Chelo Matesanz

Chelo Matesanz - Juan Carlos Román

La mariposa ahogada en el tintero (.. cómo sobrevivir en la penumbra cultural)

 
... Bajó el bachiller Botelus por la rúa de los Balcones, saludando a diestro y siniestro, abriendo las blancas manos sobre el pecho por si alguien salía a admirárselas, sil­bándole a un perro, canturreando ejemplos de Quintiliano, a veces la flor latina del retórico interrumpida por un regüeldo aguado y áspero del conejo en salmorrillo del almuerzo...
(A. Cunqueiro, de "Vida y fugas de Fanto Fantini")
 
Recientemente visité una exposición en un cono­cido y cercano centro de arte. Era un proyecto de un prestigioso comisario, y similar a otras muestras que podemos ver en espacios artísticos de catego­ría parecida. No se si porque me acerqué a alguna de las obras con ciertos prejuicios basados ya en la experiencia, o por qué, pero la cuestión es que me sentí cansada (la verdad) y hastiada de ver lo mismo una vez más (aunque reconozco que para estas cosas, cada vez voy teniendo más sentido del humor). En una sala estaba prohibido entrar, tenías que descalzarte para llegar a contemplar algo al fondo, en otra había que pedir un permiso y lue­go te prestabas a un juego "muy divertido" en el que el "portero" (que creía también formar parte de la obra) te podía cerrar la puerta en diferentes habitaciones. Si eras admitida, debías prestarte a ser encerrada... No acepté las reglas, ya que las ex­periencias que "otro" tiene del arte o de la vida, no deseo "sentirlas" físicamente en mi propia carne. No quiero subirme a una noria para saber lo que es el vértigo, ni quitarme el aire para saber lo que es morir ahogada, y sobre todo sin que sirva para nada.
 
Las tentaciones de Apolo. 1994 Pespunte sobre tela. 180 x 180 cm.Al arte unas veces le corresponde mirar y otras actuar y, a lo largo de su Historia, el cuerpo ha sido soporte de muchas obras que han utilizado la re­presentación del dolor y del sufrimiento humanos como testimonios contra el poder, con idea precisamente de concienciar a la humanidad, de adver­tir sobre las injusticias, de proteger al ser humano del ser humano. Pero los mismos recursos no se pueden utilizar para entretener o divertir, si al fi­nal, el visitante no sale del museo con la sensación de haber aprendido o por lo menos de haber tenido un tiempo para reflexionar sobre una serie de cues­tiones que, a la postre, deberían ser aquellas que motivan a los artistas a desarrollar su trabajo.
 
Entras en una sala y esperas para ver qué pasa: algo que se mueve, o que huele, o que hace ruido... La realidad es el tema, y esta manera de presentarla no tiene la más mínima capacidad para generar o alterar nuestra percepción del mundo en general, o de nosotros mismos en particular. Tampoco son experimentos estéticos, ni toman con valentía la pulsión de la contemporaneidad, son juegos de ar­tificio ya conocidos, aburridos desahogos discur­sivos mil veces vistos, no son otra cosa que ornamentó meramente ilustrativo. Se suele pensar con frecuencia que este tipo de obras tienen el objetivo de acercarse de alguna manera al "pueblo", a to­das las personas, y para ello utilizan una dialéc­tica social, digamos publicitaria o massmediática. Cuando se comprende el mensaje, todo lo demás desaparece, el público no recibe un estímulo esté­tico, sólo una "pista" que le hace pensar... (¡vaya con el arte contemporáneo!, o... ¡qué pasada, ahora sí que he entendido! ¡qué fuerte! ¡cómo se pasan!), en definitiva se transmite un mensaje a través de la narratividad más sencilla y directa, de la misma forma que sucede en publicidad. Cuando el guiño se ha captado, ya no sucede nada, y ahí acaba el arte, y todo.
 
Después de 30 cartones de tabaco rubio. 2002. Tela quemada y terciopelo rojo. 500 x 300 cm.Prefiero que el artista me cuente sus experien­cias de la vida a través de la distancia que sólo el arte es capaz de mantener. Puede transformar los significados, puede representar, Accionar, poetizar, documentar, crear metáforas, proyecciones... El arte es precisamente esa distancia existente entre la realidad y el objeto artístico. Si esa extensión poética, intelectual y cómplice desaparece, el ar­tista deja de ser artista para ser un animador sociocultural, siempre pendiente de que su proyecto sea financiado; el museo se transformaría en una casa de cultura donde tendrían cabida todo tipo de eventos; y el visitante, un público indiscriminado que se puede acercar a las pulcras instalaciones del centro de arte en un día de lluvia.
 
No me gusta que el artista se proponga entre­tener, ni siquiera que piense en los demás cuando hace algo. No incito con esto al onanismo artístico, sino que el control lo tiene que llevar siempre uno mismo.
 
