UN HECHO HISTORICO
En mayo de 1990 el entonces obispo de Santander, Don Juan Antonio del Val, comunicaba a sus diocesanos:
"Os anuncio un gran gozo. El próximo día 29 de abril el Papa Juan Pablo II declarará, en Roma, beatos mártires a dos cántabros. Desde que Cantabria es diócesis nunca se dio nada semejante. Desde que Cantabria es diócesis son los primeros cántabros que suben a los altares. Esto es histórico para nosotros"
(1).
Uno de ellos se llamaba Román Martínez Fernández, nacido en la calle Cisneros de Santander el 10 de mayo de 1910 y que, al tomar el hábito, recibiría el nombre de Hno. Augusto Andrés.
El otro, objeto de nuestro interés y reflexión, Manuel Seco Gutiérrez, nacido en Celada Marlantes el 4 de octubre de 1912, y que adoptaría el nombre de Hno. Aniceto Adolfo al entrar en religión.
Ambos religiosos de las Escuelas Cristianas -La Salle- y víctimas, junto a otros seis compañeros de congregación y el pasionista P. Inocencio de la Inmaculada, de la revolución de Octubre de 1934 en Turón (Asturias); a estos nombres hay que añadir el de Manuel Barbal (Hno. Jaime Hilario) asesinado el 18 de enero de 1937 en Tarragona.
El Hermano Pedro Chico, de las Escuelas Cristianas y uno de los que conocen bien el tema, afirmaba en la conferencia sobre los mártires de Turón tenida el día 4 de abril de 1990 en la Casa de la iglesia de Santander: "Para mí, las dos figuras más emocionantes son los dos mártires de Cantabria"
(2).
Nueve años más tarde, el 21 de noviembre de 1999, solemnidad de Cristo, Rey del universo, Juan Pablo II canonizaba en la basílica de San Pedro a los beatificados en 1990. Y con tal motivo se celebraba el 3 de diciembre del mismo año una Eucaristía de acción de gracias en la Catedral de Santander, presidida por el obispo de la diócesis, don José Vilaplana y estando presentes, entre otros muchos fieles, dos hermanos de los mártires, sobrinos y algunos familiares más.
En su homilía, el obispo comenzó diciendo: "Pocas veces se puede saludar a un hermano o a una hermana de un santo en una celebración. Yo... siento la satisfacción de saludar a María, hermana de san Román Martínez, y a Florencio, hermano de san Manuel Seco y como él Hermano de La Salle..." Y un poco después manifestaba que "nos toca la gran suerte de poder invocar a unos santos tan cercanos a nosotros en el tiempo, en la tierra y en la experiencia. Quizás uno se estremece cuando piensa: alguien que era de Santander, en una casa que todavía existe, y en otra casa que se conserva en Celada Marlantes; y sus hermanos y familiares viven entre nosotros"
(3).
¿QUIÉN ERA MANUEL SECO?
El más joven de los educadores que murieron en Turón; tenía 21 años cuando llegó al valle minero y el día que estallaba la revolución de Asturias cumplió los 22.
Sus padres, que se llamaban Pío y Catalina, trabajadores y sencillos, tuvieron cinco hijos. Su madre moriría siendo él de edad temprana y el padre, con la ayuda de los abuelos, fue sacando adelante a su familia.
Tres de los hijos eligieron la vida religiosa y estuvieron en un mismo centro de formación, en Bujedo, situado en el extremo oriental de la provincia de Burgos, donde los Hermanos de las Escuelas Cristianas tenían una casa de formación.
Fue Maximino, el mayor, el primero en ir a Bujedo; a continuación Manuel el 1 de septiembre de 1925, tras una visita al pueblo de Celada del Hermano Ludovico María, reclutador de esta congregación. A imitación de Manuel iría el pequeño, Florencio.
Al poco tiempo de su llegada a Bujedo, Manuel recibe la noticia del fallecimiento de su padre, llenando de tristeza y pena su corazón.
Durante los tres años que pasó junto al grupo de muchachos que se preparaban para ser educadores cristianos, se caracterizó por su entrega al estudio y por ir dulcificando su carácter (especialmente el mal genio que mostrara en casa y en la escuela de su pueblo, según manifestó una prima religiosa al enterarse de su decisión) y modelando su personalidad.
El 6 de septiembre de 1928 entra en el Noviciado, toma el hábito de Hermano, tras unos meses, el 2 de febrero de 1929 recibiendo el nombre de Aniceto Adolfo y termina su tiempo de preparación con la emisión de sus primeros votos en febrero de 1930; es el tiempo que coincide con su hermano pequeño, Florencio, en Bujedo.
