Veranos de los sesenta en Riaño

Pilar López Ramos

Riaño aprox. año 2002     La transformación de los espacios es un fenó­meno consustancial a la actividad humana. En el caso de Riaño ha sido un cambio cualitativo y cuantitativo, enmarcado en los nuevos usos de los espacios rurales y la modificación de los hábitos de vida. Aun manteniendo su excepcionalidad como espacio de servicios aislado en medio de un entorno agrario, ha pasado a ampliar los usos y diversificar la oferta de ocio, pero ha perdido el carácter que quizás mejor le definía: los baños veraniegos en el río y su índole de lugar de encuentro social.
Con­serva su condición de centro hostelero, ligado a un turismo foráneo y no tan exclusivamente local, am­pliando su explotación invernal debido al desarrollo de los deportes de nieve. Pero, al mismo tiempo, ha sufrido la competencia de nuevos establecimientos en la comarca y de la ampliación de las alternativas de ocio, lo que ha repercutido negativamente en su actividad económica.
 
     Hace pocos días recordaba con un amigo aquellos veranos de los sesenta en Riaño. Un lugar entrañable donde los haya. Por aquellos tiempos deseábamos que llegaran los sábados y domingos para acudir a la cita del fin de semana. Subíamos muchos de los jóvenes de Reinosa por la mañana a pasar el día. No necesitába­mos muchas cosas. Únicamente nuestra comida preparada, el bañador y la toalla. Bueno, un mantel que extendíamos en el suelo y en el que colocába­mos la tortilla de patata, los filetes empanados, el pan y poco más. El vino y La Casera los comprába­mos donde "la Felisina".
 
     Íbamos como podíamos, a veces en bici, otras en autobús y, si tenías la suerte de encontrar un amigo con coche que te llevara a ti y a todas tus amigas, pues mejor que mejor. Si llegabas tarde por la mañana, los mejores sitios, los más cercanos al bar, estaban ocupados y entonces debías irte más lejos, río arriba. Esto tenía sus ventajas y sus incon­venientes. Una de las ventajas era que estabas más protegida de miradas ajenas y entre los inconve­nientes contaba el largo camino que deberías reco­rrer hasta el bar varias veces al día.
 
     Una vez ubicadas, lo primero era extender la to­alla y tendernos al sol. Lo importante era ponernos morenas. Vuelta de un lado, vuelta del otro hasta que surgía la pregunta obligada y su correspon­diente respuesta: "¿Tú crees que me habrá cogido? Si, ya se te nota la marca." ¡Vaya que si te cogía! Al siguiente sábado lucíamos una espléndida "pela­dura". Pero no importaba, con más sol se igualaba.
 
Riaño hacia 1970     Recuerdo la cita de media mañana, a la hora del baño, en el puente grande, donde los jóvenes mos­traban su valentía tirándose de la parte más alta para caer a un pozo de reducidas dimensiones. Había que atinar, y mucho, porque un pequeño des­vío podía empotrarte contra las rocas. ¡Cómo ad­mirábamos las chicas aquella hazaña! ¡Y cómo lo sabían ellos! "¡Vamos que se están tirando!", era el reclamo para que todas estuviéramos allí. La ma­yoría de las chicas nos metíamos como Dios manda, por la orilla, o nos bañábamos al otro lado del puente, entre las rocas, o río arriba en una pequeña cascada. Daba igual, de todas partes salíamos con un ungüento viscoso pegado al bañador, culpable de buenos resbalones y culazos en el río.
 
     Después a comer, un rato de siesta al sol, quien aún tuviera el valor de poder aguantar, o a la som­bra de algún árbol. La tarde era especial porque a la orilla del río, mientras dormitabas, podías escuchar el rumor del agua y los sonidos de los campanos de las vacas que pastaban a la otra orilla. Luego, los juegos, los paseos y, una vez transcurridas religio­samente dos horas para la digestión, el baño vespertino.
 
     El día terminaba con el baile en la cochera de "la Felisina", debajo del bar. Bailábamos sobre un suelo de tierra, pero teníamos orquesta y todo. Era el lugar de cita entre los chicos y chicas, allí estaban los que queríamos ver, los que nos interesaban. "¿Vas a volver el domingo que viene? Sí, claro. Pues yo también, a ver si nos vemos y..." ¡Allí estába­mos!
 
Pilar López Ramos