Cuando uno conoce a Julián Santamaría le resulta abrumador el bombardeo constante de datos, citas, enumeración de amistades, críticas, reseñas y alabanzas que se suceden en un automatismo frenético como incontestable carta de presentación sobre su obra. Son tantas y tan relevantes las personas de las que habla, que al final acaba pareciendo normal que te cuente, por ejemplo, que una vez coincidió con Julio Cortázar en una fiesta y que éste le felicitó por el diseño de uno de sus carteles que, por supuesto, conocía. Así, como si nada.
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