Al no ser suficientes los estudios de Magisterio que se hacían en Bujedo, tuvo que preparar los exámenes oficiales para obtener el título civil que le habilitara para dar clase. El colegio de Ntra. Sra, de Lourdes, de Valladolid, será la primera escuela a la que es destinado el 24 de agosto de 1932, y revalidado civilmente su título de Magisterio en Burgos, es destinado en los primeros días del mes de octubre de 1933 a la Escuela del valle minero de Turón para encargarse de los escolares más pequeños.
En el verano de 1934 visitó a sus familiares en su pueblo natal, al que no había vuelto desde su marcha nueve años antes.
En Valladolid, tras hacer ejercicios espirituales de ocho días, renovó sus votos religiosos y, de regreso a su comunidad de Turón, se dedicó a la preparación de las clases ante el curso ya próximo a comenzar. No le daría apenas tiempo para conocer a sus alumnos y preparar las materias a desarrollar, puesto que los hechos que le llevarían a la muerte, junto a sus compañeros de comunidad, se desencadenaron rápidamente con la revolución de Octubre del 34.
Era la mañana del 5 de octubre, muy temprano, cuando el P. Inocencio junto a los Hermanos estaban celebrando la Eucaristía, y su casa es de pronto asaltada y ellos llevados prisioneros a la Casa del Pueblo que hacía de cárcel provisional. Allí permanecieron cinco días incomunicados, de espera angustiosa y de zozobra ante el temor de un desenlace fatal. El día 9 fueron conducidos al cementerio del pueblo y allí mismo ejecutados por el único crimen de ser religiosos y enseñar el catecismo. Pasados unos días y reprimida con extrema dureza la revuelta, el valle entero se sintió consternado por tamaña brutalidad.
Ésta es, en sus datos biográficos sucintamente resaltados, la vida y martirio del primer santo campurriano
(4).
LAS BEATIFICACIONES DE LA GUERRA CIVIL: UN TEMA POLÉMICO
Nadie pone en duda que la persecución religiosa en España durante la Guerra Civil fue una de las más atroces que ha tenido lugar durante los veinte siglos de cristianismo. Según Antonio Montero, autor de una investigación de todo punto fiable
(5), la cifra de los ejecutados citados por sus nombres (13 obispos, 4184 sacerdotes, 2365 religiosos y 283 religiosas) es escalofriante, especialmente entre julio de 1936 y mayo de 1937.
Es precisamente en este mismo año (1937), en plena contienda, cuando la Iglesia Española a través de los obispos metropolitanos (o los obispos suplentes) de las nueve provincias eclesiásticas españolas, encabezados por el Cardenal Gomá y reunidos en San Isidro de Dueñas (Palencia), formularon una ,,enérgica protesta por la muerte violentamente inferida, en odio a la fe, a miles de sacerdotes, religiosos y fieles"; a la vez que expresaban su admiración por la forma heroica con que la inmensa mayoría había sufrido el martirio" y acordaron publicar en su día un nomenclator, para lo que se debía empezar ya a recoger datos "perfectamente comprobados"
(6).
Por otra parte, la propaganda del régimen de Franco unificó desde el principio a las víctimas de la persecución con los muertos en el frente, bajo la denominación común de caídos por Dios y por España. Muchos eclesiásticos apoyaron esta iniciativa y algunos, como en el caso de Fray Justo Pérez de Urbel, posteriormente abad del Valle de los Caídos, o el Magistral de Salamanca y Rector del seminario de Comillas Aniceto Castro Albarrán, con un ímpetu y ardor fuera de lo común.
No es de extrañar, pues, que se empezara a solicitar la apertura de procesos de beatificación de los asesinados en defensa de la fe y por causa de su religión, aunque Pío XII cortó en seco el proyecto del régimen de una canonización rápida y masiva de centenares de miles de caídos por Dios y por España; y tanto Juan XXIII como Pablo VI se mantuvieron en la misma línea, negándose a la canonización de "los muertos de la Cruzada" por considerar que "no era el momento oportuno".
Ante el veto de Roma se deja pasar un largo tiempo y de nuevo se intenta con motivo de la beatificación de María Ricart, religiosa asesinada en Valencia en 1936; pero Pablo VI mandó suspender todos los procesos que habían comenzado.
Las cosas cambian, sin embargo, cuando en 1987 Juan Pablo II beatifica a cinco españoles, entre ellos tres monjas de clausura de un convento de Guadalajara. Eran las primeras beatificaciones de mártires de la Guerra Civil, pues la Iglesia no puede hacer traición a la Historia" y no dañará ni a la "paz" ni a la "reconciliación" nacional de los españoles
(7).
