Las pinturas murales de Santa María de Hoyos

Enrique Campuzano Ruiz

La comarca de Valdeolea ha sido una de las más ricas en cuanto a patrimonio artístico del sur de Cantabria. Su pertenencia hasta 1956 al obispado de Palencia ha propiciado una relación muy intensa con la vida y el arte castellano, por lo que hasta ella se han extendido las corrientes más significativas del mismo, especialmente desde la época bajomedieval hasta el barroco.
Uno de los aspectos más sobresaliente -sin menospreciar las valiosas obras escultóricas que se han conservado, nimias frente a las que se han perdido- es el pictórico y dentro de él, lo referente a la pintura mural.
Existe un reconocido foco pictórico, -activo durante el último tercio del siglo XV, dentro de la tradición gótica lineal y sin apenas influencias hispanoflamencas-, que se extiende desde el occidente de la comarca de Aguilar de Campoo hasta Valdeolea, (que ha sido objeto incluso de la tesis doctoral de Santiago Manzarbeitia, en la Universidad Complutense de Madrid), en el que se incluyen las pinturas de La Loma, Mata de Hoz y Las Henestrosas, ésta quizás de la primera década del siglo XVI.
Sin embargo este foco no se agota en este periodo temporal sino que continúa a lo largo del siglo XVI e incluso se extiende a la época barroca. Parece como si la pintura mural hubiera sido una invariante en la decoración tradicional de los templos. Es evidente que la mentalidad decorativa es una característica del espíritu popular o rural, que se ha desarrollado al menos desde el siglo XII hasta nuestros días, quizás desde el momento en que se populariza, con la creación de parroquias y ermitas al margen de los monasterios, la ambientación de los edificios, con la disposición de imágenes escultóricas o pictóricas de vírgenes y santos, impulsada por la iglesia por su finalidad didáctica y cultual, que van a calar hondo en el sentir del pueblo. Los escasos recursos económicos -hipotecados muchas veces por las rentas de los monasterios y de la nobleza con que cuentan muchos de estos pueblos reducen su capacidad adquisitiva pero no su ambición decorativa, por lo que recurren a técnicas baratas, a artistas de segunda fila o si se quiere artesanos de reconocido oficio. Este sería el caso de las pinturas que nos ocupan.
El pasado mes de abril, al desmontarse el retablo mayor, de estilo barroco, del siglo XVIII, para su conservación, han aparecido unas pinturas de cuya autoría se tenía constancia a través de una inscripción existente en el muro del evangelio, junto a dicho retablo, que había sido descubierta con anterioridad durante las obras de saneamiento de los muros del templo. Esta inscripción dice: "ESTA OBRA IÇO IVAN DE ARANA PINTOR SIENDO COURA IVAN SECO I MAIORDOMO IVAN GUTIEREZ. AÑO 1592"

Dichas pinturas se extienden por todo el presbiterio en forma de cenefas de entrelazos o nudos de Salomón, de diversos tipos, que recorren los muros por debajo de la imposta de hojas tetrapétalas -símbolo de Cristo- que separa la bóveda, así como en la rosca del arco de la ventana frontal del ábside. Sin embargo, la pintura más importante es la constituida por un retablo pintado, formado por dos hornacinas en arco de medio punto, que serían las calles laterales y armonizan con la ventana central románica. De hecho los capiteles de las columnas pintadas imitan a los escultóricos de la ventana, con hojas de acanto, en alusión a la eternidad.
La iglesia de Santa María es una construcción románica arcaizante, realizada seguramente a principios del siglo XIII, según se deduce del arco triunfal apuntado trasdosado por una línea quebrada que imita los rayos solares y representa la luz solar como luz de Cristo y de la verdad. Los capiteles que lo sustentan muestran, el de la epístola a Daniel en el foso de los leones, en alusión a la intervención divina a través de la oración y el del evangelio, a Cristo como Varón de Dolores, mostrando las llagas, flanqueado por ángeles con los símbolos de la Pasión, en referencia a Cristo como redentor de los pecadores, iconografía que aparecía en el Pórtico de la Gloria (Santiago de Compostela) y que tendrá gran difusión en las portadas de las catedrales góticas.
Las pinturas murales muestran al arcángel Gabriel en la hornacina del evangelio y a la Virgen María en la de la epístola, por tanto se trata de la Anunciación, en alusión a Santa María como patrona del templo, cuya imagen sería de madera policromada, -quizás la primitiva sería románica ya desaparecida y se ubicaría delante de la ventana frontal del ábside, formando por tanto un conjunto a manera de retablo, cuyo ático es la bóveda de horno del ábside, en la que se ha pintado una gran venera.
La técnica utilizada es similar a las anteriores aparecidas en este entorno de Valdeolea, apreciándose aquí más claramente el proceso de ejecución. Algunos elementos que acompañan a María han sido sólo dibujados con carbón vegetal, como el jarrón de azucenas, alusivo a la pureza de la Virgen.
El diseño se remarca luego con la línea de tono rojizo, que constituye la silueta de las figuras y objetos, y por último se rellenaría de color. En este caso -a falta de realizar los pertinentes análisis- parece pintura al temple mezclando los pigmentos con cola animal.
Parecen pinturas inacabadas, ya que es posible que sólo se aplicara color en el manto de la Virgen. El resto quedó sin rellenar de color.
Participan por tanto estas pinturas de la corriente arcaizante que se extiende a lo largo del siglo XVI y principios del XVII, que consiste en decoraciones que suelen representar retablos , cuya realización técnica es artesanal y ajena en gran medida a las corrientes estéticas imperantes en la época.
Dos aspectos deseamos destacar de estas nuevas pinturas. El primero es su perfecta adecuación al espacio arquitectónico respetando las formas y volúmenes románicos e incluso armonizando con ellos, utilizándolos e imitándolos, lo que nos indica que, al menos en el medio rural. el estilo románico no se consideraba trasnochado o en contraposición con los ideales renacentistas, quizás porque este estilo se hallaba poco extendido por nuestra región. La utilización de la perspectiva -por medio de los azulejos del suelo- es defectuosa, al igual que el escorzo del atril de la Virgen. Las figuras se encuentran de frente y sólo los rostros se representan de tres cuartos. Son pinturas planas y carecen de referencia luminosa. Sin embargo en torno a esta fecha, 1592, se realizan excelentes retablos escultóricos plenamente renacentistas y manieristas en lugares cercanos como Suano, Villar o Valdeprado del Río.
En segundo lugar debemos reseñar la presencia del nombre del artista, Juan de Arana, quizás oriundo de esta localidad vasca. Estamos quizás ante la constatación de un nuevo taller pictórico, cuyos maestros trabajan en el oriente de Cantabria y en el occidente de Vizcaya y norte de Burgos. Pensamos que el retablo pictórico de Rubayo debe atribuirse a este mismo autor y quizás también las pinturas de Ojebar. Las de Hoyos, al estar inacabadas, no alcanzan la calidad de las anteriores, acaso por corresponder al declive de la vida del pintor. Lo que parece evidente es que nos encontramos ante un artista de cierto prestigio, por el propio hecho de firmar la obra y constituye hasta ahora el primer pintor mural del que tenemos noticia en Cantabria.