Los juegos de la tradición

Museo Etnográfico El Pajar

La imitación de los mayores, clave de su desarrollo
Toda civilización nace, crece y evo­luciona de acuerdo con las costum­bres y tradiciones que se desarro­llan en ella. Sus pobladores van adaptando sus leyendas y juegos a los cambios que se producen en su contexto geográfico, social y cultural. En este contexto debe­mos situar los juegos tradiciona­les que surgen en el medio rural, de costumbres pastoriles y de su relación con las labores agrícolas y ganaderas, Estos juegos se han transmitido oralmente de genera­ción en generación, marcados en un modo cíclico por las horas del día o las estaciones del año. A tra­vés de ellos el niño explora, arries­ga, imagina, desafía y aprende comportamientos y reglas crean­do sentido de comunidad, apren­diendo de sí mismo, y de los de­más.

La niña Filomena Díaz de la familia conocida como "Niebla" juega con su muñeca a principios del s. XX en Reinosa./ J.G. de la PuenteLos juegos tradicionales son también una actividad importan­te para el desarrollo y para adqui­rir el dominio de nuevas habilida­des y destrezas. Por ejemplo, ju­gando con determinadas reglas según las cuales se gana o se pier­de o construyendo sus juguetes con recursos fácilmente disponi­bles en la naturaleza, como palos, piedras, huesos, cuerdas, papeles, telas o utensilios del hogar fuera de uso. El niño es el protagonista del juego: crea, imagina o deja de jugar si le apetece.

A ganadero
Los niños tradicionalmente en sus juegos trataban de imitar a sus mayores simulando ser ganade­ros, para lo cual se servían de cual­quier elemento, palo, cartón o bo­tes de hojalata machacados para confeccionar una manada de va­cas y llevarlas a pastar a diferen­tes prados, simular su subida a los puertos, así como uncirlas y tirar de un improvisado carro o imitar faenas agrícolas. También juga­ban a ser tratantes de feria, para lo cual editaban dinero en papelucos recortados de una cuartilla, en los cuales se anotaba un valor en pesetas, repartiéndose dinero y vacas a partes iguales entre el número de participantes, y rega­teaban en la compra al vendedor para poder hacerse con el máxi­mo número de vacas. Este juego adquiría más actividad cuando de sedentario pasaba a ser activo. En ese caso, los compañeros se some­tían a ser figurantes para hacer de vacas, se uncían enlazándose con un brazo por encima del hombro del compañero, siendo dirigidos en sus movimientos por el palo que portaba el delantero, o uno juga­ba a ser caballo, para lo cual se le ponía una cuerda por detrás del cuello que pasaba hacia el pecho y volvía por debajo de los sobacos para que le sirviera de riendas y así poder dirigirlo en sus trotes y movimientos. En ocasiones simu­laban su montura, encima de un palo o escoba, a la cual golpean con un palo para dar órdenes. Otros recursos habituales eran crear un tren con una retahila de latillas de sardinas que iban uniendo de una en una con una cuerda, o hacer una barca de una corteza de árbol y ponerla a navegar en el pilón del abrevadero o en el pequeño arro­yo donde competir con la de sus compañeros.

Otros juegos habituales eran la birla o biligarda, las chapas, los cartones, el aro, la carretilla, la trompa o peonza, tres marinos en el mar, carreras pedestres, a las canicas, al bote, pataratas, la belina, garbancito, la minga, la rayuela, saltando el palo, la raposiña, el pincho, a la raya o esquina, a la una anda la muía, al burro, pico, zorra zaina.. .o a la pelota, la cual se confeccionaba con trapos amarrados. Su bote resultaba ‘atravesau’, lo que dificultaba su remate.

Las niñas, imitadoras de las la­bores de las madres, confecciona­ban cocinitas con piedras y reco­gían hierbas y flores del campo para hacer en sus cacharritos su­culentas comidas. Otras veces me­cían en sus brazos los muñecos de madera, trapo o cartón, entonan­do viejas canciones de cuna paraque así arropados se durmieran. También solían jugar a la soga, la comba, las piedras, las tabas...

Había juegos que se practica­ban entre componentes del mis­mo sexo o que, compartidos con el sexo opuesto, daban una mayor participación y divertimento, como saltar a la soga, la zapatilla por detrás o la gallinita ciega, al escondite, al castro, los zancos, al pañuelo, al corro...
Todos esos juegos empiezan con echar a suerte el orden de partici­pación, mediante el tiro a la raya, medir a pasos o a quien saque la paja más larga.

Algunos juegos precisan de re­tahilas de inicio o canciones du­rante su desarrollo, aprendiendo a memorizar y llevar los compa­ses y ritmos.
Los juegos de mocedad, en sus dos divisiones principales de movimiento y sedentarios, constituían un recurso de gran importancia para su formación tanto mental como física, formanao par­te del desarrollo del individuo. Destacan grandes juegos de fuer­za y habilidad en los que se exal­tan todas las energías vitales. Este desarrollo de la fuerza física va siempre acompañado de un acti­vo ejercicio de los sentidos y de to­das las facultades intelectuales, comunica movimientos y energía, desarrolla la perspicacia y agudi­za la inventiva y el ingenio.

La mayoría de los juegos eran colectivos. Ganar conllevaba una distinción social de cara al resto de convecinos. Entre dichos jue­gos podemos enumerar: la lichona, la calva, la tuta, el moscón, la belina, los bolos en sus dos moda­lidades de palma y pasa bolos ta­blón, lanzamiento de barra, los aluches...

Durante las fiestas patronales del valle se realizaban algunos jue­gos donde concurrían tanto los ni­ños como la mocedad a competir en las actividades programadas. Cabe resaltar las carreras de sa­cos o las de cintas en bicicleta a falta de caballos de montura, o la soga tira entre diferentes pueblos.

Los mayores, a la mesa
Los juegos de los casados depen­dían en gran parte de los juegos de mesa, ya que las labores agro­pecuarias suponían un esfuerzo de merecido descanso. Estos se realizaban familiarmente en el ho­gar, aunque la mayoría de veces también en la cantina, donde ju­gaban a las cartas con los vecinos y forasteros: el mus, el tute, el ju­lepe, la brisca, el as, dos, tres, el burro, el chinchón, la escoba o la siete y media. En días festivos, si el tiempo lo permitía, jugaban una partida de bolos.

Las transformaciones en la so­ciedad moderna y la falta de luga­res y tiempo para jugar han deja­do pendientes de un hilo los jue­gos tanto tradicionales como po­pulares. Hoy el niño no necesita ser entretenido; para eso están la televisión, los ordenadores, las vi­deoconsolas, las tablets, los telé­fonos móviles y toda la tecnología en juguetes sofisticados creada por las grandes marcas en la ma­yoría de los casos para que él sea un simple espectador.