Estas beatificaciones van a desencadenar un sinfín de peticiones de nuevos procesos, y así, dos años más tarde, en 1989, tiene lugar la beatificación de 26 religiosos pasionistas de Daimiel (Ciudad Real) y en 1990 los
nueve mártires de Turón, que ya conocemos por el caso que nos ocupa, junto con dos más ejecutados en 1936 y 1937, con lo que se ha creído poder hablar de la persecución religiosa bajo la República, cuando las víctimas de Octubre del 34 no fueron asesinadas por la República, sino por gentes sublevadas contra la República
(8).
Han seguido los procesos de beatificaciones y canonizaciones y sigue estando presente el debate y la polémica acerca de las mismas, tanto a nivel del mundo social y político, como en el seno mismo de la Iglesia Católica y, sin duda, en el campo propio de los historiadores. En este sentido serán suficientes unos cuantos ejemplos y una breve reseña de sus opiniones.
Al catedrático de Historia Contemporánea de la UNED, Javier Tusell, confesándose católico practicante, le "parece obvio que hubo cristianos que perdieron la vida sólo por su fe. Tampoco veo, sin embargo, la necesidad de un crecido número de beatificaciones". Lo que le "parece un error por parte de la Conferencia Episcopal es no haber estado a la altura, para lo cual le hubiera bastado, al echar la mirada atrás y contemplar la totalidad de un siglo, repetir simplemente lo que la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes de 1971 afirmaron: no supimos ser ministros de reconciliación durante la Guerra Civil... El catolicismo fue perseguido en uno de los bandos, pero el otro lo profanó haciendo una sobreinterpretación religiosa de la guerra".
"Los mártires forman parte del paisaje cristiano desde sus inicios", manifiesta el profesor de Historia de la Iglesia en la Universidad de Comillas, Juan María Laboa. Y continúa diciendo que "nuestros altares se levantan sobre sus reliquias ( ...) Es verdad que, a menudo, el martirio puede parecer ambiguo por alguna de sus partes. Resulta claro que los mártires mueren por confesar a Cristo o por no renegar de él, pero no siempre nos son tan evidentes las motivaciones de los verdugos ( ... ) Naturalmente, la glorificación posterior del mártir suscita el rechazo de quienes se sitúan al otro lado de la orilla ( ... ) En cuanto al caso español, el más cruel de la Historia del cristianismo, a mí me gustaría que se celebrase en España una canonización conjunta de todos cuantos dieron su vida por coherencia con su fe, y que en esa celebración nuestra Iglesia diera solemnemente gracias a Dios por haber sido capaz de ofrecer ese testimonio colectivo y, al mismo tiempo, pidiese perdón de todo corazón por todo cuanto ha hecho mal a lo largo del tiempo y que ha sido causa, también, de que muchos españoles hayan deseado borrarla y aniquilarla literalmente".
Para Feliciano Montero, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, la Iglesia española necesita autocrítica. Insiste, como Tusell, en la postura tomada por la Asamblea Conjunta de 1971, y recrimina: "la Iglesia actual, ni siquiera en el contexto del jubileo, elude el reconocimiento de la posible culpa y la petición de perdón" ( ... ) "En todo caso, incluso manteniendo el recuerdo de sus mártires, la Iglesia actual tiene que reconocer autocríticamente, en el espíritu de revisión del jubileo, sus errores y pecados, personales y colectivos, en la guerra y en la posguerra..."
(9).
UN SIGLO DE MÁRTIRES
Para este Jubileo de la Encarnación que estamos celebrando los cristianos, aparte de otros signos y elementos que configuran todo jubileo, el Papa ha señalado dos signos muy significativos para el del 2000:
La purificación de la memoria, como examen de conciencia y acto valiente y humilde de reconocimiento de las faltas cometidas por los que nos denominamos cristianos. Juan Pablo II ha realizado el día 12 de marzo en la Basílica de san Pedro, primer domingo de cuaresma, un gesto sin precedentes, un acto de trascendencia histórica y de profunda significación religiosa: "Nunca más negaciones de la caridad en el servicio de la verdad, nunca más gestos contra la unidad de la Iglesia, nunca más ofensas a otros pueblos, nunca más el recurso a la violencia, nunca más discriminaciones, exclusiones, opresiones, desprecio de los pobres y de los últimos"
(10). Esta decisión de pedir perdón es un deseo expreso del Papa que ha ido cristalizando con el tiempo. Ya en la
Tertio millenio adveniente ("En el umbral del tercer milenio") había indicado que la Iglesia "no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes"
(11).
