El control de los daños de los depredadores se convirtió en un oficio en los montes de Campoo
El alimañero fue una persona de servicio para la comunidad, con una serie de cualidades: temple, valor, constitución física, integrado por entero en la naturaleza, que conoce los recónditos secretos de la sierra y el monte, observador de los movimientos y comportamientos de las alimañas y que tiene la astucia de controlar su población y aniquilarla cuando amenaza superpoblación, para no perjudicar el equilibrio ecológico de la naturaleza.
Las artes utilizadas por el alimañero para dar caza al ‘bichu’ fueron muy variadas. De las más primitivas, el seguimiento de su rastro sobre senderos, veredas o la delatora nieve, así como la imitación de los aullidos para conseguir la respuesta de la hembra para el descubrimiento de las camadas. Algunas llevaban a una lucha cuerpo a cuerpo.
Su sapiencia en la utilización de trampas vegetales hacía caer a la alimaña en pequeños fosos o la dejaba presa en improvisadas cuevas. La fabricación de cepos por los herreros se convirtió en un arma eficaz. Éstos los hacían de varios tamaños y formas, adaptándoles para su eficacia a las diferentes alimañas a cazar. Los lazos se hicieron más efectivos con la llegada de los cables de acero, las ratoneras (jaulas caseras), y las jaulas con reclamo que utilizaban animales vivos, cepos de alambre y redes para los pájaros. La utilización de la estricnina para el envenenamiento de las carnes y la pólvora con bala en escopetas fueron más eficaces, a pesar que la estricnina hacía males mayores sobre otros animales.
Las alimañas tenían que estar controladas en su reproducción, pues eran necesarias para la biodiversidad. Se sabía que su exterminio podía traer perjuicios. El alimañero controlaba las camadas, sobre todo de osos, lobos y jabalíes. Si podía, hacía la selección quitando parte de la camada en sus cubiles mientras la hembra salía en busca de comida. Los titiriteros, por ejemplo, se abastecían de los osos quitados de las camadas para sus espectáculos. Los osos podían atacar las cosechas y ganados, y a pesar de ser omnívoros, eran muy golosos y asaltaban y destrozaban los colmenares para satisfacer su glotonería.
El lobo era particularmente temido y el hombre estaba en permanente conflicto con él por los ataques que hacía contra sus ganados, cuando no encontraba comida más fácil, atacando a las crías de vacas y yeguas así como a los rebaños de cabras y ovejas. Los pastores llevaban perros para defender sus rebaños, con collares de carlancas (carrancas) en sus cuellos para protegerles de las mordeduras de los lobos en su ataque en manada. Cuando caía nevada sobre nevada, el hambre echaba al lobo del monte y éste se adentraba en el pueblo para encontrar alguna presa.
Viejas batidas
Las batidas que se realizaban a los lobos han quedado reflejadas en las ordenanzas. Citamos las de la Hermandad de Campoo de Suso y Marquesado, confirmadas por el Supremo Concejo en 1589, en el artículo 35: «Otro sí ordenaron que por cuanto que la tierra es áspera y fragosa y se crían muchos lobos por falta de diligencia de andar, buscar y correr, que cada y cuanto que los Procuradores avisen a cada un Concejo en cada año, salga de casa una persona de quince años arriba y cada un concejo vaya por su parte a buscar los dichos lobos y a correrlos».
También están presentes en la toponimia lugares como el choreo, la vereda del lobo, sendero de tumbalobos...
Otras alimañas denominadas ‘de uña’, de menor tamaño pero no menos perjudiciales, eran los zorros, el gato montés, la monuca, el armiño, la nutria, la comadreja, el turón, el tasugo, el tejón y la garduña. Estas alimañas más allegadas a la convivencia del pueblo eran diezmadoras tanto de las aves domésticas como de las silvestres, y de sus polluelos y huevos. Su caza se realizaba con cepos en la mayoría de los casos y con ratoneras o jaulas de animales vivos como reclamo. La monuca era muy perjudicial para la ganadería ya que producía arañazos en las ubres de las vacas, que impedían su ordeño. El zorro era el más dañino y el más perseguido. Su caza se realizaba con cepos, carne de perro envenenada o engañándole con el rastro de las riestras de las vacas para hacerle caer en la trampa o ponerle a tiro.
De las aves rapaces las llamadas de rapiña, las más temidas eran: la carbonerilla o ‘tocinero’, ya que era capaz de entrar al lugar donde se colgaban los tocinos a curar para alimentarse de ellos y también era gran devoradora de las abejas del colmenar. Se cazaba con el cepo de alambres y con tocino como cebo. Este pájaro era a su vez colocado para cebo de otras alimañas. El milano era muy temido por llevarse a las gallinas y polluelos, se le espantaba dando gritos o palmadas al cielo o colocando un espantapájaros lo más parecido a una persona en el recinto donde estaban las gallinas. Las aves nocturnas eran, sin embargo, consideradas beneficiosas.
¿Cuál era el beneficio del alimañero? Su recompensa eran las alimañas capturadas, las cuales desollaba. En algunos casos procedía a su relleno con hierba, helechos o paja, quedando en un estado un tanto feroz, para pasearlas por los pueblos en los que éstas habían causado daños o amenazas. Los vecinos le recompensaban con unas monedas para su sustento. Si el ejemplar era digno de trofeo, lo exhibía en Reinosa a lomos de su cabalgadura en busca de un comprador. Otro medio de sustento para el alimañero era la venta de las pieles que, una vez curtidas, se vendían al pellejero. Las pieles más vendidas eran las de zorro, con mayor valor las que tenían la punta de la cola blanca y el lomo pardo en vez de rojizo.
Hasta finales de los años 60 del siglo XX la administración incentivó el aniquilamiento de las alimañas, pagando al cazador cuando depositaba la piel, levantando acta de la recepción y abono del importe establecido. Por ejemplo, entre los años 1855 a 1859 se registraron 130 capturas de lobos. Desde 1954 a 1962 se entregaron un total de 1.470 pieles de lobo, 53.754 de zorro, 2.475 de comadreja, 361 de garduña, 3.479 de gato montés, 4.256 de jineta, 153 de lince, 104 de nutria, 1.339 de tejones y 4.304 de turones, con un importe total de pagado de 339.500 pesetas. En los últimos años se pagaba por cada lobo macho 700 pesetas y por cada piel de hembra 1.000 pesetas.
La legislación prohibió más tarde la caza de alimañas y la guardería de caza fue ocupada en su mayor parte por los alimañeros, que pasaron a controlar las especies en sus hábitats de ojeo, lo que fue vrna buena medida para la conservación de la fauna.
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