Por los Caminos de Ayer y de Hoy

El Duende de Campoo

Publicado en la revista FONTIBRE, nº 17, Enero de 1958.

Después de la acusadísima despoblación que sufrió el Valle de Campoo por la contribución en sangre que exigieron las interminables guerras imperiales para el mantenimiento del prestigio de España en el mundo entonces conocido, y más todavía, como consecuencia de la gloriosa aventura de América, recientemente descubierta, siguió la prosperidad del siglo XVIII y primera mitad del XIX, con la excepción naturalísima de la Guerra de Independencia que frenó en seco y malogró buena parte de lo conseguido en épocas anteriores.
Esta prosperidad del siglo XVIII, que, en Reinosa, se tradujo en la transformación casi completa del templo parroquial, en la construcción del puente sobre el Ebro, del parque de las Fuentes y del paseo de San Francisco, y levantó en los pueblos de la comarca buen número de casonas o casas-torre sobre solares humildes, cargó pesados escudos sobre artísticas portaladas de medio punto y haciendo pasar a la arquitectura rural campurriana de la casa-establo, de una sola planta y casi sin luz, a las fachadas fanfarronas de piedras de sillería, modificó casi de golpe el aspecto de los pueblucos campurrianos, se debió en buena parte al oro que vino de América con los escasos logreros que arribaron a su tierra después de haber alcanzado puestos de privilegio fuera de ella. Pero esta prosperidad, esporádica hasta cierto punto, no se hubiera consolidado en el valle sin el esfuerzo y el tesón de muchos campurrianos conocedores de la escasez de recursos naturales del país, que dieron una nueva orientación a sus actividades, y sin dejar de ser ganaderos, como lo habían sido sus antepasados desde los tiempos más remotos, se entregaron a la carretería por esos mundos de Dios, como si para eso sólo hubieran venido al mundo. Una pareja de bueyes entre las vacas del establo y unos aperos nuevos en el vano del soportal bastaron a cada uno de ellos para entrenarse en el nuevo negocio. Más adelante, a medida que iban contando con mayores recursos, completarían sus aperos con todas las herramientas de un herrador, por si un buey se descalzaba apezuñando en el camino real, las cambas de repuesto para las ruedas de construcción casera que podían descomponerse a la hora menos pensada, las cadenas de encuartar, el yugo de una sola camella para el buey sacaizo, cuando le hubiera, y hasta el barriluco de cuatro cántaras o la tercerola de diez para llenarlos de blanco de la Nava a la vuelta de cada viaje.
Esta época, conocida con el nombre de "tiempo de la carretería", fue la que dio a Reinosa y su comarca la verdadera prosperidad. La villa, entonces, poco más era que una fila de almacenes a lo largo del camino real, a uno y otro lado del puente sobre el Ebro. Hasta aquí subían, según testimonio de Cutres el de Pereda, los carreteros de la Montaña, y en estos almacenes descargaban lo que los barcos de ultramar descargaban en el muelle de la capital; y de aquí se volvían, Hoces abajo, después de hacerse cargo de lo que los carreteros campurrianos traían a Reinosa desde Alar San Quirce, cabecera del Canal de Castilla, que, a su vez llevaban tierra adentro lo que los primeros habían cargado en el puerto de Santander.
Cuando los carreteros de Campoo de Suso "salían a viaje", hacíanlo siempre por el Collado de Somahoz, y a hora tan temprana de ordinario, que casi siempre llegaban a punto de tomar la parva a la venta del mismo nombre, que abría sus puertas en el sitio exacto en que asentó el monasterio de Templarios que allí hubo. Seguían, pues, el mismo camino que, muchos siglos antes, habían utilizado mil veces las tribus cántabras en sus frecuentes incursiones a las tierras de los vacceos para robarles o incendiarles las cosechas; el mismo camino que, en sentido inverso, ensancharon y calzaron las legiones de Augusto para su penetración en Cantabria; el de los peregrinos de Santiago de Compostela, y en fin, el de los buenos tiempos de la carretería, por donde los campurrianos buscaban el camino real en las inmediaciones de Aguilar de Campoo, y el que habrán de seguir y ensanchar los que quieran algún día (ya está tardando en llegar) tender un nuevo lazo de amistad entre dos provincias hermanas.
Este camino del Collado de Somahoz, derivado en el campo de Mercadillo del que pudiéramos llamar calzada general de Pisoraca (Herrera de Pisuerga) a Julióbriga, entra en Campoo por las laderas del Monte Escalera, pasa por la Población de Suso y, siguiendo la cuenca del río Parralozas, busca el paso del Híjar en Celada de los Calderones o Espinilla, sube a La Frontal de Soto para caer, por Hozcava, en Bárcena la Mayor y seguir por la cuenca del Saja hasta las salinas de Cabezón de la Sal. Pero antes, se ha cruzado en Soto con el que, partiendo de Aradillos y faldeando Las Costeras, sube por la cuenca de Proaño a los puertos de Sejos y, después de hundirse en Huznayo y la Puente de Pumar, salía por el sur de Peñasagra al mismísimo corazón de Liébana, advirtiéndose desde el primer momento que este camino fue trazado por exigencias de estrategia militar para reducir a los cántabros refugiados en las escabrosidades de los Picos de Europa.
Por estos caminos entró en Campoo la prosperidad que hizo cambiar de aspecto a las pobrísimas aldeas campurrianas y dio a Reinosa el empaque de población que ahora tiene.
La Guerra de la Independencia empobreció nuevamente la región, que hubo de subvenir con vituallas y dinero a las necesidades del ejército de ocupación y a las exigencias de los guerrilleros de Longa, que, en esta parte de la provincia, mantenían encendido el fuego sagrado de la patria. Y, cuando estaban a punto de reponerse del quebranto de la guerra y de otros quebrantos que la siguieron, se tendió la red de los caminos de hierro que asestó el último y definitivo golpe a los trajines de la carretería. Y los campurrianos emigraron de nuevo, esta vez hacia las tiendas de ultramarinos de Madrid y de Andalucía, hacia los Ingenios de Cuba o hacia la Pampas Argentinas.