El otro signo singular que ha querido resaltar para el Gran Jubileo de la Encarnación es la Memoria de los mártires, para no olvidar el testimonio de los que han anunciado el evangelio entregando su vida por amor, y sobre todo el gran número de mártires más recientes durante este siglo. Así lo expresaba el Papa en la Bula de convocatoria del jubileo de este año:
"Un signo perenne, pero hoy particularmente significativo de la verdad del amor cristiano, es la memoria de los mártires. Que no se olvide su testimonio...
Además, este siglo que llega a su ocaso ha tenido un gran número de mártires, sobre todo a causa del nazismo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales... Personas de todas las clases sociales han sufrido por su fe, pagando con su sangre su adhesión a Cristo y a la iglesia, o soportando con valentía largos años de prisión y de privaciones de todo tipo... Por eso la Iglesia debe, en todas las partes de la tierra, permanecer firme en su testimonio y defender celosamente su memoria... "
(12).
Ciertamente no podemos olvidar que la Iglesia nació en la Cruz de Cristo y creció en medio de las persecuciones durante los primeros siglos en el Imperio Romano. La realidad de las persecuciones no es, por tanto, un hecho que pertenezca a un pasado más o menos remoto y que se reduzca a un área geográfica concreta, tales como países de misión o de implantación islámica. La verdadera dimensión de esta realidad la encontramos en casi todas las partes del mundo, en los lugares más dispares y pertenecientes a los cinco continentes.
Los primeros mártires del siglo fueron cayendo en China, en persecución xenófoba y anticristiana de los boxers, que llegaron a sacrificar a 180 misioneros y 40.000 cristianos. La revolución mexicana sacrificó a unos doscientos mártires entre los que destaca el padre Agustín Pro. Las persecuciones del comunismo fueron sistemáticas y duraderas. La Iglesia ortodoxa rusa fue la primera en sufrir sus ataques. En 1922 fueron martirizados 2.691 popes, 1.962 monjes, 3.477 religiosas y numerosos seglares y la mayor parte de los obispos se vieron recluidos en cárceles o campos de concentración. En Albania, desde que en 1945 se convierte en república popular bajo la dirección de Enver Hoxha, fue reprimida cualquier forma religiosa y el 80 % del clero albanés católico y ortodoxo desapareció en un campo de concentración entre 1945 y 1990. En la China de Mao las misiones quedan destruidas y una Iglesia del silencio, con pastores ocultos o encarcelados, ha tenido que coexistir, hasta el día de hoy, con una iglesia nacional china separada de Roma.
Las persecuciones de los nazis encajan con la oposición de su ideología racista a la moral cristiana y a los derechos humanos. El ataque del nacionalsocialismo alemán a algunos cristianos más comprometidos fue una persecución en sordina, si se compara con la persecución que padecieron los judíos. Entre las víctimas del holocausto hubo muchos cristianos heroicos, mártires silenciosos como Maximiliano Kolbe, Edith Stein o el pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, que se fundieron con los millones de mártires anónimos a quienes se negaron los derechos más elementales. En los años 1960-1980 (y aún en nuestros días) en el continente americano, han dado la vida por la fe y las exigencias sociales del evangelio y de la dignidad de la persona humana numerosos cristianos y sacerdotes, aunque sólo conozcamos los más nombrados: el pastor M. Luther King, el obispo Óscar Romero, el padre Rutilo Grande o los jesuitas asesinados del Salvador murieron como auténticos cristianos en defensa de la fe y de la justicia
(13).
¿QUIÉN ES UN MÁRTIR?
Dios, que es amor y fidelidad, llama al hombre a creer en amor y fidelidad mediante la confesión de su fe. Una palabra que le convierte en testigo, y a veces en mártir. La palabra "
mártir" que designa a la persona que ha conocido el acto del martirio, procede de la palabra griega,
martys, que significa "testigo". Para la Iglesia, el mártir es un "testigo" particular. "El martirio es el supremo testimonio que se da de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte"
(14).
Pero conviene distinguir entre mártir y santo mártir: Toda persona que muere por la fe es mártir. Por otra parte, un santo puede ser canonizado por la iglesia en categoría de mártir. Sin embargo, no todos los mártires, en el primer sentido de la palabra, son forzosamente proclamados santos.
Es decir (y aquí si que es cierto el axioma tantas veces utilizado), en el Santoral de la iglesia son todos los que están (que han sido beatificados o canonizados) más no están todos los que son (la muchedumbre innumerable de toda raza, época, lengua, edad y condición social) que "han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero" como afirma victorioso el libro del Apocalipsis
(15).
