo que siempre hizo la Iglesia. En las grandes aglomeraciones y la noche al raso, después de comer y beber abundantemente al son del tambor y otros instrumentos surgían altercados que, a veces terminan a puñaladas. Es el peligro de la lógica dionisiaca del hombre de religiosidad popular en las romerías. ¿Cuál fue el remedio que ideó el padre Pozo? Estableció una procesión a una hora conveniente de la noche que duraba dos o tres horas. Una gran multitud de personas, que sabían para qué habían venido, acompañaban a las imágenes de Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores. En el momento indicado el padre Pozo subía a un púlpito, que previamente había sido colocado debajo de un roble, hacía una exposición teológica con vivísimos acentos encareciendo la Majestad de Dios ofendida, de tal modo que muchos lloraban y prometían que en adelante volverían a Montesclaros a pasar la noche santamente y no a cometer pecados sino a llorarlos.
El padre Alonso del Pozo habla de la gran ignorancia en materia religiosa de la gente que se acercaba al santuario porque el personal que les asistía "eran pobres clérigos de poca suficiencia y menos talentos que por la flaqueza humana venían a ser ocasión de no pequeños daños espirituales que suceden en las romerías". Pero los padres no se cansan de insistir en la bondad, la sencillez y noble índole de la gente de la montaña
(10). Insiste el padre Pozo diciendo al Rey que todo aquel país, que es muy dilatado, está falto de doctrina y enseñanza. Y le comunica que los religiosos que acudan a enseñar y predicar a la gente de aquellas montañas serán religiosos virtuosos y letrados. "Hay, padre, dice más adelante al padre provincial, grandísimas cegueras e ignorancias en eclesiásticos y seglares y es lástima ver cuan pocos ministros del Evangelio hay que se apliquen a desengañar las gentes"
(11). Es curioso que el padre del Pozo pide al padre provincial permiso para traerse a Montesclaros todos los libros que se encuentran duplicados en el convento de las Caldas. Y es asombroso, después del saqueo de la francesada y de la desamortización, descubrir en la biblioteca del convento un auténtico arsenal de libros de teología y de derecho canónico de aquel tiempo. El caso es que en unos años estos montañeses estaban profundamente evangelizados gracias a una fervorosa predicación y una pastoral eficaz.
La inquietud que existe en la teología actual para redescubrir los valores teológicos insertos en la religiosidad popular podría encontrarse con grandes sorpresas al conversar con las venerables matronas de esta tierra. Oí en cierta ocasión al gran teólogo padre Garrigou Lagrange en Roma que podía darse el caso de encontrar más teología y más segura en una vieja española que en muchos teólogos franceses.
El Concilio exhorta a buscar nuevas síntesis entre fe y religión, entre lo profano y lo sagrado, entre la vida cotidiana y la vida festiva. No creo equivocarme al afirmar que nuestros padres no se encerraron en los conceptos de una teología racional fría y aséptica sino que con su experiencia pastoral supieron hacer una síntesis entre la historia de la salvación y la historia particular de cuantos participaban en el culto en torno a la Señora donde fraguaría la modalidad de la religiosidad popular de este contorno cargada de teología y respetuosa de sus símbolos y de su folclore, típicos de una fe en acción. No olvidemos que por este tiempo el gran teólogo dominico Melchor Cano incluirá en su magistral tratado "De Locis" a la Historia como un lugar teológico.
La religiosidad popular conlleva siempre una espiritualidad encarnada en el presente histórico y que está cargada de contenidos que muchas veces se nos escapan. En la romería de Caleruega a Clunia en honor de Sto. Domingo de Guzmán (12 km) y llevando el Santo a hombros sobre las andas, participan muchos jóvenes cantando y rezando letanías y que no pisan la iglesia el resto del año. ¿Es que la religiosidad popular tiene garras que le faltan a la religiosidad oficial? Y no puede decirse que esos jóvenes van por el baile, porque en dicha romería el baile brilla por su ausencia. Van porque existe un modo de expresión de su religiosidad que el teólogo debe analizar despacio. En la medida que vayamos tomando conciencia de nuestras hipocresías y de nuestra desvinculación con la sociedad civil quizás comprenderemos más y mejor la actitud de nuestra juventud, en el fondo religiosa y festiva aun en sus comportamientos más extravagantes.