Tampoco me gusta que cualquiera pueda ser artista. Ese discurso -que mantuvo que la concen­tración exclusiva del talento artístico estaba en los individuos y en cambio la gran masa carecía de él, como consecuencia de la división del trabajo- ha evolucionado, pasando por la máxima beuysiana, y llegando a una medianía subvencionada en lo artístico y fiscalizada en las buenas formas. Cuan­do las cosas parecen fáciles, muchos se suben al carro... Quien ve, ve, y quien no... Se suele notar bastante.
 
Tampoco me gusta que todo el mundo crea en­tender o saber de arte. El arte es fuente de opi­nión, pero su conocimiento depende del matiz y del grado de significación poética que pueda generar, y sobre eso existen muchos estudios y estudiosos. Para entender de arte hay que educarse mucho y también amarlo. Las dos cosas son imprescindibles y rara vez las encuentro en una persona.
 
Tampoco me gusta que nada ni nadie quiera pasar desapercibido. El individuo no debería es­conderse tras la amplia sombra del consenso de las sensaciones.
 
Te conozco bacalao, aunque vayas disfrazao (te bastillaron, pero no te cosieron). 2006 Tela y alfileres 500 x 300 cms 
 
Tampoco me gusta que todos los "ciudadanos" visiten el museo de su ciudad, esperando ver un espectáculo. El arte que se rinde al espectáculo es lógicamente masivo. El arte es una experiencia compleja que está ahí y cada uno se acerca a él de forma diferente y en grados diferentes. No me gustan las filas, ni las máquinas expendedoras de números, ni de nada.
 
 
 
Tampoco me gusta que nadie me haga vivir ex­periencias teatrales cuando voy a ver una expo­sición. Rechazo las instrucciones, los botones, los cuartos oscuros, las capillas y en definitiva, toda aquella parafernalia que decora la obra de arte o la sustituye.
 
Tampoco me gusta que puedas ver lo mismo en todas partes. Que todo sea casi igual, y dentro de escalas y espacios semejantes. Nunca me ha gusta­do la uniformidad.
 
Tampoco me gusta que todo sea muy grande, y muy ruidoso, y muy brillante, y muy impresio­nante, y muy fácil de hacer, o de tener. Las cosas excesivas están bien cuando se desea abandonar el frío y desangelado calvinismo que todos y todas hemos aprendido. Pero no hay cosa más chabaca­na y grosera que lo insignificante sea descomunal y evidentemente anecdótico. Todo en su momento puede ser adecuado, desde lo picante a lo dulce, o desde lo más austero al mayor de los ornamentos, hasta el paroxismo, hasta el desmayo.
 
Tampoco me gusta ver todo rápido, sin prestar atención a los detalles. Los museos, las obras de arte y su recepción están bajo un cierto estrés, una prisa frenética en el consumo y en las formas que no invita al espectador a contemplar detenidamen­te los objetos. Los flujos visuales son cada vez más rápidos e impactantes, de tal manera que todo se tiene que hacer corriendo. El arte ha entrado en dicha dinámica y ya existen una legión de museos y artistas que van al compás de una música deli­rante, unas veces marcada por el comisario, otras por los políticos y las más por ambos. Que creo son lo mismo.
 
Tampoco me gustan las cosas que carecen de detalles. Nuestra percepción sobre una obra de arte cambia cuando esta te invita a acercarte y a disfru­tar del susurro de su lenguaje.
 
Peliqueiros. 2007 Tela cosida. 300 x 300 cm.Tampoco me gusta no encontrar al artista en los objetos que construye. El artista es necesario; sin ellos no sé de qué hablaríamos... posiblemen­te de nada. Del artista se ha querido eliminar el individualismo más exagerado y su carácter más imprescindible hasta convertirlo en una especie de ente multidisciplinar y colaboracional, algo desnatado a mi gusto, y sin fuelle creativo. ¿Quién po­dría sustituir a Rafael y que no se notase?
 
Cuando miro una obra, y conozco a su autor, veo cómo ha crecido, adonde ha mirado... sus "ires y venires", y admiro la capacidad que haya tenido de hacer suyo aquello a lo que quizá nunca se hu­biera acercado.
 
Cada vez que el artista hace arte, está definien­do y dando un nuevo significado al propio arte, aportando su punto de vista sobre él. Por ello tiene que ser curioso, probar y experimentar.
 
Tampoco me gustan los artistas que no valoran la belleza. La belleza es el objetivo, lo podemos en­contrar bajo multitud de sinónimos que han defini­do los perfiles creativos de diferentes épocas. Pero las grandes obras que ilustran los manuales de arte tienen la belleza como denominador común.
 