El mártir pone en práctica la acción de Dios y la respuesta del hombre en el horizonte más radical, el de la muerte. Pero no es primer lugar el fruto de una decisión humana, sino de la gracia de Dios: "Algunos cristianos fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar ese supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores ( ... ) Y, si es don concedido a pocos, sin embargo todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones..."
(16).
La gracia de Dios es, a la vez, invitación y fuerza que permite el testimonio. Pero la libertad humana permanece intacta: sin libertad, al menos implícita, no hay martirio. El mártir no es sólo un cristiano asesinado a causa de su fe o de su pertenencia a la Iglesia, sino el que ha aceptado ese riesgo con conocimiento de causa. Más aún, a imitación del "testigo fiel", Jesucristo, los mártires no odian. El amor a los enemigos y el perdón lleva al "testigo" a orar por los perseguidores, a hacer el bien y vencer el odio, a ofrecer la sangre y la vida como precio por la paz.
Y volvemos al comienzo de nuestro artículo sobre el primer santo de nuestra comarca. Al observar la vida aparentemente normal y sencilla de Manuel Seco nos vienen a la memoria las palabras que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto y, en ellos, a los de todos los tiempos, como llamada a la santidad a todos los bautizados, ya que ésta no es una excepción en la comunidad de los creyentes, sino la meta, en la fe y en la gracia, a la que estamos llamados todos los cristianos: "A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo..."
(17).
No se trata, pues, de idealizar a nuestros mártires, sino de dejarse quemar por su testimonio y su compasión: los mártires no son superhombres, son hombres con todos los temores, con todas las limitaciones que tenemos nosotros, pero con una diferencia, que saben llenarse de Dios. Y es Dios el que les da la fortaleza", manifestaba don José Vilaplana en la homilía de la Eucaristía de acción de gracias por la canonización de san Manuel Seco.
Para el creyente, y especialmente para el mártir, "Dios es esta certidumbre divina de que la muerte es mentira" (Gabriela Mistral).
NOTAS
(1) Iglesia en Santander, mayo 1990, 1
(2) Ibid., 13,
(3) Ibid., enero de 2000, 38-39.
(4) Los datos y pormenores, tanto de su breve vida como de su asesinato y la de sus compañeros, pueden hallarse en Chico González, P, F.S.C.,
Mensajeros de la Escuela Cristiana. Beatos mártires de la Revolución de Asturias, Valladolid 1989.
(5) A. Montero,
Historia de la persecución religiosa en España (1936-1939), Madrid 1961.
(6) En
Actas de las Conferencias de Metropolitanos españoles (1821-1965), Madrid, 1994, se puede conocer todo esto con detalle.
(7) Datos que se pueden contrastar en el artículo de Hilari Raguer (Monje de la Abadía de Montserrat), "Caídos por Dios y por España", en
La aventura de la Historia, marzo 2000, 14-28.
(8) Es de notar, como un dato más de la controversia de las beatificaciones, que al acto de Roma el Gobierno español envió una misión extraordinaria presidida por el Embajador de España ante la Santa Sede y con asistencia de varios consejeros y autoridades de Cantabria, pero no hubo representantes del Principado de Asturias, pues tales actos "no contribuyen a superar la división entre las dos Españas de la época".
(9) Opiniones tomadas de
La aventura de la Historia, número 17, marzo 2000, pp. 17, 18 y 24 respectivamente.
(10) El Día del Perdón, editorial de
Ecclesia, 18 de marzo de 2000, 5 y 20.
(11) Juan Pablo II,
TMA, n. 33.
(12) Juan Pablo II,
Incarnationis mysterium, n. 13. Hay que notar que de las 280 canonizaciones llevadas a cabo en el pontificado de Juan Pablo II hasta octubre de 1998, se cuentan 248 mártires. Y 594 mártires de 800 beatificaciones.
(13) Estos datos y muchos más los podemos encontrar en M. Revuelta González, "Dos jubileos y un siglo en medio:
Razón y fe, Tomo 241 (2000), 492-493; y en "Los mártires del siglo XX,
Imágenes de la fe", número 343, mayo 2000.
(14) Catecismo de la Iglesia católica, n. 2473. Madrid (Asociación de Editores del Catecismo) 1992.
(15) Ap. 7,14
(16) Concilio Vaticano II, Constitución
Lumen Gentium, n. 42.
(17) 1 Co 1,2.
Comentarios recientes