La misma predicación itinerante de los dominicos no es otra cosa que una expresión de la religiosidad popular. Nuestros frailes rezaban el oficio en los bosques, en las cuevas, en medio del camino. Y el mismo santo Domingo caminaba cantando y gesticulando como quien espanta avispas. Es decir, estaba naciendo un nuevo dinamismo religioso muy alejado de los formalismos litúrgicos muchas veces asfixiantes de la verdadera espiritualidad interior y de su espontánea expresión. Así en Montesclaros se dio una verdadera comunión entre lo que el pueblo esperaba y pedía a la Virgen y la presencia de los padres dominicos. Lo afirma el mismo padre Pozo: "Estaba la gente con esa noticia contentísima, y juzgaron algunos que íbamos a tomar posesión y ya iban a pedir confesión. Tengo para mi, padre nuestro, que según la gente de aquella tierra tiene hecho el concepto de la doctrina de este convento que en sabiendo que van allí religiosos se han de despoblar los lugares a buscar allí la salvación de sus almas. Es gente, aunque ignorante, dócil y de buena índole
(12)".
FIESTAS, ROMERIAS Y PEREGRINACIONES
Son una parte integrante muy importante, por no decir la principal, de la religiosidad popular. Se celebran de tiempo inmemorial y ya eran un hecho tradicional a la llegada de los dominicos. Lo afirma expresamente el padre Pozo en la exposición que hace al Rey el año 1685 hablando de la imagen devotísima y milagrosa de nuestra Señora que él visitó en sus andanzas apostólicas por estas tierras: "Es muy frecuentada de los lugares circunvecinos y concurren a ella numerosos concursos de romerías de todas aquellas montañas"
(13). Las romerías van a reflejar no sólo la religiosidad de los pueblos comarcanos en torno al santuario sino también su cultura, su arte, sus costumbres y sus tradiciones, su moral, los sufrimientos y penalidades históricas, como también los asentamientos de los grupos humanos fundamentalmente en los valles nutridos de aldeas con sus características comunes.
Con el tiempo estas romerías, terminada la reconquista y por grave descuido de los capellanes y el mal estado de la capilla, degenerarán en desórdenes y escándalos que los dominicos se encargarán de remediar, como ya hemos visto. Una de las romerías más concurridas de las existentes antes de la llegada de los dominicos era la de la Santa Cruz del 14 de septiembre. A ella, según el padre Guillén, citado por Pérez y Pando
(14), acudían los pueblos de treinta leguas a la redonda. Tanta aglomeración de gente tenía que pasar la noche al raso; y para ello hacían grandes hogueras, alrededor de las cuales se ponían a comer y a beber, y después al toque del tambor y otros instrumentos comenzaban los bailes, de donde resultaban altercados, alborotos, riñas, pendencias y puñaladas, etc.
Ya vimos cómo lo remedió el padre Pozo. En Campoo las montañas no dividen las aldeas ubicadas en los valles. Las aldeas se comunican entre sí y acudirán en romerías al santuario por sendas y vericuetos aun con serios peligros de animales, entre otros el oso, o también por la calzada romana que conducía a Juliobriga. Desde ella descendían al santuario pasando junto a una roca que llamaban la cama de la Virgen.
Esta comunidad de aldeas no sólo expresaban sus necesidades sociopolíticas en sus juntas, ya que poseían una cierta capacidad de autogobierno, con su voz a través de los señores con sus delegados del poder real, era sobre todo una comunidad que creía y expresaba su fe en la construcción de innumerables iglesias y en sus peregrinaciones a los santuarios más significativos de su entorno, como podía ser Santa María de Valverde o Nuestra Señora de Montesclaros. Estos romeros que se acercaban al santuario de Montesclaros venían de poblaciones de campesinos libres o pequeños propietarios de sus tierras, lo cual no quiere decir que no hubiera siervos y personas necesitadas.