Tampoco me gusta que los políticos cuenten las personas que entran al museo, ni que se hagan fo­tos delante de las obras. Los políticos consideran que los museos son su responsabilidad. Los con­templan como termómetros de su propia popula­ridad, de ahí que cuanto más multitudinarias sean las muestras o los eventos desarrollados, más efi­caz, en términos políticos, es su gestión. Los polí­ticos están haciendo del arte una forma inferior de política, y el arte a menudo se diluye, se funde en política y desaparece. El verdadero artista no debe­ría moverse del arte.
 
Tampoco me gusta que el arte se supedite de­masiado a los temas. Los temas se encuentran o aparecen trabajando en arte, y no al revés.
El ingenio sí me gusta.
 
Tampoco me gusta que cualquiera pueda ser político. El que no tiene una función concreta en la sociedad, ni cree que aporta nada, se dedica desde muy joven a la gestión. La política es la represen­tación de una sociedad ávida de signos.
 
Lo que Lee Krasner podia haber hecho... pero no hizo. 2001 tela cosida Dos obras, de 300 x 192 cm. cada unaTampoco me gusta que las cosas tengan un único punto de vista. Solo las personas planas lo desean.
 
Tampoco me gusta que se critique por criticar, sin argumentos; que ante la necesidad de hacer vida de cortesano, el ¿artista? no tenga más tema de conversación que su entorno más cercano. Se abren y cierran puertas de despachos, se suben y bajan escaleras... y nunca se habla de nada relevan­te, excepto de la utopía del arte internacional como objetivo y como modelo, y el desprecio y ninguneo de todo lo cercano o accesible. Esa crítica puede ser en cambio muy interesante como ejercicio dialécti­co, sin más consecuencias que el divertimento o el deporte mental. Además, es de fácil constatación, cómo muchos de los lugares de difusión del arte, al más puro estilo amarillo y televisivo, son recep­tores y difusores también, de estas otras formas de pensamiento. Que por otra parte, atraen más fieles seguidores que las teorías y discursos sobre crea­ción artística.
 
La competitividad entre nosotros no tiene sen­tido, quitar a uno y poner a otro parecido, querer quedarse con los 15 minutos de fama de otro?...
 
Tampoco me gusta que llueva todo el tiempo.
 
Tampoco me gustan los pintores que ahora apagan las luces de las salas de exposiciones.
 
No se puede improvisar la música, ni tampoco el arte. Hay que conocer las técnicas e interiori­zarlas para poder hacer "improvisando" alguna de estas dos cosas.
 
El vocabulario puede ser sencillo, pero no se pueden decir simplezas.
 
El lenguaje por sí sólo no es capaz de generar pensamiento. Puede articularlo, pero no crearlo. Es muy interesante escuchar o ver cómo te cuentan los cuentos, y si están bien contados, lo de menos es el final. Muchas veces no tenemos paciencia y "ya" queremos saber desde el principio quién ha sido el asesino, perdemos la capacidad de disfrutar con el desarrollo de la historia y el "estilo" narra­tivo, sólo por tener una satisfacción inmediata de nuestra curiosidad.
 
No me interesa la opinión que sobre el arte tie­nen las personas que no se han dedicado al arte tanto como yo.

Chelo Matesanz.
27 de octubre 2008

 Zamarrón. 2006 Tela cosida. 300 x190 cm.
 

Sustitutos metafóricos

Una exploración a través la obra de Chelo Matesanz
 
Desde una cierta veneración a los iconos y a los campos explorados por el arte, el trabajo de Chelo Matesanz se caracteriza, de forma general, por un ágil entrecruzamiento de categorías artísticas junto a un vasto territorio de temáticas que van desde los estereotipos de la mujer, el fe­minismo postesencialista, la violencia de género, el travestismo, hasta la sexualización de los géneros artísticos; a la vez que denuncian desde la práctica artística, una politización racial y de género insi­nuada a través de la literatura infantil y subrayan­do el grado de perversión que se constituye en su iconografía.
 
Detalle de después de 30 cartones de tabaco rubio. 2002 Tela quemada y terciopelo rojo 500 x 300 cm.El trabajo artístico de Chelo Matesanz vendría, por lo tanto, a representar el carácter crítico frente a los tradicionales sistemas categoriales de impli­cación de la mujer en el ámbito social, utilizando para ello las herramientas del humor quínico y la ironía.
 
El arte para Chelo Matesanz no es un entrecruzamiento con la vida, ni siquiera una forma de saborearla, sino, podríamos decir, un mecanismo productivo de verdades o por lo menos de desve­lados.
 
A pesar de situarse en un entorno cultural y artístico desfavorable, el trabajo de Chelo Matesanz ha ido trasladándose paulatinamente desde la consideración crítica y mordaz a través de uso de sustitutos del propio cuerpo de la mujer hasta una relectura de los modelos iconográficos relativos a la literatura infantil.
 
El trabajo de Chelo Matesanz es ahora, más que nunca, una reflexión sobre la disolución entremez­clada de las categorías y los géneros (artísticos, so­ciales, culturales) a través de una hilvanada episte­mología del arte.
Juan Carlos Román