Sabemos que al desaparecer Cantabria como unidad territorial en los siglos VIII y IX van a adquirir importancia una serie de comarcas y entre ellas Campoo, que va a tomar especial conciencia social y religiosa. Y no sólo no va a perder su componente cántabro sino que, como ya dijimos, será el fermento del nuevo hombre que está naciendo en estos momentos y que inyectará su idiosincrasia y su tipo de religiosidad católica, bravía y monástica a toda Castilla y a través de Castilla a toda España. José Calderón dedica todo el primer capítulo de su obra a demostrar como Campoo es la primera raíz de la unidad nacional
(15).
Un hecho bien significativo de todo esto fue la repoblación de Amaya, la famosa capital del pueblo cántabro destruida por los bárbaros del sur, los bereberes marroquíes de Tarik, recientemente islamizados y fanatizados. El P. Pérez y Pando afirma en su obra, ya citada que: "de esta fe provienen todas nuestras glorias nacionales".
Nuestra Señora de Montesclaros es patrona de toda la Merindad de Campoo desde 1721 y su fiesta se celebra el segundo domingo de Septiembre. Fue obra de don Juan Manuel de Ortega. Este señor convocó a los procuradores de Campoo quienes votaron y quedó aprobada por unanimidad.
Esta fiesta de los Procuradores permanece viva como el primer año y se celebra con toda solemnidad.
La fiesta de la Rosa a la que acuden miles de romeros se celebra el último domingo de mayo.
La fiesta del Rosario, clásica en la tradición de la Orden de Predicadores el 7 de octubre.
La Pascua de Campoo, con presencia del Sr. Obispo y que se celebra el sábado siguiente después de Pascua.
Existe toda una serie de pueblos que, de tiempo inmemorial, tienen hecha promesa de venir en rogativa todos los años en una fecha determinada. El origen del voto puede ser muy diverso, desde la pura y simple devoción a la Virgen y la necesidad que tiene el cristiano de acudir a la Madre de Dios y los múltiples beneficios que la Virgen de Montesclaros dispensa a toda esta comarca, a la existencia de verdaderas necesidades temporales como pueden ser las tempestades de lluvia y granizo que a veces asolan campos y cosechas, curaciones, porque la Virgen es la dueña de la vida y de la muerte (hoy diríamos con el Cardenal Danielou que es la señora de la historia) o los muchos y continuos milagros de nuestra Señora.
Una de las estrofas del himno dice así:
Sois abogada de los mortales
y de sus males consolación;
pues que podéis, no dilatéis:
que se convierta el pecador.
Aunque la lista de los pueblos con voto es larga vamos a enumerar la que nos trasmite el padre Pérez y Pando porque el simple hecho de la existencia de esta promesa, cumplida sin interrupción cada año, nos parece que pone el sello a esta religiosidad popular imposible de concebir sin la fe recia y robusta de estos campurrianos que en estas romerías saben conjugar su religiosidad con el amor a su tierra y sus tradiciones.
He aquí la lista del padre Pérez y Pando:
-23 de abril y según costumbre muy antigua: Bárcena, Otero, Bustillo, Loma, Uroco, Reocín y Rasgada.
Fiesta de Santa Ana: Orzales.
-Abril 2: Aldea, Barrio de Santiago, Laguillos,Bustidoño, Mediadoro y Malataja.
-Domingo primero de mayo: Pueblos de la Rasa: Arroyo, Medianedo, La Magdalena, Quintanilla las Rozas y la Aguilera.
-Mayo 6: Bodeda, Reocín, Arcera, Daroco, Lomasomera, Bustillo del Monte, Bárcena, Rasgada, Navamuel, Coroneles, Moroso, Candenosa y Otero.
-Mayo 7: Los Carabeos, San Andrés, Arroyal, y Barruelo
-Mayo 23: Valdeprado, San Vítores y Mataporquera.
-Mayo 28: Matarrepudio.
-Junio 3: Bustasur.
-Junio 4: Camesa.
-Junio 5: San Cristóbal del Monte.
-Junio 7: Hoyos y Hormiguera.
-Junio 8: Peregrinación de 450 bilbaínos con vivas a la religión, a la virgen y a los nobles hijos de Euskeria (sic).
-Junio 10: Castrillo del Haya.
-Agosto 5: Somballe.
-Octubre 8: Orzales
(16).
IMAGEN Y MILAGROS
En este tema de los milagros y de la imagen nos hemos inspirado en el padre Pérez y Pando porque creemos que en su obra interviene ya la exigencia del juicio histórico crítico moderno.
La religiosidad popular se comprende difícilmente sin relación a una imagen. No nos interesa en este trabajo el estudio del momento en que llega la imagen. Ya está realizado por el padre Suárez en el número 19 de Cuadernos de Campoo de marzo de 2000, al cual se podía añadir mi precisión arriba indicada. Digo más. Con las insinuaciones del padre Pérez y Pando ¿sería temerario apuntar al siglo VI? Cuando se contempla serenamente la actitud de la Virgen con el Niño sentado en la pierna izquierda da la impresión, según la foto que nos trasmite el padre Pérez y Pando, que estamos ante una copia tosca en madera de un icono bizantino de alguien que pudiera haber estado en contacto con ellos durante su ocupación del levante español en la segunda mitad del siglo VI.
Al tema de la religiosidad popular le interesan los milagros atribuidos a la presencia de la imagen. El padre Pérez y Pando, después de advertirnos que sólo a la Iglesia le corresponde declarar lo que es milagro, nos narra hasta 18 de ellos tomados literalmente de las declaraciones hechas bajo juramento ante el vicario y juez de comisión don Diego Ruiz y el escribano Rodrigo de Villegas Obregón en junio de 1613 con motivo de haberse quemado en ese año la casa del ermitaño. Estoy seguro que el padre Fernando Llobat, actual sacristán y responsable de la iglesia, aumentaría la lista con no menor objetividad y juicio crítico.
De todas las maneras creo que podemos decir que ni los dominicos ni la ciencia de estos siglos, en este punto, se adelantaron a su tiempo en el análisis teológico y científico de estos fenómenos. La religiosidad popular siempre fue fácil en admitirlos. Siempre fue difícil luchar contra la milagrería sobre todo en las narraciones de la aparición de las imágenes. El simple hallazgo de imágenes escondidas en tiempos pasados los milagreros las adornaban de circunstancias espectaculares y hechos portentosos. Lo verdaderamente milagroso era la devoción y el culto que la fe del pueblo sencillo tributó a la Virgen desde el momento en que se encontró la imagen.
Lo que ciertamente hicieron los padre dominicos fue vigilar que la facilidad con que el pueblo sencillo cree en los milagros no degenerara en milagrería con la correspondiente desviación de la verdadera religiosidad, atendiendo espiritualmente y enseñando constantemente la verdadera y sana doctrina de la Iglesia.
NOTAS
(1) Cantabria, Cuna de la Humanidad. OGGI Creaciones Gráficas y Publicitarias, S. A. Ada de Pedro Díaz, 44-28019 MADRID.
(2) Historia del Convento y Santuario de nuestra Señora de Montesclaros.Vergara.Tipografía de El Santísimo Rosario, 1892. pág. 8.
(3) Campoo. Institución cultural de Cantabria. Diputación Provincial de Santander. 1971, pág.16.
(4) P. María del Santísimo Rosario. o. c. pág. 89.
(5) Santuarios Marianos de la Provincia de Santander, pág. 96. Madrid. Establecimiento TIP Sucesores de Rivadeneyra 20 Paseo de S. Vicente 20. 1906.
(6) Historia de la Virgen y Santuario de Ntra. Sra. de Montesclaros. R. P. Fr. Joaquín Pérez y Pando O. P. Vergara TIP de El Santísimo Rosario 1905, pág. 227.
(7) P. María o. C. Pág. 86.
(8) P. Pérez y Pando. o c. Págs. 145-146.
(9) P. Pérez y Pando. o c. Pág. 171.
(10) P. Pérez y Pando. o c. Pág. 225.
(11) P. Pérez y Pando. o c. Pág. 227.
(12) P. Pérez y Pando. o c. Pág. 227.
(13) P. Pérez y Pando. o c. Pág. 224.
(14) P. Pérez y Pando. o.c. Pág. 248.
(15) José Calderón. Campoo. Págs. 13-25.
(16) P. Pérez y Pando. o c. Cap. VII.
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